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Hume. Filosofía moderna. Historia de la Filosofía de Zeferino González.

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HISTORIA DE LA FILOSOFÍA                                             

ZEFERINO GONZÁLEZ (1831-1894)                                                        

Tomo ITomo IITomo IIITomo IV                                                       

 

 

Historia de la Filosofía – Tomo III – Crisis escolástico-moderna

§78– FILOSOFÍA DE HUME

Nació este filósofo en Edimburgo en 1711, y murió en 1776. Dedicóse al principio a la jurisprudencia, estudio que abandonó después para entregarse por completo al de la historia y la Filosofía. Además de su Historia de Inglaterra, obra en la que no disimula sus ideas positivistas y deterministas, escribió varios tratados filosóficos, entre los cuales merecen citarse sus Ensayos de moral, de política, y de literatura, que versan sobre diferentes objetos, su Tratado de la naturaleza humana, su Historia natural de la religión y sus Diálogos sobre la religión natural. Los dos primeros contienen su teoría filosófica, y en los últimos expone sus ideas morales y religiosas.

 

   La Filosofía de Hume representa la evolución del aspecto escéptico de la doctrina de Locke, pero el aspecto escéptico considerado como desarrollo de la teoría sensualista del autor del Ensayo sobre el entendimiento humano; pues, como se verá a continuación, la teoría ideológica de Locke sirve de punto de partida, de base y de principio generador a la concepción sistemática de Hume. 

Locke había dicho: nuestras ideas y conocimientos intelectuales reconocen por causa única primitiva las sensaciones producidas por el mundo externo, y la experiencia o intuición de los actos internos. Hume, desenvolviendo y aplicando esta doctrina, dice: puesto que los actos internos son ocasionados y excitados por las impresiones de los cuerpos en los sentidos, las cuales originan y constituyen las sensaciones, síguese de aquí que todas nuestras ideas y conocimientos intelectuales no son más que funciones varias de la razón, que se reducen a componer, descomponer, añadir y restar, unir y separar los materiales suministrados por la experiencia externa e interna. Si a esto se añade que las ideas del entendimiento son copias o imágenes de las impresiones sensibles, de las cuales sólo se diferencian en que son menos vivas (1), será preciso confesar que no nos es posible conocer con certeza estas ideas en lo que tienen de objetivo. Esto es tanto más exacto, cuanto que estas ideas o percepciones intelectuales son copias debilitadas de las impresiones sensibles o sensaciones; son fenómenos subjetivos, cuya verdadera causa ignoramos e ignoraremos siempre, en atención a que nos es imposible saber con certeza si proceden de los objetos externos, o de nuestro propio espíritu, o del autor de nuestro ser: il sera toujours impossible de décider avec certitude si elles résultent immediatement de l’objet, ou si elles sont produites par le pouvoir créatear de l’esprit, ou si elles emanent de l’auteur de notre étre

Si la teoría general ideológico-lockiana conduce a Hume a la tesis escéptica, el filósofo escocés afirma, robustece y generaliza esta tesis por medio de la crítica de la idea de causa, la cual sirve de base y condición a casi todos los raciocinios y afirmaciones del dogmatismo. Lo que llamamos conexión, eficiencia, fuerza, causalidad eficiente, en fin, se resuelve en una experiencia empírica de hechos y en una sucesión de fenómenos, sin que nos sea dado conocer la causalidad en sí misma, la relación real de eficiencia entre el efecto y la causa. La experiencia nos dice que el cuerpo A se mueve, y que después de su choque con el cuerpo B, éste comienza a moverse; pero no nos hace ver la fuerza ni menos el modo de su eficiencia en este caso. Sabemos por la experiencia que el calor acompaña al fuego, que a determinados actos de la voluntad siguen o acompañan determinados movimientos de los miembros; pero la experiencia no nos dice si esto sucede siempre, y, sobre todo, no nos da la percepción clara de la naturaleza íntima de la relación entre los dos hechos, o sea de lo que llamamos causalidad. Vemos y sabemos que después de un fenómeno (post hoc) existe otro; pero no vemos la razón (propter hoc) íntima porque se verifica esto. En suma: la experiencia nos manifiesta que hay sucesión más o menos constante entre determinados fenómenos, pero no nos manifiesta su causalidad como distinta de la sucesión, tanto más, cuanto que algunas veces existe y obra lo que el vulgo llama causa de un fenómeno, sin que exista éste, según acontece en las voliciones o actos de la voluntad para mover el brazo atacado de parálisis. Si en este caso no hay relación necesaria, no hay causalidad efectiva entre el fenómeno A (la causa, la volición), y el fenómeno B (el efecto, el movimiento del brazo), ¿quién nos asegura que no sucede lo mismo cuando el brazo se mueve? Concluyamos, por lo tanto, que la experiencia nos revela fenómenos que se suceden constantemente los unos a los otros, pero no nos revela la condición o naturaleza del lazo secreto que los une. En fuerza del hábito y costumbre que tenemos de observar la sucesión constante entre ciertos fenómenos, damos el nombre de causa al uno de ellos y el nombre de efecto al otro.

