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Torre de Babel Ediciones

Pitágoras -biografía- Diccionario Enciclopédico Hispano-Americano

PITÁGORAS, filósofo y matemático griego (biografía)

Índice

PITÁGORAS

Biografía. Célebre filósofo griego. Nació en Samos, isla del Mar Egeo, en el año de 569 antes de J. C. Murió en el de 470 antes de la era vulgar. Según afirman algunos, fue Delos la patria del gran filósofo.

Tres son las principales vidas del gran maestro que han servido de base a sus biografías. La de Diógenes Laercio, en que se hilvanan todas las tradiciones y afirmaciones gratuitas de antiguos escritores no muy verídicos, es una compilación anecdótica donde no podemos distinguir con claridad lo que pertenece al campo de la Historia de lo puramente legendario y fantástico. Porfirio y Jámblico, los otros dos biógrafos, pertenecen a la época Alejandrina, época en que la aspiración general de artistas y filósofos era fundir lo antiguo con lo nuevo, y el pensamiento de Pitágoras servía admirablemente para armonizar la idea cristiana con la cultura antigua.

El elemento maravilloso palpita aún con más energía en las historias de Porfirio y Jámblico, y por esta razón la crítica moderna prefiere en sus investigaciones la biografía de Diógenes Laercio. Sin embargo, es necesario no perder de vista que tanto Diógenes como Porfirio y Jámblico son muy posteriores a Pitágoras, y no sólo ellos, sino también las fuentes a que acuden; así es que la crítica examina con gran detenimiento sus escritos a fin de escoger sólo lo que más concuerda con lo propio y característico de la naturaleza y sociedad humana en la época en que vivió Pitágoras, y con las monografías de las ciudades del Golfo Tarentino.

No hay tampoco gran copia de datos y noticias en lo que se refiere, no ya a la vida, sino a la doctrina de Pitágoras. Aquí, antes de hablar de sus doctrinas, se hará el resumen de su vida.

Hay diversidad de opiniones sobre la raza a que Pitágoras perteneció: a pesar de nacer en tierras pobladas por jonios, se indica la posibilidad de que sus antecesores pasaran a habitar en aquellas islas desde los países dorios. Su nacimiento está rodeado de prodigios; su vista penetra las tinieblas del porvenir y del pasado, como ser divino que había tomado forma humana pura regir la vida de los mortales. Pero todo esto, y más aún, vale muy poco: a través de la leyenda y de la fábula, es preciso hallar lo que fue Pitágoras en su vida como hombre y en su ciencia y doctrina como filósofo, haciendo caso omiso de todo aquello que revista caracteres extraordinarios.

La educación de Pitágoras fue la propia de todo griego de su época; cultivábase el cuerpo y el espíritu, y así el hombre se formaba física e intelectualmente. Su padre Mnesario (tirio, tirreno o de Lemnos, según diversas opiniones), era grabador o comerciante en metales y piedras preciosas, o tal vez ambas cosas, industria que, procurándole una vida desahogada, contribuyó a la mejor educación del hijo. Los maestros más afamados dirigieron los primeros pasos de Pitágoras, por quien los principios de la escuela jónica llegaron a ser conocidos muy a fondo.

Como a todos los filósofos antiguos, atribúyenle sus biógrafos innumerables y remotos viajes a Egipto y comarcas orientales. Si Cambises lo hizo o no prisionero, si con este motivo visitó los principales centros de cultura del Asia Menor y conoció las doctrinas de Zoroastro, todo ello es muy inseguro y da motivo a afirmaciones completamente contradictorias, pues mientras unos se inclinan a admitir la posibilidad, cuando menos, de estos hechos, otros niegan de un modo absoluto toda relación de la filosofía itálica con la filosofía oriental.

 Samos era una de las islas más comerciales de la antigüedad; el comercio era también la profesión de la familia de Pitágoras, y esto lleva a suponer un contacto frecuente con las ciudades del litoral de Asia Menor y Egipto; se consideraban, además, los viajes en aquellas edades como uno de los más eficaces medios de educación, y así lo dice y establece como precepto la misma escuela pitagórica.

