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Torre de Babel Ediciones

Santo Tomás – Resumen de su pensamiento – HISTORIA DE LA FILOSOFÍA

HISTORIA DE LA FILOSOFÍA- VOCABULARIO FILOSÓFICO

SANTO TOMÁS – Conceptos fundamentales explicados

SANTO TOMÁS(c. 1225-1274)

Resumen de su pensamiento

(si quieres lo esencial de su filosofía: mini-resumen Santo Tomás)

 
INTRODUCCIÓN

I. EL PROBLEMA DE LA RELACIÓN FE Y RAZÓN

II. LA EXISTENCIA DE DIOS

I.1. El problema de su demostración

I.2. Las cinco vías

III. La esencia de dios 

IV. LA CONCEPCIÓN DEL HOMBRE

IV.1. La estructura de la realidad creada

IV.2. El hombre, imagen de Dios

IV.3. El hombre hacia Dios

a) Dios como objeto último del conocimiento

b) Dios como objeto último de la voluntad

c) El hombre hacia Dios por la conducta social. La ley

INTRODUCCION

Los textos sagrados, el enfrentamiento entre distintas interpretaciones de dichos textos, la influencia del neoplatonismo y el estoicismo y el diálogo polémico con la filosofía clásica han sido los elementos que han dado lugar al cristianismo como explicación del mundo. El cristianismo es antes que nada una doctrina de salvación, es decir, un conjunto de ideas acerca de la realidad y un conjunto de preceptos cuyo cumplimiento permite al fiel la vida y felicidad tras su estancia en este mundo. Pero hay elementos comunes en la filosofía y en la religión: la filosofía intenta dar una solución racional a los grandes problemas del hombre; la religión, por su parte, quiere presentar su propia solución a estos problemas pero usa privilegiadamente la fe. Es verdad que la religión -en este caso, el cristianismo- no es filosofía, pero algunos de los elementos más importantes que usa en su propuesta de salvación han sido objeto tradicional de la filosofía, por lo que no es extraño que los creyentes hayan  usado esta disciplina como fundamento de algunas de sus creencias.

Una de las preocupaciones más importantes del pensamiento medieval fue la relación entre la teología y la filosofía, entre la fe y la razón. El problema es discernir cuál es la relación entre el conocimiento sobrenatural del hombre, alcanzado por revelación, y el conocimiento natural, logrado a través del intelecto y los sentidos. Así, la razón y la fe pueden representar dos fuentes distintas de conocimiento que pueden ser compatibles o incompatibles entre sí.

I. EL PROBLEMA DE LA RELACION FE Y RAZON

Dicho problema llega en Sto Tomás a su punto culminante y, para muchos, a su solución. La distinción filosofía/teología descansa en la separación entre orden natural y sobrenatural. Son dos órdenes distintos, pero no opuestos ni contradictorios sino complementarios: el orden de conocimiento natural procede de la razón humana, da lugar la filosofía y posee leyes y métodos propios, con valor demostrativo. Por su parte el orden sobrenatural procede de la revelación y de la fe y es un conocimiento oscuro por naturaleza («creer es un acto del entendimiento que asiente a la verdad divina por imperio de la voluntad movida por Dios mediante la gracia«); algunas de sus verdades están al alcance de la razón, y otras la exceden. Ambos conocimientos provienen, en último término, de Dios, por lo que entre ellos no puede haber contradicción. De esta forma, Sto Tomás rechazará la teoría  averroísta de la doble verdad

