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CHARLATÁN, charlatanería – Voltaire – Diccionario Filosófico

Diccionario Enciclopédico Hispano-Americano

Selección de artículos de una de las más importantes y clásicas Enciclopedias en lengua española

 

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VOLTAIRE – DICCIONARIO FILOSÓFICO 

Índice) (B-C) (D-F) (G-N) (O-Z

Voltaire es un precursor. Es el portaantorcha
del siglo XVIII, que precede y anuncia la Revolución.
Es la estrella de ese gran mañana. Los sacerdotes
tienen razón para llamarle Lucifer.

         VÍCTOR HUGO

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Voltaire – Diccionario Filosófico  

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CHARLATÁN

Charlatán, charlatanería en ciencia y literatura - Diccionario Filosófico de VoltaireEl caballero de Jaucourt desarrolla con bastante extensión lo que es el charlatanismo en la medicina, pero nos tomaremos la libertad de añadir aquí algunas reflexiones. Los sitios más a propósito para vivir los médicos son las grandes ciudades. Por eso escasean en los pueblos. En las grandes ciudades es donde se encuentran los enfermos ricos: la crápula, los excesos de la mesa y de las pasiones producen sus enfermedades. El médico Dumoulin, que era un buen práctico, al morir dijo que dejaba en el mundo dos grandes médicos: la dieta y el agua del río.

En 1728, uno de los más famosos charlatanes, que se llamaba Villars, confió a algunos amigos que su tío, que vivió cerca de cien años y murió por un accidente, le había revelado en secreto la virtud de una agua especial que podía prolongar la vida hasta ciento cincuenta años viviendo sobriamente. Cuando veía pasar un entierro, levantaba los hombros como compadeciendo al muerto, y decía: «Si el difunto hubiera bebido el agua que yo conservo, no le llevarían aún al cementerio.» Sus amigos, a los que él generosamente hizo participar de su agua milagrosa y que observaban el régimen que éste les prescribía, gozaban de muy buena salud, y fueron pregonando por todas partes la virtud de la citada agua. Entonces se decidió a venderla a seis francos cada botella, y consiguió un prodigioso despacho. El agua tan cacareada era del Sena, mezclada con un poco de nitro. Los que la tomaron y se sujetaron a un buen régimen higiénico, sobre todo si estaban dotados de un buen temperamento, adquirieron en pocos días perfecta salud. A los que se quejaban porque no recobraban la salud, les replicaba: «Vuestra es la culpa de que no estéis completamente curados; sois intemperantes e incontinentes. Corregíos de esos dos defectos y viviréis ciento cincuenta años lo menos.» Como algunos se corrigieron, consiguieron aumentar la fortuna y la reputación del charlatán. El abad de Pons, que era entusiasta por él, decía que era superior al mariscal de Villars, porque éste hacía matar hombres y aquél los hacía vivir. Al fin se supo que el agua de Villars era agua del río; ya no la quisieron tomar, y la muchedumbre se fue a buscar otros charlatanes. No puede negarse que proporcionó algún bien, ni puede reconvenírsele por vender cara el agua del Sena. Impulsaba a los hombres a la temperancia, y en esto era superior al boticario Arnoult, que ha atestado la Europa de remedios contra la apoplejía, sin impulsar a los hombres a que practicaran ninguna virtud.

Conocí en Londres un médico llamado Brown, que practicaba la medicina en América y poseía un ingenio y un número bastante considerable de negros. En una ocasión le robaron una cantidad considerable; reunió a los negros y les dijo: «Amigos míos, durante la noche se me ha aparecido la gran serpiente y me ha revelado que el que me ha robado el dinero tiene en este momento una pluma de papagayo en la nariz.» En seguida el culpable se llevó la mano a la nariz; y su señor le dijo: «Tú eres el que me has robado; no me ha engañado la serpiente.» Y de este modo recuperó el dinero. No puede criticarse semejante charlatanería, pero para usarla con éxito es preciso tratar con negros.