Dato verídico que nos permita afirmar rotundamente que Pitágoras viajó no lo hay, y mucho menos para decir cuáles fueron esos viajes; pero dadas las anteriores indicaciones, no es muy aventurado conceder algún crédito a las tradiciones conservadas por los biógrafos del filósofo de Samos. Créese que Pitágoras permaneció largos años en su país, que adquirió gran celebridad en Samos e islas contiguas, y que motivos políticos le obligaron a abandonar su patria. Desde las costas del Asia Menor, aqueos, dorios y jonios habían ido a establecerse en las tierras meridionales de Italia, donde fundaron un gran número de colonias, y una de las cuales fue la segunda patria de Pitágoras.

De cuarenta a cincuenta años de edad contaba el filósofo cuando desembarcó en Crotona, ciudad situada en el Golfo de Tarento, importantísima hasta el punto de obscurecer, según escritores alejandrinos, a las más notables del Oriente, y emporio de la civilización y del comercio en el Mar Mediterráneo. La influencia de Pitágoras dejóse sentir desde el momento en que pisó aquellas playas, y fue debida principalmente a la palabra. Sus elocuentes discursos atraían a miles de crotoniatas, a quienes predicaba el abandono de los vicios y la necesidad de que en todas las acciones humanas dominara una regla moral. El hombre debía procurar ante todo ser hombre, y después ser semejante a Dios; llegar, en suma, a la mayor perfección posible. Así se explica cómo la sola presencia de Pitágoras determinó en poco tiempo grandes mudanzas en las costumbres de los habitantes de Crotona.

En Grecia la Moral y la Política eran dos esferas tan concéntricas que casi se confundían; de cada regla moral brotaba una Constitución política. Y ¿qué cambios políticos causaron en Crotona las doctrinas morales de Pitágoras? Noticia histórica que plenamente satisfaga esta pregunta no tenemos; pero las luchas, vicisitudes y trágico fin de la escuela proporcionan algunos datos para el conocimiento del ideal político de Pitágoras

La Constitución de Crotona era democrática; el pueblo elegía los magistrados y les pedía cuenta de sus actos al cesar en las funciones de gobierno. Llegó Pitágoras a Crotona, y al poco tiempo el gobierno de la ciudad se convirtió en aristocrático, porque siendo la Moral y la Ciencia el camino de la perfección humana era preciso respetar la autoridad científica y moral de los aristoi, los mejores, los más perfectos. La antigua democracia fue ahogada por este socialismo aristocrático. Para lograr tales fines acudió Pitágoras a medios legítimos e ilegítimos. Por ilegitimo entendemos todo aquello que tiende a sublimar, a divinizar la personalidad del maestro; así Pitágoras desaparecía y aparecía misteriosamente en Crotona, dominaba las leyes de la naturaleza y nada había para él imposible; penetraba los arcanos del porvenir, y cuando todos le creían muerto presentábase de nuevo y volvía a tomar la dirección política, moral y científica de los crotoniatas.

De los medios legítimos que empleó, el más decisivo fue la institución de la secta o colegio pitagórico, asociación formada por sus más entusiastas discípulos, que abandonaban los bienes en provecho de todos, estableciendo un régimen de comunidad material y espiritual, donde el pensamiento individual quedaba completamente anulado, sin que hubiera otro móvil, principio, regla ni propósito que la palabra del maestro: algo semejante a lo que después habían de ser los monasterios y sociedades secretas. Por estos medios, no sólo llegó Pitágoras a apoderarse de la vida entera de Crotona, sino que su influencia sintióse, y no poco, en las más importantes ciudades de la Italia meridional y en la misma Roma. En Grecia, en la época de mayor florecimiento de las escuelas de Sócrates, en tiempos de Platón y de Aristóteles, todavía era visible el inmenso predominio que esos conventos pitagóricos habían ejercido en el desenvolvimiento moral e intelectual do las razas griegas.

