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Torre de Babel Ediciones

El evangelio del Buddha. Capítulo 6. Los tres dolores

El príncipe Siddharta llega a Buddha

VI.- LOS TRES DOLORES (1)

1. El palacio dado al príncipe por el rey resplandecía con todo el lujo de la India, porque el rey quería que su hijo fuera dichoso.

2. Todo lo que es doloroso de contemplar, todas las miserias y toda noción de sufrimiento, habían sido alejadas de Siddhartha, e ignoraba que el mal reina en el mundo.

3. Pero como el elefante cautivo suspira por las junglas salvajes, el príncipe se impacientaba por ver el mundo, y pidió al rey, su padre, permiso para satisfacer su ardoroso deseo.

4. Entonces Suddhodana mandó poner cuatro corceles magníficos a un carro, adornado por delante con pedrería, e hizo decorar los caminos por donde pasaría Siddhartha

5. Las casas de la ciudad se engalanaron con colgaduras y banderas, y los espectadores, alineados a cada lado, contemplaron ávidamente al heredero del trono. Así se paseó Siddhartha con Channa su cochero, por las calles de la población, y atravesó una campiña surcada de arroyos y poblada de agradables árboles.

6. En un lado del camino encontraron un viejo. Al ver el príncipe aquel cuerpo inclinado, aquel rostro arrugado y con un surco de dolor entre las cejas, dijo al cochero: «¿Quién es ese? Su cabeza es blanca, sus ojos parpadean y tiene el cuerpo maltrecho. ¡Apenas puede sostenerse con el auxilio de su bastón!»

7. El cochero, azorado, se atrevió al fin a decir la verdad. Le respondió: «Esas son las señales de la vejez. Ese hombre ha sido antes un niño de pecho; luego un adolescente lleno de ardor para el placer; pero han llegado los años; ahora su belleza ha huido, y el vigor de su cuerpo se acabó».

8. Siddhartha, profundamente afligido por las palabras del cochero, suspiró a causa del sufrimiento de la vejez: «¡Qué goce o qué placer pueden experimentar los hombres, pensó, cuando saben que pronto les hará padecer y caminar lánguidamente!»

9. Y he aquí, que según pasaban, apareció a un lado del camino un enfermo, anhelante, desfigurado el cuerpo, convulso y gimiendo de dolor.

10. El príncipe interrogó a su cochero: «¿Qué clase de hombre es ése?» Y el cochero respondió y dijo: «Ese hombre está enfermo. Los cuatro elementos de su cuerpo están confundidos y en desorden. Todos estamos sujetos a semejantes accidentes: el pobre y el rico, el ignorante y el sabio. Todas las criaturas que tienen un cuerpo están expuestas al mismo mal».

11. Y Siddhartha se conmovió más todavía. Todos los placeres le parecieron gastados, y sintió disgusto por los goces de la vida.

12. El cochero fustigó los caballos para huir de tan triste espectáculo, pero de pronto fueron éstos detenidos en su rápida carrera.

13. Cuatro personas pasaban llevando un cadáver, y el príncipe, estremeciéndose a la vista del cuerpo privado de vida, interrogó al cochero: «¿Qué es lo que llevan ésos? Veo unas banderolas y unas guirnaldas de flores; pero los hombres que van marchan abrumados de pena».

14. El conductor le dijo: «Es un muerto; su cuerpo está ahí rígido; la vida ha escapado de él, y el pensamiento se ha extinguido. Su familia y los amigos que le amaron llevan ahora su cuerpo al sepulcro».

15. Y el príncipe se penetró de horror y de espanto: «¿Esto es una excepción, preguntó, o también en el mundo hay otros ejemplos de ello?»

16. Con el corazón oprimido, replicó el cochero: «Para todos es igual. El que comienza la vida debe acabarla. Nadie puede escapar a la muerte».

17. Con la voz apagada y balbuciente, el príncipe exclamó: «¡Oh, hombres mundanos! ¡Cuán fatal es vuestro error! Inevitablemente vuestro cuerpo caerá en el polvo; y, sin embargo, sin cuidado y sin precaución, continuáis viviendo».

18. El conductor del carro, viendo la profunda impresión que aquellos lúgubres espectáculos habían hecho sobre el príncipe, volvió los caballos y entró en la ciudad.

19. Cuando pasaban ante el palacio de la noble Krisha Gotami, joven princesa, sobrina del rey, viendo la varonil belleza de Siddhartha, y observándole preocupado, exclamó: «¡Dichoso el padre que te ha engendrado; dichosa la madre que te crió; dichosa la mujer que dé el nombre de marido a un hombre tan glorioso!»

20. Habiendo oído el príncipe este elogio, respondió: «¡Dichosos los que han encontrado la salvación! Aspirando a la paz del espíritu, yo buscaré la dicha del Nirvana». Y le ofreció su collar de perlas preciosas como para recompensarla por la lección que le había dado, y entró en su palacio (2)

21. Siddharta miró desdeñosamente sus tesoros. A su mujer, que le daba la bienvenida y que le suplicó le dijera la causa de su disgusto, le contestó: «En todas partes encuentro las huellas de la mudanza; eso es lo que me oprime el corazón. Los hombres envejecen, enferman y se mueren. ¿No es eso bastante para destruir la dicha de vivir?»

22. El rey, su padre, al saber que el corazón del príncipe se hacía extraño al placer, fue terriblemente traspasado de disgusto, como si una espada se le clavara en el pecho.

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(1) Fuente: id-191-322.

(2) Fuente: B-B-Stories, 79 80; Life-of-B. 23. Compárese: Luc. XI 27 y 28.

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