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Torre de Babel Ediciones

La revolución jónica y las guerra médicas. Historia de Grecia, por Ch. A. Fyffe


MITOLOGÍA

La Mitología contada a los niños e historia de los grandes hombres de Grecia  
 

Mitología de la juventud o Historia fabulosa para la inteligencia de los poetas y autores antiguos

 

 

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Japón. Estudio histórico y sociológico 

Compendio de la historia de Grecia

Lecciones de historia romana  

Historia romana contada a los niños

Historia de los templarios

 

Nociones de historia de Grecia

Cap.I. Principios de los griegos

Cap II. El Peloponeso hasta el año 500 antes de J. C. Colonias

Cap.III. Ática hasta 500 años antes de J. C

Cap. IV. La revolución jónica y las guerras médicas

Cap. V. El imperio de Atenas y la guerra del Peloponeso

Cap.VI. Esparta, Tebas, Macedonia

Cap. VII. Imperio de Alejandro
 

 

 

NOCIONES DE HISTORIA DE GRECIA –CHARLES ALAN FYFFE


Índice

 

CAPÍTULO IV – LA REVOLUCIÓN JÓNICA Y LAS GUERRAS MÉDICAS

Todas las colonias griegas en el Asia Menor eran ciudades de la costa, que no trataban de conquistar el interior del país. Tampoco los reyes de los países de tierra adentro, tales como Frigia y Lidia (mapa de Grecia y las costas Egeas atacaron en un principio a los colonos griegos, sino que les permitieron conservar en paz la posesión de la costa; y se hicieron ricos y prósperos, mucho antes que las ciudades de la Grecia europea. Las colonias más importantes fueron las jónicas. Había doce ciudades independientes, y aunque tenían una festividad religiosa común y se creían un cuerpo distinto de los dorios y eolios, no obraban de común acuerdo, ni había ninguna ciudad que tuviese entre ellas la dirección, como Esparta en el Peloponeso. En tanto que ningún enemigo poderoso las atacó, no comprendieron los jonios los males de su desunión; pero por los años 720 antes de Jesucristo, empezó una nueva dinastía de reyes en Lidia, que determinaron hacer de Lidia un gran imperio y conquistar toda la costa. Estos reyes hicieron la guerra a las ciudades jónicas, una después de otra; y por último, por los años 550 antes de Jesucristo, se hizo el rey Creso dueño de todas ellas; pero Creso no deseaba perjudicar ni destruir a ninguna ciudad griega, sino solamente que formaran parte de su imperio. Los reyes lidios habían llegado a entender las costumbres de los griegos, y les gustaban; consultaban a los oráculos griegos y enviaban regalos a los templos, y aun estando en guerra, respetaban los lugares sagrados de los griegos. Creso sólo exigió a las ciudades que le pagaran un tributo moderado y que le reconocieran como soberano; en todos los demás conceptos les dejó que se gobernaran como quisieran. Era aficionado a todo lo que era griego; daba una buena acogida a los artistas y viajeros griegos en su corte; y a haber continuado el imperio de Lidia, quizás pronto se hubieran extendido por toda el Asia Menor las costumbres griegas. Pero Lidia estaba a punto de ser vencida por una monarquía verdaderamente asiática, que odiaba y despreciaba las costumbres griegas; y para poder entender los acontecimientos que entonces ocurrieron, tenemos que separamos por un momento de Grecia, y retroceder mucho en la historia de las naciones asiáticas.

2. Nínive

Mil años antes de la venida de Jesucristo, los reyes de Nínive hablan conquistado las naciones de las orillas del Éufrates, y hablan hecho de Asiria un gran imperio. En el colmo de su poder llegó Asiria a gobernar hasta Lidia por el Oeste, y quizás hasta el río Indo por el Este (mapa del imperio persa y Grecia). Pero unos 750 años antes de Jesucristo, se sublevaron Babilonia y Media y se hicieron reinos independientes. Después de esto, cuando Nínive y Babilonia eran ya reinos independientes, fue cuando los judíos fueron llevados en cautiverio, Israel por el rey de Asirla, Judá por el rey de Babilonia.

3. Medos

Los medos, que se hablan sublevado contra Níneve, eran un valiente pueblo que vivían en las tierras altas al Este del Éufrates, y unieron las tribus montañeras de las inmediaciones bajo su gobierno, incluso los persas del Sur. El cuarto rey de Medía, Ciaxares, se alió con Nabonasar, rey de Babilonia, contra Níneve; y en el año 606 antes de Jesucristo se apoderaron de la gran ciudad y la destruyeron completamente. Como los medos estaban ansiosos de hacer nuevas conquistas, y no se atrevían a atacar a la misma Babilonia, tuvieron que dirigirse al Asia Menor, y allí conquistaron todo hasta que se encontraron con los lidios. Los ejércitos medos y lidios estaban preparados para la batalla, cuando se extendió sobre la tierra una repentina oscuridad, producida por un eclipse del sol. Tomaron esto por presagio e hicieron la paz, conviniendo en que el río Halys sirviese de límite entre los imperios lidio y medo (585 antes de Jesucristo). Y por esto Creso reinaba en 550 antes de Jesucristo, sobre un país que se extendía desde el mar Egeo al río Halys.

4. Persas

Poco después de detenerse las conquistas de los medos, se levantó contra ellos la nación persa al mando de Ciro, y se puso a la cabeza del gran imperio medo (559 antes de Jesucristo). Sabia Creso que los persas empezarían de nuevo a hacer conquistas, y se preparó en consecuencia para la guerra. Hizo alianza con Baltasar, rey de Babilonia, y con Amasis, rey de Egipto, y mandó a preguntar al oráculo de Delfos si debía declarar la guerra a Ciro. El oráculo dio una respuesta ingeniosa, y recomendó a Creso que se aliara con Esparta. Esparta le prometió ayudarle, pero Creso invadió a Capadocia sin esperar la ayuda, y dio una batalla a Ciro, sin resultado decisivo (547 antes de Jesucristo). Entonces se retiró a Sardis, capital de Lidia, y avisó a sus aliados para que al concluirse un plazo de cinco meses, tuviesen sus tropas en Sardis; pero Ciro estaba más preparado de lo que Creso suponía; marchó directamente sobre Sardis, derrotó a Creso y se apoderó de la ciudad sin dar tiempo a que llegasen socorros. Toda Lidia se sometió al conquistador, y las ciudades jónicas de la costa ofrecieron someterse, si Ciro les concedía la continuación de los privilegios otorgados por Creso. Se negó Ciro; y las ciudades tuvieron que decidir entre someterse a los persas con las condiciones que estos quisieran imponer o pelear por su libertad. Determinaron esto último, y enviaron por socorros a Esparta, que no les dio ninguno. Había pasado ya el tiempo de someterse, y las ciudades fueron sitiadas, una después de otra, por Harpago, general de Ciro

