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Torre de Babel Ediciones

Ortega y Gasset – Filosofía Contemporánea – Filosofía española – Raciovitalismo – Categorías del vivir

HISTORIA DE LA FILOSOFÍA – VOCABULARIO FILOSÓFICO

ORTEGA Y GASSET

EjerciciosTextosResumen mínimo de su pensamiento

Introducción al pensamiento de Ortega y Gasset – Influencias y repercusiones

Conceptos fundamentales explicados

image  París – 1938

Categorías del vivir

O atributos del vivir. Componentes que siempre y necesariamente están presentes en la vida; son los ingredientes comunes a toda vida.

Ortega considera que el hombre no tiene una naturaleza fija; sin embargo cree posible establecer una serie de rasgos que van más allá de la individualidad o particularidad de cada vida concreta, rasgos universales que describe en muchos de sus escritos, aunque con mayor precisión en dos obras principales, «¿Qué es filosofía?» y «Unas lecciones de metafísica». De estas obras podemos extraer las siguientes características de la vida:

1. Vivir es saberse y comprenderse. «Todo vivir es vivirse, sentirse vivir, saberseexistiendo». La vida es un encontrarse, un enterarse de sí. Los objetos físicos no se sienten ni saben de su ser, no son para sí mismos, nosotros sí. Aunque, naturalmente, no hay que identificar este saberse característico del vivir con el saber que encontramos en la ciencia, con el saber intelectual. El «saber» característico de la vida es el que corresponde a una presencia, a una conciencia inmediata de lo que estamos viviendo, de lo que estamos haciendo o padeciendo o queriendo, es un enterarse. Nuestra vida no sería nada si no nos diésemos cuenta de ello, «sin ese saberse, sin ese darse cuenta el dolor de muelas no nos dolería». Y este saber no es sólo de nosotros mismos sino, como corresponde a la tesis orteguiana del carácter inseparable del yo y el mundo o circunstancia, es también un enterarse del mundo en derredor, es un advertirse y un advertir lo que nos rodea: «me doy cuenta de mí en el mundo, de mí y del mundo». Un aspecto de este consustancial saberse de la vida es el apetito de verdad que acompaña siempre al ser humano. Sin hombre no hay verdad, pero sin verdad no hay hombre. Ortega define al hombre como el ser que necesita absolutamente de la verdad, y en «El tema de nuestro tiempo» como un «devorador de verdades»:  “zoológicamente habría, pues, que clasificar al hombre, más que como carnívoro, como verdávoro». Esta tesis separa el «vitalismo» de Ortega del que encontramos en Nietzsche. Para este último filósofo la conciencia de sí, el ser consciente, el saberse, es un atributo accidental y superfluo de la vida, pues en su nivel más básico la vida es esencialmente inconsciente e instintiva.

2. La vida es nuestra vida. Este atributo es consecuencia del anterior.  «Al percibirnos y sentirnos tomamos posesión de nosotros. Esta presencia de mi vida ante mí me da posesión de ella, la hace mía». Para ilustrar esta tesis pone el ejemplo del demente: esta presencia característica del vivir le falta al demente, la vida del loco no es suya y «en rigor no es ya vida». El loco, por no saberse a sí mismo, está enajenado, alienado, no se pertenece. Que sea nuestra quiere decir también que es intransferible, que nadie la puede vivir por mí, que «en el fondo» yo me encuentro solo ante la vida pues todo lo que yo hago, incluso lo que no hago, parte de mi yo como de su centro primordial.

