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Relación alma y cuerpo: paralelismo e influjo recíproco – Psicología contemporánea

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PSICOLOGÍA CONTEMPORÁNEA

J. Vicente Viqueira

Índice general

J. Vicente Viqueira – La Psicología Contemporánea                                                                           Capítulo VIII – CONCLUSIÓN

 

CAPÍTULO VIII
Conclusión ) () () () () () (

Psicología contemporánea - J. Vicente Viqueira - Relaciones alma-cuerpo - Paralelismo e influjo recíprocoPlan – Una más amplia ciencia del alma – Distinción de problemas – El objeto de la Psicología – El método de la Psicología; métodos objetivos y subjetivos; explicación y descripción – La vida mental; todo orgánico, no suma de elementos; cualidad-cantidad; medidas psíquicas – Psicología y Filosofía – Metafísica psicológica – Posibilidad de la Metafísica y características de ésta – Alma, espacio y tiempo – Causalidad psíquica – Substancialismo y actualismo – Paralelismo e influjo recíproco – Personalidad – Evolución psíquica – De la comunidad suprema de lo psíquico – La Parapsicología – Bibliografía

Con esto enlazamos un nuevo problema: la relación de alma y cuerpo. En efecto, ya en la anterior determinación del alma se incluía su acción y reacción, sus modificaciones por acciones exteriores y su intervención en el mundo externo (hablando, claro está, en sentido figurado, al decir actuar, externo, etc.). Antes de comenzar a tratar de este problema, debemos tener en cuenta dos observaciones. Primeramente, como veremos más adelante, es indiferente que la relación sea entre sustancias distintas o iguales, ya que la semejanza o diferencia no influyen en su comprensibilidad; la cuestión se pondrá siempre, sea cual fuere el punto de vista metafísico que aceptamos. En segundo lugar, nuestro problema se refiere, en un caso particular, a la relación de las sustancias, aunque nos concretamos a discutirlo como se ha hecho tradicionalmente, es decir, como relación del alma y el cuerpo.

Pasando ahora de lleno a la cuestión, encontramos que se han presentado dos soluciones fundamentales. La primera y la más próxima al común sentir, es la del influjo recíproco o acción del alma sobre el cerebro y del cerebro sobre el alma. La segunda, es la que niega esta acción recíproca o esta interacción y que afirma que se trata de lo psíquico y lo físico de dos aspectos aparentemente diferentes que se presentan a la vez y son meramente simultáneos, es decir, paralelos. A dicha solución se ha llamado paralelismo psico-físico. Ambas soluciones las hemos encontrado en el curso de nuestro estudio. Ahora debemos examinarlas atentamente para ver qué valor tiene cada una de ellas. Comencemos por el paralelismo al que muy frecuentemente se ha querido presentar como el único punto de vista científico.

Antes de todo, al hacer esto, es preciso recordar que el paralelismo ha tenido y tiene varias formas. Éstas son:

1.ª El paralelismo; como una hipótesis de trabajo, de carácter meramente provisional, cuyo sentido sería que no hay que entrar en especulaciones acerca de la relación de lo físico y de lo psíquico, sino admitir simplemente que a algo psíquico corresponde algo cerebral y a la inversa. Aquí, por consiguiente, no encontramos más que la renuncia a la explicación. No nos interesa, pues, este punto de vista.

2.ª El paralelismo epifenomenista que considera a los fenómenos psíquicos como un acompañante de los fenómenos cerebrales, a los que siguen a manera de una sombra. Ya indicamos que Carl Stumpf había calificado, muy justamente, al epifenomenismo de materialismo disfrazado. Como vimos, el materialismo es insostenible.

3.ª El paralelismo monista que es la expresión exacta y decidida de este punto de vista. Alma y cuerpo son expresiones distintas e independientes entre sí, de una misma realidad y se rigen por leyes que a cada una de las dos citadas esferas son propias. Fenómenos físicos y psíquicos se hallan en relación de mera simultaneidad; son paralelos. Como éste es el único punto de vista aún en cuestión, a él se dirigirá nuestra crítica ahora.

Los argumentos que en su favor puede presentar el paralelismo son de carácter negativo, lo que ya es importante tener en cuenta, y en número de dos, a saber; 1.º, la causalidad natural es una causalidad cerrada; 2.º, lo físico y lo psíquico son esferas diferentes entre las que no puede pensarse por esto una relación causal.