5. La Guerra en Jonia

Nunca habían visto los griegos un enemigo tan terrible como los persas, que ahora los atacaban. En las guerras lidias habían visto una buena caballería, pero los persas tenían nuevas tropas e invenciones de todas clases. Sus arqueros mataban a los defensores de las murallas. Traían máquinas para sitiar en regla; cercaban con fosos las ciudades para que nadie pudiera entrar ni salir; construían baluartes contra las murallas o derribaban estas con minas. Los lidios habían respetado los lugares sagrados; pero los persas, como los ejércitos de Mahoma en épocas posteriores, creían en un Dios y odiaban todas las obras de los idólatras, y en todas sus guerras exasperaron a los griegos, destruyéndoles sus templos. Vieron los jonios que todo estaba perdido; y algunos de ellos manifestaron un amor noble por la libertad, abandonando sus hogares por no someterse los conquistadores. Muchos ciudadanos de Teos se marcharon de Tracia y fundaron a Abdera; los ciudadanos de Focea, habiendo hecho una tregua de un día con el ejército que la sitiaba, emplearon este tiempo en embarcar a sus mujeres e hijas, y dieron luego la vela dejando a los persas una ciudad vacía. Después de algún tiempo, hubo algunos entre ellos que sintieron nostalgia y volvieron; los demás, al cabo de muchas aventuras, se establecieron en Elea, al Sur de Italia. Todas las otras ciudades fueron tomadas por los persas, y una vez conquistadas, no recibieron mal trato; pero aunque continuó su prosperidad por el momento, el más sabio de sus ciudadanos, Bias, de Priene, les dijo que ahora estaban a merced de Persia, y que hablan perdido su libertad por la falta de unión entre ellas. Trató de persuadir a sus habitantes, ya que todavía conservaban sus buques, a que siguieran el ejemplo de los focenses, haciendo vela para Cerdeña para fundar allí entre todos una gran ciudad; pero las otras ciudades jónicas no tenían el espíritu de los focenses; pensaron que podían ser tan grandes como siempre su comercio y su riqueza, aun estando ellas sujetas a los persas, y se negaron a seguir el consejo de Bias.

6. El imperio persa se hace un poder naval

Toda la costa del Asia Menor fue conquistada por Harpago, y se sometieron las islas de Chios y Lesbos, no obstante que los persas aún no tenían flota con que llegar hasta ellas (unos 540 antes de Jesucristo). Mientras que Harpago estaba conquistando a los griegos, Ciro en persona sitiaba y tomaba a Babilonia. Entonces fue cuando se permitió a los judíos que regresaran a Judea. Muerto Ciro (525 antes de Jesucristo), se sometió la Fenicia a su hijo Cambises, de modo que los persas podían obligar ahora a dos naciones marítimas, los fenicios y los jonios, a proveerles de una flota, y podían por consiguiente pensar en hacer conquistas al otro lado de los mares. Cambises aumentó el imperio persa con el Egipto y Chipre, y falleció en el año 522 antes de Jesucristo.

7. Darío pone en orden el imperio

Después de Cambises, se levantó un impostor como rey de Persia, pretendiendo que era Smerdis, el hijo más joven de Ciro, que había sido realmente condenado a muerte por Cambises. Fue descubierto y muerto al cabo de ocho meses, y Darío, pariente de Ciro, nombrado rey (521 antes de Jesucristo). Darío era un sabio gobernante. Cuando subió al trono, estaba en revolución una gran parte del imperio, y vio que si quería sostenerlo sin desmembraciones tenía que establecer un gobierno más regular. Por esta razón, dividió el imperio en veinte provincias, llamadas satrapías, e hizo que se midiera todo el territorio del imperio, para poder fijar la contribución que cada satrapía tenía que pagar anualmente. Convirtió a Susa, ciudad de la Medía, en centro del gobierno, abrió caminos desde Susa a todas las demás partes del imperio, y arregló en todos estos caminos las cosas de manera que los que estuvieran al servicio del rey pudieran trasladarse rápidamente de un punto a otro. Se acuñaron monedas llamadas dáricos, que tuvieron curso en todas partes.   De esta manera los países desde el Indo al mar Egeo estaban ahora gobernados según un sistema, y Darío al tanto de lo que estaba sucediendo en las partes más distantes del imperio.

    En los países conquistados, era sostenido todo gobierno que al parecer ofrecía probabilidades de trabajar bien y sumisamente, bajo el poder del sátrapa o gobernador persa de la provincia. Así en Judea gobernaron bajo el sátrapa de Siria, Zerubabel y Josué; y en Jonia, vio Darío que el gobierno de los tiranos, que allí era común, probablemente mantendría a las ciudades en la obediencia a Persia, por lo cual dio protección a un tirano en cada una de las ciudades.

Cuando Darío hubo organizado su imperio, hizo una expedición contra los escitas de Europa, al Norte del Danubio (510 antes de Jesucristo); y entonces pudo verse cuan importante había sido para los persas la conquista de Jonia, pues Darío obligó a los tiranos jónicos a alistar una flota de 600 buques, y a unirse con él en la expedición. Marchó su ejército sobre las costas del Bósforo, uno de los estrechos que dividen Asia y Europa. Allí Mandrócles, ingeniero de Samos, dispuso un puente de barcas y por él entró en Europa el ejército persa. Desde el Bósforo, atravesó la Tracia, dirigiéndose al Norte, hasta llegar al río Danubio. Mientras tanto, la flota jónica, al mando de los tiranos, había salido del Bósforo para las bocas del Danubio, y había construido un puente de barcas que atravesaba el río a alguna distancia de su desembocadura. Darío cruzó por este puente entrando con su ejército en la Escitia, y mandó que los tiranos permaneciesen en el puente y lo guardasen durante dos meses; pero pasó este tiempo y Darío no volvía. En vez de salir al encuentro del ejército persa para de dar una batalla, los escitas, que eran un pueblo errante sin hogares fijos, habían ido retirándose ante sus invasores, para internarlos cada vez más en el país; y los griegos supieron que Darío y su ejército se habían perdido en las llanuras, y estaban ya retirándose hacia el Danubio, atacados por flecheros escitas y en un miserable estado. Cuando llegaron tales nuevas, Milcíades, gobernador del Quersoneso tracio, y ateniense de nacimiento, propuso a los otros tiranos la destrucción del puente, para dejar que Darío y su ejército pereciesen de hambre en la Escitia; pero Histieo, tirano de Mileto, recordó a los tiranos que a los persas debían el seguir en sus tronos y que si se destruía el imperio persa, serian arrojados ellos de las ciudades por el pueblo. Por esta consideración, se negaron los tiranos a deshacer el puente, y el consejo de Histieo salvó a Darío y a su ejército.

