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Origen de las LENGUAS – Voltaire-Diccionario Filosófico

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Voltaire – Diccionario Filosófico  

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LENGUAS

Lenguas - Diccionario Filosófico de VoltaireDícese que los indios empiezan casi todos sus libros con estas palabras: «Bendito sea el inventor de la escritura.» Nosotros también podíamos empezar este artículo bendiciendo al autor del lenguaje.

Reconocimos al ocuparnos del alfabeto que no ha existido nunca ninguna lengua primitiva de la que se deriven todas las demás. La palabra Al ó El, que significaba Dios en los pueblos orientales, no tiene ninguna relación con la palabra Gott, que quiere decir Dios en Alemania. Housse, huís, son palabras que no pueden provenir de la griega damos, que significa «casa».

Nuestras madres y las lenguas que se llaman madres se parecen mucho. Unas y otras tienen hijos que se casan en los países inmediatos, en los que no alteran el lenguaje ni las costumbres. Esas madres tienen otras madres, de las que los genealogistas no pueden desembrollar el origen. La tierra está llena de familias que se disputan el abolengo de su nobleza, sin saber de dónde provienen.

La experiencia nos enseña que los niños nacen con el espíritu de imitación; que si no les dijéramos nada, no hablarían, no harían mas que gritar. En casi todos los países conocidos empezamos por enseñarles las palabras «baba», «papa», «mama» u otras parecidas, fáciles de pronunciar, y ellos las repiten. Los que quieran saber la palabra que corresponde a la nuestra «papá» en japonés, en tártaro, en la jerigonza del Kamchatka y de la bahía de Hudson, que viajen por esos países y después nos la enseñarán.

Un recoleto llamado Segar Teodad, que estuvo predicando durante treinta años a los iroqueses, a los algonquinos y a los hurones, publicó un pequeño diccionario hurón, que se imprimió en París el año 1632. Esa obra será poco, útil para Francia después que los franceses nos hemos descargado del peso del Canadá. Dice dicho autor que, en hurón, padre se llama aystan, y en canadiense notoui; hay notoria diferencia entre esas dos palabras y pater o,«papá». No debe hacerse caso de sistemas.

Genio de las lenguas.—Se llama genio de una lengua a su aptitud para decir del modo más breve y más armonioso lo que las demás lenguas no pueden expresar tan bien.

El latín, por ejemplo, es más a propósito para escribir en las lápidas que las lenguas modernas, por sus verbos auxiliares, que alargan una inscripción y que la enervan. El griego, por su mezcla melodiosa de vocales y de consonantes, es más favorable para la música que el alemán y el holandés. El italiano, por tener muchas vocales dobles, sirve todavía más para la música delicada. El latín y el griego, por ser las únicas lenguas que tienen verdadera cantidad; son más a propósito para la poesía que las otras lenguas del mundo. El francés, por la marcha natural de todas sus construcciones y por su prosodia, es más propio que ningún otro idioma para la conversación. Los extranjeros entienden con más facilidad los libros franceses que los libros de los demás pueblos, y encuentran en las obras filosóficas francesas una claridad de estilo que no encuentran en obras de otras naciones. Esto es lo que dio la preferencia al francés sobre el italiano, que por las obras inmortales que produjo en el siglo XVI estuvo en situación de dominar en Europa.

II

No existe ninguna lengua completa, ninguna que exprese todas nuestras ideas y todas nuestras sensaciones, porque los matices de unas y de otras son imperceptibles y numerosos. Nadie es capaz de dar a conocer con exactitud el grado de sentimiento que representa, y nos vemos obligados, por ejemplo, a designar con el nombre general de amor y de odio mil amores y mil odios diferentes unos de otros, y lo mismo nos sucede si tratamos de manifestar nuestros dolores y nuestros placeres; por eso todas las lenguas son imperfectas, como nosotros. Se fueron formando sucesivamente y por grados, según las exigencias de nuestras necesidades. El instinto común a todos los hombres es el que hizo las primeras gramáticas, sin apercibirnos de ello. Los lapones, los negros, lo mismo que los griegos, necesitaron expresar el pasado, el presente y el futuro, y lo hicieron; pero como nunca se reunió una asamblea de lógicos para formar una lengua, ninguna consiguió sujetarse a un plan regular.

Todas las palabras, en todas las lenguas posibles, son necesariamente la imagen de las sensaciones. Los hombres nunca han podido expresar mas que lo que sentían. Así, todo se ha convertido en metáfora, y en todas partes donde el alma se ilumina, el corazón arde y el espíritu ve, el hombre compone, une, divide, se extravía, se recoge y se disipa.

Todas las naciones están acordes en llamar «soplo», «espíritu», «alma», al entendimiento humano, del que conocen los efectos sin verlo, después de haber llamado «viento», «soplo» y «espíritu» a la agitación del aire, que tampoco han visto. En todos los pueblos, el infinito fue la negación de lo finito y la inmensidad la negación de la medida.

Es evidente que nuestros cinco sentidos son los que han producido todas las lenguas, como han producido todas nuestras ideas. Las lenguas menos imperfectas pueden compararse con las leyes, en que las que tienen menos de arbitrario son las mejores. Las lenguas más completas son las de los pueblos que más se han dedicado a las artes y a la sociedad. Por eso la lengua hebrea debió ser una de las lenguas más pobres, como el pueblo que la habló. ¿Cómo era posible que los hebreos tuvieran en su idioma términos marítimos, si antes de la época de Salomón no eran dueños ni de un solo barco? ¿Cómo podían tener frases filosóficas viviendo en la más profunda ignorancia hasta que empezaron a aprender algo en su transmigración a Babilonia? La lengua de los fenicios, de la que los hebreos sacaron su jerga, debió ser muy superior, porque fue el idioma de un pueblo industrioso, comercial y rico, esparcido por todo el mundo.