Entre las dos esferas de conocimiento cabe incluso la colaboración: la revelación puede servir a la razón como orientadora (para preservarla de errores y  para indicarle el término a que debe llegar). Por su parte, la  razón puede servir a la fe para aclarar, explicar y defender los misterios de la revelación. Esta colaboración  da por resultado la teología. Algunas creencias nunca podrán ser demostradas por la razón (la trinidad y la eucaristía, p. ej.) y otras sí, como los preámbulos de la fe (la existencia de Dios y la inmortalidad del alma, p. ej.). Pero a pesar de ese solapamiento que se produce en algunos puntos entre la teología y la filosofía (existencia de Dios, por ejemplo), creerá Sto. Tomás en la necesidad de la fe pues no todo hombre puede llegar a la verdad por la razón, bien por falta de tiempo, bien por falta de capacidad; además, la fe debe guiar a la razón para evitar el error. Habrá que distinguir pues dos tipos de teologías:  la teología racional o natural: su objeto es Dios y llega a él desde una perspectiva puramente racional; se llama natural por tener su fundamento en las capacidades que dependen de la naturaleza humana: las facultades intelectuales; y la teología cristiana o sobrenatural: su fundamento es la doctrina revelada y la fe, pero usa también de la razón para conseguir  un orden científico y como arma dialéctica.

II. LA EXISTENCIA DE DIOS

II.1.El problema de su demostración  Podríamos pensar que si bien Dios no es perceptible por los sentidos puede ser perceptible directamente, sin embargo, por la razón. Ejemplos de conocimiento de este tipo son «los hombres son animales racionales» o «los triángulos tienen tres lados»; a estas proposiciones las denomina Sto Tomás evidentes en sí mismas; ello quiere decir que en la esencia de los objetos en cuestión se encuentra la propiedad referida en la proposición (que el predicado se incluye en el sujeto). Los ejemplos anteriores son, además, evidentes para nosotros pues los vemos como verdaderos con solo comprender el concepto sujeto. Si la existencia de Dios fuese una característica esencial, si se incluyese en su esencia, entonces podríamos suponer que la proposición «Dios existe» puede ser mostrada como verdadera con la mera comprensión del término «Dios»; algunos filósofos (S. Anselmo y Descartes) creerán que se puede mostrar la existencia de Dios basándose en ese supuesto (ese es el «argumento ontológico«). Sto Tomás mantendrá, por el contrario, que no cabe una argumentación de ese género porque la esencia de Dios no nos es dada con la misma claridad que por ejemplo, la esencia del triángulo. Ello quiere decir que la proposición «Dios existe» no es evidente para nosotros, aunque sea evidente en sí misma (pues es verdad que la existencia se incluye en la esencia de Dios).

II.2. Las cinco vías. A pesar de ello, Sto. Tomás afirmará que es posible la demostración de la existencia de Dios. La argumentación meramente racional no es la adecuada pues no es acorde a las facultades humanas; debemos llegar a Dios a partir de lo más conocido para nosotros, es decir, la experiencia sensible. Las pruebas de Tomás de Aquino (las cinco vías) son demostraciones a posteriori: parten de los efectos de la actuación de Dios en el mundo para remontarse a El como causa última. Es verdad que no nos permitirán un exhaustivo conocimiento de su esencia ─imposible dada la limitación de nuestra naturaleza─ pero sí suficiente como para mantener racionalmente su existencia. Tienen antecedentes en otros filósofos, especialmente Aristóteles y Platón, y todas presentan un esquema argumentativo similar: el punto de partida es un dato real de experiencia, fijándose en distintos aspectos de la realidad del mundo físico; en un segundo momento, introducen un principio metafísico (nada puede ser causa de sí mismo, lo perfecto no puede tener su origen en algo menos perfecto…); en el tercer momento coinciden en la afirmación de que en una serie causal concatenada no se puede proceder indefinidamente sino que es necesario detenerse en un término; y concluyen en la necesidad de la existencia de un ser supremo trascendente

