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ÁNGEL – Historia y grados u órdenes de los ángeles – Voltaire – Diccionario Filosófico

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Voltaire – Diccionario Filosófico  

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ÁNGEL

Arcángeles San Miguel y San Rafael - Ángeles - Diccionario Filosófico de VoltaireÁngeles de los indios, de los persas, etc

El autor del artículo Ángelll, publicado en la Enciclopedia, dice: «Todas las religiones han admitido la existencia de los ángeles, aunque la razón natural no haya podido demostrarla.»

No conocemos más razón que la natural; lo sobrenatural está sobre la razón; por eso el autor del citado artículo debió decir que muchas religiones, no todas, admitieron los ángeles. La de Numa, la del sabeísmo, la de los druidas, la de la China, la de los escitas, la de los antiguos fenicios y la de los antiguos egipcios no admitieron los ángeles

Entendemos por la palabra «ángeles» a los ministros de Dios, a sus emisarios, a los hombres intermedios entre Dios y el hombre enviados al mundo para comunicarnos sus órdenes.

Precisamente en el año actual, esto es, en 1772, hace precisamente cuatro mil ochocientos setenta y ocho años que los brahmanes se vanaglorian de tener escrita su primer ley sagrada, que titulan el Shasta, la cual conocieron mil quinientos años antes que su segunda ley, llamada Vedas, que significa «la palabra de Dios». El Shasta contiene cinco capítulos: el primero se ocupa de Dios y de sus atributos; el segundo, de la creación de los ángeles; el tercero, de la caída de los ángeles; el cuarto, de su castigo; el quinto, de su perdón y de la creación del hombre. Es útil observar desde luego el modo como habla de Dios ese libro.

Primer capítulo del Shasta. –

«Dios es uno, y lo creó todo. Es una esfera perfecta, sin principio ni fin. Dios gobierna toda la creación por medio de una providencia general, que es la resultante de un principio determinado. No pretendas descubrir la esencia y la naturaleza del Eterno, ni por qué leyes la gobierna. Semejante empresa sería vana y criminal. Satisfácete contemplando noche y día su sabiduría, su poder y su bondad.»

Después de pagar este tributo de admiración al Shasta, pasemos a ocuparnos de la creación de los ángeles

Segundo capítulo del Shasta.-

«El Eterno, absorto en la contemplación de su propia existencia, resolvió en la plenitud de los tiempos comunicar su gloria y su esencia a seres capaces de sentir y de participar de su bienaventuranza y servir a su gloria. El Eterno quiso, y los creó. Los formó con parte de su esencia, capaces de perfección y de imperfección, según su voluntad.

»El Eterno empezó por crear a Birma, a Vichnú y a Siva, y luego a Mozazor y a multitud de ángeles. El Eterno dio la preeminencia a Birma, a Vichnú y a Siva. Birma fue el príncipe del ejército angélico, y Vichnú y Siva sus coadjutores. El Eterno dividió el ejército de los ángeles en muchos bandos, dando a cada uno de éstos un jefe. Adoraron al Eterno alineados alrededor del trono, ocupando cada uno de ellos la grada que le asignaron. El armonioso coro sonó en los cielos. Mozazor, jefe del primer bando, entonó el cántico de alabanza y de adoración al Creador y el canto de obediencia a Birma, la primera de las criaturas; y el Eterno se regocijó de su nueva creación.»

De la caída de algunos ángeles.-

Desde la creación del ejército celeste, el regocijo y la armonía rodearon el trono del Eterno durante mil años multiplicados por otros mil, y hubieran durado hasta la consumación de los tiempos si la envidia no se hubiera apoderado de Mozazor y de otros príncipes de los bandos angélicos. Entre éstos se encontraba Raabón, el primero en dignidad después de Mozazor. Olvidándose de la dicha de haber sido creados y de su deber, rechazando el poder de perfección, ejercieron el poder de imperfección, y obraron mal en presencia del Eterno; le desobedecieron, y se negaron a someterse al primer representante de Dios y a los asociados de aquél, Vichnú y Siva, y dijeron: «Queremos gobernar»; y sin temer el poder y la cólera del Creador, difundieron esas doctrinas sediciosas en el ejército celeste. Sedujeron a varios ángeles, que tomaron parte en la rebelión y que se alejaron del trono del Eterno; la tristeza se apoderó de los espíritus angélicos que permanecían fieles, y por primera vez se conoció el dolor en el cielo.»

