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HISTORIA DE LA FILOSOFÍA                                             

ZEFERINO GONZÁLEZ (1831-1894)                                                        

Tomo ITomo IITomo IIITomo IV                                                       

 

 

Historia de la Filosofía – Tomo I – Primer período de la filosofía griega

§42 – LA ESCUELA ATOMISTA

 

    Hemos dicho antes que, a partir de Heráclito, y debido en parte a sus doctrinas, al lado de la dirección espiritualista, representada por Anaxágoras, se manifestó otra dirección materialista representada por Leucipo y Demócrito. Y, en efecto: Leucipo, cuyo nacimiento y cuya patria son dudosos (1), inició, o al menos dio impulso a una verdadera reacción contra el idealismo eleático, sucediendo aquí lo que acontecer suele en casos análogos. 

Para combatir y atacar al idealismo de la escuela eleática, Leucipo se colocó en un terreno materialista, pretendiendo explicar todas las cosas, sin excepción alguna, por medio de átomos y del movimiento. En vez de limitarse a restablecer los fueros de la experiencia contra las pretensiones exclusivas de las especulaciones metafísicas y a priori, restableciendo a la vez o conservando la pluralidad de seres afirmada por la escuela jónica, Leucipo no ve en el mundo más que el vacío y el movimiento, átomos indivisibles e invisibles, sin perjuicio de poseer diferentes formas o figuras, y, por último, substancias materiales producidas por la composición y descomposición, unión y separación de esos átomos. El alma humana, lo mismo que los demás seres, no es más que una substancia compuesta de átomos brillantes, esféricos y sutiles, de donde resulta en el hombre el calor, la vida y el pensamiento, fenómenos que son manifestaciones diferentes del movimiento, el cual es inherente y como esencial a los átomos de figura esférica.

Según Diógenes Laercio, concedía Leucipo a todos los átomos movimiento esencial, y las combinaciones que dan origen a los diferentes cuerpos se verificaban por medio de remolinos. Así es que Bayle y Huet apuntaron, no sin fundamento, que el sistema físico de Descartes trae su origen de la doctrina de Leucipo. Éste, olvidando que los átomos y su movimiento suponen y exigen una causa primera, prescindía de ésta por completo, contentándose con afirmar que el movimiento de los átomos se halla sujeto a leyes necesarias e inmutables. Sabido es que, a pesar de sus pretensiones y alardes científicos, nuestros actuales positivistas y materialistas repiten la lección de este antiguo maestro, sin haber dado un paso adelante en este terreno. Por cierto que Aristóteles ya llamaba en su tiempo la atención acerca de esta hipótesis arbitraria y esencialmente anticientífica de un movimiento que existe sin saber cómo, ni por qué (De motu vero unde vel quomodo existentibus inest, omisserunt); acerca de una hipótesis en la cual no se tenía en cuenta que para explicar el origen, constitución y transformación del mundo, no bastan el lleno y el vacío (2), ni los átomos con sus diferencias de orden, de figura y sitio, que es lo que afirmaba y suponía la escuela atomística, siguiendo a su fundador Leucipo.

En conformidad con esta teoría, Leucipo explicaba la generación y corrupción substancial, o sea la formación y destrucción de nuevas substancias, por medio de la unión y separación de determinados átomos: si sólo había cambio de sitio en los mismos, resultaba la alteración y mutaciones accidentales, según el testimonio del citado Aristóteles: segregatione quidem et congregatione, generationem et corruptionem; ordine autem et positione, alterationem

§ 43 – DEMÓCRITO

Tomó éste a su cargo completar y desarrollar la doctrina de Leucipo, haciendo aplicaciones de la misma a la psicología y la moral. Abdera, colonia de jonios, parece haber sido la patria de este filósofo, por los años 460 antes de Jesucristo. Dejando a un lado tradiciones y leyendas acerca de su vida y vicisitudes, cuya parte de verdad histórica es difícil discernir (3), lo que sí parece indudable es que su amor a la ciencia le llevó a emprender largas y penosas peregrinaciones por países distantes y climas muy diferentes. Clemente de Alejandría y otros autores respetables, ponen en boca de este filósofo un pasaje en que se felicita y hace alarde de haber recorrido más países que ninguno de sus contemporáneos. «He visto, dice en el pasaje aludido, la mayor parte de los climas y de las naciones. He oído a los hombres más sabios, y nadie me ha superado en la demostración de la composición de las líneas, ni aun los egipcios, que se llaman a sí mismos arpedonaptas, entre los cuales he residido por espacio de ocho años.» Merced a estos viajes científicos, a su vocación decidida por la ciencia y a la constancia de sus estudios, Demócrito adquirió gran caudal de conocimientos, de lo cual es también evidente indicio el número prodigioso de escritos que le atribuye y cita Diógenes Laercio.