Otra prueba de la imposibilidad en que nos hallamos de conocer con certeza la existencia y la esencia de la causalidad, es que si suponemos un hombre que no haya visto el choque de cuerpos en movimiento, no será capaz de prever lo que sucederá cuando una bola de billar, por ejemplo, choque contra otra, como tampoco conocería ni podría afirmar, si no lo hubiera experimentado de antemano, que el acto A de la voluntad lleva consigo el movimiento B por parte del cuerpo.

Infiérese de todo lo dicho que la existencia y naturaleza de la causalidad eficiente nos son desconocidas, tanto a priori como por medio de la experiencia, y, por consiguiente, que carecen de base real y científica todas las demostraciones, todas las tesis, todas las teorías que entrañan y presuponen la idea de causa. No sabemos lo que es la substancia, ni siquiera tenernos idea de ella (nous n’avons point d’idée d’une substance); porque ignoramos si sus accidentes o cualidades son verdaderamente sus efectos. No sabemos con certeza si el alma humana es inmaterial e inmortal; porque no sabemos si es verdadera causa de los actos que se le atribuyen, y principalmente del pensamiento, actos que sirven de base para determinar la naturaleza y atributos del alma.

Por consideraciones y razones análogas, ignoramos si la voluntad es verdaderamente libre, o, mejor dicho, no existe para nosotros esta libertad, como tampoco existe para nosotros la actividad real, la causalidad eficiente de la voluntad humana. Ni basta alegar en contra el testimonio de la conciencia; porque la verdad es que la conciencia que tenemos de una voluntad que impera y parece producir determinados movimientos, es insuficiente para probar la existencia de verdadera actividad causal; entre otras razones,

a) Porque nada nos dice acerca de los nervios, los músculos y demás medios e instrumentos que intervienen en la existencia del movimiento que se supone producido por la voluntad;

b) Porque si tuviéramos verdaderamente conciencia del poder eficiente, de la fuerza activa de la voluntad, podríamos dar razón o explicar por qué esta potencia de la voluntad se ejerce sobre determinados miembros y no sobre otros, «por qué se ejerce, por ejemplo, sobre la lengua y los dedos, y no sobre el corazón».

Las teorías lógicas de Hume, sus nociones acerca del alma y de la substancia, y su terminante escepticismo, todo entraña la negación de la existencia de Dios, o, al menos, de su demostrabilidad y certeza para nosotros. Sin embargo, el filósofo escocés, por una feliz inconsecuencia, reconoce y afirma la existencia de Dios, bien que refugiándose para ello en el sentido común y en los instintos de la naturaleza humana (2), a la manera que Kant se refugió en la moral para reconstruir y afirmar lo que había destruido y negado con la metafísica.

Si se añade ahora que, según Hume, nada hay presente y real para nuestro espíritu sino sus propias impresiones sensibles e ideas (rien n’est jamáis réellement présent a l’esprit, si ce n’est ses perceptions et ses impressions); que lo que percibe no es la existencia o realidad de las cosas, sino sus propios actos (ne concevons pas d’existence, sinon les perceptions), y que en el terreno de la razón, en el orden científico y racional, sólo existe para nosotros el universo de la imaginación, el mundo fenomenal y sensible (l‘univers de l’imagination, et nous n’avons point d’autre idée que ce qui s’y produit), es incontestable y evidente que la teoría del filósofo escocés se resume en la tesis escéptico-positivista. La metafísica no existe ni puede existir, porque no es dado al espíritu humano conocer las esencias y causas de las cosas, ni la realidad o valor objetivo de las ideas metafísicas. El saber que resulta de la experiencia y observación de los fenómenos es la única ciencia posible.