Primeramente, pues, se reconoce que el sistema de la causalidad natural es cerrado, es decir, que en él no hay posibilidad más que de causas físicas; causas psíquicas quedan excluidas. Esto se expresa hoy en el principio de la conservación de la energía que dice que la suma de la energía en el universo es constante, por lo tanto que la energía no se crea, sino que se conserva. Para ello es preciso, ciertamente, considerar al universo como un sistema cerrado y finito, donde no entra energía de fuera. En estas condiciones, el suceder físico no representa una producción de energía, sino un cambio o transformación de la misma: lo que aparece ahora como energía de movimiento puede aparecer después, por ejemplo, como energía térmica. Además, se distingue entre energía actual y energía potencial (posible). El paso de una forma a otra de energía, exige un gasto de energía. ¿Qué es energía? Es lo que produce trabajo (fuerza X espacio recorrido) o lo que equivale a trabajo. La unidad de la energía se reduce, así, a la del trabajo, teniendo la energía térmica un valor fijo (equivalente) en unidades de trabajo. Ahora bien; la energía es de este modo un número, y su equivalencia, que se eleva a constancia, una ecuación. Actuar sobre el cuerpo humano es transformar energía (por ejemplo, de potencial en actual); si el alma actúa, no siendo energía, crea energía o modifica energía, lo que va en contra del principio que nos ocupa. Luego su intervención es científicamente inadmisible.

Así, pues, la conservación de la energía exige que lo psíquico no pueda entrar en la cadena causal de la naturaleza. ¿Qué puede ser, si es algo, más que un mundo paralelo? ¿En qué relación pueden hallarse los fenómenos físicos y psíquicos más que en la de paralelismo?

En cuanto al segundo argumento ya indicado, se afirma que los dominios de lo físico y de lo psíquico son completamente distintos entre sí, no siendo posible en consecuencia pensar en una relación causal que los una, ya que la causalidad exige que sean homogéneos los fenómenos a que se aplica.

En resumen, se llega por ambos caminos a la afirmación de una realidad única que se presenta de dos maneras distintas, como decía Spinoza: una eademque res sed duobus modus expressa. Pasemos ahora a la crítica y comencemos por esta afirmación capital de la tesis.

Es imposible comprender cómo un ser único, cómo una esencia única, cómo una realidad única puede revelarse a la vez en dos determinaciones diferentes como se pretende que lo son el mundo de lo psíquico y el mundo de lo físico. Por lo demás, tanto lo psíquico como lo físico no son más que contenidos de lo consciente: lo primero, el contenido total; lo segundo, un contenido parcial, la representación del mundo. Por esto resulta que en el moderno paralelismo (Fechner, Wundt) hay una marcada tendencia espiritualista, dando importancia capital al aspecto psíquico que aparece como real frente a lo físico, que no es más que una revelación externa de aquello real. Así, Wundt admite sólo un paralelismo entre dominios de la experiencia, no entre realidades en sí, que son meramente psíquicas.

Se ha querido mostrar aún otra dificultad de principio. El paralelismo afirma que espíritu y materia son, sin restricción, paralelos. Ahora bien, se responde, la experiencia nos muestra que en todo caso, una relación tal existe tan sólo entre el sistema nervioso y la vida psíquica; es decir, que la serie de los hechos psíquicos es más corta que la de los fenómenos físicos. Únicamente mediante hipótesis aventuradas podemos prolongar la primera. Este argumento no es, a nuestro ver, válido, pues lo psíquico pudiera muy bien existir mucho más allá de lo que se pretende en este caso y, en efecto, es de esperar que así sea dado que la materia misma es afín al espíritu.

Pasemos al segundo punto de nuestra crítica, que se referirá a la incompatibilidad de la ley de la conservación de la energía con la teoría del influjo recíproco, el primer argumento negativo, como se recordará, del paralelismo. Realmente, la única dificultad para la teoría de la interacción parece residir aquí. Sin embargo, para obviarla los psicólogos han intentado varias soluciones, que son las siguientes:

1ª. La primera y más aventurada consiste en negar el valor universal del principio de la conservación de la energía, considerándolo como hipotético, y estimando que para ser admitido necesita en cada dominio a que se pretende aplicarlo, de una confirmación empírica (recuérdese por ejemplo, lo que a este propósito decía Bergson).