Desgraciadamente, la elevación, pureza y verdad de estos conocimientos no están en relación con su cantidad. Su teoría cosmológica coincide con la de Leucipo: los átomos y el vacío son los principios de todas las cosas; los primeros como principio positivo; el segundo como principio privativo y condición del movimiento atomístico, el cual contiene la razón suficiente inmediata de la existencia, diversidad, atributos y cualidades de los seres. Para no verse en la necesidad de señalar una causa al movimiento, decía que el tiempo es infinito y el movimiento eterno, sin reparar en lo absurdo y contradictorio de estos conceptos.

Para que hubiera, sin duda, proporción y armonía entre el espacio y el tiempo, como la había entre el átomo y el movimiento, uno y otro eternos, según Demócrito, afirmaba éste, si hemos de dar crédito a Cicerón, que el espacio en que se verifica el movimiento de los átomos es también infinito (4) o absolutamente ilimitado.

En conformidad con estos principios, Demócrito enseñaba también, si hemos de dar crédito al testimonio y a diferentes pasajes de Aristóteles, Sexto Empírico, Cicerón y Plutarco: a) que la realidad primitiva, el verdadero y único ser es el átomo; b) que todos los seres y substancias visibles son cuerpos o agregados de átomos; c) que la constitución, origen y desaparición o muerte de estas substancias depende exclusivamente de la unión, varia combinación y separación de los átomos, y, por consiguiente, que lo que se llama generación y corrupción de las substancias no existe en el sentido propio de la palabra; d) que lo que se llama nacimiento y muerte en los animales y el hombre, no tiene más fundamento ni más significación real que la reunión y separación de átomos en condiciones determinadas de número, relación y movimiento.

A la doble hipótesis del tiempo infinito y del movimiento eterno, Demócrito añadía la del número infinito de átomos y de sus figuras. Y apoyándose o partiendo de esta triple hipótesis, el filósofo de Abdera afirmaba que existen muchos mundos, entre los cuales algunos eran semejantes entre sí y otros desemejantes, unos carecían de sol que los iluminara, al paso que otros tenían muchos soles. Suponía también que dichos mundos están sujetos a vicisitudes análogas a las que experimentan los animales y el hombre, de suerte que, en un momento dado del tiempo, algunos de esos mundos se encuentran en su período de crecimiento, otros en el apogeo de su grandeza y perfección, algunos en estado de decadencia y en vías de disolución.

Aunque algunos críticos e historiadores de la Filosofía, así antiguos como modernos, han creído que Demócrito consideraba el vacío como una entidad real y positiva, es mucho más probable, por no decir cierto, que sólo quería dar a entender que el vacío existe realmente, es decir, que la existencia del vacío absoluto es una verdad.

En el orden psicológico, Demócrito enseña que el alma del hombre es una substancia compuesta de átomos sutiles y de figura esférica, como los que constituyen el fuego (infinitis enim existentibus flguris et atomis, quae speciei rotundae, ignem et animam dicit), según afirma Aristóteles. El alma debe concebirse como un cuerpo sutil que existe dentro de otro más grosero, es decir, dentro del cuerpo humano, difundiéndose y penetrando todas las partes de éste, sin perjuicio de producir diferentes funciones vitales en sus diferentes órganos y miembros. El calor vital y la movilidad perpetua que acompañan al alma, son debidos a la figura esférica de los átomos que entran en su composición (5), por ser ésta la figura que más se presta al calor y al movimiento.

El pensamiento, la conciencia y la sensación son el resultado de la agregación o combinación diversa de los átomos que constituyen la substancia del alma, y son también la razón suficiente y el origen de sus variaciones, de manera que los diferentes fenómenos psíquicos están en relación con esas combinaciones atómicas. Así, por ejemplo, cuando algunos de los átomos que forman la substancia del alma salen del cuerpo, sobreviene el sueño y los estados morbosos, que llevan consigo la falta de conciencia. Mientras los átomos anímicos residen dentro del cuerpo, el hombre tiene conciencia perfecta de sí mismo; consiguientemente, cuando todos estos átomos se separan y huyen del cuerpo, resulta lo que llamamos muerte. Como el pensamiento, la conciencia y la sensación no pertenecen a los átomos por sí mismos y en sí mismos, sino que son resultado de su combinación y agregación, cuando los átomos anímicos se separan unos de otros y del cuerpo en que antes residían y al cual vivificaban, desaparecen aquellas potencias y atributos, y con ellos la personalidad humana. Porque no sin fundamento afirma Ueberweg que el movimiento circulatorio de los átomos anímicos y luminosos sostenido por la inspiración y la expiración, representa y constituye el proceso y duración de la vida y sus manifestaciones (6), según la teoría de Demócrito.

