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EMPADRONAMIENTO, historia del censo – Voltaire-Diccionario Filosófico

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VOLTAIRE – DICCIONARIO FILOSÓFICO 

Índice) (B-C) (D-F) (G-N) (O-Z

Voltaire es un precursor. Es el portaantorcha
del siglo XVIII, que precede y anuncia la Revolución.
Es la estrella de ese gran mañana. Los sacerdotes
tienen razón para llamarle Lucifer.

         VÍCTOR HUGO

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Voltaire – Diccionario Filosófico  

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EMPADRONAMIENTO

Empadronamiento - Diccionario Filosófico de VoltaireLos empadronamientos más antiguos que conserva la Historia son los de los israelitas, de los que no podemos dudar, porque están sacados de los libros judíos.

No se debe contar como empadronamiento la fuga de los israelitas, en número de seiscientos mil hombres, porque el texto no los especifica tribu por tribu (1), y añade además que innumerable multitud de gentes se unió a ellos. Eso no es mas que una relación.

El primer empadronamiento circunstanciado que conocemos se encuentra en el libro de los Números (2). En el recuento del pueblo que hicieron Moisés y Aarón en el desierto, resultó, contando todas las tribus menos la de Leví, que había seiscientos tres mil quinientos cincuenta hombres en estado de llevar las armas. Si a éstos añadimos la tribu de Leví, suponiendo que constara de igual número que las otras tribus, resultará que podían contar con seis cientos cincuenta y tres mil novecientos treinta y cinco hombres, a los que hay que añadir otros tantos entre viejos, mujeres y niños, que suman un total de dos millones seis cientos quince mil setecientas cuarenta y dos personas que salieron de Egipto.

Cuando David, siguiendo el ejemplo de Moisés, mandó el recuento de todo el pueblo, resultó que había ochocientos mil guerreros de las tribus de Israel y quinientos mil de las de Judá, según el libro de los Reyes (3); pero según los Paralipómenos (4), se contaron ciento once mil guerreros en Israel y menos de quinientos mil en Judá. El libro de los Reyes excluye las tribus de Leví y de Benjamín, y los Paralipómenos tampoco las cuenta. Si añadimos, pues, esas dos tribus a las otras, guardando una regla de proporción, sumará el total de guerreros ochocientos ochenta mil. Esa suma es excesiva para el pequeño país de la Judea, que estaba poco poblado. Por esto fue un milagro.

No nos incumbe averiguar el motivo que tuvo el soberano árbitro de los reyes y de los pueblos para castigar a David por esa operación, que mandó expresamente que verificara Moisés, ni mucho menos averiguar por qué estando Dios irritado con David castigó al pueblo por ser empadronado. El profeta Gad mandó al rey, de parte de Dios, que escogiera entre la guerra, el hambre o la peste. David aceptó la peste, y murieron de ella en tres días seiscientos mil judíos. San Ambrosio, en su libro titulado De la penitencia, y San Agustín, en la obra que escribió contra Fausto, reconocen que el orgullo y la ambición determinaron a David a hacer dicho recuento. Su opinión es de gran peso y nos sometemos a ella, apagando la débil y engañosa luz de nuestra inteligencia.

La Sagrada Escritura refiere un nuevo empadronamiento verificado en la época de Esdras, cuando los judíos volvieron de su cautividad. «Esa multitud —dicen lo mismo Esdras que Nehemías (5)— ascendía a cuarenta y dos mil trescientas sesenta personas.» Los nombra a todos por familias, y cuenta en cada una de ellas el número de judíos y el de sacerdotes; pero no sólo hay entre esos dos autores diferencias en el número y en el nombre de las familias, sino error de cálculo en uno o en otro. Según el cálculo de Esdras, en vez de resultar cuarenta y dos mil hombres, sólo son veintinueve mil ochocientos diez y ocho, y según el de Nehemías, aparecen treinta y un mil ochenta y nueve.