Castigo de los ángeles culpables.-

«El Eterno, cuyo poder infinito y cuya presencia se extiende a todo, excepto a los actos de los seres que Él creó libres, vio con dolor y con cólera la defección de Mozazor, de Raabón y de otros jefes de los ángeles; pero siendo misericordioso, a pesar de estar indignado, comisionó a Birma, a Vichnú y a Siva para que les reprocharan el crimen que cometieron y para instarles a que cumplieran con su deber; pero decididos a ser independientes, persistieron en la rebelión. Al saber el Eterno su resolución, mandó a que fuera contra ellos, traspasándole su omnipotencia, y que los precipitara desde aquel sitio «altísimo» hasta el sitio de las tinieblas, al Ondera para castigarlos allí durante mil años multiplicados por otros mil.»

Extractemos lo que dice el capítulo V. Cuando transcurrieron mil años, Birma, Vichnú y Siva solicitaron del Eterno que tuviera clemencia con los delincuentes. El Eterno se dignó librarles de la prisión de Ondera y llevarlos a un sitio de prueba durante gran número de revoluciones del sol. Pero intentaron otras rebeliones contra Dios desde aquel sitio de penitencia.

 

 

En uno de esos períodos fue cuando Dios creó el mundo; los ángeles penitentes sufrieron en él muchísimas metempsicosis, y en una de las últimas se convirtieron en vacas. Por eso las vacas fueron sagradas en la India. Últimamente se convirtieron en hombres. De modo que la teoría de los indios sobre los ángeles es la misma teoría del jesuita Bougeant, que supone que en los cuerpos de las bestias se alojan los ángeles pecadores. Lo que los brahmanes inventaron seriamente lo imaginó un jesuita por burla cuatro mil años después, si acaso este chiste no se le ocurrió por conservar un resto de superstición mezclada con el espíritu sistemático, cosa que sucede con alguna frecuencia.

 

Tal es la historia de los ángeles en el antiguo pueblo de los brahmanes, historia que enseñan todavía en la actualidad, después de transcurrir cerca de cincuenta siglos. Nuestros comerciantes que traficaron en la India nunca se enteraron de esto, ni nuestros misioneros tampoco, y los brahmanes, que jamás vieron con gusto ni la ciencia ni las costumbres de los extranjeros, no quisieron nunca comunicarles sus secretos. Fue preciso, para que llegáramos a descubrirlos, que el inglés Holwell habitase durante treinta años en Benares, ciudad situada sobre el Ganges, donde tenían establecida su escuela los antiguos brahmanes; fue necesario que el citado inglés aprendiese la lengua sagrada del sánscrito, y que leyese los antiguos libros de la religión india, para participar a Europa tan singulares conocimientos; como fue también preciso que Sale permaneciese mucho tiempo en la Arabia para poder traducir fielmente el Corán y darnos una idea exacta de lo que fue el antiguo sabeísmo, al que sucedió la religión musulmana; como fue preciso, en fin, que Hyde estudiase durante veinte años en Persia todo lo concerniente a la religión de los magos.

De los ángeles en Persia.-

Los persas conocieron treinta y un ángeles. El primero de ellos, el superior, a quien sirven otros cuatro ángeles, se llama Bahaman, y está a su cargo la inspección de todos los animales, exceptuando al hombre, sobre el que Dios se reserva la jurisdicción inmediata.

Dios prescribe el día en que el sol entra en el signo del Carnero, y ese día es el sábado, lo que prueba que la fiesta del sábado se observaba en Persia desde tiempos muy remotos.

El segundo de los ángeles se llama Debadur, y preside el día octavo. El tercero le apellidaban Kur, de cuya palabra probablemente se originó Cyrus, y era el ángel del sol; el cuarto se llama Ma, y preside a la luna. Cada ángel tenía su distrito. En Persia fue donde empezó a conocerse la doctrina del ángel de la guarda y del ángel malo. Créese que Rafael fue el ángel de la guarda del Imperio persa.

De los ángeles entre los hebreos.-

Los hebreos no conocieron la caída de los ángeles hasta los primeros años de la era cristiana. Para esto era preciso que conocieran la doctrona secreta de los antiguos brahmanes, porque fue en época cuando se confeccionó el libro atribuido a Enoch respecto a los ángeles pecadores expulsados del cielo.