En efecto; si vale el principio de la conservación de la energía en el dominio de lo orgánico, de la vida, como vale en el de lo inorgánico, de la materia, sólo la experiencia puede decirlo. Ahora bien, la experiencia parece decir que sí. Los cuidadosos experimentos de Rubner y Atwater han mostrado que entre la energía que penetra en el organismo y la que sale, la diferencia no es más que aquella pequeñísima que corresponde al error de procedimiento; es decir, su suma es igual. Dicho de una manera más clara: si se calcula en calorías el valor de los alimentos y se compara con el valor de las excrecencias calculado en calorías, más el equivalente termodinámico del trabajo producido, más el valor energético del calor desprendido, se hallará que ambos números son iguales (teniendo en cuenta el error de procedimiento). De aquí, con respecto al energetismo vitalista, que sea superfluo el supuesto de una energía vital que tendría que entrar en la serie de las transformaciones energéticas del organismo. Parece, pues, que también en el dominio de lo orgánico tiene validez el principio de la conservación de la energía (3).

2.ª La segunda solución es más importante. En ella se trata de conciliar el principio de la conservación de la energía con el influjo recíproco. Aquí se toman diferentes posiciones.

A) La primera consiste en afirmar que hay causas que no son energía, pero que modifican u orientan la energía que, sin embargo, es constante. Tales acciones del alma serían, según los diversos pensadores, las que siguen: a) el cambio de dirección de la energía; b) la transformación de la energía de potencial en actual; c) los procesos de cambio que se verificarían sin energía (Wentscher). Sin embargo, la ciencia admite universalmente, como vimos, que la energía no se modifica o transforma más que mediante un nuevo gasto de energía, mediante una causa física. Para evitar esta dificultad, Carl Stumpf ha ideado: d) la teoría del doble efecto y la doble causa; el excitante produciría dos efectos: uno fisiológico y otro psíquico; para el primero vale la conservación de la energía; para el segundo, no; por otra parte, la decisión de la voluntad es sólo una condición de la acción que tiene como acción fisiológica su causa en los procesos cerebrales. Por último, aún se intenta afirmar: e) que el espíritu es una forma de energía (Ostwald, Külpe). Esto es imposible, ya que el espíritu no es medible en si y la energía se expresa forzosamente por un número de medida.

Debemos tener en cuenta aquí todavía el punto de vista de Driesch, que si bien ha surgido en la biología, es aprovechable para el presente problema metafísico. Driesch, al querer poner de acuerdo la acción de la entelequia (factor no espacial) con el principio de la conservación de la energía, llega a una solución que aun dentro de su propio sistema sería aplicable a la cuestión del influjo recíproco, puesto que para él lo psíquico es paralelo a lo entelequial. La entelequia no crea ni modifica la energía; únicamente suspende o deja de suspender el curso de sus transformaciones (4). Tendríamos así una solución más: d) lo psíquico actúa mediante actos de suspensión de energía, que no incluyen energía.

Ahora bien; se ha considerado en todo lo anterior el mundo espacial como algo existente en sí y las leyes de este mundo, entre ellas el principio de la conservación de la energía, como leyes de los seres, metafísicamente ontológicas. Esto es evidente, ya que la energía es algo que se presenta y mide en el espacio. Sin embargo, desde Kant, sabemos que el espacio es una forma de nuestra representación, y atribuir a esta forma realidad ontológica es imposible. En las relaciones que nos presenta, se nos revelan ciertas relaciones correspondientes de los objetos, pero no idénticas a ellas. A este propósito citamos en apoyo de lo dicho el siguiente pasaje de Hermann Lotze (5). «Espacio y tiempo no pueden concebirse ni como cosas ni como propiedades de cosas, sino solamente como relaciones. La metafísica se ve obligada a afirmar con respecto de éstas, que sólo pueden existir de dos modos. Primeramente, pueden existir en aquellos seres que, según la expresión corriente, parecen hallarse, por el contrario, en estas formas. En este caso no existen como relaciones en dichos seres, sino como ciertos estados de afección que expresan el valor y la validez real que el hallarse en tales relaciones tiene para estos seres. Segundo, las relaciones pueden existir en la conciencia de aquel ser que experimenta las impresiones que provienen de otros dos, y , que las relaciones entre sí y que es consciente de la clase y magnitud del tránsito de una a otra, tránsito que ha realizado su representación al pasar de a . De ambos casos se seguirá como consecuencia que espacio y tiempo no pueden existir como espacio y tiempo fuera de nosotros y de las cosas, sino que fuera de nosotros existen sólo los estados que surgen en cada cosa por el influjo recíproco en que se halla con otras. Sólo en nuestra conciencia o en la conciencia de una cosa cualquiera existen espacio y tiempo como tales, es decir, como formas de la intuición en las que se aparece la diversidad ordenada de lo diverso». Apoyándonos en la dirección general de esta concepción, habría que poner en un plano completamente distinto el problema que antes discutíamos, o sea la posibilidad de conciliar el principio de la conservación de la energía y la acción del alma, o lo que es lo mismo, el influjo recíproco. Ahora, en cambio, tendríamos que preguntarnos: ¿qué corresponde en la realidad en sí al mundo espacial, y por lo tanto a la conservación de la energía? Sólo después de responder a dicha cuestión podríamos buscar la solución del primer problema.