9. El imperio persa se extiende hasta Tesalia

Volvió Darío a Sardis en salvo, y dejó a Megabazo, general persa, con 80000 hombres para que conquistara aquella parte de Tracia que todavía no estaba sometida, y para fundar una satrapía regular en Europa. Megabazo subyugó toda la Tracia, y envió embajadores a Amintas, rey de Macedonia, intimándole que reconociera a Darío como su señor. Amintas dio tierra y agua, que era la señal de sumisión entre los persas, y así quedó Macedonia agregada a los Estados sometidos, y llegó el imperio persa a extenderse por Europa desde el Danubio al monte Olimpo, límite entre Macedonia y Tesalia. Para recompensar a Histieo por haber conservado el puente, le dio Darío el país de Mircino en la Tracia sobre el río Estrimón. Viéndose Histieo en posesión de Mileto y Mircino, empezó a hacer grandes planes de conquistas; pero el sátrapa Megabazo descubrió sus intenciones, y avisó a Darío de que Histieo se preparaba a hacerse independiente; Darío mandó llamar a Histieo, y so pretexto de amistad, le llevó a vivir a la corte, en Susa, permitiendo a Aristágoras, yerno de Histieo, que reinara como tirano de Mileto en vez de éste.

Era Aristágoras tan ambicioso como Histieo, y pronto vio una oportunidad de extender su poder. Los nobles de la isla de Naxos hablan sido arrojados por el pueblo y pidieron socorro a Aristágoras (502 años antes de Jesucristo). Aristágoras pensó que si restablecía a los nobles seria dueño de la isla; pero como Naxos era demasiado fuerte para poder él atacarla solo, se dirigió a Artafernes, sátrapa de su distrito, y le propuso que los persas le ayudaran a conquistar a Naxos, y que añadirían no solamente Naxos sino otras islas más al imperio persa. Convino Artafernes, y dio a Aristágoras una escuadra de doscientos buques; pero el jefe persa de la escuadra tuvo una cuestión con Aristágoras y la empresa no tuvo buen éxito. Temía ahora Aristágoras la cólera de Artafernes, y empezó a pensar en sublevarse. Precisamente entonces Histieo, que deseaba ser despedido de Susa, envió a decir a Aristágoras que se levantara, pensando que él seria enviado por Darío para combatir a los rebeldes, y que de esta manera recobraría su libertad. Aristágoras reunió al pueblo en asamblea, proclamó que dejaba de ser tirano, y convenció a los de Mileto y otras ciudades a que se rebelaran contra Persia. Fueron depuestos los tiranos y proclamada la libertad en todas las ciudades (año 500 antes de J. C). Las colonias eolias y dorias y la isla de Chipre se unieron a la insurrección.

11. Los atenienses incendian a Sardis

Conocedor del gran poder de los persas, fue Aristágoras a Grecia en busca de auxilios. Los espartanos no se los dieron, pero Atenas le envió inmediatamente veinte buques, y Eretria, de Eubea, cinco. Sus tropas se unieron a los rebeldes jonios y marcharon súbitamente sobre Sardis, donde estaba Artafernes, y pusieron fuego a la ciudad, pero las fuerzas persas se reunieron; los griegos no pudieron sostener a Sardis y fueron atacados y derrotados al estarse retirando a la costa. Volvieron a Atenas los atenienses, y toda la fuerza de Persia se concentró contra las ciudades rebeldes.

12. Batalla de Lade (496 antes de J. C).

La guerra fue larga y desesperada. Las ciudades más pequeñas fueron las sitiadas primeramente, e hicieron una tenaz resistencia. Cuatro años habían trascurrido antes de que los persas reunieron sus fuerzas de mar y tierra para bloquear a Mileto, la mayor de todas ellas. Entonces celebraron un consejo todas las ciudades que todavía no hablan sido dominadas; y como no podían batir por tierra al ejército sitiador, resolvieron embarcar todas sus tropas, para tratar de impedir que los persas sitiaran también por mar a Mileto. Entre todas reunieron 353 buques. Estaba la escuadra estacionada en la isla de Lade en frente de Mileto (mapa de Grecia y las costas Egeas Trajeron entonces los persas la armada de Fenicia, unos 600 buques; y cuando los ánimos de los griegos decaían por el número de sus enemigos, un valeroso focense, llamado Dionisio, les prometió una victoria segura si querían hacer lo que él les dijera. Aceptaron los jonios, y por espacio de siete días les hizo practicar ejercicios de batalla desde por la mañana hasta la noche; mas los jonios eran una raza aficionada a los placeres, y no acostumbrada a disciplina ni obediencia. Al octavo día perdieron la paciencia y abandonaron los buques, poniéndose cómodamente a la sombra en la isla. Entretanto, por orden de los generales persas, trataban los antiguos tiranos de convencer a los jefes de sus ciudades que desertaran al darse la batalla, prometiéndoles el perdón de Persia; y los persas, creyendo que los tiranos hablan conseguido su objeto, dieron la orden a la escuadra fenicia, de atacar. Ya estaban otra vez los griegos a bordo de sus buques. Y entonces, cuando las naves griegas y fenicias estuvieron en orden de batalla, y se preparaba la última gran batalla por la libertad de Jonia, se vio una cosa vergonzosa. Antes de darse el primer golpe, cuarenta y nueve de los sesenta buques de Samos huyeron. Siguiéronles los lesbios, y después de éstos, otros muchos. Las tripulaciones de Mileto y Chios tuvieron que combatir casi solas con toda la flota fenicia; Dionisio fue uno de los pocos que no desertaron. Pelearon con noble valentía, pero en vano. La batalla de Lade fue el golpe de muerte para Jonia; y la vergüenza fue tan grande como la ruina. Demostró al mundo cuán incapaces eran los jonios de hacer ningún sacrificio por su causa común y basta qué punto carecían del sentimiento del deber y de la honra.

