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LIBERTAD DE IMPRENTA – Voltaire-Diccionario Filosófico

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Voltaire – Diccionario Filosófico  

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LIBERTAD DE IMPRENTA

Libertad de imprenta - Diccionario Filosófico de Voltaire¿Qué daño puede causar a Rusia la profecía de Juan Jacobo Rousseau? Ninguno, y debe permitírsele que la explique en un sentido místico típico y alegórico (1). Se imprimieron cinco o seis mil folletos en Holanda contra Luis XIV, y ninguno de ellos contribuyó a que perdiera las batallas de Blenheim, de Turín y de Ramillies.

Aunque es de derecho natural utilizar la pluma, como es de derecho natural utilizar la lengua, encierra este derecho sus peligros, sus riesgos y sus éxitos. Conozco muchos libros que fastidian a los lectores, pero no conozco ninguno que haya producido un perjuicio real. Algunos teólogos, algunos políticos, exclaman en tono declamatorio: «Destruís la religión y derribáis al gobierno si os atrevéis a imprimir ciertas verdades y ciertas paradojas. No os atreváis nunca a pensar por escrito sin haber pedido antes permiso a un fraile o a un representante de la sociedad civil. Perturba el buen orden que el hombre piense por sí mismo. Homero, Platón. Cicerón, Virgilio, Plinio y Horacio no publicaron nada sin haber obtenido antes la aprobación de los doctores de la Sorbona y de la Santa Inquisición. Fijaos en que la libertad de la prensa sumió en horrible decadencia a Inglaterra y a Holanda. Verdad es que ambas naciones comercian con el mundo entero, y que Inglaterra vence siempre por mar y por tierra, pero caminan a grandes pasos hacia su ruina. El pueblo ilustrado no puede subsistir.»

Razonáis bien, amigos míos, pero examinemos, si os parece, qué libro consiguió perder a un Estado. El libro más peligroso de los que conozco es el que escribió Spinoza. Como judío ataca al Nuevo Testamento, y como sabio arruina el Testamento Antiguo; el sistema de su ateísmo tiene mejor método y está mejor razonado que los sistemas de Estrabón y de Epicuro. Se necesita profunda sagacidad para destruir los argumentos que usa para probar que una sustancia no puede formar otra. Como vosotros, detesto su libro, que quizá comprendo mejor que vosotros, que no lo habéis sabido rebatir; pero ¿acaso ese libro cambió la faz del mundo? ¿Acaso algún predicante perdió algún florín de su pensión después de publicadas las obras de Spinoza? ¿Acaso algún obispo vio disminuir sus rentas? Al contrario, sus rentas han doblado desde entonces, y todo el daño que ocasionó ese libro se redujo a que unos cuantos lectores examinaran tranquilamente en su gabinete los argumentos de Spinoza, y a que se escribieran en pro o en contra obras poco conocidas.

Vosotros mismos fuisteis poco consecuentes haciendo imprimir la obra de Lucrecio Ad usum Delphini, que expone el ateísmo de Lucrecio, y que no produjo ni perturbación ni escándalo; por eso dejaron vivir tranquilamente a Spinoza en Holanda, como antiguamente dejaron vivir en paz Lucrecio en Roma.

Pero aparece en vuestro país cualquier libro nuevo, cuyas ideas choquen con las vuestras, cuyo autor pertenezca al partido contrario al vuestro, o que no tenga partido alguno, y entonces os ponéis en alarma, produciendo el trastorno general del rincón del mundo que habitáis. Decís a voz en grito que ha aparecido un hombre abominable que se atrevió a escribir la blasfemia de que si no tuviéramos manos no podríamos hacer medias ni zapatos (2). Los devotos se asustan, los doctores se reúnen, la alarma cunde, el ejército se pone sobre las armas; y todo ¿por qué? Por cinco o seis páginas que se olvidan al cabo de tres meses. Si el libro os desagrada, refutadle; si os fastidia, no lo leáis.

Me objetáis diciendo que los libros de Lutero y de Calvino destruyeron la religión romana en la mitad de Europa ,¿por qué no me decís también que los libros del patriarca Focio destruyeron esa misma religión en Asia, en África, en Grecia y en Rusia? Padecéis una gran equivocación creyendo que los libros han producido ese resultado. El Imperio de Rusia abarca dos mil leguas de extensión, y no hay en él seis hombres que hayan tratado los puntos de controversia entre las Iglesias griega y latina. Si el fraile Lutero, si el canónigo Calvino, si el cura Zuinglio no hubieran hecho mas que escribir, Roma subyugaría aún todos los Estados que perdió; pero esos jefes de secta y sus partidarios fueron propagando sus doctrinas de ciudad en ciudad, de casa, en casa, apoyados por las mujeres y sostenidos por los príncipes. Habéis de saber que el capuchino entusiasta, faccioso, vehemente, que es emisario de algún ambicioso que predica, confesando, comulgando e intrigando conseguirá más pronto trastornar una provincia que escribiendo conseguirán ilustrarla cien autores. No fue el Corán el que consiguió que Mahoma lograra lo que se propuso; fue Mahoma el que consiguió el éxito del Corán

No vencieron los libros a Roma, no; fue vencida porque indignó a Europa con sus rapiñas; porque vendió públicamente las indulgencias; porque insultaba a los hombres queriéndolos dirigir como animales domésticos; porque: abusó tan excesivamente del poder, que debe sorprendernos que domine todavía en una sola aldea. Ese resultado no se debe a los libros: lo consiguieron Enrique VIII, Isabel, el duque de Sajonia, el landgrave de Hesse, los príncipes de Orange, los Condé y los .Coligny. Las trompetas nunca han ganado las batallas, y no han hecho caer más murallas que las de Jericó.

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(1) Rousseau profetizó la próxima destrucción del imperio de Rusia, fundándose en que Pedro I difundió las artes y las ciencias en sus Estados. Para desventura del profeta, las artes y las ciencias sólo prosperaron en la nueva capital, casi exclusivamente cultivadas por extranjeros; pero aunque la ilustración estaba concentrada en la capital, contribuyo a aumentar el poder de Rusia, que nunca estuvo menos expuesta a experimentar los trastornos que pueden destruir un imperio que desde la época en que Rousseau predijo la destrucción de éste.

(2) Helvecio, Del Espíritu, discurso primero, capítulo primero.

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