De 536 a 510 la influencia pitagórica fue la única en Italia. Sin embargo, el partido democrático no se avenía con la nueva forma de gobierno, y en la vecina ciudad de Sibaris pudo vencer a los aristócratas o pitagóricos, que buscaron refugio en Crotona. El partido triunfante en Sibaris pidió la extradición de los fugitivos; los magistrados de Crotona, a instancias de Pitágoras, rechazaron la exigencia, y la guerra se declaró entre ambas ciudades. Y cuando Sibaris había sido vencida y destruida por los crotoniatas, cuando parecía que la victoria iba a dar mayor vida y estabilidad al gobierno pitagórico, la democracia, acaudillada por Cilón, desafió otra vez, y dentro de los muros mismos de Crotona, a los sectarios de Pitágoras.

Era este Cilón un ciudadano de carácter ambicioso e inquieto, que había pretendido ingresar en el orden pitagórico; mas Pitágoras, que con tan escrupulosa atención examinaba hasta los rasgos fisonómicos de los que aspiraban a conocer los secretos de su doctrina, negóse a los deseos de Cilón, y de aquí la enemistad del que pronto se hizo alma y jefe de la democracia.

Paso a paso los populares aumentaron sus conquista políticas; lograron que la Asamblea fuera formada por individuos representantes de todas las clases sociales; consiguieron que los magistrados dieran cuenta al pueblo de sus actos, y llegó el momento en que pidieron ya desembozadamente la vuelta al antiguo régimen. Dícese que entonces el pueblo rodeó el local donde se hallaba el Orden, lo incendió y dio muerte a Pitágoras y a la mayor parte de sus discípulos; creen otros que el maestro pudo huir a Metaponte y que allí se dejó morir de hambre, y hay también quien supone que permaneció en Crotona, donde dicen que murió tranquilamente de 505 a 500 a. de J.C, y no en la fecha arriba citada.

¿Escribió Pitágoras? Casi todos los biógrafos le atribuyen varias obras, y citan hasta 16, entre ellas los famosos versos de oro. La crítica, sin negar absolutamente, sostiene hoy que no existen fragmentos pitagóricos, y que los así llamados, ni por las condiciones del lenguaje ni por las fuentes a que se refieren puede afirmarse que sean de Pitágoras. Los Aurea carmina son, a lo más, de alguno de sus discípulos inmediatos, y con interpolaciones hechas en las épocas alejandrina y cristiana.

Es necesario también no olvidar que los filósofos griegos en este primer período miraban con soberano desdén la palabra escrita; veían en ella algo atentatorio a la libertad del pensamiento, y todo el éxito de sus doctrinas lo fiaban a la palabra hablada. La palabra escrita era para ellos un cadáver, y así, en armonía con las ideas de su tiempo, nada tendría de extraño que Pitágoras hubiera renunciado a dar permanencia a sus doctrinas por medio de la escritura. Y entonces, ¿a qué fuentes acudir para el estudio del pitagorismo? Si las hay, escasas han de ser, porque era condición esencial de la escuela la incomunicabilidad del pensamiento, y no podían darse al público sin infringir el precepto.

Se sabe que Aristóteles escribió varios libros sobre el pitagorismo; pero estos libros no han llegado hasta nosotros, y hoy todas las fuentes antiguas para el conocimiento de tan importante escuela filosófica se reducen a los extractos de Stobeo, que ha conservado los fragmentos de Arquitas, los de Filolao y varias máximas morales; a las citas de Sexto Empírico, a las referencias contenidas en la Física, en la Meteorología y en el Tratado del Cielo de Aristóteles; a las indicaciones más completas que el mismo autor hace en los libros I y XIII de su Metafísica, y finalmente a citas aisladas y datos esparcidos en las obras de los principales escritores antiguos. Ninguno de los citados fue discípulo directo de Pitágoras, y en Arquitas, uno de los más próximos al tiempo en que floreció el filósofo de Crotona, se ve clara y palpable la influencia socrática, de donde resulta que lo enseñado como doctrina de Pitágoras tal vez no sea más que una evolución o transformación del verdadero pitagorismo.

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