13. Venganza de los persas

Poco después de la batalla de Lade, fue Mileto tomada por asalto (495 antes de J. C), y los persas se vengaron terriblemente del incendio de Sardis. Pasaron a cuchillo a casi todos los hombres y llevaron al cautiverio a las mujeres y los niños, reduciendo a cenizas los lugares sagrados. Después de Mileto, se apoderaron los persas de todas las ciudades de la costa, y de las islas adyacentes, y del Quersoneso tracio. Todo lo pasaron a sangre y fuego; aunque no hubo la matanza general que los griegos dicen, pues pronto las ciudades estuvieron otra vez pobladas y prósperas.

Quería ahora Darío castigar a Atenas y a Eretria, por la parte que habían tomado en el incendio de Sardis. Pasó el Helesponto un ejército persa, mandado por Mardonio, y marchó en dirección de Grecia, siguiendo la costa de Tracia y acompañado por la escuadra; pero al doblar ésta el promontorio del monte Atos, saltó un huracán que destruyó 300 buques con 20000 hombres. Al mismo tiempo atacaron los tracios a Mardonio, y tuvo que volverse a Asia avergonzado.

Reunió entonces Darío un nuevo ejército y una nueva armada; pero antes de invadir a Grecia, despachó enviados a las islas para pedir tierra y agua, en señal de sumisión. Muchas la dieron, incluyendo la poderosa Egina, que estaba en guerra con Atenas y que con gusto hubiera visto a Atenas destruida. En el año 490 antes de J. C, entró en el Egeo la flota de Darío, llevando un ejército al mando de Datis y de Artafernes, el cual desembarcó primeramente en Naxos, que se había negado a someterse. Naxos se había defendido victoriosamente contra la flota de Artafernes en el año 505 antes de J. C. pero los hombres más valientes estaban aterrorizados por la destrucción de Jonia, y los de Naxos huyeron de la ciudad a las montañas. Los persas no dejaron piedra sobre piedra, ni en la población ni en los templos. Se hicieron después a la vela con rumbo a Eubea y sitiaron a Eretria. Al sexto día la traición les abrió las puertas. Los persas arrasaron la ciudad y enviaron a Asia, cargados de cadenas, a casi todos sus moradores.

Desde Eretria pasaron los persas el Euripo, y desembarcaron en la llanura de Maratón, a veinte y dos millas de Atenas. Cierta era la ruina de los atenienses si esperaban a que su ciudad estuviera sitiada; sólo una batalla campal podía salvarlos de la matanza y el cautiverio. Salieron de la ciudad 9000 hombres pesadamente armados al mando de Polemarco y de los diez estrategos, y acamparon en las colinas que dominan la llanura de Maratón. El ejército de los persas que había causado tal derrota a Jonia, el ejército que nunca hablan resistido los griegos sin ser vencidos, estaba allí, en la llanura, debajo de ellos, entre las montañas y el mar. Esparta había prometido auxilio, pero tardaba en enviarlo, y los atenienses estaban solos en un desesperado peligro. En este momento el pequeño ejército de los ciudadanos de Platea, que solamente se componía de mil hombres por junto, y que últimamente había sido protegido por los atenienses, vino a compartir su suerte. Tal valor y semejante resolución admiraron a los atenienses, que nunca se olvidaron de ello. Así y todo, el número de los griegos era sólo 10000; y cinco de los generales pensaban que debía de esperarse el refuerzo de Esparta. El jefe de los otros cinco era Milcíades , el cual, después de escapar de los persas, había sido elegido estratego en Atenas. Sabia Milcíades que entre los ciudadanos había traidores, y temía que causaran disensiones en el ejército si se demoraba el combate. Por esto, aunque los persas eran diez veces más numerosos, pidió que se diera inmediatamente la batalla; empatados los votos de los estrategos el polemarco Calímaco dio el suyo en favor de la batalla. Los generales entregaron todos su mando de aquel día a Milcíades, y éste, llegado el momento oportuno, formó en línea el ejército para la batalla. Después de que los generales hicieron sus alocuciones a sus hombres, se dio la señal del combate, y todo el ejército, entonando el grito bélico, descendió de la montaña sobre los persas. En la lucha, fue rechazado el centro de la línea griega, pero las dos puntas se llevaron todo por delante y volvieron y atacaron a los persas en el centro. Los persas cedieron y huyeron buscando refugio en sus buques, o fueron empujados a los pantanos que había en la playa. Seis mil persas, y solamente 192 atenienses, quedaron en el campo. Poco antes o inmediatamente después de la batalla levantaron los traidores un brillante escudo en una montaña, como señal para los persas de que no había tropas en la ciudad. Milcíades inmediatamente se retiró a Atenas, y poco después de llegar, se aproximaba la flota persa, esperando encontrar la ciudad sin tropas. Cuando vieron que los que acababan de vencer en Maratón estaban formados en la playa, prontos a pelear de nuevo, se hicieron a la mar, y toda la expedición regresó a Asia. La batalla de Maratón fue gloriosa para Atenas y Platea; y aunque el número de griegos que entró en combate fue pequeño, y aunque murieron pocos, es una de las batallas más importantes de que hace mención la historia; porque de no haberse ganado, Atenas hubiera caído indefectiblemente en poder de los persas, y es probable que el resto de Grecia se les hubiese sometido. Grecia hubiera sido una provincia persa; y la historia de Europa, en vez de ser la historia de las naciones libres y progresivas, podría haber sido, como la de Asia, la historia de los opresores y de sus esclavos. Fue un acto de valor magnífico de los atenienses, el hacer frente al ejército que había derrotado a Lidia, Babilonia y Jonia; y demuestra cómo apreciaba Milcíades la diferencia de soldados a soldados, el que después de ver a los griegos de Jonia derrotados unos después de otros por Persia, hubiera estado, sin embargo, convencido de que 10000 atenienses bastaban para todo el ejército persa. El día después de la batalla llegaron a Atenas 2000 espartanos. Habían retrasado su marcha hasta la luna llena, porque así era su costumbre religiosa; pero si Esparta hubiese querido realmente defender a Atenas, hubiera enviado más de 2000 hombres, ya esperaran o no la luna llena. De este modo perdió Esparta la gloria de haber participado en la primera victoria sobre Persia.

