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Torre de Babel Ediciones

El Peloponeso hasta el año 500 antes de J. C. Colonias. Historia de Grecia, por Ch. A. Fyffe


MITOLOGÍA

La Mitología contada a los niños e historia de los grandes hombres de Grecia  
 

Mitología de la juventud o Historia fabulosa para la inteligencia de los poetas y autores antiguos

 

 

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Compendio de la historia de Grecia

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Historia romana contada a los niños

Historia de los templarios

 

Nociones de historia de Grecia

Cap.I. Principios de los griegos

Cap II. El Peloponeso hasta el año 500 antes de J. C. Colonias

Cap.III. Ática hasta 500 años antes de J. C

Cap. IV. La revolución jónica y las guerras médicas

Cap. V. El imperio de Atenas y la guerra del Peloponeso

Cap.VI. Esparta, Tebas, Macedonia

Cap. VII. Imperio de Alejandro
 

 

 

NOCIONES DE HISTORIA DE GRECIA –CHARLES ALAN FYFFE


Índice

 

CAPÍTULO II – EL PELOPONESO HASTA EL AÑO 500 ANTES DE J. C. COLONIAS

1. Los Dorios y la antigua población

La conquista del Peloponeso debió de llevarse a cabo poco a poco, porque había allí muchas plazas fuertes, y los dorios eran pocos, comparados con los habitantes del país. Los dorios se dividieron en partidas y cada partida se hizo un Estado independiente. No acababan con los habitantes de las regiones donde se establecían, sino que los trataban como a gente inferior sin darles participación en el gobierno. En Esparta los antiguos habitantes nunca más recobraron poder; pero en la mayor parte de sus establecimientos, no pudieron los dorios conservar por muy largo período todo el poder en sus manos. Veremos en este capítulo cómo los dorios y el pueblo conquistado se trataban mutuamente en los diferentes Estados.

2. Esparta

Una partida doria tomó posesión de la ciudad Lacedemonia o Esparta, con sus campos de trigo (σπαρτή, sparte, tierra sembrada, de σπείρω), al pié del monte Taigeto, en los márgenes del río Eurótas, a veinte millas de su desembocadura. Eran a modo de un pequeño ejército en un país enemigo. Por todos lados estaban rodeados de población aquea. Si querían más tierras, tenían que ganarlas combatiendo. Poco a poco adelantaron su frontera. Atacaron y conquistaron a sus vecinos, tanto dorios cuanto aqueos, unos después de otros, hasta que se apoderaron del país en ambas orillas del Eurótas hasta el mar. Lo mejor de la tierra se lo apropiaron, y el resto quedó para sus antiguos dueños.

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3. Periecos e Ilotas

El pueblo conquistado se dividía en dos clases: los periecos (περίοικοι, que habitan en las cercanías), los antiguos habitantes, a quienes se permitió conservar sus haciendas, y los ilotas (εϊλωτες, acaso de έλω, hacer prisionero), siervos empleados en labrar la tierra de los espartanos. Los periecos tenían que servir como soldados con los espartanos, pero sin serles permitido voto alguno en el gobierno; se les trataba como a inferiores, de manera que estaba prohibido el matrimonio entre espartanos y periecos; mas conservaban sus propiedades y no estaban mal tratados. La suerte de los ilotas era mucho peor. Un cierto número de familias ilotas tenía que vivir en cada una de las haciendas de que se habían apropiado los espartanos; no se les permitía marcharse, ni escoger ocupación; sino que tenían que cultivar la tierra y llevar una cantidad fija de vino y aceite a Esparta, al propietario de la finca, todos los años. Lo que produjera además de esto la finca, era para ellos. No eran, sin embargo, esclavos ordinarios, pues no podían ser vendidos ni arrancados de su tierra. Precisamente era ésta la situación de una gran parte de la nación inglesa en los primeros tiempos, y de una gran parte de los rusos hasta hace muy poco; pero los ilotas no estaban contentos con ser así oprimidos, como pueblo que nunca hubiera pasado de ser siervo: sabían que habían sido un pueblo libre hasta la llegada de los espartanos, y que eran tan buenos griegos como sus señores. Concibieron tal odio contra los espartanos que se decía que un ilota se comería de buena gana a un espartano crudo. Los espartanos estaban siempre temerosos de que los ilotas se sublevaran, y una partida de espartanos jóvenes estaba empleada en vigilarlos y asesinar secretamente a los que parecieran más valientes y más peligrosos.