Enoch debió ser un autor antiquísimo, porque el según afirman los judíos, vivió en la séptima generación antes del diluvio. Pero ya que Set, que es más antiguo que él, dejó libros a los hebreos, podían igualmente éstos jactarse de tener también libros de Enoch. He aquí lo que Enoch escribió, según dicen los judíos:

«Habiendo crecido prodigiosamente el número de hombres y teniendo éstos hijas muy hermosas, los ángeles se enamoraron de ellas, y fueron arrastrados a muchos errores. Animándose unos a otros, dijeron: «Escojamos mujeres entre las hijas de los hombres.» Semiaxas, que era su príncipe, les dijo: «Temo que no os atreváis a realizar este deseo y a tener que cargar yo solo con el crimen.» Los ángeles le respondieron a coro: «Juramos ejecutar nuestro designio, y nos entregamos al anatema si no lo realizamos.» Se unieron por medio de este juramento y lanzaron imprecaciones. Se unieron doscientos ángeles. Partieron juntos y ascendieron a la montaña que se llamaba Hermonium. Los principales ángeles conjurados se llamaban: Semiaxas, Atarcuf, Araciel, Chobabiel, Sampsich, Zaciel, Farmar, Thausael, Samiel, Tyriel, Jumiel, etc., etc. Éstos y los demás, hasta completar el número de doscientos, tomaron mujeres el año 1170 de la creación del mundo. Del comercio de los ángeles con las mujeres nacieron tres clases de hombres», etc., etc.

El autor de ese fragmento, por la candidez con que está escrito, parece que deba pertenecer a los primitivos tiempos. Nombra a los personajes, no olvida las fechas, pero no incluye reflexiones ni máximas; ése es el estilo oriental.

Compréndese que esa historia se funda en el capítulo VI del Génesis, que dice: «En aquel tiempo existieron gigantes en el mundo; porque teniendo los hijos de Dios comercio con las hijas de los hombres, dieron ellas a luz a los poderosos del siglo.»

El libro de Enoch y el Génesis están acordes respecto a la cohabitación de los ángeles con las hijas de los hombres y respecto a la raza de gigantes que nació de dicha cópula. Pero ni el libro de Enoch ni ningún otro del Antiguo Testamento hablan de la rebelión de los ángeles contra Dios, ni de su derrota, ni de su caída en el infierno, ni del odio que profesan al género humano.

Casi todos los comentaristas del Antiguo Testamento dicen unánimemente que antes de la cautividad de Babilonia los judíos no supieron el nombre de ningún ángel. El que se le apareció a Manué, padre de Sansón, no quiso decir cómo se llamaba. Cuando los tres ángeles se aparecieron a Abraham y éste les obsequió, dándoles para que comieran un becerro asado, no le quisieron decir sus nombres. Únicamente uno de los ángeles le habló de este modo: «Volveré a veros el año próximo, si Dios me concede vida, y Sara vuestra esposa tendrá entonces un hijo.»

El abate Calmet encuentra mucha semejanza entre esa historia y la fábula de Ovidio que el célebre poeta latino refiere que sucedió entre Júpiter, Neptuno y Mercurio, cuyos dioses fueron a cenar en casa del anciano Hyriens, al que encontraron triste y afligido por no poder ya tener hijos, como los tres ángeles encontraron a Abraham cuando se le aparecieron (1). Calmet dice también que las frases que los ángeles dirigieron a Abraham pueden traducirse de este modo: «Nacerá un hijo de vuestro becerro.» De todos modos, los ángeles no dijeron sus nombres a Abraham ni tampoco a Moisés, y sólo encontramos el nombre de Rafael en el libro de Tobías, en la época de la cautividad. Los demás nombres de los ángeles son copiados de los caldeos y de los persas. Rafael, Gabriel, Uriel y otros son persas babilónicos. Hasta el nombre de Israel es caldeo. El sabio judío Filón lo dice terminantemente al referir la diputación que enviaron a Calígula.

De los ángeles en Grecia y en Roma.-

Tuvieron demasiados dioses mayores, menores y semidioses para necesitar otros seres subalternos. Mercurio desempeñaba las comisiones de Júpiter, Isis las de Juno, y sin embargo, conocieron también genios y demonios. La doctrina de los ángeles de la guarda fue puesta en verso por Hesíodo, poeta contemporáneo de Homero. Cuanto más estudiamos la antigüedad, más nos convencernos de que las naciones modernas, unas tras otras, han ido agotando los tesoros de las minas antiguas, que en la actualidad están casi abandonadas. Los griegos, que durante mucho tiempo pasaron por inventores, fueron imitadores del Egipto; Egipto copió a los caldeos, y éstos lo copiaron casi todo de los indios. La teoría de los ángeles de la guarda, que Hesíodo relató, la sofisticaron luego las escuelas, y fue todo lo que pudieron hacer. Cada hombre tuvo su genio, bueno o malo, como tuvo su estrella. Sócrates, como sabemos, tuvo su ángel bueno, pero indudablemente le guió su ángel malo, porque sólo un ángel malo puede comprometer a un filósofo a ir de casa en casa diciendo a todo el mundo que el padre y la madre, el preceptor y el alumno, eran unos ignorantes y unos imbéciles. El ángel de su guarda no pudo impedir que le condenaran a beber la cicuta.