17. Milcíades

Estaba salvada la Grecia; pero el general que la había salvado pereció miserablemente. Milcíades había sido tirano durante veinte años, y ahora deseaba emplear las fuerzas de Atenas, como tirano, y no como ciudadano general. Convenció al pueblo para que le dieran el mando de una flota, sin decirles con qué propósito; y por enemistad particular atacó la isla de Paros; sus habitantes se defendieron valientemente, y Milcíades se encontró con que no podía hacer nada. Por último, una sacerdotisa, que deseaba hacer traición a la ciudad, mandó a decir a Milcíades que fuera secretamente a su templo. Trató Milcíades de escalar el templo por la noche, pero se cayó y se hirió en el muslo, y entonces, después de un mando de veinte y seis días, volvió a Atenas sin haber hecho nada. Fue acusado de engañar al pueblo y sentenciado a pagar una fuerte multa. Su propiedad estaba en manos de los persas; no pudo pagar nada; su herida se agravó y murió deshonrado.

18. Temístocles

Después de la batalla de Maratón se retiraron los persas de Grecia, y Atenas quedó entregada a sí misma. Eran sus dos principales ciudadanos a la sazón Temístocles y Arístides. El primero fue el hombre de más talento de su época. Era asombrosamente perspicaz y pronto en prever lo que iba a suceder; y cuando había resuelto que se hiciera una cosa, no había dificultad, por grande que fuera, que él no encontrara medio de vencerla para salir adelante con sus deseos. Mientras que los demás atenienses estaban satisfechos con haber vencido a los persas en Maratón, Temístocles veía claro que los persas volverían a atacar a Grecia, y empezó a meditar de qué manera hacer a Atenas lo más poderosa posible; y al mirar a la costa saliente del Pireo, el puerto de Atenas, a cuatro millas de ella, con sus bahías naturales preparadas como si hubieran sido puertos artificiales, y pensando en la grandeza de las ciudades marítimas de Jonia antes de su destrucción, y recordando la multitud de islas y de ciudades en la costa de Grecia que podían todas ser gobernadas con una fuerte armada, comprendió que si Atenas se dedicaba a ser marítima, seria posible darle un poder tal, cual nunca se hubiera imaginado. Vio que Atenas podía llevar por mar contra Persia una fuerza mayor que la que pudiera enviar por tierra; y que la jefatura de Grecia pasaría de Esparta, que estaba en el interior, y de su ejército, a un Estado que pudiera influir con su escuadra en las costas y en las islas.

Afortunadamente para los proyectos de Temístocles, era constante la guerra entre Atenas y la isla Egina. Los atenienses no podían sujetar a Egina sin una marina poderosa; y esto les hizo escuchar el consejo de Temístocles, y acordar la inversión de los productos de las minas de plata públicas en construir 200 trirremes; pero Temístocles sabia que la marina no podía prosperar nunca si no se creaban grandes negocios marítimos y una población marinera. Hizo por esto cuanto pudo para atraer al pueblo a la vida de mar, y para alentar el comercio por mar. Hasta entonces los buques atenienses habían entrado en el ángulo oriental de la bahía abierta de Falero. Entonces se convirtieron en puertos seguros y buenos las bahías cerradas que rodean al Pireo, y en aquella costa se levantó una población de mucho tráfico llamada Pireo. En el año 490 antes de J. C, apenas tenía Atenas escuadra; diez años después contaba con 200 trirremes, la marina más poderosa de Grecia.

Arístides desaprobaba todo el plan de Temístocles. Pensaba que si Atenas había vencido una vez a los persas por tierra, podía volver a repetir lo mismo en iguales condiciones. Los soldados que hablan peleado en Maratón eran todos dueños de tierras pero si se formaba una escuadra, estaría tripulada principalmente por pobres que no poseyeran tierras, y Arístides sabia que el que tomara la mayor parte en los combates a favor de Atenas, tendría también la mayor parte en su gobierno. Si la fuerza de Atenas estribaba en su marina, los pobres que la tripularan tendrían la mayor influencia en el Estado. Se desarrollaría una población marítima y comerciante, aficionada a las aventuras y a los cambios; y, a su juicio, las buenas prácticas antiguas se perderían. En desear que Atenas no tuviera flota, seguramente Arístides estaba equivocado; pero no por sus opiniones gozaba él de tanto crédito, sino por la nobleza de su carácter. Era un hombre respetable en toda la extensión de la palabra. Podría otro cualquiera tomar dinero indebidamente, o hacer traición a su causa, pero era sabido que Arístides nunca haría nada que no fuera justo y verdadero, y esto, como ya veremos, le daba un poder efectivo, no solamente en Atenas sino en toda Grecia, cuando se sentía la necesidad de un hombre justo. Llegó la cuestión entre los partidos de Arístides y Temístocles a tal punto, que fue preciso acudir al ostracismo: Arístides fue condenado y quedó libre Temístocles para llevar a cabo sus planes.

21. Jerjes invade a Grecia (480 antes de J. C.)

Murió el rey Darío el año 485 antes de J. C, y su sucesor Jerjes reunió una inmensa fuerza para invadir a Grecia. Se hicieron levas de soldados en todo el país comprendido desde el Asia Menor al río Indo. Sobre el Helesponto se colocaron dos puentes de barcas. En las costas de Jonia y Fenicia se reunieron 1200 buques de guerra y 3000 de trasporte. En todas las ciudades de la costa de Tracia se almacenaron víveres; y se abrió un canal por el promontorio del monte Atos, para que no tuviera la escuadra que exponerse al peligro de doblarlo. Critala, en Capadocia, fue el lugar designado para reunirse las fuerzas de tierra. AllÍ, en el año 481 antes de J. C, se juntaron las tropas de cuarenta y seis naciones, llegando quizás su número a un millón de hombres, todos vestidos y armados a la usanza de sus países respectivos. Jerjes mismo se puso a la cabeza y los llevó a invernar a Sardis. En la primavera del año 480 antes de J. C, toda la hueste se puso en marcha hacia el Helesponto, donde la estaba esperando la escuadra. En las alturas de Abidos, se erigió un trono de mármol blanco; desde este trono miró Jerjes el mar y la tierra cubiertos con tropas suyas, y dio la orden de entrar en Europa. Siete días y siete noches estuvo el ejército pasando el puente. Desde el Helesponto siguió por la costa de Tracia, y volvió a encontrar a los buques en Dorisco. Aquí formaron cerca de tierra los buques, y sus tripulaciones y el ejército de tierra pasaron revista al mismo tiempo. Desde Dorisco ejército y escuadra entraron sin contratiempo en el golfo de Terma.