La primera vía parte de la observación de la existencia de movimiento y termina afirmando la existencia de Dios como Motor Inmóvil; la segunda parte de la existencia de causas en el mundo y concluye en la existencia de una Causa Incausada; la cuarta de la existencia de diferencias en la perfección de los seres del mundo y termina proponiendo la existencia de un ser perfectísimo. Pero las más interesantes son la tercera y la quinta. La Tercera Vía comienza destacando uno de los rasgos más importantes de todos los objetos finitos, la radical insuficiencia de su ser, la contingencia: todos los seres existen pero podrían no existir, tienen los rasgos que tienen pero podrían no tenerlos. Si existen y podrían no existir es pensable un tiempo en el que no existían; y si nada más que ellos existiera en la realidad, ahora nada tendría que existir. Como, obviamente, este no es el caso, es preciso suponer que junto con los seres contingentes exista un ser necesario, un ser que tenga la razón de su existencia en sí mismo y no en otro, y ese ser es Dios. La Quinta Vía parte de la existencia de orden en el mundo natural y de la necesidad de que exista siempre una inteligencia que dirija el comportamiento de aquellos seres que tienen conducta final, conducta ordenada a un propósito. Es el caso de que los seres naturales no disponen de inteligencia, luego han tenido que ser creados por otro ser que les haya dado su disposición al comportamiento más adecuado para alcanzar los fines que les son propios. En conclusión, debe existir una Inteligencia Ordenadora a la que cabe llamar Dios.

III. La esencia de dios

Uno de los principales retos a los que se enfrenta Santo Tomás en este tema es el de defender la posibilidad del conocimiento de Dios sin que se rebaje la calidad de su ser. Es preciso mantener una posición equilibrada que nos aleje de dos extremos: afirmar la posibilidad del conocimiento de Dios pero a costa de aproximar demasiado su ser a las cosas del mundo (con el peligro de su antropomorfización); en el otro extremo tendríamos la preocupación radical de separar a Dios del mundo y con ello la tentación de negar la posibilidad de su conocimiento, defendiendo únicamente un conocimiento negativo de su ser o la posibilidad de acceso arracional (por la mística, por ejemplo). Santo Tomás empleará varios recursos para mantener una cierta equidistancia entre estas posiciones extremas: la afirmación: afirmaremos de Dios únicamente aquellas propiedades puras que no traen consigo imperfección alguna; la negación: obtenemos un concepto negativo de Dios negando de Dios las propiedades de las criaturas que implican imperfección: Dios es inmóvil, acto puro, inmutable, simple;  la eminencia diremos que Dios posee de forma infinita las perfecciones que encontramos en las criaturas: bondad, inteligencia, voluntad. Por su parte, la analogía nos recuerda que las palabras empleadas para pensar a Dios no tienen exactamente el mismo significado que poseen cuando las empleamos para referirnos a las cosas finitas (no tienen un significado unívoco), pero tampoco equívoco, sino analógico, en parte igual y en parte distinto.

Las cinco vías nos suministran otros tantos predicados de Dios: Motor inmóvil, Causa incausada, Ser necesario y perfectísimo, Inteligencia suprema. El constitutivo formal es el atributo fundamental que, según nuestro modo de conocer, es el primero ontológicamente y del que se derivan todos los demás. El constitutivo formal de Dios es el mismo ser subsistente: en Él la esencia se identifica con la existencia. Esta propiedad es la raíz de todas las demás perfecciones y aquello por lo cual su esencia se distingue de los seres creados, en todos los cuales la esencia es distinta de la existencia. Los atributos divinos o perfecciones de Dios dimanan del constitutivo formal y pueden ser entitativos u operativos. Los atributos entitativos de Dios se refieren a su ser; unos se derivan inmediatamente del constitutivo formal de Dios (simplicidad, perfección, infinidad,  inmutabilidad y unidad) y otros mediatamente (bondad, inmensidad, omnipresencia y eternidad); todos ellos hacen de Dios un ser trascendente al mundo, completamente distinto a todos los seres creados, y superior a todos ellos. Los atributos operativos de Dios se refieren a su obrar y pueden ser de dos clases:   operaciones inmanentes (internas): entender y querer, y operaciones transitivas (externas): poder. Como el entender y el querer son operaciones vitales, también la vida divina es uno de los atributos operativos. Por otra parte, Dios está dotado de voluntad y es libre. Los efectos de la voluntad divina son el amor y el gozo, y sus virtudes la  justicia, la misericordia y la liberalidad. La potencia activa de Dios se manifiesta de tres maneras fundamentales: la creación, la conservación y la gobernación (providencia).

