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El culto al MACHO CABRÍO – Voltaire – Diccionario Filosófico

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Voltaire – Diccionario Filosófico  

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MACHO CABRIO

Bestialidad, hechicería

Macho cabrío (bestialidad, hechicería) - Diccionario Filosófico de VoltaireLos honores de varias clases que la antigüedad rindió a los machos cabríos serían sorprendentes si hubiera alguna costumbre que pudiera sorprender a los que el estudio ha familiarizado con el mundo antiguo y con el mundo moderno. Los egipcios y los judíos designaron con frecuencia a los reyes y a los jefes del pueblo con la palabra «cabrón». Zacarías, en el capítulo X, vers. 3, dice: «El furor del Señor está irritado contra los pastores del pueblo, contra los cabrones, y Él los visitará. Él visitó su rebaño de la casa de Judá, haciendo de él su caballo de batalla.» Jeremías, en el cap. L, vers. 8, habla así a los jefes del pueblo: «Salid de Babilonia y sed como los cabrones que van al frente del rebaño.» Isaías usó esa misma palabra en los capítulos X y XIV, pero la tradujeron por la palabra «príncipe».

Los egipcios no sólo llamaron cabrones a los reyes, sino que consagraron un macho cabrío en Mendes y lo adoraron. Es probable que el pueblo tomara efectivamente un emblema por una divinidad, porque esto le sucedió algunas veces.

No es verosímil que los sacerdotes de Egipto inmolaran y adoraran al mismo tiempo a los machos cabríos. Sabido es, y ya lo dijimos en otra parte, que tenían al cabrón Hazazel, que arrojaban al precipicio adornado y coronado de flores para que expiara las culpas del pueblo, y que los judíos copiaron de ellos esta ceremonia y hasta el nombre de Hazazel, así como adoptaron otros ritos de Egipto.

Pero los cabrones recibieron en la antigüedad un honor mucho más singular. Creen algunos autores que constantemente en Egipto muchísimas mujeres hicieron con los cabrones lo que hizo Pasifae con su toro. Heredoto refiere que estando en Egipto, una mujer cohabitaba públicamente con cabrones en una provincia de Mendes. Herodoto añade que quedó asombrado, pero no dice que castigaran a dicha mujer. Todavía es más extraño que Plutarco y Píndaro, que vivieron en siglos diferentes, están acordes en decir que presentaban mujeres al cabrón consagrado; concebir sólo esta idea nos hace estremecer.

Los judíos imitaron semejantes abominaciones. Jeroboán instituyó sacerdotes para que sirvieran a sus becerros y a sus cabrones: el texto hebreo usa esta misma palabra (1). Pero el mayor ultraje que recibió la naturaleza humana fue el brutal extravío de algunas judías que se enamoraron de los cabrones y el de los judíos que cohabitaron con las cabras. Hubo necesidad de publicar una ley terminante para prohibir tan horrible deshonestidad. Esta ley la publica el Levítico, y la repite varias veces. Al principio se prohibió sacrificar los animales velludos con los que habían fornicado; luego prohibieron a las mujeres que se prostituyeran con las bestias y a los hombres que se mancharan con el mismo crimen, y últimamente mandaron que todo el que fuera culpable de semejante deshonestidad perdiera la vida, como el animal de quien abusara. Consideraron a esa bestia tan criminal como al hombre y a la mujer, y decían que su sangre caería sobre todos.

Principalmente se trata de machos cabríos y de cabras en las citadas leyes, que por desgracia fueron necesarias para el pueblo hebreo. Esa depravación era común en muchos países cálidos. Los judíos vagaban errantes entonces por un desierto en el que no podían alimentar mas que cabras y cabrones. Esos mismos excesos los cometían los pastores de la Calabria y se perpetraban en otras regiones de Italia.

No se satisficieron con las referidas abominaciones, sino que establecieron el culto del macho cabrío en Egipto y en los desiertos de una parte de la Palestina. Creyeron realizar encantamientos por medio de los cabrones y de algunos otros monstruos, y la magia y la hechicería pasaron muy pronto desde Oriente a Occidente, extendiéndose por todo el mundo. Los romanos llamaron sabbatum a la hechicería que aprendieron de los judíos, confundiendo de este modo el día sagrado de éstos con sus secretos infames, y de esto proviene que ser hechicero y acudir al sábado fuese la misma cosa entre las naciones modernas.

Miserables mujeres del pueblo, engañadas por bribones, y más que por éstos por la debilidad de su propia imaginación, creyeron que en cuanto pronunciaran la palabra «amuleto» y se frotaran con un ungüento compuesto de boñiga de vaca y de pelo de cabra, se irían al sábado, montadas en un palo de escoba, mientras estaban durmiendo, y que allí adorarían a un cabrón que gozaría con ellas.

Ésta era la opinión universal. Los doctores opinaban que el diablo se metamorfoseaba en cabrón. Esta idea la expone Del Río en sus Disquisiciones, y también otros muchos autores. El teólogo Grillando, que fue uno de los promovedores de la Inquisición, y que Del Río cita, dice que los hechiceros le llamaron el cabrón Martinet, y asegura que una mujer que se prostituyó a Martinet, montada en sus hombros fue transportada en un momento por los aires a un sitio llamado la nuez de Benevent.

Existieron libros que describían los misterios de los hechiceros, y yo he leído uno al frente del que dibujaron bastante mal un cabrón y una mujer arrodillada detrás de él. Estos libros se llamaban grimoires en Francia y en otras partes Alfabetos del diablo. El que yo vi sólo constaba de cuatro hojas y contenía caracteres casi indescifrables.

Propagar las luces de la razón educando mejor a los pueblos hubiera bastado para extirpar en Europa tan ridícula extravagancia; pero en vez de emplear la razón, emplearon los suplicios. Si los supuestos hechiceros tenían su Alfabeto del diablo, los jueces tuvieron un código para castigar a los hechiceros. El jesuita Del Río, doctor de la Universidad de Lovaina, imprimió sus Disquisiciones mágicas el año 1599; en ellas asegura que todos los herejes son magos, y recomienda con frecuencia que los pongan en el potro. No duda de que el diablo se transforma en cabrón y de que no concede sus favores a todas las mujeres que se le presentan. Cita varios jurisconsultos clasificados de demonógrafos, que sostienen que Lutero era hijo de un macho cabrío y de una mujer. Asegura que en 1595, una mujer parió en Bruselas un niño que tuvo del diablo disfrazado de cabrón, y que la castigaron, pero no expresa con qué clase de castigo.

Profundizó la jurisprudencia de la hechicería Bognet, gran juez de la jurisdicción de la abadía de San Claudio, perteneciente al Franco Condado. Da razón detallada de todos los suplicios con que él condenó a los hechiceros y a las brujas, que suman una cantidad considerable; casi todas las hechiceras las sentenció por suponer que se habían acostado con cabrones.

Ya dijimos en otros artículos que ascienden a más de cien mil hechiceros los que fueron condenados a muerte en toda Europa. La filosofía únicamente curó a los hombres de tan abominable quimera y enseñó a los jueces que no debían sentenciar a morir entre llamas a los imbéciles.

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(1) Libro segundo de los Paralipómenos, cap. XI, vers. 15.

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