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Torre de Babel Ediciones

BISMARCK, político alemán -biografía- Diccionario Enciclopédico Hispano-Americano

Conde de BISMARCK,  general alemán, y Barón de BISMARCK, político alemán (biografía)

Índice

BISMARCK

– BISMARCK (FEDERICO GUILLERMO, conde de):Biografías. General alemán y escritor militar. Nació en 1783 en Widgeim (WestfaIia); murió en Constanza en junio de 1860. Se dice que el árbol genealógico de su familia tenía sus raíces en la antiquísima tribu de los vándalos. Estudió en la Escuela militar de Hannover y comenzó su carrera (1796) en el ejército anglo-hannoveriano. Fue subteniente de los granaderos de la guardia en 1803, y sirvió a las órdenes del duque de Cambridge en las legiones hannoveriana y alemana. Estuvo en la expedición militar al Norte de Alemania mandada por lord Cathcart (1805-1806), y después sirvió en el ejército de Wurtemberg. Durante las campañas de 1809 a 1815 inclusive, tomó parte en ochenta y dos combates y en diez y ocho grandes batallas. Son notables sus estudios, publicados en 1818, relativos a las maniobras de caballería, y por ellos fue nombrado miembro de la Academia Real de Ciencias militares de Suecia y vocal honorario de la Sociedad francesa de Estadística (1827 y 1830). Ejerció muchos cargos diplomáticos y tuvo asiento en la Cámara de los pares de Wurtemberg.

– BISMARCK SCHŒNHAUSEN (OTHON, barón, después conde y últimamente príncipe de):Biografías. Hombre de Estado. Nació el 1.º de abril de 1814 en SchŒnhausen, cerca del Elba, y pertenece a una familia de remoto abolengo eslavo. Estudió derecho en la Universidad de Gottinga, en Berlín y en Greifswald, y después sirvió en el ejército. Fue voluntario en la infantería ligera y llegó a subteniente. Se hizo desde luego notable por la vivacidad de su carácter y la paradójica temeridad de sus discursos en la Dieta de Sajonia (1846) y en la Dieta General (1847). Se convirtió, desde un principio, en declarado enemigo de las franquicias y libertades populares, y en defensor acérrimo de los privilegios de la nobleza y de los fueros de la corona. En aquella época, Mr. Bismarck pretendía que el rey lo era por derecho divino y que el Estado debía caracterizarse, como tal, en un estado definidamente religioso. El año 1848, a consecuencia de la Revolución francesa, triunfaban en toda Europa las tendencias liberales. No obstante la general victoria de estas ideas, Bismarck se opuso a todos los proyectos que, inspirado en ellas, intentó realizar y realizó en parte M. Camphausen, Ministro del rey de Prusia. Al año siguiente, fue Bismarck enviado a la segunda Cámara prusiana, y en ella tomó asiento, y a la vez la jefatura de la extrema derecha defendiendo unas veces y promoviendo otras medidas de carácter represivo. Entonces era Bismarck enemigo de la unidad alemana y sólo aspiraba a mantener la confederación germánica, procurando empero que Prusia estuviese a la cabeza de los Estados federados y fuese el principal de éstos. En mayo de 1845 Bismarck comenzó su carrera diplomática, gracias a un nombramiento del rey Federico Guillermo IV, que le encargó sustituyera en la Legación de Austria al general Rochow. Hasta 1859 desempeñó este puesto con habilidad innegable, pero llevando tan lejos su hostilidad al Austria que, no contento con anular por todos los medios posibles la influencia y la política del representante de esta potencia, conde de Rechberg, publicó, en un periódico satírico de Berlín, el Kladderadatsch, artículos burlescos contra el gobierno de Viena, inspirados en tal saña y con tales demasías escritos, que obligaron al gobierno de Prusia a cambiarle de destino, enviándole a San Petersburgo. En 1862 era el representante de Prusia en París, y firmó, en calidad de tal, un tratado de comercio con Francia. El 23 de septiembre de 1863 fue nombrado Ministro de Estado, y un mes más tarde Ministro de Negocios Extranjeros y Presidente del Consejo de Ministros, en reemplazo del príncipe de Hohenlohe-Ingelsingen.