 

      En boca de éste, la palabra espíritu no significa ni una fuerza suprema y creadora del mundo, ni siquiera un principio de la naturaleza superior al movimiento mecánico, esencialmente distinta de éste, sino como una materia más sutil y brillante, al lado de otras materias más groseras, o, si se quiere, un fenómeno que resulta de las propiedades matemáticas de ciertos átomos, considerados en sus relaciones con otros de diferente naturaleza y figura. 

Los dioses son para el filósofo de Abdera, seres análogos al alma en su origen y composición, sin más diferencia que el estar organizados con más solidez y tener mayor duración de vida, sin que por eso se hallen libres de descomposición y muerte. Estos dioses, por más que sean superiores al hombre y comuniquen a veces con éste por medio de los sueños, no deben inspirarnos temor alguno, toda vez que, además de ser mortales como nosotros, se hallan sometidos, lo mismo que los demás seres, a la ley suprema y fatal del destino (fatum), es decir, a la ley inmutable del movimiento atomístico eterno, necesario y universal a que se hallan sujetas todas las cosas.

Aristóteles afirma que Demócrito identificaba el entendimiento con los sentidos, afirmación que se halla en perfecto acuerdo con la doctrina del mismo hasta aquí expuesta, no menos que con su teoría del conocimiento. Verifícase éste, en opinión de Demócrito, por medio de imágenes sutiles que pasan de los objetos a nuestros sentidos y de éstos al alma, determinando en los primeros las sensaciones o percepción sensible de los cuerpos, y en la segunda lo que llamamos conocimiento intelectual. Apenas sabemos cosa alguna acerca de la esencia real de las cosas; pues por medio del entendimiento sabemos únicamente la existencia de los átomos y del vacío. Las percepciones de los sentidos son meras modificaciones o afecciones subjetivas, y nada nos enseñan acerca de la realidad objetiva de las propiedades que atribuimos a los cuerpos. El calor, el frío, lo amargo, lo dulce, etc., no son más que nombres que damos a las modificaciones de nuestros sentidos (Locke—Descartes—Kant), pero no cualidades reales de los cuerpos. Percibir o conocer las cosas en sí, conocer la realidad objetiva pertenece exclusivamente a la razón, única capaz de percibir y demostrar la esencia y la existencia de los átomos, del movimiento y del vacío.

La moral de este filósofo cífrase toda en una tranquilidad egoísta del ánimo, o sea en el amor y goce bien entendido de los placeres. Evitar y apartar de sí todo aquello que puede perturbar el ánimo, o que puede acarrear algún trabajo, algún disgusto, algún pesar, alguna conmoción violenta, he aquí lo que constituye el bien para el hombre; he aquí en lo que consiste la virtud. La intemperancia y los placeres sensuales son vituperables, pero es porque y en cuanto que producen satisfacción pasajera, seguida de disgusto y saciedad, que excluyen la tranquilidad y satisfacción plena del ánimo. De aquí también que si deben evitarse las acciones injustas, es a causa del temor del castigo y del sentimiento de pesar interno que dejan en pos de sí. Cuéntase que Demócrito rechazaba igualmente el matrimonio y el amor de la patria, en atención a los disgustos, trabajos, cuidados y zozobras que estas cosas llevan consigo. Sabido es que las escuelas revolucionarias y los ateos de nuestro siglo, partidarios del amor libre y de la patria universal, sin fronteras ni separación de naciones y estados, han progresado hasta el punto de reproducir las doctrinas del filósofo ateo y materialista, sobre cuya tumba han pasado más de veinte siglos.

§ 44 – CRÍTICA

La escuela atomista representa, según queda indicado, una reacción natural contra las exageraciones idealistas, dialécticas y panteístas de la escuela eleática, y hubiera podido ocupar lugar más honroso en la historia de la Filosofía, si después de rechazar el panteísmo y el abuso del método puramente idealista y apriorístico de los eleáticos, se hubiera dedicado a completar la Filosofía y las ciencias en armonía con el impulso y las corrientes de Anaxágoras. En vez de adoptar la marcha y la dirección teístico-espiritualista del filósofo de Clazomenes, Demócrito sólo abandonó la concepción hylozoística de los antiguos jónicos, y rechazó la concepción monista e idealista de los eleáticos, para sustituirles una concepción esencialmente materialista y atea.