Cuando los dorios conquistaron el Peloponeso, vivían como una partida de soldados; y aunque en la mayor parte de sus establecimientos se dieron a costumbres más pacíficas y a la vida de las ciudades, estaban en Esparta situados de tal manera que tuvieron que conservar sus hábitos militares, y aun hacerlos más rigurosos. Mientras que en otras partes del Peloponeso se entregaban los hombres a ocupaciones pacíficas, los espartanos estaban en guerra constante. Vivian como un ejército en campaña. Sólo podían conquistar a sus vecinos y estar seguros de los ilotas, estando siempre apercibidos al combate. En los Estados ribereños los antiguos habitantes adquirieron riquezas con el comercio, y después de algún tiempo queda roto el dominio de los dorios; pero en Esparta, muy tierra adentro, no había comercio, y los espartanos estaban resueltos a seguir siendo dueños absolutos de los otros habitantes del país, aun cuando los primeros no eran ni una décima parte de los últimos. Por esta razón sólo pensaron en hacerse un cuerpo de soldados tan fuerte como fuera posible. No era su ciudad un punto de negocios como otras ciudades griegas; hasta lo último siguió siendo una gran aldea, sin hermosos edificios, y estaba demasiado seguramente situada para necesitar una muralla. Las leyes y costumbres de Esparta, que se decía haber sido hechas por Licurgo, convertían la vida entera de los espartanos en una preparación para la guerra. No se criaba ningún niño que no fuese fuerte y sano de cuerpo. A la edad de siete años, se sacaban los niños de sus familias para que los educaran empleados del Estado. Tenían que hacer gimnasia y aprender el manejo de las armas y practicar todos los ejercicios como un soldado que se alista para la guerra. Aprendían a soportar toda clase de penalidades sin quejarse; se les daba poco alimento, como estímulo para que salieran de caza a las montañas; algunas veces eran azotados, casi hasta matarlos, ante los altares de los dioses. La instrucción y los conocimientos no existían en aquel entonces; y cuando empezaron, los espartanos no hicieron caso de tales cosas; pero no eran educados los muchachos como meros salvajes; se les enseñaba un género bélico de música y de poesía. De esta manera eran educados para soldados los espartanos durante su niñez; y cuando se desarrollaban y se hacían hombres no era su vida menos dura. En vez de vivir en sus casas con sus mujeres, tenían que hacer ejercicio todos los días, comían juntos en mesas públicas y dormían en cuartetes. En cada mesa comían quince hombres; la comida era muy grosera y pobre, siendo el principal plato un caldo negro de cebada. Aun las mujeres estaban obligadas a hacer gimnasia. Las mujeres tenían mucho del alto espíritu de los hombres, y eran tratadas con más respeto que en ningún otro de los Estados griegos. Amaban a los hombres valientes y odiaban a los cobardes, y una madre espartana mejor quería oír decir que su hijo había muerto que saber que había huido en la batalla. A ningún espartano se le permitía traficar, y como sus fincas eran cultivadas por los ilotas, nada tenían que hacer en la agricultura y podían dedicar todo el tiempo a ejercicios militares. Con objeto de impedir el comercio con los extranjeros, tenían los espartanos dinero de hierro, que no pasaba en los demás Estados.

Casi en todos los demás puntos de la Grecia, terminó el gobierno de los reyes y gobernaban los nobles; pero en Esparta, donde no querían los cambios, continuaron los reyes. Siempre había al mismo tiempo dos reyes espartanos, lo cual impedía que llegaran a ser demasiado poderosos. El consejo de los jefes de que habla Homero, se conservó en Esparta como un senado de veinte y ocho ancianos, todos de más de sesenta años, llamados Gerusía (de γéρων, anciano); y del mismo modo que, en Homero, se reúne el pueblo bajo en la plaza del mercado para oír lo que el rey tiene que decirle, así en Esparta tenía que reunirse toda la asamblea de ciudadanos para aprobar una ley; pero sólo el magistrado podía hablar; los ciudadanos tenían solamente que votar si o no, y en realidad muy poco tenían que hacer en la administración del Estado.

     Hasta entonces las formas de gobierno en Esparta eran como las que vemos en Homero, con la excepción de que había dos reyes; pero con el tiempo se crearon nuevos magistrados, llamados Éforos (έφοροι, superintendentes) y que pronto se hicieron los verdaderos gobernadores del Estado. Los éforos eran elegidos por la asamblea, y mandaban en todos los espartanos, sin excluir siquiera a los reyes. Ellos trataban los negocios con los otros Estados y proponían todas las leyes. No tenían que dar cuenta a nadie de lo que hubieran hecho, y por esta razón había más secreto en el gobierno de Esparta que en ningún otro del resto de Grecia.

