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Torre de Babel Ediciones

El evangelio del Buddha. Capítulo 43. La vanidad del mundo

Consolidación de la religión del Buddha

XLIII.—LA VANIDAD DEL MUNDO (1)

1. Había un poeta llamado Tchi que, poseyendo el ojo límpido de la verdad, creía en el Buddha, cuya doctrina le proporcionaba la paz espiritual y el consuelo en los ratos de aflicción.

2. Pero sucedió por entonces que se extendió por el país en que vivía una epidemia tan fuerte que hizo muchas víctimas y asustó al pueblo. Unos temblaban de miedo y, anticipándose a su destino, sufrían todos los horrores de la muerte antes de morir; mientras otros, mostrándose gozosos, gritaban en alta voz: «Regocijémonos hoy, que quién sabe si mañana viviremos.» Sin embargo, su alegría no era sincera, sino fingida y afectada.

3. Entre todos aquellos hombres y aquellas mujeres tan apegados al mundo que temblaban de miedo, el poeta buddhista, a pesar de la peste, continuaba viviendo como de costumbre, tranquilo, sosegado, ayudando a los que podía, cuidando a los enfermos, dulcificando sus dolores con remedios y consuelos religiosos.

4. Un hombre fue hacia él y le dijo:

5. «Mi corazón teme y se agita porque veo morir al pueblo. No me preocupo de los demás, sino que temo por mí mismo. Socórreme, cúrame del miedo.»

6. Y el poeta le respondió: «El socorro es para el que tiene compasión de los demás; pero tú no tendrás socorro mientras estés apegado a tu propia personalidad. Los malos tiempos prueban a las almas de los hombres y les enseñan la justicia y la caridad. ¿Cómo puedes presenciar las escenas desoladoras que pasan a tu alrededor y continuar hinchando tu egoísmo? ¿Cómo puedes ver sufrir a tus hermanos, a tus hermanas y a tus amigos sin olvidar las mezquinas ansias y la lujuria de tu corazón?»

7. Y observando la desesperación del alma del hombre sensual, el poeta buddhista compuso este canto y lo enseñó a los hermanos del vihara:

8. «A menos que no os refugiéis en el Buddha no hallaréis el reposo en el Nirvana. Todo es vanidad. Desolación y vanidad. Contemplar el mundo es vano, y gozar de la vida es vano. El mundo, incluso el hombre, es como un fantasma, y la esperanza en el cielo, como un espejismo.

9. El mundano busca los placeres y cae en ellos como el ave en una jaula. Pero el santo buddhista alza su vuelo hacia el sol como la grulla salvaje. El ave en su corral tiene su comida; pero bien pronto hervirá en el puchero. No se provee a la grulla salvaje; pero la tierra y los cielos le pertenecen.”

10. Y luego añadió: «Los tiempos malos dan una lección al pueblo, y, sin embargo, no hay quien repare en ello.» Y entonces compuso otra canción sobre la vanidad mundana:

11. «Bueno es reformar, y es bueno exhortar al pueblo a reformarse. Todas las cosas del mundo desaparecerán barridas. Que otros se deshagan y sepulten en sus cuidados, mi espíritu estará libre de preocupación.»

12. Los demás van tras los placeres, y no encuentran satisfacción en ellos. Codician las riquezas, y jamás pueden poseer bastante. Son como monigotes sostenidos por un hilo; y cuando el hilo se rompe, caen pesadamente al suelo.

13. En el reino de la muerte no hay nada grande ni pequeño. No se emplea en él ni el oro, ni la plata, ni las joyas. No hay distinción en él entre el alto y el bajo. Y diariamente los muertos son enterrados bajo el césped perfumado.

14. Ved el sol que cae tras las cimas de Occidente. Vosotros los que os acostáis a fin de dormir, bien pronto el gallo os anunciará el retorno del día. Corregíos hoy, y no aguardéis a que sea muy tarde. No digáis «aún hay tiempo», porque el tiempo pasa muy de prisa.

15. Es bueno corregirse y exhortar al pueblo a que se corrija. Es bueno llevar una vida recta y refugiarse en el Buddha. Vuestros talentos se encaminarán hasta el cielo, y vuestra opulencia será indecible. Pero todo es vano, si no obtenéis la paz del Nirvana

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(1) Fuente: Vie ou legende de Gaudama, 212, Compárese Mat. XIII, 3; Mar. IV, 3, 20.

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