Mr. Bismarck subió al poder decidido a ejecutar el plan con que, hacía muchos años, se había propuesto variar los rumbos de la política germánica. Consistía éste en el engrandecimiento de la Prusia por todos los modos y caminos, en conseguir para ella la hegemonía de Alemania reconstituida, y en sustituir, para la consecución de estos fines, el gobierno personal al parlamentario. A los seis días de constituido el primer gabinete que presidio, Mr. Bismarck pronunciaba, ante una comisión de la Cámara, estas palabras inolvidables: «No por los votos de las mayorías ni a virtud de discursos parlamentarios se resolverán las grandes cuestiones de nuestros tiempos, sino con el hierro y el fuego.» Ajustando a este lenguaje sus actos, M. Bismarck inauguró su gobierno luchando, desde el primer instante, contra las Cámaras, la prensa y las fuerzas liberales del país. Su primera resolución consistió en negar derecho a los representantes de la Dieta General para discutir y votar los presupuestos, asegurando, a este propósito, que el Parlamento debía intervenir en las cuentas del Estado, pero no antes, sino después de haber éste invertido como tuviese por conveniente los ingresos del Tesoro nacional. Como el Parlamento, a propuesta de M. Forkenbeck, declarase que el gabinete presidido por Mr. Bismarck había violado la Constitución, el futuro canciller del aún no nacido Imperio germánico acogió la declaración con indiferencia y aun con sarcasmo. Aceptó la lucha con las Cámaras, más como un entretenimiento que como un combate, y se dedicó a reorganizar el ejército en el cual tenía puestas todas sus esperanzas.

Cuando estalló la insurrección de Polonia, Bismarck provocó las reclamaciones de Inglaterra y Francia por haber violado las leyes de la neutralidad, favoreciendo la acción de Rusia contra los polacos. Inglaterra y Francia no lograron avenirse, y por esta causa su acción diplomática contra el jefe del gobierno prusiano fue ineficaz.

El 11 de mayo de 1863 se explanó, en la Cámara de Diputados, una interpelación contra Mr. Bismarck, el cual, requerido para que manifestase los propósitos del gobierno en lo concerniente a la política extranjera, declaró sin rodeos que el gobierno del rey de Prusia haría la guerra o la paz, según lo considerase oportuno, sin estimar en ningún caso necesaria la aquiescencia del Parlamento. Esta declaración provocó un mensaje tan respetuoso en la forma como en el fondo enérgico, de las Cámaras al rey, pidiendo no sólo el cambio de los Ministros, sino la reforma de un sistema constitucional en que eran posibles semejantes desacatos a la representación legitima de la opinión.

El monarca respondió que el gobierno de Mr. Bismarck tenía y merecía toda su confianza. Los diputados callaron, mas no así la prensa. Bismarck, deseoso de reducir al silencio sus clamores, dictó una ordenanza el 1.º de junio de 1863, a virtud de la cual las autoridades administrativas podían y debían suprimir temporal o definitivamente la publicación de aquellos periódicos cuya actitud se considerase como «una amenaza a la prosperidad pública.» Los periódicos que protestaron contra esta decisión ministerial fueron procesados; y habiendo muchos ayuntamientos unido su protesta a la de la prensa y del Parlamento contra Mr. Bismarck, éste les prohibió severamente tales manifestaciones y disolvió la Cámara (12 septiembre, 1863). Los electores enviaron una nueva mayoría hostil al gobierno, y éste no pudo conseguir de la Cámara la aprobación de un proyecto de empréstito.