6. Argos

No fue Esparta, en un principio, el más fuerte de los Estados dorios. En los más antiguos tiempos aqueos había sido el mayor rey el de Micenas al nordeste del Peloponeso; y ahora, aunque Micenas había decaído, la vecina ciudad de Argos fue al principio el Estado dorio más fuerte del Peloponeso. Había otros muchos establecimientos dorios al Nordeste, tales como Corinto y Sicion; éstos estaban en alianza con Argos, y unidos en el culto a Apolo, que era el dios de la liga. Enviaban ofrendas todos los años a un templo de Apolo, situado en Argos, y reconocían a esta ciudad como cabeza de la liga. Argos tenía también un extenso territorio de su propiedad, que se extendía por la costa oriental a mucha distancia hacía el sur. Por todo esto, cuando los espartanos siguieron conquistando hacia el este, llegaron a encontrarse con los argivos, y desde entonces fueron rivales y enemigos Argos y Esparta. Los argivos fueron arrojados de su territorio meridional, y luego del distrito de la frontera llamado Cinuria, de modo que Esparta poseía ya todo el país comprendido entre el monte Taígeto y el mar del Este. Ésta es la región llamada Laconia (Λακωνική). Al mismo tiempo decayó la autoridad de Argos sobre sus aliados, y Esparta empezó a colocarse en lugar de Argos como primer Estado del Peloponeso.

Al oeste del Peloponeso había un antiguo santuario de Zeus, en Olimpia, a orillas del río Alfeo. Diez y ocho ciudades se unían para ofrecer sacrificios allí, y cada cuatro años se celebraba una gran fiesta. Las ciudades de Elida y Pisa se disputaron la dirección de las fiestas. Esparta se puso del lado de Elida, y le dio la dirección. Esto era ya algo más que una alianza ordinaria entre dos Estados; porque los espartanos deseaban hacer de las fiestas olímpicas una gran reunión religiosa para toda la Grecia, con objeto de que Esparta, como protectora de las fiestas, pudiera ser reconocida como primer Estado de Grecia. Se hizo cuanto fue posible para hacer las fiestas atractivas. Se establecieron carreras y ejercicios atléticos en que podían entrar en competencia todos los griegos; y se enviaron heraldos por toda Grecia anunciando cuando habían de celebrarse las fiestas, e invitando a todos los griegos a tomar parte en los juegos (άγώνες). Al principio sólo hubo una carrera de hombres; luego se añadieron luchas a brazo partido y de pugilato y otras pruebas de fuerza, y carreras de caballos y de carros. Pasado algún tiempo, los caminos que desde los demás Estados iban a Olimpia eran protegidos durante algunos días antes y después de las fiestas, con objeto de que las gentes pudieran ir y volver sin riesgo; y por último, todo el mes que duraban las fiestas se observó como tiempo de paz en toda Grecia. De esta manera, los juegos olímpicos y las reglas concernientes a ellos, contribuyeron a inspirar en los griegos la idea de que eran una sola nación, aunque con tantos Estados independientes. Se hizo costumbre que cada Estado enviara diputados en representación suya a los juegos, para presentar sus ofrendas al dios; y cada Estado ansiaba que sus diputados se presentasen con ostentación más magnífica que los de los demás Estados. Acudían como espectadores miles de griegos; el llano de Olimpia durante los juegos se convertía en un gran campamento. Los vencedores eran los hombres más dichosos de Grecia. Aunque el premio no consistía más que en una corona de olivo silvestre, era la mayor distinción que podía adquirir un griego. Los príncipes más poderosos solicitaban señalarse en los juegos, y los Estados todos se enorgullecían con la victoria de uno de sus ciudadanos. Hubo otras tres fiestas en Grecia de igual índole, pero las olímpicas fueron las mayores.

