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ASNO, metamorfosis – Voltaire – Diccionario Filosófico

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Voltaire – Diccionario Filosófico  

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ASNO

Asno - Diccionario Filosófico de VoltaireCompletaremos el artículo Asno que publicó la Enciclopedia, refiriéndose al asno de Luciano, que llegó a ser de oro en manos de Apuleyo. Lo más chistoso de tal novela es lo relativo a Luciano. El chiste consiste en que una dama se enamoró de ese hombre cuando era asno, y no lo quiso ya cuando se convirtió en hombre. Metamorfosis de esa clase son comunes en la antigüedad. El asno de Sileno hablaba, y los sabios creyeron que hablaba en árabe; probablemente sería un hombre que el poder de Baco convertiría en asno, porque Baco era árabe.

Virgilio hablaba de la metamorfosis de Mœris en lobo, como si fuese una cosa ordinaria: «Mœris, convertido en lobo, se ocultó en los bosques.»

¿La doctrina de las metamorfosis derivaba de las antiguas fábulas de Egipto, que propalaron que los dioses se convirtieron en animales durante la guerra empeñada contra los gigantes? Los griegos, que imitaron y estudiaron muchísimo las fábulas orientales, metamorfoseaban casi todos sus dioses en hombres o en bestias, para que realizaran mejor sus designios amorosos. Si convertían sus dioses en toros, en caballos, en cisnes o en palomas, ¿por qué no habían de practicar la misma operación con los hombres?

Varios comentaristas, olvidándose del respeto que merecen las Santas Escrituras, citan el ejemplo de Nabucodonosor, que se convirtió en buey; pero eso es un milagro, una venganza divina, un hecho que está fuera de la esfera de la Naturaleza, en el que no se deben fijar nuestros ojos profanos ni ha de ser objeto de nuestras investigaciones.

Otros sabios, quizás más indiferentes, pretenden sacar partido de un hecho que refiere el Evangelio de la Infancia. Una doncella, en Egipto, al entrar en el cuarto de algunas mujeres, vio un mulo cubierto con una mantilla de seda, y que llevaba en el cuello un pendiente de ébano. Dichas mujeres le besaban, y llorando le presentaban la comida. El mulo era hermano de aquellas mujeres. Los magos le habían privado de la figura de hombre, pero el Señor de la Naturaleza se la restituyó muy pronto.

Aunque dicho Evangelio es apócrifo, el respeto que nos causa el nombre que lleva nos impide dar más detalles de esa aventura, que sólo hemos copiado para probar que las Metamorfosis estuvieron en moda en aquellos tiempos en casi todo el mundo. Los cristianos que compusieron tal Evangelio, indudablemente eran hombres de buena fe, que no trataron de escribir una novela y refirieron sencillamente lo que osan decir. La Iglesia, que rechazó ese Evangelio y cuarenta y nueve evangelios más, no acusa a sus autores de impiedad ni de prevaricación; esos autores hablan al populacho sojuzgados por las preocupaciones de su época. La China fue quizás la única nación que estuvo exenta de tales supersticiones.

La aventura de los compañeros de Ulises, que la ninfa Circe convirtió en bestias, es mucho más antigua que el dogma de la metempsicosis que Pitágoras anunció en Grecia y en Italia.

¿En qué se fundan los que pretenden que no existe ningún error universal que no provenga del abuso de alguna verdad? Dicen que hay charlatanes porque hubo verdaderos médicos, y que se creen los falsos prodigios porque han existido prodigios verdaderos. ¿Pero tenemos testimonios indudables de que algunos hombres se hayan convertido en lobos, en bueyes, en caballos o en asnos? Ese error universal tuvo por origen el amor a lo maravilloso y la inclinación humana hacia las supersticiones.

Basta una opinión errónea para llenar de fábulas el universo. Un doctor indio experimentó que los animales estaban dotados de sentimiento y de memoria; y de esto dedujo que tenían alma, porque los hombres también la tienen.

Después de la muerte, ¿dónde van las almas de los hombres y de los animales? Como es preciso que vayan a alguna parte, van a alojarse en el primer cuerpo que se está formando; de modo que el alma de un brahmán va a morar en el cuerpo de un elefante, y el alma de un asno ocupa el cuerpo de un brahmán recién nacido. He aquí el dogma de la metempsicosis fundado sobre un simple raciocinio.

Pero éste no es el dogma de las metamorfosis. En las metamorfosis no existe el alma, que se queda sin morada y va en busca de alojamiento; es un cuerpo que se convierte en otro cuerpo, cuya alma vive siempre en la misma morada. Indudablemente no tenemos en la Naturaleza ningún ejemplo de semejante juego de cubiletes. Averigüemos, pues, cuál puede ser el origen de opinión tan extravagante y tan generalmente admitida.