En este concepto, Hume es el precursor natural del criticismo escéptico de Kant y a la vez del positivismo contemporáneo. Ni son estos los únicos puntos de contacto que ligan a Hume con Kant y con el positivismo moderno. Como el filósofo de Kœnisberg, Hume esfuérzase en restablecer de alguna manera la existencia de Dios, después de haberla negado y aniquilado con su escepticismo. Echa mano, al efecto, de cierto instinto, en parte natural, en parte resultado de la costumbre o uso del espíritu humano (résultat de l’usage de notre esprit), en virtud del cual asentimos a la existencia de Dios, como asentimos también a la existencia del mundo externo, cuya realidad suponemos (nous supposons un monde exterieur), en virtud de cierto instinto natural (entrainés par un instinct ou préjugé natural) que nos lleva a afirmar la realidad del mundo externo, no obstante la impotencia de nuestro espíritu para conocer y demostrar esa realidad. Como Kant también, Hume rechaza la existencia de los milagros, niega el orden sobrenatural y todas las religiones positivas.

En lo que se aparta de Kant, al mismo tiempo que se acerca al positivismo materialista, es en la parte ética, no ya sólo porque destruye la libertad moral y porque proclama a la razón esclava de las pasiones (la ralson n’est et ne doit etre que l’esclave des passions), y esclava absoluta, sino porque afirma y aplica el determinismo a la historia, por más que la teoría determinista se halle en contradicción con su crítica de la idea de causa. Para Hume, como para los positivistas modernos, las leyes que rigen y determinan los actos de la voluntad humana individual y colectiva son tan necesarias y permanentes, como las que rigen y determinan la existencia de la lluvia y demás fenómenos de la naturaleza; y para Hume, como para los materialistas de nuestros días, el placer y el dolor son los objetos y principios determinantes de nuestros actos morales y meritorios: Le principe déterminant de l’esprit humean est le plaisir et la peine.— La vertu est toute action…. qui procure au spectateur le sentiment agréable de l’approbation

La distinción entre el bien y el mal no es primitiva y absoluta, sino secundaria y relativa; es subjetiva y fenoménica, radica en el sentimiento y no en la razón. De aquí es que lo que se llama vicio y virtud, se resuelve en definitiva en impresiones o sensaciones semejantes a los sonidos y colores, los cuales no son cualidades existentes en los objetos, sino percepciones (qui, selon la Philosophie, ne sont pas qualités dans les objets, mais percepions dans l’âme) o sensaciones que experimenta el alma. La sensibilidad o el sentimiento es la base y como la medida de lo que se llama moralidad (toute appreciation morale relève de la sensibilité), u orden moral.

Hume rechaza y considera como antifilosófica toda indagación de las causas finales, dando en este punto, como en tantos otros, ejemplo y norma al positivismo materialista de nuestros días, y ya que, por no faltará su idea escéptica, no niega explícitamente el fin y destino del hombre y la existencia de una vida futura, lo niega implícitamente, declarando que estos problemas son insolubles: Quelle est la fin de l’homme? Est-il né pour le bonheur, ou pour la vertu? pour cette vie, ou pour une vie fature? pour lui-même, ou pour son auteur? Questions tout à fait insolubles

El principio sensualista que sirve de punto de partida a Hume y que informa su concepción filosófica, es causa de que esta gravite hacia otras conclusiones, propias igualmente de la tesis materialista, no faltando entre ellas algunas de sabor darwinista. Hume, después de hablarnos de la capacidad que tienen los animales para instruirse y adquirir conocimientos por medio de la experiencia y el raciocinio, concluye por hablarnos de la razón experimental, que es común al hombre con los animales.

Como los representantes del positivismo materialista que hoy priva, y antes que éstos, Hume proclama la incognoscibilidad absoluta de toda substancia espiritual, califica de hipótesis presuntuosa y quimérica (doit être rejetée comme présomptueuse et chimérique) toda tentativa para conocer y explicar las propiedades y atributos de la naturaleza humana, y concluye afirmando que el espíritu no es más que una mera sucesión de impresiones: C’est une succession d’impressions qui seule constitue l’esprit

Aparte del escepticismo, que constituye el elemento preponderante y como la nota característica de la doctrina de Hume, entraña ésta en su fondo el pensamiento crítico-kantiano y el pensamiento positivista. Sin necesidad siquiera de recordar la confesión explícita del filósofo de Kœnisberg cuando escribía: Hume es quien me despertó de mi sueño dogmático, basta la más ligera atención para descubrir y reconocer la influencia ejercida por Hume en el autor de la Crítica de la razón pura. En este concepto, Hume es el verdadero iniciador de ese criticismo que caracteriza a la Filosofía novísima en sus primeras etapas, y aun pudiéramos añadir que también en las últimas. Porque la verdad es que el actual criticismo, o sea el neo-kantismo de nuestros días, procede también de Hume, al buscar la verdad y la ciencia en los límites de la experiencia posible, relegando a la región de las hipótesis las afirmaciones referentes al orden trascendental, a la realidad objetiva de las esencias, sin excluir la de nuestro mismo espíritu (l’essence de l’esprit nous est aussi inconnue que l’essence de la matière), y de sus cualidades fundamentales: Toute hypothèse qui prétend expliquer les principes et les qualités fondamentales de la nature humaine, doit être rejetée comme présomptueuse et chimérique