8. Esparta conquista a Mesenia

Lindando al oeste con los espartanos, estaban los mesenios, raza dórica igualmente atrevida. Hubo dos largas y desesperadas guerras antes de que Mesenia quedara subyugada (750-650 antes de J. C). Argos, Arcadia y Sicion, temiendo que Esparta intentase conquistarlas a todas, una por una, enviaron socorros a Mesenia; Corinto y la Élida ayudaron a Esparta. Así, pues, casi todo el Peloponeso peleó en uno de los dos bandos. Iba degenerando el espíritu de los espartanos cuando un poeta ateniense llamado Tirteo se presentó entre ellos e inflamó sus corazones con sus cantos. Canciones y bailes guerreros formaban parte de la educación de los espartanos; no leían sus nuevos poemas tranquilamente en un libro, como hacemos ahora, sino que los cantaban formados delante de la tienda del rey, o marchando al campo de batalla. Los espartanos fueron perseverantes; de nada sirvió la valiente resistencia de los mesenios, que al fin cayeron conquistados. La mejor parte de sus tierras fue tomada por los espartanos; en el resto tuvieron que vivir, no como periecos, sino como ilotas. Sin embargo, en medio de su opresión nunca dejaron los mesenios de comprender que eran una nación distinta. Trescientos años después, un general tebano, llamado Epaminondas, que concluyó con el poder de Esparta, proclamó a los mesenios otra vez pueblo libre: se construyó una ciudad, y de nuevo se vio Mesenia elevada al rango de Estado griego (369 antes de J. C.); pero durante estos trescientos años no tuvo Mesenia participación en nada de lo que se hizo en Grecia.

Conquistada Mesenia, poseía ya Esparta la parte meridional del Peloponeso, de mar a mar. Atacó en seguida los Estados de la frontera meridional de Arcadia; pero allí los espartanos se encontraron con un país y una raza que no pudieron subyugar. Los ciudadanos de Tejea destruyeron e hicieron prisioneros sus ejércitos, y obligaron a trabajar como esclavos en los campos a los espartanos, amarrados con las cadenas que ellos mismos habían traído para ponérselas a los de Tejea. Se renunció a toda esperanza de conquistar a Arcadia; Esparta aceptó con gusto como aliados a los de Tejea (por los años 560 antes de J. C), y éstos admitieron el reconocer a Esparta como cabeza del Peloponeso, y seguirla como a su director o jefe. En las fuentes del río Alfeo se levantó una columna, en la cual se leían esculpidas las palabras del tratado. Tejea fue leal a Esparta y a sus soldados, que habían demostrado a los de Esparta su valor, se les permitió servir en el ala izquierda, puesto de honor, en el ejército de Esparta y de sus aliados.

10. Nordeste del Peloponeso. Oligarquías

Volvamos ahora a los Estados del nordeste del Peloponeso, a saber Sicion, Corinto y Megara. En todos éstos, como en Esparta, había un cuerpo de dorios que vivían en medio de la población antigua; pero habían abolido el gobierno de los reyes y establecido el de las familias nobles. El nombre que los griegos dieron a esta clase de gobierno, fue Oligarquía o gobierno de los pocos (όλίγοι, άρχή). En casi todos los Estados de Grecia, con excepción de Esparta, fue disminuyendo cada vez más el poder de los reyes, y las familias nobles fueron tomando el manejo de los negocios en sus propias manos, hasta que por fin concluyeron del todo con el gobierno de los reyes. Se suponía que estas familias eran descendientes de los héroes; vivían separadas, como raza sagrada, de las masas del pueblo; tenían sus cultos propios en los cuales no participaban las gentes comunes; y ellas solas sabían las leyes, que no estaban escritas, sino que se trasmitían verbalmente, como una especie de conocimientos sagrados. No se consideraban conciudadanos con los demás de su mismo Estado, sino que creían que ellos solos formaban al Estado, y a nadie que no fuera de los suyos le reconocían derecho alguno de ninguna clase. Por regla general poseían buenas fincas, mientras que la gente ordinaria o bien trabajaba en pequeñas propiedades, o bien vivía como jornaleros, o bien del comercio. Algunas veces los nobles habitaban ellos solos un distrito aparte,

11. Sición

Todo esto sucedía en Sición; los dorios nobles vivían en las vertientes de las montañas, mientras que el pueblo habitaba la llanura, en las márgenes del río Asopo, y en la playa del mar a su desembocadura. Los nobles los llamaban egialeos u hombres de la costa, y al principio no les permitieron servir como soldados, ni funcionar como ciudadanos en ninguna calidad; pero después de algún tiempo, estando en una gran necesidad de soldados, hicieron que los egialeos sirvieran, armándolos con mazas, cuando ellos tenían espadas y lanzas. Con todo, mientras los dorios nobles vivían del producto de sus tierras, los egialeos se estaban enriqueciendo con el comercio y la industria; y por los años 676 antes de J. C, un egialeo rico, llamado Ortágoras, se puso a la cabeza del pueblo llano, y derribó el gobierno de los nobles. Ortágoras se hizo dueño de todo el Estado y lo gobernó como rey, entregando su poder después a su hijo. Los descendientes de Ortágoras, llamados los Ortagóridas, fueron jefes de Sición durante cien años. Formaron el partido de la gente común, y abolieron todos los privilegios de los dorios. Así terminó en Sición el poder de los dorios nobles, y dejó Sición de ser una oligarquía, para pasar a ser gobernada por un solo hombre.