Aunque la teoría del conocimiento que enseñaba esta escuela, y principalmente la de Demócrito, encierra gérmenes y tendencias al escepticismo, el filósofo de Abdera no puede ser contado con justicia entre los escépticos absolutos, toda vez que su escepticismo se refiere solamente a la objetividad de ciertas cualidades (7), en cuanto percibidas por los sentidos. Cicerón, o desnaturalizó, o comprendió mal el pensamiento de Demócrito, cuando escribió, refiriéndose al filósofo de Abdera: Ille, verum esse plane negat

Si fue y es poco exacto el juicio de los que hicieron a Demócrito partidario del escepticismo, todavía es menos exacta y más aventurada la opinión de los que suponen que la teoría del conocimiento del citado filósofo es una teoría esencialmente sensualista. Por lo que arriba hemos apuntado acerca de esta materia, es fácil reconocer que la concepción de Demócrito sobre este punto tiene más de apriorística y de racional o inteligible que de sensualista y empírica. Para el filósofo de Abdera, los sentidos sólo perciben impresiones subjetivas, y, cuando más, fenómenos y efectos de los cuerpos, pero no conocen la esencia y atributos de éstos, y mucho menos los elementos primitivos de la realidad cósmica. Porque esta realidad consiste en los átomos y el movimiento condicionados por el vacío, y la razón sola es capaz de conocer la existencia, la esencia y los atributos de estos tres principios cósmicos. Añádase a esto que no es creíble que Demócrito, que tanto rebajaba el alcance de los sentidos como facultades de conocimiento, les atribuyera fuerza suficiente para percibir la eternidad del movimiento y la infinidad del vacío. Excusado parece advertir que el vicio capital de la escuela atomística de Leucipo y Demócrito, es el mismo que palpita y palpitará siempre en el fondo de toda escuela materialista y atea, es decir, la hipótesis gratuita de un movimiento sin principio, sin causa y sin razón alguna suficiente (8), unida a otras hipótesis no menos gratuitas ni más racionales.

Y con efecto: la base general, la esencia de la Filosofía de Leucipo y Demócrito, como sucede generalmente con toda filosofía materialista, se reduce a una doble hipótesis gratuita, la existencia del átomo con estas o aquellas propiedades y atributos, propiedades y atributos que nadie ha visto ni pudo ver; la existencia del vacío absoluto como elemento o, al menos, como condición esencial de los seres, hipótesis tan contraria a la razón y la experiencia como la de los átomos, y, por último, la existencia de un movimiento que entra repentinamente en escena sin saber por qué, y sin que se le señale origen ni razón suficiente. Por lo demás, esta escuela es lógica en sus deducciones y en la aplicación de sus principios, al negar la existencia de Dios, la providencia, la espiritualidad e inmortalidad del alma humana, como lo es también al reducir la moralidad a una cuestión de cálculo, no menos que al confundir e identificar con el movimiento de los átomos la vida y el pensamiento.

La teoría psicológica de Demócrito presenta, aparte de su materialismo, el grave defecto de hacer al alma meramente pasiva en la formación del conocimiento, el cual nos viene y nos es impuesto por la naturaleza externa, sin intervención de la espontaneidad de nuestro espíritu.

Aunque Laercio afirma que Demócrito tuvo muchos discípulos y secuaces de su doctrina, no figura entre ellos ningún nombre notable hasta llegar a Epicuro, el cual ya pertenece a otra época filosófica. Metrodoro de Chio y Diágoras de Melos, que son los más nombrados entre los discípulos y partidarios de Demócrito, sólo se hicieron notar por haber desarrollado los gérmenes de ateismo y de escepticismo contenidos en la doctrina de su maestro.

__________

(1) La opinión más probable fija su nacimiento por los años de 500 antes de Jesucristo. Mileto parece ser la ciudad que con más derecho pretende ser su patria.

(2) «Leucippus vero ac ejus socius Democritus, elementa (rerum) quidem plenum et vacuum esse ajunt, dicentes hoc quidem ens, hoc vero non ens; et rursus, ens quidem plenum et solidum, non ens autem vacuum et rarum. Quare nihilo magis ipsum ens, quam ipsum non ens esse ajunt; quia nec vacuum quam corpus. Haec autem causas entium esse, ut materiam. Et quemadmodum qui unum faciunt subjectam substantiam, caetera passionibus ejus generant, rarum et densum, passionum (proprietatum) statuentes principia, simili modo hi quoque differentias, causas caeterorum ajunt esse. Has autem tres esse ajunt, figuram, ordinem, et situm. Metaphys., lib. I, cap. III.