Duraba aún esta lucha entre los Ministros y la Representación Nacional, cuando ocurrió la muerte del rey de Dinamarca, Federico VII (5 noviembre), y con el advenimiento de su sucesor, Cristian IX, se planteó el problema de a quién correspondía en derecho la soberanía del Sleswig-Holstein. La Dieta de Francfort rehusó a Christián IX el derecho de Soberano de este Ducado, declaró que su territorio pertenecía a la confederación germánica y ordenó (7 diciembre) su ocupación por las tropas de Hannover. Entonces Bismarck se encargó, con verdadero júbilo y con una audacia admirable, de realizar los planes de la Dieta, que eran, después de todo, los suyos. No temía a Inglaterra, que se había declarado enemiga recientemente de toda intervención armada; ni a Francia, cuyos principios en este punto eran los mismos profesados por la Gran Bretaña; ni al Austria, que deseaba mostrarse a toda costa sincera partidaria del engrandecimiento germánico; y en estas circunstancias, seguro de antemano de la neutralidad de Rusia, puso manos a la obra de mermar la soberanía territorial de Dinamarca. El 1.º de febrero de 1864, habiéndose negado el Parlamento dinamarqués a aceptar las declaraciones de la Dieta de Francfort, entraban las tropas austro-prusianas en Sleswig. El resultado de esta empresa fue desastroso para Dinamarca, la cual perdió en ella no sólo el Ducado de Holstein y el Lauenburgo, sino la parte, incontestablemente danesa, del Sleswig. Mr. Bismarck había aceptado para esta conquista, que hizo invocando principios de que no se acordó después de la victoria, el concurso del Austria; pero no se creyó obligado a partir con ella el botín. La convención firmada por los aliados en Gastein, (14 de agosto de 1865), dejaba en pie todas las dificultades que habían surgido, con motivo de la guerra dinamarquesa, entre ellos. Austria no quería el engrandecimiento de Prusia, que Bismarck trataba de conseguir, no sólo a expensas del gobierno de Viena, sino contra él y con el propósito de arrojarle de la confederación. Bismarck no se dio por enterado de los propósitos de los austriacos, y, no sin cierto miedo del rey Guillermo, a quien la audacia de su primer Ministro arredraba, comunicó al monarca su pensamiento y se propuso realizarle, comenzando por reorganizar y armar, en los primeros meses de 1866, todas las fuerzas vivas del país. Cuando se consideró bastante fuerte para la lucha, envió a la Dieta de Francfort un proyecto de reforma federal que equivalía a una declaración de guerra contra el Austria, puesto que en él se proponía la expulsión de este Estado del seno de la Confederación germánica. Las potencias neutrales, temerosas de las consecuencias de una guerra, propusieron la reunión de un congreso que arreglase las diferencias austro-prusianas. Bismarck aceptó la proposición. No así el Austria, que se negó a todo convenio. Entonces Bismarck comunicó a la Dieta su propósito de considerar como casus belli la no aprobación, en plazo perentorio, de su proyecto. La Dieta rechazó, indignada, la comunicación del Ministro prusiano y, dos días después (16 junio), Mr. Bismarck respondió a esta repulsa ordenando al ejército prusiano que invadiera los territorios enemigos. En todos los combates parciales vióse el Austria vencida, y la sangrienta batalla de Sadowa (3 de julio) puso término a la contienda, perdiendo en ella la ex-aliada de Prusia, con la soberanía de Venecia, todo derecho a considerarse como un Estado de la Confederación germánica. (Tratado de Nikolsburgo, 26 de julio de 1866). A fines de este año, Mr. Bismarck firmó tratados de paz y de alianza ofensiva y defensiva con Baviera, el Gran ducado de Baden, el Wurtemberg y otros Estados germánicos. En estos convenios se declaraba expresamente que en caso de guerra, correspondería al rey de Prusia el mando en jefe de los ejércitos aliados. Mr. Bismarck empleó todo el año 1867 en la organización político-militar de la Confederación germánica del Norte, compuesta a la sazón de veintidós Estados más o menos considerables.