12. Significado de Tirano

Los soberanos como Ortágoras y sus descendientes no se llamaron, sin embargo, reyes (βασιλείς), sino tiranos (τύραννοι). La palabra griega no significa un gobernante que manda tiránicamente en el sentido que nosotros damos a esta expresión, sino un gobernante cuyas facultades están por encima de las leyes y en contra de las mismas. Así de Fidón, rey de Argos, se dice que se hizo (τύραννος) —es decir, que se hizo rey absoluto, cuando por las leyes y costumbres de Argos el poder de los reyes estaba limitado. Un rey de Persia, por muy tiránicamente que hubiera gobernado, no hubiera sido llamado τύραννος —porque la ley y la costumbre de Persia eran que el poder del rey fuese casi absoluto, es decir, que el rey pudiera hacer casi todo cuanto le viniese en voluntad. Por otra parte, los Ortagóridas eran todos tiranos, por sabia y suavemente que gobernasen, porque su poder no estaba de acuerdo con la ley de Sición. Por esto, cuando digamos tirano, traduciendo a τύραννος, debemos de recordar que no estamos usando la palabra en la acepción que hoy tiene vulgarmente.

Uno de los tiranos de Sición, llamado Clístenes, deseaba con ansiedad captarse el favor del oráculo de Delfos, y se unió con Atenas y con algunos otros Estados en una guerra a su favor. Los habitantes de Crisa, que está entre Delfos y el mar, trataron de hacer pagar un tributo a todo el que pasara por su ciudad para ir a Delfos. Clístenes y sus aliados hicieron por esto la guerra a Crisa y la destruyeron, y declararon consagrada al dios la tierra de los crisos, para que nadie pudiera edificar más en ella. Se llama esta guerra la primera guerra sagrada, y duró diez años, desde 595 a 585 antes de J. C.

En Corinto se sucedieron los gobiernos del mismo modo que en Sición —reyes, oligarquía, tiranos. Cuando concluyeron los reyes, fue gobernado el Estado por doscientas familias nobles llamadas los Baquíadas. Corinto era la principal ciudad comercial de Grecia, por su posición en el istmo. Allí se reunían los caminos de todas partes de la Grecia, y los corintios hicieron un tramway o tranvía sobre el istmo, por el cual se trasportaban de un mar a otro los buques, que eran poco mayores que botes de nuestros días, con objeto de evitarles el peligroso viaje, doblando el cabo Malea. Así que a Corinto fue el comercio de todas clases. En Corinto se construían buques a propósito para el camino de carriles, que se vendían a los extranjeros, de modo que Corinto llegó a ser la gran ciudad constructora de buques de la Grecia. El primer puerto artificial de Grecia se hizo en Lequeo, puerto del norte de Corinto; allí se hicieron diques, y los corintios fueron introduciendo mejoras sucesivamente en sus buques, hasta que por último inventaron el trireme (τρείς, έρετμον), buque con tres órdenes de remos, uno encima de otro, que fue después el buque de guerra común en Grecia. Todo tendía a hacer de los corintios un pueblo marinero; y cuando se suscitaron disgustos en el gobierno de los Baquíadas, los nobles jóvenes que eran peligrosos y que estaban descontentos eran enviados a establecer colonias por los mares, donde pudieran tener el mando. Las mayores de estas colonias eran Córcira, hoy Corfú, en la costa del Epiro, y Siracusa en Sicilia (mapa de las colonias griegas).

15. Cipselo derriba a los Baquíadas

Por más que los baquíadas alentaron sabiamente el comercio de Corinto, y se libraron de hombres peligrosos por medio de las colonias, no pudieron conservar su poder. Se habían reducido a muy pocos; eran odiados por el pueblo; y había otras familias dorias tan nobles como ellos, a quienes mantenían alejadas completamente del gobierno. Uno de estos nobles se casó con la hija de un baquíada, por no querer casarse con ella ninguno de los suyos porque era coja. Su hijo, Cipselo, tenía que tomar el rango de su padre y no de su madre. Despreciado por los baquíadas, Cipselo se ganó el favor del pueblo y se hizo dueño de la ciudad. Quedó destruida la oligarquía; Cipselo reinó como tirano por espacio de treinta años (655-625 antes de J. C), y dejó el gobierno a su hijo Periandro.