En vista de este error aparente, debemos consultar a los comentaristas, y sobre todo a Calmet, el cual, añadiendo a una de las dos cuentas lo que le falta a la otra, y añadiendo además lo que les falta a las dos, resuelve la dificultad. Faltan a las suposiciones de Esdras y de Nehemías, que reprocha Calmet, diez mil setecientas sesenta y siete personas; pero las encuentra en las familias que no pudieron presentar su genealogía, y por otra parte, si fue un error del copista, ese error no puede perjudicar a la veracidad del texto divino.

Es de creer que los grandes reyes que estaban inmediatos a la Palestina empadronarían sus pueblos con la exactitud que les fuera posible. Herodoto forma el cálculo de los hombres que siguieron a Jerjes, sin enumerar su ejército naval. Cuenta un millón setecientos diez mil hombres, y dice que para contarlos los hacían reunir en divisiones de diez mil hombres en un sitio que no podía contener mayor número. Ese método era muy defectuoso, porque estando menos estrechos, podían sólo caber ocho o nueve mil hombres. Además, ese método es poco guerrero; hubiera sido mucho más fácil computar la suma haciendo marchar a los soldados por filas. Debemos también observar que era muy difícil poder mantener tan excesivo número de hombres en el territorio de Grecia que iban a conquistar. Podemos muy bien dudar de tal número de soldados, de la manera de contarlos, de los latigazos que dieron al Helesponto, del sacrificio de mil toros que hizo a Minerva un rey persa, el cual no conoció a esa diosa y que sólo veneraba al Sol como único símbolo de la Divinidad.

Además, el empadronamiento de tantos millares de hombres estaba incompleto, según confesión del mismo Herodoto, ya que Jerjes, además de esos soldados, llevó consigo a los habitantes de los pueblos de la Tracia y de la Macedonia, a los que obligó a que le siguieran, sin duda para matar de hambre más pronto a su ejército. Al llegar a este punto debemos imitar la conducta que siguen los hombres prudentes cuando leen historias antiguas y hasta modernas: dejan en suspenso su fallo y dudan.

El primer empadronamiento que conservamos de las naciones profanas es el que hizo Servio Tulio, sexto rey de Roma. En él aparecen, según dice Tito Livio, ochenta mil combatientes, todos ellos ciudadanos romanos. Este cálculo supone una población de trescientos veinte mil ciudadanos cuando menos, contando viejos, mujeres y niños, a los que hay que añadir todavía veinte mil criados, entre esclavos y libres.

Razonablemente se puede dudar de que el pequeño Estado romano de la época de los reyes constara de esa multitud de habitantes. Rómulo sólo extendió su reinado sobre tres mil bandidos que se reunieron en una aldea situada entre montañas. Esa aldea sólo podía disponer de un territorio muy reducido de Italia, tan pequeño, que apenas tenía tres mil pasos de circuito. Servio era el sexto jefe o rey de aquella población naciente. La regla de Newton, que es indudable cuando se trata de monarquías colectivas, concede a cada rey veintiún años de reinado, y contradice a los antiguos historiadores, que no observaron el orden de los tiempos y no nos han transmitido ninguna fecha exacta. Los cinco reyes de Roma anteriores a Servio Tulio debieron reinar cerca de cien años. Es, pues, contra el orden de la Naturaleza que un terreno ingrato, que no medía cinco leguas de longitud ni tres de latitud y que debió perder muchos habitantes en las continuas guerras que sostuvo, pudiera contar con trescientas veinte mil almas. No existen la mitad de esos habitantes hoy en el mismo territorio de Roma, que es la metrópoli del mundo cristiano, y en la cual la afluencia de extranjeros y de embajadores de todas las naciones hacen más populosa la ciudad, a la que va a parar el oro de Polonia, de Hungría, de la mitad de Alemania, de España y de Francia, y que debe aumentar la población, si otras causas la hacen disminuir.