IV. LA CONCEPCION DEL HOMBRE

IV.1. La estructura de la realidad creada

El Aquinate parte de la contingencia de todo ser finito. Las cosas no se han dado a sí mismas su propio ser, ni su existencia ni su esencia, y éste es precisamente el fundamento metafísico que explica la necesidad de afirmar la existencia de Dios: la indigencia radical de todo ser finito exige un ser que sea fundamento de sí mismo y de todo lo real, Dios. Todas las criaturas tienen una composición metafísica de esencia y existencia (son contingentes, limitadas) frente al único ser necesario e infinito, Dios, que es la causa de su existencia. Y es causa del mundo en un sentido absoluto (Dios crea de la nada) y no, como era al caso de las explicaciones griegas, a base de alguna realidad preexistente (al estilo del Demiurgo de Platón). Partiendo de Dios, Sto Tomás nos ofrece una visión de la realidad creada en forma jerárquica y piramidal. Los seres creados son seres compuestos, estructurados. Para referirse a dichos seres se sirve de conceptos aristotélicos: acto y potencia, sustancia y accidentes, materia y forma, añadiendo la original distinción esencia/existencia (composición metafísica responsable de su contingencia). La jerarquización de los seres vendrá dada por su mayor o menor simplicidad, por su mayor cercanía al puro existir de Dios. En la cúspide de la creación están los ángeles (compuestos de esencia y existencia), después los hombres (con un alma que es su forma sustancial, unida a una materia). Las sustancias del mundo corpóreo están compuestas de materia y forma. El hombre es el punto de intersección entre lo meramente corporal y lo espiritual. La «forma» que es el alma humana, puede existir con independencia del cuerpo; en cambio, los seres sensitivos ─como los animales─ o los puramente vegetativos ─como las plantas─ tienen formas corruptibles que no pueden existir con independencia de la materia. Las formas de los seres inertes y las formas de los elementos primeros son las más imperfectas. Aún en un grado inferior están las formas accidentales, ya que su ser no es un existir en sí ─como sucede con las sustancias─ sino un ser en otro. Y, todavía por debajo de cualquier realidad, se encuentra la absoluta potencialidad de la materia prima, que es pura capacidad de ser.

IV.2. El hombre, imagen de Dios

El hombre ─mucho más que el resto de los seres naturales, y menos que los ángeles─ refleja en su ser cierta proporción con lo divino, y se sitúa entre dos mundos: se compone de cuerpo material y alma espiritual; por el cuerpo se vincula con el mundo sensible y por el alma con el mundo espiritual. Es lo más perfecto en el orden sensible y lo menos perfecto en el orden de las sustancias intelectuales. La concepción del hombre tomista se sitúa en la óptica aristotélica pero adquiere un estilo propio por la combinación con el pensamiento cristiano: a los vivientes les corresponde un conjunto de operaciones características distintas de los no vivientes, como son: nacer, nutrirse, crecer, reproducirse, moverse localmente y morir, y en los grados superiores sentir, pensar y querer. Santo Tomás define el alma como el principio de la vida y como la forma de un cuerpo físico que tiene vida en potencia. Es lo que distingue a los vivientes de los no vivientes.

Sto. Tomás hará mención también a las facultades:  son las potencias activas del alma, aquellos principios gracias a los cuales el alma puede realizar las distintas operaciones vitales. Hay que distinguir entre potencias ─o facultades─ corpóreas y otras incorpóreas: las primeras requieren un órgano corporal; mientras que las segundas ─como el entendimiento y la voluntad─ no necesitan órganos corpóreos, y radican en la esencia misma del alma. Además del intelecto, dividido en teórico (dirigido al conocimiento de la verdad) y práctico (dirigido a la acción), el alma humana contiene otras tres especies de facultades mentales: la voluntad o apetito racional, las facultades de la sensación (vista, oído, etc.) y la sensualidad o apetito sensible. Pero aunque Santo Tomás defiende el dualismo antropológico, su posición es más moderada que la platónica al entender que la palabra «hombre» designa la unidad  de cuerpo y alma, y no únicamente alma, como era el caso de Platón; hasta arguye que, puesto que el cuerpo no ha sido creado por un principio del mal, sino por Dios, debemos amar al cuerpo como consecuencia del amor que debemos a Dios.