16. Periandro

Periandro, que tenía a la sazón cuarenta años de edad, había estudiado los sistemas de los reyes despóticos de Asia, y se creía de él que había adquirido más habilidad en el arte de gobernar que la que ningún otro griego había poseído hasta entonces. Fue uno de los siete sabios, y se le atribuyen muchas frases griegas discretísimas sobre gobernantes y gobernados. Periandro intentó ser rey en apariencia como en realidad. Su padre Cipselo había vivido como cualquier ciudadano mezclado con el pueblo; Periandro, por el contrario, edificó un palacio encima de la gran ciudadela de Corinto, y se rodeó de soldados y de una corte como la de un monarca oriental. No dejaba que nadie fuera poderoso en el Estado, sino él mismo. Si había un corintio con grandes riquezas, le hacía Periandro entregar parte de ellas; y del dinero así adquirido hizo espléndidos dones a los dioses. Periandro amaba a los poetas y artistas; en su corte vivían poetas, y las ofrendas que hacía a los dioses eran obras de arte. Fundó colonias y extendió el poder de Corinto a mucha distancia en la costa situada entre Córcira y la boca del golfo de Corinto. Era tan grande el comercio de Corinto que no se necesitaban más impuestos que los derechos de puerto; pero en medio de todo su esplendor, vivía Periandro con el terror al espíritu de la libertad. El pueblo llano y los comerciantes, que siempre habían estado sujetos a reyes u oligarquías, no estaban disgustados con un déspota; pero en las familias que hasta entonces hablan gobernado era fuerte el espíritu de la libertad. Por esta razón, prohibió Periandro todas las reuniones en que los hombres de alta estirpe pudieran excitarse unos a otros con el pensamiento de ser libres. Abolió las comidas públicas, que todavía duraban desde los antiguos tiempos dóricos, y la reunión de los jóvenes en los gimnasios; y trató de hacer que los ciudadanos desconfiaran unos de otros, y que vivieran enteramente en familia con sus mujeres e hijos. Deseaba que el pueblo que gobernaba fuese un servidor sumiso suyo, como las naciones del Oriente, sin saber que el poder sin freno convierte al hombre en salvaje, y que el déspota se vuelve el más colérico y miserable de los hombres. Se hizo cruel y suspicaz. En un arrebato de cólera mató a su mujer Melisa, a quien amaba; entonces, lleno de remordimientos, hizo que todas las mujeres de Corinto quemaran sus vestidos en una gran hoguera, como una ofrenda a la muerta. Sus dos hijos, que no sabían de qué manera había muerto su madre, vivían con su abuelo, el padre de Melisa. Cuando llegó la hora de separarse, llamolos aparte el anciano y les preguntó si conocían al asesino de su madre. El mayor era torpe, y no volvió a pensar en ello; pero el más joven, Licofrón, buscó lo que había querido decirles y averiguó que el asesino era su padre. Cuando volvieron a Corinto, Licofrón no quiso hablar con su padre ni saludarle. Periandro le arrojó colérico del palacio; y cuando supo lo que pasaba por el espíritu de Licofrón, prohibió a los ciudadanos que le admitieran en sus casas, y que le hablaran y que le dieran alimento. Días enteros vagó Licofrón silencioso y muriéndose de hambre por las plazas públicas; cuando Periandro creyó que su espíritu debía haberse quebrantado, se le acercó y le mandó que volviera a palacio; pero Licofrón sólo contestó desdeñosamente que Periandro había faltado a su propia orden dirigiéndole la palabra. Su padre le desterró entonces a Córcira, y allí permaneció muchos años, como olvidado; pero anciano ya Periandro y conociendo que su hijo mayor no servía para sucederle, envió a su hija a Córcira, para que persuadiese a Licofrón a que volviera a ser su heredero. Licofrón dijo a su hermana que no volvería nunca a Corinto mientras su padre viviera. Entonces Periandro desesperado, ofreció retirarse a Córcira, si Licofrón quería reinar en Corinto; pero cuando los de aquella ciudad lo supieron, por temor a la venida del viejo tirano, se apoderaron de Licofrón y le dieron muerte. Así concluyeron las últimas esperanzas de Periandro. Vengose de un modo terrible de los de Córcira, y falleció después de haber reinado cuarenta años (625-585 antes de J. C).

