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Torre de Babel Ediciones

EDUCACIÓN y los jesuitas – Voltaire-Diccionario Filosófico

Diccionario Enciclopédico Hispano-Americano

Selección de artículos de una de las más importantes y clásicas Enciclopedias en lengua española

 

 Mitología griega e historia de los grandes hombres de Grecia

Sencilla exposición de la mitología griega, historia de los héroes, semidioses y hombres célebres griegos. Por Fernán Caballero.

 

Historia de la Filosofía

Edición digital de la Historia de la Filosofía de Jaime Balmes

 

Historia de la Filosofía

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Diccionario de Filosofía

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La psicología contemporánea

Manual del filósofo y psicólogo español J. Vicente Viqueira

 

Vocabulario de economía

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Legislación educativa y cultural

 

VOLTAIRE – DICCIONARIO FILOSÓFICO 

Índice) (B-C) (D-F) (G-N) (O-Z

Voltaire es un precursor. Es el portaantorcha
del siglo XVIII, que precede y anuncia la Revolución.
Es la estrella de ese gran mañana. Los sacerdotes
tienen razón para llamarle Lucifer.

         VÍCTOR HUGO

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Voltaire – Diccionario Filosófico  

► Ejércitos, armas

 

EDUCACIÓN

Diálogo entre un consejero y un exjesuita.

Educación - Diccionario Filosófico de VoltaireEl exjesuita Podéis comprender la triste situación en que me ha sumido la bancarrota de los dos comerciantes misioneros La Valette y Lacy. Yo era un pobre sacerdote del colegio de Clermont que se llama de Luis el Grande; conocía algo el latín y estaba enterado del Catecismo, que os estuve enseñando durante diez años gratuitamente. En cuanto salisteis del colegio, tratando de estudiar Derecho, os comprasteis un cargo de consejero del Parlamento, y disteis vuestro voto en mi favor para que mendigara el sustento fuera de mi patria, o para tener que reducirme a vivir trabajosamente en ella con diez y seis luises y diez y seis francos anuales, que no bastan para alimentarnos y vestirnos mi hermana y yo. Todo el mundo me dice que el desastre que sufrieron mis hermanos los jesuitas no lo causó únicamente la bancarrota de los misioneros La Valette y Lacy, sino también el hermano La Chaise, confesor, que era un intrigante, y el hermano Le Tellier, confesor, como aquél, de Luis XIV, y atrevido perseguidor. Pero yo no conocía ni al uno ni al otro; murieron antes de que yo naciese. Se asegura también que las cuestiones que tuvieron los jansenistas y los molinistas sobre la gracia versátil y sobre la ciencia media contribuyeron de gran modo a expulsarnos de nuestras casas; pero yo nunca supe lo que es esa gracia. Os hice traducir antiguamente a Cicerón, a Virgilio, a Séneca y a Horacio; en una palabra, hice cuanto supe por educaros bien, y he aquí la recompensa que recibo.

El consejero Verdaderamente sois el que me ha educado; pero cuando entré en el mundo quise atreverme a hablar, se burlaron de mí; podía citar las obras de Horacio y la prosa de algunos autores latinos, pero ignoraba que Francisco I cayó prisionero en Pavía, ni dónde estaba situada esta ciudad, y desconocía hasta el país donde he nacido. No me enseñasteis ni las principales leyes que interesan a mi patria, ni una palabra de matemáticas ni de filosofía; sólo aprendí latín y algunas tonterías.

El exjesuita Sólo pude enseñaros lo que me enseñaron a mí. Estudié en el colegio hasta la edad de quince años, y a esa edad un jesuita me sedujo, engañándome. Entré de novicio, me embrutecieron durante dos años, y luego me hicieron regentar una cátedra. ¿Cómo queréis que os diera la educación que se recibe en el colegio militar?

El consejero No pretendo semejante cosa, pero conozco que cada uno debe aprender desde niño todo lo que le sirva para desempeñar la profesión que piensa ejercer. Clairant fue hijo de un maestro de matemáticas, y en cuanto supo leer y escribir, su padre le enseñó su arte, y a los doce años era excelente geómetra; luego estudió latín, que no le sirvió para nada. La célebre marquesa de Châtelet aprendió bastante bien el latín en un año, y a nosotros nos hacían estar siete años en el colegio para que adquiriéramos algunas nociones de esa lengua muerta. Cuando salíamos de nuestro colegio para estudiar leyes, nos sucedía peor aún. A mí, que nací en París, me hicieron estudiar durante tres años las leyes de la antigua Roma, que ya no rigen. Desde luego, mi profesor empezó por distinguir la jurisprudencia en el derecho natural y en el derecho de gentes: el derecho natural es común a los hombres y a las bestias, en su opinión, y el derecho de gentes es común a todas las naciones, que no están de acuerdo unas con otras. Luego me enseñó la ley de las Doce Tablas, que derogaron los mismos romanos que la habían promulgado; el edicto del pretor, cuando ya no existen pretores en el mundo; todo lo concerniente a los esclavos, cuando ya no hay esclavos domésticos en toda la Europa cristiana; el divorcio, cuando el divorcio no está admitido en nuestros países, etcétera, etc. Pronto me apercibí de que me habían sumergido en un abismo del que me era imposible salir; pronto me convencí de que me dieron una educación inútil para gobernarse en el mundo. Confieso, sin embargo, que quedé más confuso todavía cuando leí las ordenanzas francesas, capaces de llenar ochenta volúmenes y que se contradicen unas a otras, y me vi obligado, cuando tuve que desempeñar el cargo de juez, a aplicar el buen sentido y la equidad de que me dotó la Naturaleza, y con esos dos apoyos me equivoco casi siempre en todos los fallos. Tengo un hermano que estudia teología con el propósito de llegar a vicario general, y se queja también de la educación que ha recibido. Necesitó consumir seis años para llegar a aprender que hay nueve coros de ángeles y en lo que se diferencian un trono y una dominación; si el Pisón en el paraíso terrenal estaba a la derecha o a la izquierda del Gehón; si el idioma con el que la serpiente conversaba con Eva era el mismo que habló la burra de Balaam; para saber en qué consistió que Melquisedec hubiera nacido sin tener padre ni madre; para saber dónde vive Enoch, que no ha muerto todavía, y dónde están los caballos que transportaron a Elías en un carro de fuego, después que con su manto separó las aguas del Jordán, y en qué fecha debe volver para anunciar el fin del mundo. Hablando con franqueza entre nosotros, debéis convenir conmigo en que para seguir cualquier carrera nos dan una educación muy ridícula, y que es infinitamente mejor la que reciben los que se dedican a artes u oficios.

El exjesuita Estamos de acuerdo; pero yo no puedo vivir con mis cuatrocientos francos anuales, mientras que conozco algún individuo cuyo padre era lacayo, que tiene treinta caballos en sus caballerizas y cuatro cocineros.

El consejero Pues bien; os regalo de mi bolsillo otros cuatrocientos francos. Esto es lo que no me han enseñado los autores latinos que a vuestras órdenes aprendí a conocer y a traducir.

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