IV.3. El hombre hacia Dios

Hay continuidad entre el hombre como perteneciente al orden natural y como perteneciente al orden sobrenatural. Cierto que se encuentra en el orden sobrenatural por la gracia divina, merced a la cual el hombre alcanza un estado de perfección al que no puede llegar por sí mismo, pero no es menos verdad que todas las esferas de la actividad humana se pueden comprender únicamente por la referencia de lo humano hacia Dios; esta tensión hacia lo transcendente se muestra claramente en tres ámbitos particulares del ser del hombre: el conocimiento, la conducta moral y la conducta social.

a) Dios como objeto último del conocimiento  la vocación intelectual del hombre hacia Dios se cifra no sólo en el hecho de que la teología sea la ciencia suprema y constituya la máxima perfección de nuestra inteligencia, sino además y fundamentalmente, porque el conocimiento se ordena a la verdad y Dios es la suprema verdad. Todo conocimiento humano es, en última instancia, un conocimiento de Dios. Toda verdad está conectada con Dios, tanto en el sentido de que Dios es el creador, sostenedor y lo que da inteligibilidad a todo lo que es real (sin lo cual no podría haber verdad alguna) como en el sentido de que conocemos a Dios en todo lo que conocemos, pues el mundo es la «revelación física» de Dios. Por lo demás, el objetivo supremo del hombre es la visión de Dios en la otra vida, es decir, un conocimiento puramente intelectual y directo de Él.

b) Dios como objeto último de la voluntad:   el ser y la bondad son intercambiables o equivalentes; así, Dios, por ser el ser superior, es también la bondad perfecta e infinita. La vida moral también está dirigida, en última instancia, hacia el logro de la beatitud. Santo Tomás defiende un punto de vista teleológico: toda acción y suceso del universo sucede porque hay un fin hacia el cual el suceso está dirigido o hacia el cual el agente tiende. Lo que da al hombre su status excepcional es el hecho de que de todos los agentes (aparte de Dios y los ángeles), él es el único que tiene conciencia de los fines y de los medios. El hombre es el único ser que puede ser impulsado a la acción por ideas de lo bueno y de lo correcto. La voluntad tiene o es una tendencia natural a buscar el bien. Pero esta búsqueda de la voluntad sería totalmente caótica sin la intervención de la razón pues es la que identifica los objetos como buenos o malos. En relación con Dios, que es el bien perfecto, la voluntad del hombre está sujeta a leyes de la necesidad: Dios mueve a la voluntad necesariamente. Pero en relación con los bienes menos perfectos que aparecen en nuestra existencia terrena, la voluntad no está obligada necesariamente a ir hacia ellos (por tanto es libre). Por ello, el principal interés de la ética se concentra en los bienes terrenales particulares cuya realización le permitirá al hombre alcanzar su bien último o Dios. En su teoría de las virtudes, el Aquinate sigue a Aristóteles, añadiendo algunos elementos de su perspectiva cristiana. Las virtudes son los hábitos gracias a los cuales el alma puede realizar bien cada uno de los fines a los que tiende. Puesto en el alma encontramos distintas partes, habrá también distintos tipos de virtudes: así, tendremos las virtudes intelectuales o perfecciones del intelecto (arte, prudencia, inteligencia, ciencia y sabiduría) y perfecciones de las facultades apetitivas o virtudes morales (entre las que destacan la justicia, o perfección de la voluntad, y la fortaleza y templanza, perfecciones del apetito inferior, irascible y concupiscible), que siempre consistirán en el justo medio entre dos vicios, uno por defecto y otro por exceso. A esas virtudes, conocidas ya por la tradición griega, añade las virtudes sobrenaturales o teologales (fe, esperanza y caridad), que tienen como objetivo Dios mismo, perfeccionan la disposición humana dirigida al orden sobrenatural y son infundidas en nosotros por Dios.