No se escribió la historia de Roma hasta quinientos años después de su fundación. No debe, pues, sorprendernos que los historiadores concedieran liberalmente ochenta mil guerreros a Servio Tulio, en vez de concederle ocho mil, por excesivo amor a su patria. Hubieran manifestado mayor y más verdadero celo por ella si hubieran confesado el débil principio de su República. Es mucho más digno de alabanza haberse elevado desde tan bajo origen a la cumbre de la grandeza, que suponer que contaban con doble número de soldados que tuvo Alejandro para conquistar quince leguas de territorio en cuatrocientos años.

En Roma sólo se formaba el censo de los ciudadanos romanos. Dícese que en la época de Augusto resultaron en ese censo cuatro millones sesenta y tres mil individuos de tal clase, veintinueve años antes de la era cristiana. Así lo asegura Tilldemont; que es bastante exacto; pero lo dice citando a Dión Casio, que no lo es. Lorenzo Echard dice que el año 14 de nuestra era resultaron en el empadronamiento cuatro millones ciento treinta y siete mil ciudadanos romanos. El mismo Echard habla de otro empadronamiento general del Imperio confeccionado en el primer año de la era cristiana, pero no cita ningún autor romano que lo diga, y no hace el cálculo del número de ciudadanos. Tilldemont no habla tampoco de ese censo.

Cítase también a Tácito y a Suetonio al hablar de esta materia, pero los citan inoportunamente. El censo de que se ocupa Suetonio no es un empadronamiento de ciudadanos; no es mas que una lista de aquellos que surten de trigo al pueblo. Tácito se ocupa en el libro II de un censo que sólo se estableció en las Galias para sacar en ellas mayores tributos. Augusto no hizo el empadronamiento de los vasallos de su Imperio, porque no pagaban la capitación, que sólo impuso a las Galias. Tácito dice que Augusto conservaba una Memoria, escrita por su propia mano, que contenía las rentas del Imperio, las flotas y los reinos tributarios, pero no habla de ningún empadronamiento (6).

Dión Casio especifica un censo, pero no articula su número. Josefo, en su obra Antigüedades, dice que el año 750 de Roma (que corresponde al año 11 de la era romana) Cireno, que era entonces gobernador de Siria, mandó que formaran una lista de todos los bienes que poseían los judíos, lo que ocasionó una rebelión. Esto no tiene nada que ver con el empadronamiento general, pero prueba que Cireno sólo fue gobernador de la Judea (que era entonces una pequeña provincia de la Siria) diez años después del nacimiento del Salvador, y no lo era cuando nació éste.

He aquí todo lo que se puede recoger de los autores profanos relativamente a los empadronamientos atribuidos a Augusto. Si hemos de darles crédito, Jesucristo nació durante el imperio de Varo, y no durante el gobierno de Cireno, y no se confeccionó ningún empadronamiento universal. Pero San Lucas, cuya autoridad debe prevalecer sobre la de Josefo, la de Suetonio, la de Tácito y la de Dión Casio, afirma que hubo un empadronamiento general de todo el mundo, y que Cireno era gobernador de la Judea cuando nació Jesucristo.

Además, el Antiguo y el Nuevo Testamento no se nos han concedido para aclarar puntos dudosos de la Historia, sino para anunciarnos verdades saludables, ante las que deben desaparecer todos los hechos y opiniones. Esto es siempre lo que responderemos a los cálculos erróneos, a las contradicciones, a los absurdos, a las faltas enormes de geografía, de cronología y de física y hasta de sentido común que los filósofos encuentran en la Sagrada Escritura. No nos cansaremos de decirles que en ese libro no hay que buscar la razón, sino la devoción y la fe.

__________

(1) Éxodo, cap. XII, vers. 37 y 38.
(2) Libro de los Números, cap. I.
(3) Id. II, cap. XXIV.
(4) Id. cap. XXI. vers. 5.
(5) Libro II de Esdras, que es la historia de Nehemías, cap. VIII, versículo 66.
(6) Anales, libro I, cap. II.

Voltaire – Diccionario Filosófico    

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