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FIN DEL MUNDO – Voltaire – Diccionario Filosófico

Diccionario Enciclopédico Hispano-Americano

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VOLTAIRE – DICCIONARIO FILOSÓFICO 

Índice) (B-C) (D-F) (G-N) (O-Z

Voltaire es un precursor. Es el portaantorcha
del siglo XVIII, que precede y anuncia la Revolución.
Es la estrella de ese gran mañana. Los sacerdotes
tienen razón para llamarle Lucifer.

         VÍCTOR HUGO

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Voltaire – Diccionario Filosófico  

► Francisco Javier

 

FIN DEL MUNDO

Fin del mundo - Diccionario Filosófico de VoltaireLa mayoría de los filósofos griegos creyeron que el mundo era eterno en su principio y eterno en su duración. Pero respecto a la pequeña parte del mundo, al globo de piedra, de barro, de agua, de minerales y de vapores que habitamos, no sabían qué pensar; les parecía destructible, suponían que fue trastornado más de una vez, y que volvería a trastornarse: cada cual juzgaba al mundo entero por la parte del que ocupaba su país.

La idea del fin del mundo y de su renovación impresionaba a los pueblos sometidos al Imperio romano en la época terrible de las guerras civiles de César y de Pompeyo. Virgilio, en sus Geórgicas, alude al temor general que reinaba en aquella época cuando dice: «El universo, sorprendido y aterrorizado, tiembla por temor de hundirse otra vez en la eterna noche.» Luciano se expresa con mayor claridad respecto a esto, cuando en la Farsalia dice: «¿Qué importa el triste y falso honor de ser condenado a la hoguera? El fuego ha de consumir el cielo, la tierra y el mar; todo se convertirá en hoguera, en la que el mundo será ceniza.» Ovidio dice también en las Metamorfosis: «Así lo ha dispuesto el implacable destino: consumirá un diluvio de fuego el aire, la tierra, el mar y los palacios de los dioses.» Cicerón, en su libro titulado De la naturaleza de los dioses, se expresa del modo siguiente: «Según la opinión de los estoicos, el mundo entero se convertirá en fuego, habiéndose consumido el agua; la tierra no producirá alimentos; no podrá existir el aire, porque del agua recibe su ser; de modo que el fuego quedará solo. Ese fuego será Dios, y reanimándolo todo, renovará el mundo y le volverá a dar su primitiva belleza.»

La física de los estoicos, como toda la física antigua, es absurda, pero prueba que esperaban la destrucción del mundo por medio del incendio.

Debe sorprendernos más todavía que el gran Newton opinara lo mismo que Cicerón. Engañado por un falso experimento de Bayle, creyó que la humedad del globo a la larga se ha de secar, y que será preciso que Dios lo reforme. He aquí, pues, cómo los dos hombres más grandes de la antigua Roma y de la moderna Inglaterra opinan que ha de llegar un día en que el fuego venza al agua.

La idea de que el mundo debía destruirse y renovarse estaba arraigada en los pueblos del Asia Menor, de la Siria, de Egipto, desde las guerras civiles de los sucesores de Alejandro. Las guerras civiles de los romanos aumentaron el terror de las naciones que fueron víctimas de ellas, y que esperaban la destrucción del mundo y una renovación de él que no habían de disfrutar. Los judíos, enclavados en la Siria y esparcidos por todas partes, participaron del temor común. Por eso los judíos no se sorprendieron cuando Jesús les decía, según el Evangelio de San Mateo y de San Lucas: «El cielo y la tierra pasarán. El reinado de Dios se acerca.»

San Pedro anuncia que se ha predicado el Evangelio a los muertos y que el fin del mundo se aproxima. «Esperamos –dice– nuevos cielos y una tierra nueva.» San Juan habla de este modo en su primera epístola: «Desde ahora aparecen muchos anticristos, lo que nos da a conocer que la última hora se acerca.»

San Lucas predice más detalladamente el fin del mundo que el Juicio final. He aquí sus palabras:

«Se verán signos en la luna y en las estrellas, se oirán ruidos en el mar y en los los ríos; los hombres, consumidos de temor, esperarán lo que debe acontecer al universo entero. Las virtudes de los cielos se conmoverán, y los mortales divisarán entonces al Hijo del hombre descendiendo en una nube, con gran poder y con gran majestad. En verdad os digo que no se extinguirá la generación presente sin que todo esto se realice.»

Comprendemos que los incrédulos nos echarán en cata esta predicción, deseando que nos ruboricemos de que el mundo exista todavía. Aquella generación pasó, dicen, y no se ha realizado la profecía. Lucas pone en boca del Salvador lo que jamás dijo, o debemos deducir que Jesucristo se engañó a sí mismo, lo que sería una blasfemia. Pero se puede cerrar la boca a esos impíos objetándoles que esa predicción, que parece falsa tomada al pie de la letra, es verdadera en el fondo; que el universo entero en esa ocasión significa la Judea, y que el fin del universo significa el Imperio de Tito y de sus sucesores.

San Pablo se explica con energía hablando del fin del mundo en la epístola que dirigió a los de Tesalónica. «Nosotros, que vivimos y que os hablamos -les dice-, seremos transportados a las nubes para ir por medio de los aires a comparecer ante el Señor.» Según las palabras terminantes de San Lucas y de San Pablo, el mundo debía terminar en el Imperio de Tiberio, o todo lo más tarde en el de Nerón. No se realizó la predicción de Pablo, como no se realizó la predicción de Lucas. Indudablemente esas predicciones alegóricas no se hicieron para la época en que vivían los evangelistas y los apóstoles; se hicieron para los tiempos futuros, que Dios oculta a los hombres.

No por eso deja de ser cierto que todos los pueblos conocidos entonces esperaban el fin del mundo, una nueva tierra, un nuevo cielo. Durante más de diez siglos recibieron los frailes multitud de donaciones, que los donantes les entregaban expresándose de este modo: «Estando próximo el fin del mundo, yo, por la salvación de mi alma y para no ser colocado entre los machos cabríos, hago donación de estas o de aquellas tierras a tal o cual convento.» El temor obligó a los tontos a enriquecer a los hábiles.

Los egipcios fijaron la época del fin del mundo a los treinta y seis mil quinientos años cumplidos. Dícese que Orfeo la fijó a los cien mil veinte años.

El historiador Flavio Josefo asegura que habiendo predicho Adán que el mundo terminaría dos veces, una por agua y otra por fuego, los hijos de Set, queriendo que los hombres tuvieran en memoria ese desastre, hicieron grabar las observaciones astronómicas en dos columnas, una de ladrillos, para que pudiera resistir el fuego que debía consumir el mundo, y la otra de piedra, para que resistiera las aguas que debían ahogarlo. Pero ¿cómo podían creer los romanos lo que decía un esclavo judío que les hablaba de un Adán y de un Set que desconocía todo el mundo? Se reirían de lo que les decía.

Puede deducirse de lo que llevamos dicho que sabemos muy poco de los tiempos pasados, que sabemos bastante mal lo que sucede al presente, y que ignoramos lo que sucederá en el porvenir.

Voltaire – Diccionario Filosófico    

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