II

La teoría de los ángeles es de las más antiguas que se conocieron en el mundo, y precedió a la de la inmortalidad del alma. Esto es lógico. Se necesita tener filosofía para creer que es inmortal el alma del hombre, pero sólo se necesita imaginación y temor para inventar seres superiores a nosotros que nos protegen o nos persiguen. A pesar de esto, los antiguos egipcios no conocieron esos seres celestes, de cuerpo etéreo, ejecutores de las órdenes de Dios. Los antiguos babilónicos fueron los primeros en admitir tal teología. Los libros hebreos emplean a los ángeles desde el primer libro del Génesis; pero el Génesis no se escribió hasta que los caldeos constituyeron una nación poderosa. Hasta la época de su cautividad en Babilonia, que sucedió mil años después de Moisés, los judíos no supieron los nombres de Gabriel, Rafael, Miguel y Uriel, que aquéllos pusieron a los ángeles. Es singular, fundándose las religiones judaica y cristiana en la caída de Adán, y fundándose esta caída en la tentación del ángel malo, o sea del diablo, que el Pentateuco no diga una palabra respecto a la existencia de los ángeles rebeldes, ni de su castigo y su caída en el infierno.

El motivo de esta omisión es evidente. Consiste en que los ángeles malos fueron desconocidos de los judíos hasta que estuvieron cautivos en Babilonia. Entonces empezaron a ocuparse de Asmodeo y de Rafael. Entonces por primera vez oyeron hablar de Satanás. La palabra «Satanás» es caldea, y el libro de Job, habitante de Caldea, es el primer libro que la menciona.

Los antiguos persas decían que Satán era un genio que hacía guerra a los Divos y a los Peris, esto es, a las hadas. Siguiendo, pues, las reglas ordinarias de la probabilidad, debe permitirse a los que sólo se valen de la razón creer que de esta teología tomaron los judíos y los cristianos la idea de que los ángeles malos fueron expulsados del cielo, y de que el principal de ellos tentó a Eva, apareciendo bajo la forma de serpiente.

Supónese también que Isaías tuvo presente esta alegoría cuando exclamó: «¿Cómo caíste del cielo, astro de la luz que te levantabas al nacer el día?» Ese mismo versículo latino, traducido de Isaías, es el que proporcionó al diablo el nombre de Lucifer. No pensaron que Lucifer significaba «el que derrama la luz», y mucho menos en meditar las palabras de Isaías, que las pronunció ocupándose de un rey de Babilonia destronado, y usando una figura retórica, exclamó: «¿Cómo caíste de los cielos, astro brillante?»

Es improbable que tratara Isaías por medio de tal rasgo poético de restablecer la doctrina de los ángeles rebeldes precipitados en el infierno. Por eso creemos que hasta los tiempos de la primitiva Iglesia cristiana no se intentó semejante cosa, y que entonces fue cuando los Santos Padres y los rabinos se esforzaron en propagar dicha doctrina, para salvar lo que había de increíble en la historia de la serpiente que sedujo a la madre de los hombres, y que, condenada por esa mala acción a arrastrarse, fue después la enemiga del hombre, que trata siempre de aplastarla, mientras ella trata de morderle. De algunas substancias celestes precipitadas en el abismo, y que sólo salen de él para perseguir al género humano, han imaginado que son invenciones más sublimes.

No puede probarse de ningún modo que esas potencias celestes e infernales existen; pero tampoco se puede probar que no existen. No se incurre en contradicción reconociendo que hay substancias bienhechoras y substancias malignas, que no son ni de la naturaleza de Dios ni de la naturaleza del hombre; pero no basta que una cosa sea posible para creerla.

Los ángeles que imperaban entre los babilónicos y entre los judíos eran precisamente lo mismo que los dioses de Homero: seres celestes subordinados a un Ser Supremo. Probablemente la imaginación que produjo aquéllos produjo igualmente éstos. La religión de Homero fue aumentando el número de dioses inferiores, y con el transcurso del tiempo la religión cristiana aumentó el número de sus ángeles

Dionisio el Areopagita y Gregorio I fijaron el número de ángeles en nueve coros, divididos en tres jerarquías: la primera era de los «serafines», de los «querubines» y las del «séptimo coro»; la segunda de las «dominaciones», de las «virtudes» y de las «potestades»; la tercera de los «principados», de los «arcángeles» y de los «ángeles», que dan el nombre a las tres jerarquías. Sólo a un Papa se le permite arreglar de ese modo las categorías del cielo.