En el año 481 antes de J. C. Esparta y Atenas hablan convocado a todos los Estados griegos a un congreso en el istmo de Corinto, para acordar los mejores medios de defender a Grecia. Vinieron diputados de todos los grandes Estados del Peloponeso, con excepción de Argos y Acaya, y de Atenas, Tespias, Platea y Tesalia. Egina se había reconciliado con Atenas, y estaba unida a la causa común. Argos, por odio a Esparta, y Tebas, por odio a Atenas, favorecían a los persas; Acaya nunca había obrado de acuerdo con Esparta. El congreso despachó a las colonias enviados para pedirles que se unieran en defensa de la Grecia, pero fue en vano. Gelón, tirano de Siracusa, que tenía un ejército mayor que el de cualquier otro Estado griego, se negó a prestar auxilio si no se le daba el mando en jefe; Creta no quiso hacer nada; Córcira prometió enviar buques, pero con la intención de que no llegaran a tiempo. Así es que sólo una parte pequeña de Grecia tenía la voluntad y el valor de resistir a los persas; y cuando hablemos de la gloria que Grecia adquirió en esta guerra, debemos de recordar que la mayor parte de la Grecia no tomó en ella ninguna parte, y que, por el contrario, nada hizo por la causa de Grecia. El mérito de la guerra pertenece a Atenas, a la liga del Peloponeso, a las pequeñas ciudades beocias de Platea y Tespias, y a poquísimos Estados más. Atenas, aunque contribuyó con una marina tan grande, permitió honrosamente a Esparta que mandara tanto por mar como por tierra, con objeto de que no hubiera divisiones. Los aliados juraron resistir hasta lo último, y si conseguían la victoria, hacer la guerra a todos los Estados griegos que se hablan sometido de buen grado a Persia, y dedicar la décima parte de todos los despojos al dios de Delfos.

23. Tempe

Tenía el congreso que decidir además cómo había de defenderse Grecia. Como los persas tenían una fuerza tan inmensa, era el mejor plan para los griegos no presentar una batalla campal, esto es, en campo abierto, donde serian rodeados, sino salir al encuentro de los persas en algún sitio estrecho, donde tanto valieran diez mil hombres como medio millón. Es Grecia un país tan montañoso que algunas veces el único camino que hay de una región a otra es un solo desfiladero estrecho; y el congreso creyó que los persas sólo podían entrar en Grecia por el estrecho valle de Tempe, al Norte de Tesalia. Enviaron allí, por tanto, un ejército de 10000 hombres; pero al llegar, vieron los generales que había otro camino por el cual podían rodearlos los persas, de modo que era inútil colocar las tropas en Tempe. Volvieron al istmo de Corinto, y el congreso tuvo que fijar otro sitio.

24. Termópilas

En toda la Tesalia no había desfiladero estrecho, por el cual tuvieran que pasar los persas; pero al Sur de Tesalia, a la cabeza del golfo Maliano (mapa de Grecia meridional), corría el camino entre las montañas y un pantano que se extendía hasta el mar; y en un sitio llegaba el pantano tan cerca de la montaña, que apenas dejaba espacio para el camino. Este es el famoso desfiladero de las Termópilas, y se pensó que en él una fuerza pequeña podría cerrar el paso a cualquier número de enemigos. Estaban precisamente celebrando los espartanos unas fiestas religiosas, a las cuales tenían que asistir todos los ciudadanos; por esta razón sólo fueron enviados a las Termópilas 300 espartanos; pero con ellos había 1000 o más ilotas, y unos 3000 hombres, pesadamente armados, de otros Estados del Peloponeso. El general era Leónidas, rey de Esparta. A su paso por Beocia, se les incorporó el pequeño ejército de Tespia, en número de 700 hombres, y en Termópilas un cuerpo de focenses y locrios; de modo que entre todos, se reunieron unos 7000 hombres. La escuadra estaba al mismo tiempo estacionada en Artemisio, en el extremo septentrional de los estrechos de Eubea, para impedir que pasaran los buques persas y para desembarcar gente detrás de los griegos en las Termópilas. Se componía la flota de 271 buques, y estaba mandada por un espartano, llamado Euribiades.

Cuando llegó Leónidas al paso de las Termópilas, vio que había un camino por encima de las montañas, por el cual podía pasar un cuerpo persa y atacarle por la espalda. Envió por esta razón a los focenses para que defendieran aquel camino, y se alistó para el combate en el desfiladero. Se aproximaron los persas; y por espacio de cuatro días estuvieron delante del paso sin atacar, y se asombraron de ver cómo los espartanos hacían tranquilamente ejercicios gimnásticos y se peinaban sus largos cabellos, cual lo tenían de costumbre antes de una fiesta. Al quinto día ordenó Jerjes un asalto, y durante todo aquel día y el siguiente, continuó la batalla, sin poder los persas hacer retroceder a los griegos; pero después de empezado el combate el tercer día, un natural del país habló a Jerjes del paso que había sobre la montaña; y a la caída de la noche, fue enviada una fuerte columna persa a subir aquel paso y tomar a los griegos por retaguardia. Por la mañana temprano oyeron los focenses el ruido en los bosques. No estaban preparados y abandonaron el puesto, en lo cual empezaron a bajar los persas detrás de Leónidas. Vio él que si no se retiraba inmediatamente, tendría que ser envuelto y perecer; pero la ley de Esparta prohibía al soldado abandonar su puesto y Leónidas no temía a la muerte. Ordenó a las otras tropas que se retiraran mientras todavía era tiempo, y él, con sus 300 espartanos, se quedó para morir en su puesto. Partieron las demás tropas, pero los 700 de Tespia resolvieron valientemente quedarse y morir con Leónidas, y entonces, antes de que los persas pudieran atacarle por detrás, Leónidas y sus mil hombres se arrojaron sobre el ejército que tenían al frente. Pronto cayó Leónidas, pero sus soldados siguieron batiéndose hasta que los enemigos que habían pasado la montaña estuvieron junto a ellos. Entonces, suspendiendo el ataque, escogieron como última posición un alto que hacía el terreno, para defenderse de los enemigos que ya los rodeaban. Todos murieron allí, peleando bravamente hasta lo último.

Así perecieron Leónidas y sus espartanos en sus puestos y con ellos los tespianos. No fue inútil su heroico y voluntario sacrificio. En un momento en que vacilaban aún los corazones de los griegos más valientes, y en que los hombres se inclinaban a abandonar la causa común con objeto de salvarse, dio Leónidas un admirable ejemplo de constancia y abnegación, y demostró a los griegos de qué manera debía de cumplir con su deber un ciudadano.