3. Vivir es encontrarse en el mundo. «Vivir es hallarse frente al mundo, con el mundo, dentro del mundo». El mundo no es algo exterior a nuestra vida, forma parte de ella como uno de sus ingredientes, igual que forma parte de ella nuestro yo. Ortega encuentra varias razones para señalar la imposibilidad de separar los dos polos de nuestra vida, el mundo y nuestro yo. Una de ellas es el hecho de que el mundo nos es tan primordial que incluso nos damos cuenta antes de él que de nosotros mismos. Otra razón no menos importante es que todo vivir «es ocuparse con lo otro que no es uno mismo, todo vivir es convivir con una circunstancia». Nuestra vida consiste en que nos ocupamos de las cosas, de ahí que nuestra vida dependa tanto de lo que sea nuestra persona como de lo que sea nuestro mundo. Esta dimensión del vivir como estar fuera de sí, un estar en lo otro y hacia lo otro, se muestra claramente en el deseo, «la función vital que mejor simboliza la esencia de todas las demás, una constante movilización de nuestro ser hacia más allá de él: sagitario infatigable, nos dispara sin descanso sobre blancos incitantes.» («El tema de nuestro tiempo», III). El mundo presente en nuestra vida no es sólo el mundo descrito por las ciencias. El mundo presente en nuestra vida es el mundo físico, pero también el mundo de los valores, es un mundo agradable o desagradable, terrible y benévolo, es el mundo poblado de las cosas que nos afectan «nos interesan, nos acarician, nos amenazan y nos atormentan»; «mundo es sensu estricto lo que nos afecta». Pero del mismo modo que no es posible entender el yo sin el mundo o circunstancia, tampoco es posible entender el mundo sin el yo, puesto que el mundo, el mundo de cada uno, el único mundo real, se compone sólo de aquello que afecta a cada cual, y esto es posible porque cada cual está predispuesto por su sensibilidad y personalidad para atender a él y ser afectado por él. El mundo es inseparable de nosotros. Ortega insiste en la inseparabilidad de estas dos dimensiones de la vida  «y por lo tanto de la realidad», tesis que considera precisamente una de las grandes aportaciones de su filosofía y la superación de la filosofía antigua y moderna.

4. La vida es fatalidad. Ortega no defiende el determinismo, pero tampoco cree que nuestra libertad sea absoluta. El mundo en que vivimos, nuestra circunstancia, no es algo que podamos elegir. No hemos decidido el momento histórico, ni la cultura o sociedad que nos ha tocado vivir, ni nuestro cuerpo ni nuestra psicología, no hemos decidido el mundo o circunstancia en el que se desenvuelve nuestra vida. Además, dice Ortega, la vida es siempre imprevista, al menos en sus líneas radicales. Disponemos de un cierto margen de posibilidades y podemos tener ciertas seguridades respecto de lo que nos puede sobrevenir, pero no nos cabe elegir el marco básico de nuestro mundo. Las posibilidades de mi vida están marcadas por mi circunstancia. La vida se encuentra siempre en circunstancias; no se vive en un mundo abstracto, indeterminado; el mundo vital es siempre este mundo, el de nuestro aquí y ahora. La circunstancia, en este sentido, es algo determinado, cerrado. Pero Ortega está muy lejos de defender el determinismo, al contrario, es precisamente este hecho lo que hará posible la libertad: podemos actuar porque no tenemos en nuestra mano un número infinito de posibilidades, esto sería la pura indetermi­nación, y en un mundo en donde todo fuese posible no cabría decidirse por nada.

5. La vida es libertad. La fatalidad en la que se desenvuelve nuestra vida no es tan extrema como para determinar absolutamente la conducta que vamos a seguir. No sentimos que nuestra vida esté prefijada, incluso vemos lo que nos va a pasar como una posibilidad entre tantas, de ahí que necesariamente tengamos que elegir y decidir, y además sin que nadie lo pueda hacer por nosotros. La vida no nos viene ya hecha, es un constante decidir lo que vamos a ser, las cosas que hacemos, nuestras ocupaciones. No podemos escoger el mundo, la circunstancia básica en la que nos ha tocado vivir, pero, a la vez, esta circunstancia nos ofrece un margen de posibilidades: «vida es la libertad en la fatalidad y la fatalidad en la libertad». Tenemos que decidir lo que vamos a ser, la vida es «sostenerse en el propio ser». La vida es un problema que nadie, excepto nosotros, puede resolver. Y este tener que elegir y ser responsables de lo que nos va a pasar no se da sólo en casos extremos, en las situaciones conflictivas o apuradas, se da siempre. Como consecuencia del encontrarse en la vida sin remedio y sin remedio tener que elegir, Ortega subraya el carácter dramático del vivir, empleando expresiones que más adelante estarán presentes en el existencialismo de Sartre: en «¿Qué es filosofía?» nos ofrece una metáfora de la vida humana que anticipa perfectamente la idea sartriana de nuestra existencia como estando arrojada al ser: nuestra presencia en la vida se parece a lo que le pasaría a una persona que estando dormida se le traslada al escenario de un teatro, ante unos espectadores, se le despierta y se le dice «y ahora ¡actúe!»; tiene que inventarse el papel, igual que nosotros tenemos que inventarnos nuestra vida, sin ningún guión ya preestablecido. Nos encontramos con nuestra vida, no nos la hemos dado. «Pero la vida en su totalidad y en cada uno de sus instantes tiene algo de pistoletazo que nos es disparado a quemarropa», «la vida nos es dada, mejor dicho, nos es arrojada o somos arrojados a ella». En la creación de nuestra vida tampoco podemos elegir cualquier proyecto, debemos elegir aquél que corresponda a nuestro más profundo ser, y, por tanto, a nuestro destino; así, la vida es libertad pero, además, debe ser autenticidad