III

La palabra «ángel» en griego significa «enviado». Los persas inventaron sus Peris, los hebreos sus Malakim, y los griegos sus Daimonoi, pues una de las primeras ideas que tuvieron los hombres fue la de colocar seres intermediarios entre la Divinidad y nosotros. Éstos fueron los demonios y los genios que la antigüedad inventó. El hombre imaginó siempre a los dioses semejantes a él. Vio que los príncipes dictaban órdenes a sus mensajeros, y creyó que así lo debía hacer la Divinidad, y Mercurio e Isis fueron los mensajeros

Los hebreos, que según dicen fueron el único pueblo que protegió la Divinidad, no bautizaron desde el principio a los ángeles que Dios se dignó enviarles, y copiaron los nombres que les dieron los caldeos, cuando la nación judía quedó cautiva de Babilonia. David, siendo esclavo de dicha nación, nombró por primera vez a Miguel y a Gabriel. El judío Tobías, que vivía en Nínive, conoció al ángel Rafael cuando viajaba con su hijo para ayudarle a que cobrara el dinero que le debía el judío Gabael.

En las leyes de los judíos, esto es, en el Levítico y en el Deuteronomio, no se dice que existan los ángeles. Por esto, sin duda, los saduceos no creyeron que existían. Pero en las historias de los judíos se ocupan de ellos. Estos ángeles eran corporales; les nacían alas de las espaldas, así como creyeron los gentiles que a Mercurio le nacían de los talones, y algunas veces escondían las alas debajo del manto. No podían concebirles sin cuerpo, porque vivían y comían y porque los habitantes de Sodoma quisieron cometer el pecado de sodomía con los ángeles que fueron a casa de Lot.

La antigua tradición judía, según nos dice Maimónides, admite diez grados, diez órdenes de ángeles: 1.º, los puros; 2.º, los rápidos; 3.º, los fuertes; 4.º, las llamas; 5.º, las chispas; 6.º, los mensajeros; 7.º, los dioses o jueces; 8.º1, los hijos de los dioses; 9.º, los querubines; 10.º, los animados.

La historia de la caída de los ángeles no se encuentra en los libros de Moisés. La primera referencia que se encuentra de ese hecho se atribuye al profeta Isaías, cuando apostrofó al rey de Babilonia, como hace poco dijimos.

La religión cristiana está fundada en la caída de los ángeles. Los que se rebelaron, precipitados de las esferas que habitaban, cayeron en el centro de la tierra, o sea en el infierno, y se convirtieron en diablos. Un diablo tentó a Eva en figura de serpiente y condenó al género humano. Jesús vino al mundo a rescatarlo y a vencer al diablo que nos tienta todavía; sin embargo, esta tradición fundamental sólo se encuentra en el libro de Enoch, que es apócrifo, y aun allí es diferente de la tradición admitida.

San Agustín, en su carta 109, atribuye cuerpos sutiles y ágiles a los ángeles buenos y a los malos. El papa Gregorio I redujo a nueve los coros o jerarquías de los ángeles, de los diez que reconocieron los judíos. Estos tenían en su templo dos querubines, y cada uno de ellos ostentaba dos cabezas, una de toro y otra de águila, y de las espaldas les nacían seis alas. Nosotros pintamos a los ángeles y a los arcángeles en figura de jóvenes hermosos con dos alas. En cuanto a los ángeles del séptimo coro y de las dominaciones, podemos decir que no se han pintado todavía.

Santo Tomás, en la cuestión 108, dice que los ángeles del séptimo coro están tan cerca de Dios como los querubines y los serafines, porque Dios se sienta encima de ellos. Scot cuenta mil millones de ángeles. Cuando la antigua mitología de los buenos y de los malos genios pasó desde el Oriente a Grecia y a Roma, quedó consagrada esta opinión al admitir que cada hombre tenía un ángel bueno y un ángel malo, un ángel que le protege y otro que le perjudica desde su nacimiento hasta su muerte. Pero no se ha averiguado todavía si esos ángeles pasan continuamente de un sitio a otro o sí los relevan otros ángeles. Sobre esto debe consultarse la Summa de Santo Tomás. No se sabe precisamente el sitio que ocupan los ángeles; no se sabe si están en el aire, en el vacío o en los planetas: Dios no ha querido que lo supiéramos.

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NOTAS

(1) Véase el artículo Alegorías

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