17. Megara

En Megara, en el año 620 antes de J. C, se hizo tirano Teagenes y abolió la distinción entre los dorios y el resto de la población. Fue, sin embargo, destronado y se siguieron violentas convulsiones entre los nobles y los que no lo eran.

En muchos de los otros Estados se levantaron tiranos por el mismo tiempo. Empezaron en las ciudades jónicas del Asia Menor, donde los hombres conocían los gobiernos absolutos de los países orientales; y la razón de levantarse tiranos en tantos lugares era que en todos ellos igualmente poseían las familias nobles todos los derechos en el Estado, y el pueblo llano no poseía ninguno. Los tiranos adquirieron su poder tomando el partido del pueblo y defendiendo su causa; y sirvieron para bien en cuanto derrumbaron aquel estrecho sistema por el cual las pocas familias nobles componían completamente entre sí todo el Estado, y el pueblo era tratado como si fuera algo de fuera del Estado. Hasta entonces las grandes ceremonias religiosas hablan pertenecido sólo a las familias nobles, sin que los demás pudiesen tomar parte en ellas, comprendiendo por esto que no la formaban del Estado. Los tiranos, por otra parte, hicieron nuevas fiestas espléndidas para todo el pueblo; y aunque las familias antiguas conservaban sus propios ritos especiales, y en ello tenían gran orgullo, los nuevos cultos contribuyeron a hacer que nobles y pueblo comprendiesen que eran conciudadanos del mismo Estado. Así es que cuando concluyeron los tiranos, y los ciudadanos se encargaron del gobierno, se había ya disminuido algún tanto la distinción entre las familias nobles y las que no lo eran, y había una idea mejor del Estado, como cosa que a todos los incluía. También hicieron bien los tiranos a la Grecia, porque dieron estímulo a la poesía y al arte. En sus fiestas oía la multitud nuevas clases de poesía y de música, que no podían esparcirse entonces como ahora por medio de la imprenta. A la corte de un gran príncipe como Periandro venían de todas partes de la Grecia los hombres de más talento de todas especies, de modo que lo mejor y más nuevo de todas partes era allí conocido, y todos podían aprovecharlo. En general, el primero de cada dinastía de tiranos era un buen gobernante, y sus sucesores muy inferiores a él. El hombre que se elevaba al poder, como Cipselo u Ortágoras, podía hacerlo porque era preciso que alguno se presentara en nombre del pueblo, a echar por tierra los privilegios de los nobles. Ganaba el poder haciendo una gran obra en el Estado, y el pueblo depositaba en él confianza; pero sus sucesores no ocupaban el trono por nada que ellos mismos hubiesen hecho. Nacieron príncipes, y las más veces era su único deseo el aumentar su propio poder. Los nobles los odiaban y conspiraban en su contra. Entonces, comprendiendo el peligro y corrompidos por el poder, los tiranos solían hacerse opresores crueles y nada más, y trataban de destruir todo espíritu y virilidad. No importaba todavía al pueblo llano ser gobernado por un déspota, porque nunca había tenido aún participación en el gobierno, durante las oligarquías, y por consiguiente no había llegado todavía, como después llegó en muchas ciudades, a apreciar la libertad y odiar la esclavitud.

19. Esparta y los Tiranos

Lo que hacían los tiranos del Peloponeso era odioso para Esparta. Habían derribado el gobierno de los dorios en sus respectivos Estados, y levantado a la población antigua. Esparta temía que pudiera intentarse lo mismo en sus dominios, y por esta razón hizo guerra a los tiranos, en el Peloponeso y en todas partes, cuando se le presentó la oportunidad. Entre otros fue arrojado de Esparta el sobrino de Periandro. Esparta era entonces el Estado reconocido como primero de la Grecia; la mayor parte de las ciudades del Peloponeso eran sus aliadas, y enviaban tropas cuando se las pedía, poniéndose los reyes espartanos a la cabeza de los ejércitos unidos.