Durante los tres días de la batalla de las Termópilas, también estuvieron combatiendo por mar los griegos y los persas. La flota griega había sido colocada en Artemisio para impedir que entrara la persa en los estrechos de Eubea, y que desembarcara tropas detrás de Leónidas; pero al acercarse el enemigo, se apoderó el pánico de los griegos, y se retiraron a los estrechos de Chaléis, donde el mar es muy angosto. En Chaléis oyeron decir que parte de la escuadra persa había sido destruida por un temporal, y recobraron ánimos y volvieron a Artemisio. Precisamente llegaba entonces a la vista la escuadra persa, y tanto aterrorizó a los griegos el número de buques, que otra vez se preparaban a abandonar su puesto. En esto, los eubeos, viendo que su única esperanza consistía en tener a los persas fuera de los estrechos, ofrecieron a Temístocles treinta talentos si podía conseguir que se quedara la escuadra. Dando parte de ese dinero a Euribiades y a otros comandantes, consiguió Temístocles que no se retiraran. De esta manera, y en momento tan grande, hacían más caso los jefes de los sobornos que de su deber, y no se avergonzaban de hacer dinero con el peligro de Grecia.

El almirante persa, cuando vio en Artemisio la flota griega, destacó 200 buques para que diesen la vuelta a Eubea y cerrasen la salida de los griegos por el Sur. Cuando ya se hablan ido, dieron los griegos un muy hábil ataque contra los persas y les apresaron treinta buques. Aquella misma noche se levantó un temporal que destruyó enteramente los doscientos buques que daban la vuelta a la isla. Al día siguiente se incorporaron a la escuadra otros cincuenta barcos atenienses, y volvieron los griegos a atacar a los persas, con alguna ventaja, aunque poca. Al tercer día no esperaron los persas a ser atacados, sino que embistieron furiosamente a los griegos, quedando la batalla indecisa, Al otro día supieron los griegos la destrucción de los espartanos en las Termópilas. Habiendo ya pasado las Termópilas el ejército de Jerjes, de nada servia que la escuadra se quedara en Artemisio; por consiguiente, se retiraron hacia el Sur por los estrechos, doblaron el cabo Sunio, extremo de la Ática, y se situaron fuera de la isla de Salamina (mapa de Salamina y las costas de Ática

Desde las Termópilas marchó Jerjes sobre Atenas. Los espartanos, en vez de enviar un ejército para defender a Ática, tuvieron las fuerzas del Peloponeso en el istmo de Corinto; porque poco les importaba lo que sucediera a Atenas, mientras los persas no entraran en el Peloponeso. Abandonados por sus aliados, no tenían esperanza los atenienses de poder defender a Atenas, y resolvieron abandonar la ciudad y trasladar sus mujeres e hijos fuera de Ática a lugares seguros. La población entera, hombres, mujeres y niños, dejaron dolorosamente sus moradas y se dirigieron a la costa del mar, llevándose todo cuanto pudieron. La flota los llevó a Salamina, Egina y Trezene, y cuando Jerjes llegó a Atenas, la encontró silenciosa y desierta. Unos pocos pobres o desesperados se habían negado a partir, y se habían colocado detrás de una fortificación de madera encima de la Acrópolis, fortaleza y santuario de Atenas. Los persas incendiaron las fortificaciones, tomaron por asalto la Acrópolis, pasaron a cuchillo a sus defensores, y redujeron a cenizas todo lugar sagrado. Atenas y su ciudadela estaban en poder de los bárbaros: sus habitantes esparcidos y destruidos sus templos. Solamente una esperanza quedaba a los atenienses: los buques que Temístocles les había decidido a construir.

27. Batalla de Salamina

Conforme avanzaba Jerjes de las Termópilas a Atenas, su flota había navegado a lo largo de la costa, y estaba fondeada en frente de Atenas, en la bahía de Falero. (Septiembre de 480 antes de J. C.) Los buques griegos estaban unas pocas millas afuera en el estrecho entre Ática y Salamina (mapa de Salamina y las costas de Ática se les habían incorporado más buques, llegando entre todos a 366. Entre los griegos todo era incertidumbre. Los capitanes del Peloponeso deseaban retirarse al istmo, para obrar de concierto con el ejército de tierra. Euribiades estaba indeciso. Temístocles sabia que si la flota llegaba a salir de Salamina, se dividiría en seguida, y estaba resuelto, por cualquier medio, a dar la batalla donde estaba. Conferenció con Euribiades y los jefes del Peloponeso; les hizo celebrar consejo tras consejo; amenazó con privarles de los 200 buques atenienses si salían de Salamina; y, por último, cuando vio a todos en contra de él, mandó secretamente recado a Jerjes, de que los griegos se escaparían si no los atacaba inmediatamente. Muy temprano a la mañana siguiente, cuando todavía estaba oscuro, se reunieron otra vez en consejo los jefes, y Temístocles fue llamado aparte por un extranjero. Era el desterrado Arístides que, viendo la ruina y desgracia de Atenas, había venido a servir a los que le hablan expatriado, y había atravesado en la oscuridad la flota persa para decir a los jefes griegos que estaban rodeados. Fue llevado Arístides al consejo y declaró que lo dicho era la verdad. Cuando rompió el día, vieron los griegos los buques enemigos a su frente, en todo lo largo del angosto estrecho, y extendiéndose muy lejos a derecha e izquierda, cortándoles todo medio de escapar. Detrás de los buques persas estaba formado el ejército persa por la costa de Ática, y en su centro se había levantado un trono, desde el cual Jerjes observaba la batalla. Avanzó la flota persa, y los griegos, aterrorizados, retrocedieron sobre la costa; pero no había posibilidad de retirarse, y entonces adquirieron valor y avanzaron. Se unieron los buques, que crujían unos contra otros. En combates singulares se vio que los de Grecia y sus tripulaciones dominaban a sus antagonistas; y ya una vez ventajosos los griegos, el mucho número de buques persas causó la ruina de éstos. Allí se amontonaron todos en el estrecho espacio. Los buques derrotados y desmantelados impedían entrar en acción a los otros. A la vista de Jerjes quedaron destruidos doscientos, y el resto, para evitar igual suerte, se salió de los estrechos. A la puesta del sol había concluido la batalla y se preparaban los griegos a renovarla al siguiente día.