En cuanto al segundo argumento en favor del paralelismo, es decir, en cuanto a la objeción que se ha hecho al influjo recíproco partiendo de que los dominios de lo físico y lo psíquico son heterogéneos, es preciso decir que no tiene valor alguno. La semejanza no explica la causalidad. Si nos parece que en una máquina, por ejemplo, comprendemos esta última, es, como dice Lotze, tan sólo porque percibimos la escena intuitivamente, porque podemos seguir la serie de las imágenes de los movimientos; pero de hecho, no podemos dar razón ni de la coherencia de sus partes ni de la transmisión del movimiento. La antigua máxima de que lo igual actúa sobre lo igual, es, pues, completamente falsa. Causalidad quiere decir sólo sucesión de estados según ley universal; así, pues, nada se opone a que exista entre realidades totalmente diferentes. (Por lo demás, hay que probar que el alma y el cuerpo lo son.)

En contra del paralelismo se han presentado varias objeciones que ahora debemos tener en cuenta.

1.ª El paralelismo divide la realidad en dos mundos diferentes e incongruentes, de modo que resulta inexplicable. Los seres vivos se convierten en autómatas y el mundo del espíritu en una sombra. Esto es lo que ha puesto de relieve Ludwig Busse en «Argumento de Austerlitz». Helo aquí: «Napoleón I dirigiendo la batalla de Austerlitz. La concepción corriente que se basa en el influjo recíproco, y que, en general, no puede menos de ser la de todo historiador, acepta que la terminación victoriosa de la batalla se debe, aparte del valor y destreza de las tropas francesas, principalmente al genio estratégico de Napoleón y a su arte militar.» El conjunto de la batalla es «una interacción continua de fuerzas corporales y psíquicas. Los sucesos físicos actúan sobre las almas de las personas que toman parte en ella, produciendo consideraciones, reflexiones, placer, dolor, temor, esperanza, entusiasmo y desesperación, estados psíquicos que a su vez se transforman en los más diferentes procesos corporales; disparar, golpear, pinchar, atacar, defenderse, perseguir, huir, que tienen como consecuencia las heridas y la muerte. De una manera completamente diferente se presentan las cosas desde el punto de vista del paralelismo psicofísico. El sistema coherente de los sucesos físicos debe ser explicado exclusivamente por una serie de miembros físicos, como un sistema cerrado, eliminado por completo todo influjo psíquico. Los rayos luminosos que parten de los ejércitos en combate impresionan las retinas de Napoleón y producen allí una imagen de la contienda, despiertan en su cerebro una serie de varios procesos fisiológicos, es decir, fisicoquímicos, que se transforman después en movimientos de la lengua y la laringe. Éstos, a su vez, tienen como consecuencia sacudidas del aire que en otros cuerpos, los de los ayudantes de Napoleón, producen toda clase de procesos nerviosos y cerebrales que dan lugar a través de tránsitos físicos a efectos como oprimir con las piernas el caballo, tirar de las bridas, pronunciar voces de ordenanza, disparar, avanzar, golpear, pinchar, herir, matar, huir y perseguir» (6). Este argumento no nos parece válido más que para un paralelismo inconsecuente tal como el epifenomenista. Para un paralelismo lógico, metafísico, no habría una división dualista en dos esferas, incomunicables, sino una expresión doble de una serie única de hechos. La dificultad estaría precisamente en esto.