Durante el período de las oligarquías y de las tiranías, y por efecto del descontento y de la pobreza, emigraron en grupos muchos hombres de las ciudades griegas, y fundaron otras nuevas llamadas colonias (άποίκιαι), en diferentes partes del Mar Mediterráneo, y en la costa del Mar Negro. Solían situarse las colonias en sitios donde ya se había empezado algún comercio con los naturales del país, y siempre en la costa o a muy poca distancia de ella. Desde el principio hubo en las colonias más libertad que en las ciudades griegas; y como, por regla general, tenían un territorio más fértil o más comercio del que podía tenerse en la Grecia, muchas de ellas llegaron a ser bastante más ricas y más poderosas que las ciudades de donde procedían sus fundadores. Una colonia no estaba subordinada a la ciudad-madre, pero le tributaba ciertos honores y conservaba para ella un sentimiento de amistad, más que por otra razón por el culto a los mismos dioses. Las colonias se extendieron por la costa de la parte S. O. de Italia y por Sicilia; y como los griegos cada vez comerciaban más en la parte oriental del Mediterráneo, acabaron por echar de allí a los mercaderes fenicios, que al principio habían hecho todo el comercio, ellos solos. Los fenicios no pudieron competir con los griegos en aquellos mares, pero resolvieron conservar en sus manos el comercio de la parte oeste del Mediterráneo, y no permitir que también se lo llevaran los griegos. Con esta intención fundaron la colonia guerrera de Cartago en la costa africana, y los cartagineses, en alianza con los etruscos de Italia, impidieron a los griegos establecerse en el ángulo occidental de Sicilia o en Córcega, y fundar ninguna colonia importante en la costa de España. Si el esparcimiento de las colonias griegas no hubiese encontrado un obstáculo en la construcción de Cartago, casi toda la costa del Mediterráneo hubiera acabado por ser griega. Aun así y todo, la costa de Sicilia, excepto su punta occidental, se hizo un país enteramente griego, siendo las colonias mayores Siracusa y Agrigento. Hubo guerras frecuentes entre los griegos de Sicilia y los cartagineses. La costa de la parte S. O. de Italia se llamaba Grecia Magna, por el número e importancia de las colonias griegas que allí había. Estaban salpicadas por toda esta costa desde Cumas a Tarento, y se dedicaban a la agricultura, comercio y pesquerías. Al norte de Cumas, y en la costa oriental de Italia, no había colonias. En la costa sur de la Galia (Francia), Masilia (Marsella) era una colonia griega, y había otras de menor importancia: en la costa de África en frente de Grecia, Cirene; y en Egipto, Naucratis. Por toda la costa meridional del Mar Negro había una línea de colonias fundadas por Mileto : y en su costa occidental se extendían hasta Crimea por el Norte, en medio de vecinos salvajes, y en un país donde los inviernos son excesivamente fríos. La prosperidad de las colonias del Mar Negro dependía del comercio de trigos, que es todavía el gran trafico de aquellas regiones. En la mayor parte de los lugares en que se establecían los griegos, los naturales del país que estaban en contacto iban poco a poco perdiendo sus propias costumbres y empezaban a vivir como los griegos. Esto sucedió, sobre todo, en la Italia meridional y en Sicilia, donde los naturales eran de una raza muy afín con la de los griegos. Por los años 400 antes de J. C, aunque la costa de Italia era en su mayor parte griega, los sicilianos naturales del interior eran un pueblo enteramente distinto; pero 70 años antes de J. C, toda la isla se había hecho griega, y no se oía en ninguna parte de ella una sola palabra que no fuera del idioma griego.

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21. Esclavitud

En los tiempos homéricos no había muchos esclavos; pero conforme fueron los griegos enriqueciéndose, y aficionándose cada vez más a vivir en las ciudades, aumentó el número de esclavos, y los ciudadanos contaron, más que antes, con el trabajo de aquéllos. Se hizo cosa muy común que el ciudadano viviese en la población, dejando el cultivo de sus campos enteramente a sus esclavos. Los traficantes y mercaderes empleaban también esclavos en sus negocios, y había grandes diferencias en las posiciones de los esclavos. Podía ser empleado un esclavo como dependiente o secretario de su amo, y ser más un amigo suyo que su criado; o podía ser tratado ni más ni menos que una bestia, o hacérsele pasar la vida tirando del remo. Al leer la historia de Grecia, no debemos de olvidar nunca que estamos leyendo la historia de los dueños solamente, no la de los esclavos; y que toda la grandeza e interés de la vida griega pertenecían sólo a una parte de la población. Había otra parte -la población esclava- cuya historia, si existiera, quizás estuviera demasiado llena de miserias y de sufrimientos para que nos fuera posible leerla.

 

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