 

La lengua más antigua de las conocidas debe ser la de la nación que primeramente formó sociedad, la del pueblo que fue menos sojuzgado o que, habiéndolo sido, ilustró a sus conquistadores. Sujetándonos a esta regla, podemos deducir que el chino y el árabe fueron los idiomas más antiguos entre los idiomas que se hablan en la actualidad.

No ha habido ninguna lengua madre. Las naciones limítrofes se han prestado sus palabras unas a otras; pero hemos convenido en llamar «lenguas madres» a aquellas de las que algunos idiomas se han derivado. Por ejemplo, el latín es lengua madre del italiano, del español y del francés; pero ella es derivada del toscano, y éste se deriva del celta y del griego.

El más hermoso de todos los idiomas debe ser el que es al mismo tiempo el más completo, el más sonoro, el más variado en sus giros y el más regular en su marcha; el que tiene más palabras compuestas; el que por medio de su prosodia expresa mejor los movimientos lentos o impetuosos del alma; el que más se parece a la música.

El griego reúne todas esas ventajas: carece de la rudeza del latín, en cuya lengua muchísimas palabras terminan en um, ur y us; tiene toda la pompa del español y toda la dulzura del italiano, y aventaja a todas las lenguas vivas del mundo en la expresión musical que le dan las sílabas largas y breves y el número y la variedad de sus acentos. Desfigurado y todo como hoy se habla en Grecia, puede considerarse todavía como el más hermoso lenguaje del universo.

Pero el mejor idioma no puede extenderse por todas partes cuando el pueblo que lo habla vive oprimido, es poco numeroso, no comercia con las otras naciones, cuando las otras naciones cultivan sus propias lenguas; por eso el griego está todavía menos extendido que el árabe y que el turco.

La lengua francesa debe ser la más general de todas las lenguas de Europa, porque es la más a propósito para la conversación: tomó su carácter del pueblo que la habla. Los franceses, desde hace cerca de ciento cincuenta años, forman la nación que mejor conoció la sociedad, que primero desterró las mortificaciones; forman el primer pueblo en que las mujeres fueron libres y hasta soberanas cuando aún eran esclavas en todas partes. La sintaxis de esta lengua, que es siempre uniforme y no admite inversiones, la dota de una facilidad que no se encuentra en las otras lenguas: es una moneda de más curso que las demás, aunque tenga menos peso. La cantidad prodigiosa de libros agradables y frívolos que esa nación produjo es también otra razón del favor que su lengua obtiene en todas las naciones. Los libros profundos no consiguen extender las lenguas: se traducirán a otros idiomas, se aprenderá la filosofía de Newton, pero nadie estudiará inglés por entenderle.

Lo que hizo más común el idioma francés fue la perfección que alcanzó en el teatro. Debe el crédito de que goza a Cinna, a Fedra y al Misántropo, y no a las conquistas de Luis XIV.

La lengua francesa no es tan abundante como el italiano, ni tan majestuosa como el español, ni tan enérgica como el inglés, y sin embargo, ha hecho más fortuna que esos tres idiomas, porque tuvo más comunicación que ellos y porque ha producido más libros agradables que los tres juntos; consiguió tanto éxito como los cocineros de Francia, porque supo halagar al gusto general.

El mismo espíritu que impulsó a las naciones a imitar a Francia en amueblar las casas, en distribuir los departamentos, en imitar sus jardines, sus bailes y todo aquello que requiere gracia, les arrastró también a imitar su lengua. El gran arte de los buenos escritores franceses lo deben precisamente a las mujeres de su nación, que se visten mejor que las demás mujeres de Europa, y que sin ser más hermosas parece que lo sean, por el arte que despliegan en sus tocados y en sus adornos.

Por la fuerza de la civilización consiguió la lengua francesa que desaparecieran las huellas de su antigua barbarie; cuando se suavizaron las costumbres se suavizó también la lengua, que era agreste como los franceses antiguos, antes que Francisco I reuniera a las mujeres en su corte. Equivalía a hablar el antiguo celta el hablar francés de los tiempos de Carlos VIII y de Luis XII: el idioma alemán no era tan duro. Para conseguir la buena estructura que hoy tiene la lengua francesa, fue preciso que transcurrieran siglos, y las imperfecciones que aun hoy le quedan serían intolerables sin el cuidado que ponemos continuamente para evitarlas, como el hábil jinete evita los guijarros que interceptan su camino.

Todo conspira a corromper las lenguas que están bastante extendidas; los autores que estropean el estilo con la afectación; los que escriben en países extranjeros, y que mezclan casi siempre frases extranjeras en su idioma nativo, y los negociantes que introducen en las conversaciones su fraseología de mostrador. De que las lenguas sean imperfectas no se debe deducir que deben corregirse; es preciso absolutamente atenerse al modo de hablar y de escribir los buenos autores, y cuando llega a reunirse número suficiente de autores que puedan tomarse por modelo, queda fijada la lengua. Por eso nada se puede cambiar de los idiomas italiano, español, inglés y francés sin corromperlos, y la razón está al alcance de todos: la razón consiste en que si se cambiaran dichos idiomas resultarían ininteligibles los libros que sirven de instrucción y de recreo a todas las naciones.

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