Durante este tiempo, el gobierno imperial francés, por conducto de su embajador en Berlín, Mr. Benedetti, no cesaba en sus instancias para conseguir de Prusia la conclusión de un tratado que debía tener por objeto la anexión a Francia de la Bélgica y el Luxemburgo, y el reconocimiento, por el gobierno de Napoleón III, de las conquistas prusianas. Bismarck, nombrado a la sazón canciller y presidente del Consejo federal, no consideró nunca serio, según él mismo ha declarado, semejante propósito en lo concerniente a Bélgica, y se limitó a oír las proposiciones de Mr. Benedetti con indiferencia y cortesía. Respecto al ducado de Luxemburgo, aunque Holanda consintió en que fuese anexionado a Francia, negóse a ello Bismarck, y después de algunas negociaciones que estuvieron a punto de provocar una lucha armada entre Prusia y el Imperio francés, se convino en considerar neutral aquel ducado y en desmantelar sus fortificaciones. En una circular dirigida en septiembre del mismo año al Ministro de Estado francés, Bismarck declaró que Alemania tenía el derecho de constituirse como fuera de su agrado, y consiguió de los Estados alemanes del Sur que se reunieran en Congreso aduanero con los del Norte para arreglar en común sus relaciones comerciales. En febrero de 1869, después de haber obtenido una autorización de las Cámaras para contratar un empréstito de 40 millones, logró también, invocando los intereses de Prusia y de Alemania, privar de sus bienes al rey de Hannover y al elector de Hesse. El 8 de diciembre del mismo año, con ocasión de la apertura del Concilio del Vaticano, Mr. Bismarck dio instrucciones al representante de la Alemania del Norte, cerca de la Santa Sede, para que hiciese entender a ésta que el gobierno alemán no quería intervenir en las decisiones del Concilio, pero debía declarar y declaraba que estaba dispuesto a sostener en todo caso su condición de Estado protestante.

Cuando, por torpeza incomprensible o por ligereza del gobierno de Napoleón III, estalló la guerra franco-prusiana (1870), Bismarck vio la ocasión de realizar sus sueños: la unificación de Alemania. La guerra fue breve y desastrosa para Francia. Al terminar este año, Mr. Bismarck consiguió que los Estados alemanes del Sur entrasen en la Confederación germánica, otorgando a la Baviera ciertas prerrogativas más aparentes que reales. El 26 de febrero de 1871, Mr. Bismarck concertaba en Versalles con Mr. Thiers, autorizado éste a tal fin por la Asamblea francesa, los preliminares de una paz que Francia pagó con la pérdida de la Alsacia y de la Lorena, y con la enorme suma de 5.000 millones de francos. Después de estos hechos, realizada por Bismarck la obra por que ya suspiraba cuando era un humilde diputado sajón, su actividad diplomática no ha tenido punto de reposo. En Berlín, y por iniciativa suya, se firmó el famoso cuanto inútil tratado de los Balcanes, que debía poner término, o dar tregua cuando menos, a las querellas ruso-turcas. En los últimos meses de 1885, cuando Alemania nos disputó el dominio de las Carolinas, Bismarck recurrió a la Santa Sede para que resolviera la contienda. El 6 de febrero de 1888, cuando Europa entera creía inminente la guerra entre Rusia y Prusia, Bismarck subió a la tribuna y declaró que Alemania era fuerte y poderosa para no temer a enemigo alguno, revelando a la vez, y conmoviendo con su revelación a Europa, la alianza, hasta entonces secreta, del Imperio austriaco y de la monarquía italiana con la nación germánica. Dos meses después, el emperador de Rusia enviaba al príncipe de Bismarck una condecoración.

Bismarck es alto, fornido, de mirada penetrante y fría, de modales bruscos, el semblante hosco, y el aspecto más bien de guerrero que de diplomático. Sus rasgos de energía son innumerables. Cuando declaró la guerra al Austria metió dos pistolas en los bolsillos de su uniforme, diciendo: «Si no vencemos no volveré a mi patria.» Napoleón III le llamaba loro. En Alemania, que le obedece en las cuestiones exteriores sin discutir, no se comprende su política interior. Ha defendido todas las ideas y las ha combatido todas. Sólo con una cosa no ha querido reconciliarse sinceramente jamás: con el Parlamento.

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