(3) Entre otras, merecen indicarse las siguientes, a que hacen alusión varios historiadores y escritores antiguos: «El padre de Demócrito era tan rico, que hospedó en su casa y obsequió a Jerjes a su regreso de la expedición contra los griegos. Suponen algunos que para premiar su hospitalidad, el rey de Persia le dejó algunos magos para que sirvieran de maestros a su hijo Demócrito. Dícese también que cuando este filósofo volvió a su patria, después de largas peregrinaciones y viajes en busca de la ciencia, sus compatriotas quisieron declararle loco, por haber disipado su gran fortuna en semejantes viajes; pero que habiendo leído públicamente uno de sus escritos, los que trataban de expedirle patente de insensato y loco quedaron poseídos de tal admiración al oír la lectura de su obra, que votaron pensiones y estatuas en su obsequio. Es posible que esta tradición sea la que dio origen a la leyenda, según la cual los abderitanos rogaron a Hipócrates que fuera a curar la locura de su conciudadano Demócrito. Según otra leyenda, este filósofo se sacó los ojos con el objeto de evitar mejor las distracciones.

(4) He aquí sus palabras, refiriéndose a Demócrito: «Ile atomos quas oppellat, id est, corpora individua propter soliditatem, censet in infinito inani, in quo nihil summum, nec infimum, nec medium, nec ultimum, nec extremum sit, ita ferri, ut concursionibus inter se cohaerescant.» De finib., lib. I, cap. VI.

(5) Refiriéndose a este punto de la teoría de Demócrito, escribe el ya citado Aristóteles: «Harum atomorum autem sphaerica, animara (constituunt), propterea quod maxime possunt per totum penetrare hujus modi figurae, et movere reliqua, cum moventur et ipsa.» De Anima, lib. I, cap. III.

(6) «Durch das Einathmen schopfen wir Seelenatome aus der Luft, durch das Ausathmen geben wir welche an sie ab, und das Leben besteht so lange, ais dieser Process andauert.» Grundriss der Geschich. der Phil., tomo I, pág. 74.

(7) El mismo Sexto Empírico, a pesar de su escepticismo y del natural interés que debía tener en autorizar su sistema con nombres respetables, reconoce que Demócrito no pertenece propiamente a la escuela escéptica. «Paréceles a algunos, escribe, que Demócrito raciocina como los escépticos, porque dice que la miel parece dulce a unos y amarga a otros; pero la escuela de Demócrito da a estas expresiones un sentido muy diferente del de los escépticos: aquello sólo quiere significar que ni la una ni la otra cualidad residen en la miel misma, al paso que nosotros (los escépticos) pretendemos que el hombre ignora si esas cualidades o algunas de ellas pertenecen a las cosas aparentes. Todavía hay otra diferencia mayor entre esta escuela y nosotros, puesto que esta escuela, aunque principia por señalar la contradicción y la incertidumbre que reinan en el testimonio de los sentidos, afirma, sin embargo, de una manera explícita, que los átomos y el vacío existen realmente.» Hypot. Pyrrhon., lib. I, capitulo XXX.

(8) Al talento perspicaz de Aristóteles no podía ocultarse este vicio radical de las escuelas materialistas. Así es que llamaba la atención de sus contemporáneos sobre las afirmaciones gratuitas de la escuela atomista en orden a la existencia fortuita y sin origen del movimiento cósmico, mientras que por otro lado, y por una inconsecuencia palmaria, pretendía explicar ciertas mutaciones particulares por medio de movimientos fijos y aun por medio de la influencia o acción de la inteligencia. «Sunt autem quidam, qui et coeli hujus, et mundanorum omnium causam esse ponunt Casum; a casu enim fieri dicunt revolutionem et motum qui discrevit et constituit in hunc ordinem Universum. Et valde hoc ipsum admiratione dignum est, quod dicant ipsa quidem animalia ac plantas a fortuna nec esse, nec fieri, sed aut naturam, aut intellectum, aut quidpiam tale aliud esse causam; non enim quodvis ex semine unoquoque fit, sed ex tali quidem olea, ex tali autem homo: coelum autem et diviniora sensibilium a casu fieri.» Physic, lib. II, cap. II.

Escuela eleática                                                                                                                            Empédocles

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