c) El hombre hacia Dios por la conducta social. La ley: la doctrina política de Sto. Tomás es una síntesis de la política aristotélica y de sus creencias cristianas. El hombre tiene un fin sobrenatural, pero debe conseguirlo mediante su actividad y su vida en el Estado, aunque de forma completa, sólo lo alcanza en la otra vida. El Estado es una institución natural fundamentada en la naturaleza del hombre. El hombre es un ser político que vive en comunidad lo cual exige un gobierno que mire por el bien común. Tanto la sociedad como el gobierno, por ser connaturales al hombre, tienen en último término justificada su existencia en Dios, creador de la naturaleza humana. Como el fin sobrenatural del hombre consiste en conseguir la beatitud eterna, que es competencia de la Iglesia, el Estado, aún siendo autónomo, queda supeditado indirectamente a aquella. Así, el Estado debe guiar y legislar para que los ciudadanos vivan virtuosamente y alcancen el fin que les es propio: la salvación eterna. Las leyes (mandatos que descansan en la razón y según los cuales algo es inducido a obrar), deben, pues, orientarse hacia la consecución del bien común.

Santo Tomás distingue tres clases de leyes: la natural, la positiva y la eterna. La ley natural dirige y ordena los actos de los seres naturales para la adecuada realización de los bienes que les son propios. El Aquinate toma del pensamiento griego la noción de naturaleza como principio dinámico intrínseco que determina el comportamiento ordenado y legal de los seres naturales, a la vez que la idea de que puede utilizarse el criterio de la naturalidad para distinguir la conducta buena de la mala: lo bueno es lo natural y lo malo lo contrario a ella. La principal diferencia del planteamiento tomista respecto del griego está en que para Tomás de Aquino las inclinaciones naturales descansan en último término en Dios, quien por su providencia gobierna todas las cosas y les da las disposiciones convenientes para su propia perfección. En los seres irracionales la ley eterna inscrita en su naturaleza determina su comportamiento de manera pasiva y necesaria, en los hombres descansa en su razón y se realiza a partir de su voluntad y libertad. En sentido estricto, Santo Tomás interpreta la ley natural como la ley moral, y la identifica con la razón humana que ordena hacer el bien y prohíbe hacer el mal. La ley moral es natural y racional: racional porque es enunciada y dictada por la razón; natural porque la propia razón es un rasgo de la naturaleza humana y porque describe las acciones convenientes para los fines inscritos en nuestra naturaleza. La ley natural contiene los preceptos fundamentales que rigen la vida moral, el primero de los cuales es «debe hacerse el bien y evitarse el mal» y en el que se fundan todos los demás preceptos de la ley moral. Dado que la ley natural se fundamenta en la naturaleza humana, y ésta en Dios, la ley natural no es convencional, es inmutable y la misma para todos (universal).

La ley positiva (ley que promulgan los Estados) debe ser expresión de la ley natural, por tanto no será convencional. Así, aquellas leyes positivas que sean contrarias a las leyes naturales no son buenas y es justo que el ciudadano se niegue a cumplirlas, mientras que aquellas que son conforme a la ley natural son justas y buenas y el ciudadano está obligado a cumplirlas. La legalidad no siempre coincide con la moralidad: si el legislador promulga una ley contraria a la ley natural, y, en último término a la ley divina, es legítimo, moralmente correcto aunque no sea legal que el súbdito se rebele y no la cumpla. La ley natural tiene su origen en un orden más amplio: el orden del Universo, orden que es expresión de la ley eterna, ley que descansa en la propia razón de Dios y de la cual derivan todas las demás leyes. Santo Tomás dice que es eterna e inmutable porque a Dios le corresponde la eternidad. Dios ordena todas las acciones, tanto humanas como no humanas, hacia su fin. A diferencia de Aristóteles, Santo Tomás hace descansar el bien en un fundamento más trascendental que la propia naturaleza: Dios.

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