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Torre de Babel Ediciones

Una excursión a China. Mandatos budistas

Una excursión á China – 1857



VIAJES

Una excursión á China, (Conclusión)

Por M. Pablo Raymond

La Semana (Barcelona). 1857, n.º 25, página p. 199

 

      (…)

      Ayer nos paramos para ver pasar una procesion de bonzas que volvian á su convento; despues de una romeria á un arco triunfal, erigido en honra de una señorita china que habia renunciado al matrimonio para dedicarse esclusivamente á cuidar de sus padres ancianos y achacosos. Las bonzas reconocían en ella una virtud que debían practicar con preferencia, porque la regla de su órden las obliga al mas estricto celibato. Los votos de estas religiosas no son eternos; para ser bonza basta cortarse de cierto modo el cabello, y para dejar de serlo, se limitan á dejarlo crecer como antes.    

 Cuanto mas nos internamos por el pais es mas prodigioso el número de pagodas que vemos por todos lados. Se dice que hay mas de diez mil únicamente en el distrito de Pekin; casi todas son de construccion moderna y por lo general mas estrañas que imponentes, pues en el conjunto así como en los detalles de su ornato, el artista da ante todo rienda suelta á los caprichos de su imaginación. El crecido número de templos es un argumento en pro del espíritu religioso de los chinos; en este pais son tolerados todos los cultos en principio al menos, porque el gobierno pone algunas veces á este principio terribles y sangrientas restricciones, como lo demuestran sus persecuciones contra el cristianismo. Las tres religiones oficiales son: la doctrina de las letras, cuyo patriarca es Confucio; los doctores de la razon, que siguen los preceptos de Lao-tze, y la religion de Fo, que es el budismo indio, introducido en China en el siglo primero de nuestra era por los emperadores de la dinastía de los Han. Hé aquí el decálogo del budismo que podrá darnos una idea de esta religión.

 

No matarás.

Respetarás lo ageno.

Vivirás castamente.

No levantarás falso testimonio contra el prógimo.

No mentirás.

Te abstendrás de juzgar.

Evitarás las palabras impuras.

Serás desinteresado.

No te vengarás.

No incurrirás en la superstición.

 

 

     No creo que los hijos del Profeta del budismo hagan gran caso de esta última recomendacion porque la noche pasada, cuando ibamos á entregarnos a las delicias del sueño, tras una larga y fatigosa jornada por un pais montuoso, no nos dejó descansar un estruendo terrible compuesto de gritos, lamentos, imprecaciones, muebles rotos y disparos de cohetes.  


    — ¿Cual puede ser la causa de semejante tumulto? pregunté á M. Stipple, ¿se habrán apoderado acaso los rebeldes de la ciudad?

— Pronto vamos á saberlo, me respondió dando un silbido; voy á llamar al fiel Fi-Kyo.

El fiel Fi-Kyo se presentó.

— ¿Sabes, le pregunté, si hay algún enfermo en la posada?

— El alma del posadero está á punto de separarse de su cuerpo.

— Bien; fiel Fi-Kyo, vuelve á acostarte pues no deseo saber mas. Nosotros, amigo Hang-Tsee, hemos de resignarnos á pasar la noche en vela, á no ser que el alma del posadero se decida á entrar otra vez en su cuerpo, que sin duda ha abandonado. Ya que no podemos dormir, vamos á ver una caza de alma, lo cual nos distraerá.

Nos vestimos y bajamos por una escalera de madera.

— ¡Aquí, esclamaba un chino con un farol en la mano, aquí estará el alma de nuestro amigo!

Y todos los chinos acudieron precipitadamente y empezaron á dirigir al alma las mas tiernas y patéticas súplicas para que volviera á su antiguo domicilio.

— Ven por aquí, alma preciosa, decia el del farol, ya te alumbraré para que no tropieces.

Y mientras trataba de llamarla hácia su lado, los demás chinos disparaban pistolas y redoblaban en un tambor para asustar al alma é impedir que huyera. Viendo al asomar el dia que eran inútiles todos sus esfuerzos, los perseguidores se retiraron lanzando al alma, obstinada en dejar el cuerpo del posadero, injurias y maldiciones.

(…)

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