28. Retirada de Jerjes

Pero flaqueó el corazón de Jerjes. Aunque todavía tenía 800 buques, no quiso prolongar la guerra. Dejó en Grecia 300000 soldados de los mejores con Mardonio, y él, con el resto del ejército, se volvió a Asia por el mismo camino que había traído. Temiendo que los griegos destruyesen los puentes del Helesponto, envió toda su escuadra a guardarlos hasta su llegada. En su marcha por Tracia, perecieron sus tropas a millares de hambre y enfermedades.

29. Victoria en Sicilia

El mismo día que se daba la batalla de Salamina, hombres de raza griega alcanzaron otra gran victoria contra un ejército invasor. Cartago se había unido a Persia para destruir a Grecia; y un inmenso ejército cartaginés puso sitio a Himera, en el Norte de Sicilia. Gelón, el tirano de Siracusa, marchó con 50000 hombres al socorro de Himera, y dio tal golpe a los cartagineses que quedó libre Grecia de todo peligro por aquel lado.

Pasaron Mardonio y su ejército el invierno tranquilamente en Tesalia, porque los griegos del Norte seguían todavía obedientes a los persas. Cuando llegó el verano, marchó sobre Ática. Los atenienses habían vuelto a sus arruinadas casas después de la batalla de Salamina, y la ciudad estaba en parte reconstruida. Esperaban socorro de Esparta al aproximarse Mardonio, pero no llegó ninguno; y segunda vez fue Atenas abandonada y destruida. Por último, los espartanos sacaron toda su fuerza. Convocaron los ejércitos de tierra de todos los aliados, y marchó contra Mardonio un ejército de 110000 hombres, al mando de Pausanias, tutor del hijo de Leónidas. (Septiembre de 479 antes de J. C.) Tenía Mardonio su cuartel general en Tebas, y los tebanos, por odio a Atenas, servían celosamente en el ejército persa. Pausanias entró en Beocia, y durante diez días estuvieron en frente los dos ejércitos cerca de Platea. Al undécimo día no tenían agua los griegos. Los capitanes más valientes estaban impacientes por la batalla; pero Pausanias no se atrevió a atacar a los persas donde estaban, y dio órdenes a la caída de la noche para retroceder a una posición mejor. El movimiento desordenó al ejército griego, y quedaron sus tres divisiones muy separadas entre sí. A la mañana siguiente, viendo Mardonio que los griegos se habían retirado, ordenó un ataque. Los espartanos y tegeos hacían frente al cuerpo principal del ejército persa; los atenienses estaban por su izquierda a alguna distancia; y la tercera división de los griegos se había retirado demasiado para poder tomar parte en la batalla. Avanzaron los persas a tiro de flecha, y fijando sus escudos de madera como empalizada delante de ellos, empezaron a disparar una lluvia de flechas sobre los espartanos. Era costumbre de éstos, antes de empezar una batalla, ofrecer sacrificios y esperar algún agüero o señal de los cielos, durante la ofrenda. Aun ahora, cayendo las flechas, ofreció Pausanias el sacrificio. Los agüeros fueron malos y no se atrevió a avanzar. Los espartanos se arrodillaron detrás de sus escudos, pero las flechas les atravesaban, y morían los más valientes de un modo lastimoso, lamentando más que la muerte el no haber podido dar un golpe por Esparta. En su apuro llamó Pausanias a la diosa Hera; mientras que todavía estaba rezando avanzaron los tegeos, e inmediatamente cambiaron los agüeros. Entonces se arrojaron los espartanos sobre el enemigo. La empalizada vino a tierra, y los asiáticos, tendidos al lado de sus arcos, pelearon desesperadamente con dardos o jabalinas y dagas; pero no tenían armadura de metal que los defendiera, y los espartanos, con sus lanzas fijas y sus escudos tocándose uno con otro, arrollaron cuanto se les puso delante. Los persas volvieron la espalda y huyeron a su fortificado campamento. Los espartanos lo atacaron, pero no tuvieron habilidad en el ataque de las fortificaciones, y los persas los tuvieron en jaque hasta que los atenienses llegaron, después de haber derrotado a los tebanos. Entonces se tomó por asalto el campamento, y aquellas multitudes que se hablan visto obligadas a refugiarse en él, fueron deshechas. No hubo victoria más completa; el ejército persa quedó totalmente destruido, y la invasión tuvo término. Del inmenso botín se dio a los dioses la décima parte. El premio del valor fue adjudicado a los de Platea, que estuvieron encargados de proteger las tumbas contra la matanza; y Pausanias, con juramentos solemnes, declaró sagrado para siempre el territorio en que se había dado la batalla.

31. Combate de Micala

En el mismo día que la batalla de Platea acababa con los invasores de Grecia, otra batalla en la costa del Asia Menor ponía fin al gobierno de Persia en Jonia. La flota griega había ido a Asia, y había encontrado a la persa en Micala, cerca de Mileto. El almirante persa no quería dar la batalla por mar; desembarcó su tripulación y dejó sus barcos en seco sobre la playa, uniéndose a un ejército persa. Los griegos, que en su mayor parte eran atenienses, tan prontos estaban a pelear en tierra como por mar; atacaron al enemigo en la playa, y no solamente alcanzaron una victoria completa, sino que prendieron fuego a los buques persas y los destruyeron. Los jonios, a quienes se había obligado a servir con los persas, se pasaron a los griegos durante la batalla; y desde aquel día fue libre Jonia.

32. Lo que salvó a Grecia

Así, pues, los persas, que habían conquistado un imperio tan grande, fueron completamente derrotados por una parte pequeña de Grecia. Tenemos que confesar que esto fue debido, en parte, a las equivocaciones de los jefes persas; y muchas cosas en aquella guerra no favorecen a Grecia. Muchos Estados se sometieron con demasiada facilidad a Jerjes; algunos se pusieron a su lado desde el principio; aun en aquellos que con más resolución pelearon, había generalmente un partido pronto a someterse a Persia Por regla general los griegos pensaron demasiado en sí mismos y demasiado poco en la causa común. Esparta, aunque dio el golpe mortal en Platea, había sido lenta e indigna de confianza, como principal Estado de Grecia; pero apenas es posible que un Estado demuestre mayor valor, empresa y resolución que Atenas lo hizo desde el principio al fin de la guerra. La energía de Atenas y la costumbre de los Estados del Peloponeso de obrar unidos con Esparta, hizo que la Grecia europea fuera una conquista mucho más dificultosa que Jonia.

 

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