 

¿Podrá haber sucedido que un padre, al reprender a su hijo por ser ignorante y disoluto, le dijera: «Eres un cerdo, un asno», y en seguida le pusiera en penitencia, poniéndole una cabeza de asno, y al verlo así alguna criada de la vecindad dijera que el joven se había convertido en asno en castigo de sus faltas? La criada lo referiría a sus vecinas, éstas a otras, y pasando la relación de boca en boca, daría la vuelta al mundo. Quizás las metamorfosis hayan nacido de un equívoco, y aquí es ocasión de repetir lo que dice Boileau: «El equívoco fue la madre de casi todas nuestras tonterías.» Añadid a todo esto el poder irresistible que tenía la magia en las naciones antiguas, y no nos asombrará nada de lo que hicieron en ésta y otras materias.

 

Dícese que los asnos eran guerreros en la Mesopotamia, y que a Mervan, que fue el califa XXI, por sobrenombre le llamaron «Asno», por ser muy bravo. El patriarca Focio, en el extracto de la vida de San Isidoro, refiere que Amonio tenía un asno que conocía la poesía y abandonaba el pesebre por ir a oír versos. La fábula del rey Midas vale más que el cuento de Focio.

II

De «El asno» de Maquiavelo

Es muy poco conocido El asno de Maquiavelo. Los diccionarios que se ocupan de esta obra dicen que la escribió en su juventud; pero parece escrita en la edad madura, porque el autor alude a las desgracias que sufrió muchos años antes. La obra es una sátira escrita contra sus contemporáneos. El autor describe muchos florentinos, de los que uno está convertido en gato, otro en dragón, éste en perro que ladra a la luna, aquél en zorro que no se deja coger. A cada carácter aplica el nombre de un animal. El partido de los Médicis y el de sus enemigos, es indudable que están representados en la obra, y el que consiguiera encontrar la clave del Apocalipsis cómico de Maquiavelo conocería la historia secreta del papa León X y la de las perturbaciones de Florencia. El poema está impregnado de moral y de filosofía, y termina con estas magníficas reflexiones de un cerdo, que poco más o menos dice lo siguiente del hombre: «Sois animales de dos pies, que nacéis desnudos, sin armas, sin uñas, sin plumas y sin lanas y dotados de una piel muy delicada; lloráis al nacer y lloráis con mucha razón, porque prevéis que vuestras desgracias os han de arrancar lágrimas. Los loros y vosotros habéis recibido el don de la palabra. La Naturaleza os concedió manos muy hábiles; pero ¿os dio también almas virtuosas? ¿Qué hombre puede igualarse con los animales? El hombre es más salvaje, más vil y más perverso que nosotros; cobarde o valiente, se entrega al crimen, y sufre siempre o miedo o rabia. Tiemblan los hombres ante la muerte, y se degüellan unos a otros; nunca unos cerdos con otros cometen tan villanas injusticias. El cubil es para nosotros el templo de la paz. Dios me preserve toda la vida de convertirme en hombre y de tener todos sus vicios.»

De esta relación original debió copiar Boileau la sátira que escribió sobre el hombre, y La Fontaine su fábula sobre los compañeros de Ulises, si es que por casualidad La Fontaine y Boileau tuvieron noticia de El asno de Maquiavelo.

III

Del asno de Verona

El escritor debe decir la verdad y no engañar a los lectores. Digo esto porque no sé positivamente si el asno de Verona subsiste todavía en todo su esplendor, aunque yo no le he visto. Pero los viajeros que le vieron hace cuarenta años convienen en que sus reliquias estaban aún encerradas en el vientre de un asno artificial, construido expresamente para este objeto; convienen también en que le vigilaban cuarenta frailes del convento de Nuestra Señora de los Órganos de Verona y en que lo sacaban en procesión dos veces cada año. Constituía una de las más antiguas reliquias de la ciudad. La tradición refiere que ese asno llevó cabalgando a Nuestro Señor cuando entró en Jerusalén, y que, no queriendo vivir en esa ciudad, se fue por el mar, que se endureció tanto como el casco de sus pies, pasando por Chipre, Rodas, Candía, Malta y Sicilia, y allí se detuvo en Aquilea. Pero por fin se estableció en Verona, en cuya ciudad vivió muchos años.

Dio origen a esta fábula el tener la mayoría de los asnos una especie de cruz negra sobre el espinazo. Indudablemente aparecería algún asno viejo en los alrededores de Verona, el público notaría la cruz mejor hecha que en sus demás cofrades, y no faltaría alguna vieja beata que dijera que había servido a Jesús de montura cuando éste entró en Jerusalén. Y cuando el asno moriría, le dedicarían magníficos funerales y la fiesta quedó establecida en Verona. Luego se verificó en otros países, sobre todo en Francia, y se representaba del modo siguiente: una doncella representaba a la Santa Virgen, que caminaba hacia Egipto montada sobre un asno, llevando un niño en brazos y precediendo a una procesión muy larga. El sacerdote, al terminar la misa, en vez de decir: Ite misa est, rebuznaba tres veces con todas sus fuerzas, y el pueblo, formando coro, le respondía.

Se han escrito libros sobre la fiesta del asno y sobre la fiesta de los locos, que pueden suministrar materiales para escribir la historia universal del género humano.

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