Por lo que hace al pensamiento positivista, la exposición sumaria de la Filosofía de Hume que acabamos de hacer, basta y sobra para reconocer las múltiples e íntimas relaciones de afinidad que existen entre la tesis del filósofo escocés y la tesis del positivismo, y hasta pudiera añadirse con Stuart Mili (3), que la doctrina de Hume es más positivista que la del mismo Comte. Porque ello es cierto que en Hume se hallan, o en germen o explícitamente, todas las tesis fundamentales del positivismo contemporáneo, incluso el materialista. Que la razón y la ciencia nada nos dicen ni pueden decir acerca de la esencia del alma y de su espiritualidad, acerca de Dios, de la vida futura, del origen del mundo, con otras semejantes hipótesis metafísicas y teológicas; que la inteligencia humana, con sus diferentes funciones, incluso el raciocinio, no tienen otro origen que la asociación de ideas (derivent de la même origine, c’est-à-dire l’association des idées à une impression présente) en relación con las impresiones de los objetos y la sensibilidad; que nuestra ciencia se reduce al terreno de los fenómenos y de la experiencia sensible, sin poder salir de esta última ni conocer la realidad trascendente; que nuestros conocimientos son meramente relativos, y no pueden salir de este círculo para entrar en el terreno propiamente filosófico, ni conocer lo absoluto; que el vicio y la virtud son meras sensaciones, como el calor y el frío; que lo que se llama libertad humana no existe realmente, sino sólo en apariencia, reinando en el hombre, lo mismo que en la materia, el determinismo absoluto; he aquí afirmaciones e ideas que, en unión con algunas no menos positivistas, se encuentran diseminadas y defendidas en los escritos de Hume. Así, no es de extrañar que el patriarca del positivismo le haya concedido lugar preferente en su curioso Calendario (4), y que uno de los biógrafos y comentaristas del filósofo escocés confiese que, si éste tiene en contra «a todos los filósofos metafísicos que conceden preferente atención a las cuestiones trascendentales y suprasensibles», en cambio tiene en su favor «a todos aquellos que se ocupan con preferencia en las investigaciones positivas y excluyen o niegan aquellas entidades y facultades» en que se ocupaba antes la Filosofía y se ocupa hoy todavía la metafísica.

__________

(1) Par impressions, j’entends las perceptions plus fortes, telles que nos sensations, nos affections ou nos sentiments, et par idées les perceptions plus faibles, ou les copies qui restent des premieres dans la memoire ou dans l’imagination.» Essais et traités sur differ. sujets, 2.º

(2) «Un sceptique raisonnable n’a pas d’autre prétention que de rejeter les arguments abstraits, ambitieux, rafíinés; il adhère au sens commun et aux instincts manifestes de la nature humaine…. Or les arguments de la religión naturelle son précisement de cette nature.» Dialogues, t. II, pag. 417.

(3) «La doctrine positiviste, escribe Mili, fut probablement conçue pour la première fois, dans son entière généralité par Hume, qui même la mena un peu plus loin que ne fait Comte, soutenant non pas seulement que les seules causes des phénomènes susceptibles d’être connues de nous sont d’autres phénomènes, leurs antécédents invariables, mais qu’il n’y a pas d’autre espéce de causes.» Comte et le posit., trad. Clemenceau, pág. 8.

(4) Sabido es que Comte escribió un Calendario positivista, distribuido en trece meses, de veintiocho días cada uno, destinado a conmemorar los nombres de los que se distinguieron en las ciencias y la Filosofía, contribuyendo a sus progresos con sus actos o con sus escritos. Comte coloca el mes onceno de este Calendario bajo el patronato general de Descartes; distribuye sus días ordinarios, o, como si dijéramos, de trabajo, entre los filósofos modernos, sin distinción de partidos, Hobbes, Locke, Pascal, Kant, De Maistre, Cabanis, etc., pero reservando los cuatro domingos, como días privilegiados y sitios de honor, para cuatro filósofos superiores, siendo uno de ellos Hume, que figura al lado de Santo Tomás, Bacón y Leibnitz.

Berkeley                                                                                                                          La escuela escocesa

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