6. La vida es futurición. Nuestra situación, dice Ortega, es paradójica: nuestro ser consiste no en lo que es sino en lo que va a ser, por tanto en lo que aún no es. Dado que nuestra vida consiste en decidir lo que vamos a ser, debemos situar en la raíz de nuestra vida un atributo temporal: el futuro. «Nuestra vida es ante todo toparse con el futuro. No es el presente o el pasado lo primero que vivimos, no; la vida es una actividad que se ejecuta hacia adelante, y el presente o el pasado se descubre después, en relación con ese futuro. La vida es futurición, es lo que aún no es». En la lección 11 de «¿Qué es filosofía?», Ortega distingue dos tipos de tiempo, el tiempo de las cosas o tiempo cósmico y el tiempo de la vida. El tiempo cósmico es solamente el presente puesto que el futuro todavía no es y el pasado ya no es. Frente a este tiempo el tiempo del viviente es el futuro. Es cierto que nuestra vida está anclada en el presente, pero nuestro presente es peculiar, pues es un ser en el presente que apunta al futuro, es un proyecto de futuro. Ortega da tanta importancia a esta dimensión del tiempo que llega a considerar incluso que sólo a partir de ella cobra sentido el pasado y el presente; para ilustrar este punto pone el ejemplo del hablar: cuando hablamos lo que decimos está en el presente, pero este presente está determinado por lo que vamos a decir, y para decirlo debemos emplear las palabras que nos proporciona nuestro pasado. «Mi futuro, pues, me hace descubrir mi pasado, para realizarse. El pasado es ahora real porque lo revivo, y cuando encuentro en mi pasado los medios para realizar mi futuro es cuando descubro mi presente. Y todo esto acontece en un instante; en cada instante la vida se dilata en las tres dimensiones del tiempo real interior». Como consecuencia de la importancia que en la vida tiene este aspecto de la temporalidad, Ortega sitúa la dimensión apetitiva y desiderativa de nuestro yo por encima de la cognoscitiva: primero apetecemos, deseamos, tenemos ilusiones, y es el conjunto de nuestros afanes lo que determina o dirige nuestra atención, lo que determina lo que vemos o conocemos: «el corazón, máquina incansable de preferir y desdeñar, es el soporte de nuestra personalidad».

Ver vida. 

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TEXTOS DE ORTEGA Y GASSET

Ortega nos presenta brevemente en el siguiente texto la idea de los atributos o categorías de la vida y el «darse cuenta» como unos de los primeros rasgos distintivos del vivir humano.

 Nuestro método va a consistir en ir notanto uno tras otro los atributos de nuestra vida en orden tal que de los más externos avancemos hacia los más internos, que de la periferia del vivir nos contraigamos a su centro palpitante. Hallaremos, pues, sucesivamente una serie introgrediente de definiciones de la vida, cada una de las cuales conserva y ahonda las antecedentes.
Y, así, lo primero que hallamos es esto:
Vivir es lo que hacemos y nos pasa―desde pensar o soñar o conmovernos hasta jugar a la Bolsa o ganar batallas. Pero, bien entendido, nada de lo que hacemos sería nuestra vida si no nos diésemos cuenta de ello. Este es el primer atributo decisivo con que topamos: vivir es esa realidad extraña, única, que tiene el privilegio de existir para sí misma. Todo vivir es vivirse, sentirse vivir, saberse existiendo―
donde saber no implica conocimiento intelectual ni sabiduría especial ninguna, sino que es esa sorprendente presencia que su vida tiene para cada cual: sin ese saberse, sin ese darse cuenta el dolor de muelas no nos dolería.

José Ortega y Gasset, ¿Qué es filosofía? Lección X
Obras Completas,  vol. VII, Alianza Editorial)

© Javier Echegoyen Olleta
Edición en papel:
Historia de la Filosofía. Volumen 3: Filosofía Contemporánea. Editorial Edinumen.
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