2.ª Cada serie, la física y la psíquica, no pueden explicarse por sí. Esto es lo que muestra también Busse en su «Argumento del telegrama» (7). Helo aquí: «Un comerciante recibe un telegrama que dice, Federico ha venido, y que le anuncia la feliz arribada de su único hijo y heredero después de un viaje de negocios por mar. Sonríe, se levanta, comunica a su mujer el contenido del telegrama, vuelve a su despacho, se deja caer cómodamente en su sillón y enciende un cigarrillo. El mismo comerciante recibe más tarde un nuevo telegrama; Federico ha perecido. El hijo ha muerto en un accidente ferroviario acontecido en el viaje del puerto a su casa. Lee el telegrama, da un salto, todo su cuerpo tiembla; un grito se escapa de sus labios y cae, extendiendo los brazos, sin conocimiento, al suelo, o un ataque cerebral pone fin a su vida.» Desde el punto de vista del influjo recíproco es todo el proceso completamente comprensible. Desde el paralelismo, no; pues no podemos dar razón, según él, de «por qué dos excitantes tan poco diferentes (los telegramas se diferencian sólo en cinco letras) (8) que actúan sobre el mismo organismo producen efectos tan diferentes, mientras que en la naturaleza causas semejantes, en iguales condiciones, acostumbran a tener efectos análogos».

3.ª Las relaciones psíquicas, y precisamente las más importantes, no pueden ponerse en correspondencia paralela con las físicas. Por ejemplo, las relaciones lógicas no tienen nada que puede ser correspondiente a ellas en la posición de los elementos físicos. Y en general puede decirse esto de toda la vida mental. Esto ya fue parcialmente notado en Wundt; el argumento se halla en Elsenhans.

4.ª Driesch ha indicado, lo que está en relación con lo anterior, que lo psíquico no puede ponerse en relación de coordinación con lo físico, porque ambos términos son de diferente grado de «diversidad». Lo psíquico, en el sentido de la conciencia inmediata, es mucho más rico en diversidad cualitativa elemental que lo físico, y por esto no pueden ser expresiones de una única sustancia (9).

Que el influjo recíproco ofrezca la gran ventaja, que lo hacen con mucho preferible al paralelismo, de permitirnos una representación unitaria del mundo, de lo real, ya que el paralelismo lo separa en dos esferas inconexas (por ejemplo, una obra de arte resultaría de una serie de causas físicas y de una serie de causas psíquicas aisladas entre sí), no nos parece, ya se dijo, exacto. En el paralelismo, en su forma filosófica más perfecta, ambas esferas serían en el fondo idénticas como manifestaciones de una misma sustancia y no habría tales series causales aisladas. Lo que sí es cierto, es que el influjo recíproco está más próximo de la representación vulgar, espontánea, de los hechos.

Para terminar con este punto, es preciso tener en cuenta algo muy importante. Al decir influjo recíproco, de ninguna manera podemos pensar en un influjo real que es imposible, ya que equivaldría al tránsito de una cualidad de un ser a otro ser y una cualidad no es nada separable. Queremos, pues, decir, tan sólo que a un estado en el cerebro sigue un estado en el alma y, a la inversa, que a un estado en el alma sigue un estado en el cerebro. La diferencia entre el paralelismo y el influjo recíproco así entendido, no es tan grande. El paralelismo afirma que los dos hechos (el psíquico y el físico) son meramente simultáneos; el influjo recíproco que el uno ha de considerarse siempre como consecuencia del otro.

Concebido de esta manera, el influjo recíproco nos parece más aceptable que el paralelismo, pues no encierra, como aquél, graves dificultades metafísicas, y en un plano de reflexión filosófica sus conflictos con la ciencia de la naturaleza desaparecen.

__________

(3) La cuestión está tratada en relación con la psicología por TH. ELSENHANS, Lehrbuch der Psychologie, pág. 81; en relación con el vitalismo por H. DRIESCH, Philosophie des Organischen, pág. 427. Véase, como buen resumen: ZWAADERMAKER, Ergebniss der Physiologie, 5, 1906.

(4) Véase el capitulo anterior.

(5) Grundzüge der Logik und Enziklopädie der Philosophie, página 115 (1912).

(6) L. BUSSE, Geist und Körper, pág. 225.

(7) BUSSE, ídem, pág. 311.

(8) En alemán la diferencia es de dos letras; a saber, entre: angekommen y umgekommen.

(9) DRIESCH, Philosophie des Organischen, pág. 521; en especial la obra, Leib und Secle (Cuerpo y alma), 2.ª ed., 1920.

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J. Vicente Viqueira – La Psicología Contemporánea                                                                           Capítulo VIII – CONCLUSIÓN

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