Escipión, el primer africano, el grande Escipión, hacía creer a sus soldados que le inspiraban los dioses. Esa clase de charlatanería estuvo en uso mucho tiempo antiguamente. ¿Podemos criticar a Escipión porque la usara? Quizás fue el hombre que más honró la República romana. ¿Pero por qué le inspiraron los dioses que no rindiese cuentas? Numa hizo peor que él; necesitaba civilizar a bandidos, y el Senado, que se componía de éstos, era muy difícil de gobernar. Si hubiera propuesto la aprobación de las leyes que redactó a las tribus reunidas, los asesinos de su predecesor quizás se hubieran opuesto a aprobarlas. Se dirigió, pues, a la ninfa Egeria, que le entregó las Pandectas de parte de Júpiter, y consiguió obtener obediencia absoluta, logrando, además, un feliz reinado. Como sus instituciones son buenas, su charlatanismo fue beneficioso; pero si algún enemigo secreto hubiera descubierto su impostura y hubiera dicho a los demás enemigos: «Exterminemos a ese bribón que prostituye el nombre de los dioses para engañar a los hombres», hubiera corrido el riesgo de ir a hacer compañía a Rómulo en el otro mundo.

Mahoma estuvo veinte veces a punto de estrellarse, pero al fin causó el efecto que se proponía en los árabes de Medina, que le creyeron íntimo amigo del ángel Gabriel. Si alguno se atreviera hoy a anunciar en el Capitolio que es el favorito del ángel Rafael, y por lo tanto debemos creerle, lo empalarían en la plaza pública. Los charlatanes deben tener en cuenta el espíritu de las épocas.

¿No hubo algo de charlatanismo en Sócrates respecto a su demonio familiar y a la declaración que atribuye a Apolo, proclamándole el más sabio de los hombres? Sócrates no tomó el pulso al tiempo en que vivió; quizás cien años antes hubiera gobernado a Atenas.

Todos los jefes de sectas filosóficas usaron del charlatanismo; pero los mayores charlatanes fueron los que aspiraron a la dominación, y Cromwell fue el más terrible de todos ellos. Apareció precisamente en la época más a propósito para realizar sus fines. En el reinado de Isabel le hubieran ahorcado, en el de Carlos II se hubiera puesto en ridículo; pero vivió, por fortuna suya, en la época en que Inglaterra estaba disgustada de los reyes, así como su hijo en la época en que estaba disgustada del protector.

II

De la charlatanería en la ciencia y en la literatura

Las ciencias no pueden propagarse sin charlatanería. Cada autor quiere que se acepten sus opiniones. El doctor sutil trata de eclipsar al doctor angélico; el doctor profundo desea reinar solo. Cada uno fragua su sistema de física, de metafísica o de teología eclesiástica, y todos se disputan el mérito de la mercancía. Tienen corredores que la pregonan, tontos que la creen y protectores que la apoyan. ¿No hay verdadera charlatanería en poner palabras en el sitio que deben ocupar las ideas, y en pretender que los otros crean lo que nosotros mismos no creemos?

Un autor inventa los torbellinos de materia sutil, nebulosa, estriada; otro autor imagina que hay elementos de materia que no son materia, y una armonía preestablecida que hace que el reloj del cuerpo suene la hora cuando el reloj del alma la marque con su saeta. Esas quimeras encuentran partidarios durante algunos años, y cuando pasan de moda, nuevos energúmenos aparecen en el teatro ambulante: destierran los gérmenes del mundo, dicen que el mar produjo las montañas y que los hombres antiguamente eran peces.

¿Con cuánta charlatanería no se ha escrito la Historia, ya asombrando al lector describiendo prodigios, ya haciendo cosquillas a la malignidad humana por medio de sátiras, ya hinchando a los tiranos y a sus familias con elogios infames? Los desgraciados que escriben para vivir son charlatanes de otro modo. El que se encuentra sin oficio ni beneficio y tuvo la desgracia de estudiar en un colegio, cree que sabe escribir y hace la corte a un comerciante de libros para que le dé trabajo. El comerciante librero sabe que la mayor parte de las gentes acomodadas desean tener reducidas bibliotecas y que les gustan los compendios y los títulos que tengan novedad, y encarga al escritor que le escriba un compendio de la Historia de la Iglesia, un Diccionario de grandes hombres, en el que coloca un pedante desconocido al lado de Cicerón y un sonetista de Italia al lado de Virgilio. Otro comerciante librero encarga novelas originales o traducidas. Otro entrega gacetas y almanaques de diez años a un hombre de genio, y le dice: «Extractadme todo eso, y dentro de tres meses me lo traeréis escrito con el título de Historia fiel del tiempo, por el caballero ***, teniente de navío, empleado en Negocios Extranjeros.» Cerca de cincuenta mil libros de esta clase se han publicado en Europa, y todos ellos pasan como el secreto de blanquear el cutis, de hacer negro el pelo y la panacea universal.

 

 

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