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Compendio de la historia de China – Ciencias y Artes – Industria


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COMPENDIO DE HISTORIA DE LA CHINA


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Relaciones entre chinos y europeos. Motivos de la última guerra con los ingleses. Operaciones militares. Tratado de comercio
 

 

COMPENDIO DE LA HISTORIA DE LA CHINA

Su gobierno, leyes, ciencias, artes, industria, comercio, navegación, usos y costumbres

Traducido del francés por Mariano de Castro y Duque – 1862


Índice

 

Capítulo VIII. Ciencias. Arte. Industria. Comercio. Navegación.

Desde el reinado de Hoang-Ti los historiadores chinos hacen mención de una carroza magnifica, que designando exactamente las cuatro partes del mundo, permitía al Emperador dirigirse donde quería. Después de esta remota época ninguno de ellos habla del descubrimiento de las propiedades del imán; de donde se infiere que el conocimiento de la brújula remonta a más de 5000 años; porque sería absurdo pretender que los autores chinos, siendo tan minuciosos y habituados a notar las invenciones más tenues, hubiesen pasado en silencio tan importante descubrimiento; además, probará que no deben la brújula a ningún extranjero, pues hoy todavía pretenden que su aguja marca el Sur con una ligera variación; este error nada los hace adelantar en la práctica.

También conservan con estimación algunos libros impresos en el transcurso de diez siglos; empezaron por grabar pedazos de piedra que luego ennegrecían con una tinta muy espesa, y aplicando una hoja de papel, obtenían por este método los caracteres blancos sobre el fondo negro. De estos primeros ensayos al grabado en relieve no hay mas que un paso; pero en lugar de emplear caracteres movibles, se sirven de planchas de madera muy dura, sobre las que pican tantos caracteres como el tamaño de su papel puede contener; así sacan las pruebas estereotípicas. Hoy, aunque conocen el uso de los caracteres movibles, dan sin embargo la preferencia a la estereotipia y continúan grabando sobre madera; de modo, que un calígrafo empieza por copiar sobre una hoja de papel muy delgado, y el grabador toma esta pagina, la aplica sobre una plancha de madera dura, perfectamente plana y preparada antes con un baño de agua de arroz; entonces, ayudado de muchas herramientas, quita o pone madera en la parte donde no está cubierta por la escritura, con una habilidad y prontitud que sólo una larga costumbre puede ejecutar. El grande inconveniente de este procedimiento es que se necesitan tantas planchas como páginas, de suerte, que una habitación regular no es suficiente para contener los pedazos de madera que han servido para la impresión de una obra voluminosa. Por otra parte, el autor conserva estas planchas en su casa, y no hace tirar más ejemplares sino conforme va teniendo necesidad.

Los impresores no se sirven de prensas, y uno sólo hace la operación; tiene en cada mano una brocha, la una ligeramente bañada de tinta, y la otra perfectamente seca; extiende la primera sobre la plancha grabada y aplica el papel, pasando una o dos veces la brocha seca sobre el todo; así tira hasta dos mil pruebas diarias. El papel que se emplea es tan endeble, y transparente que no se puede escribir ni imprimir por las dos caras; de suerte, que cada hoja, que son dos páginas, está plegada de manera que las partes blancas se correspondan, y como este pliegue está a lo largo del corte exterior de un libro, no se pueden cortar las barbas del papel en una encuadernación. Cada libro tiene una forma particular, excepto las obras que constan de muchos volúmenes; aunque hay especies de folios muy grandes, el tamaño en 8.° se aproxima a los nuestros, y es la dimensión mas usada.

Hasta el establecimiento de los Misioneros, los chinos se servían exclusivamente de cañones formados de tiras de hierro batido, unidas como las costillas de nuestros toneles y sólidamente atadas por aros de hierro muy próximos uno de otro; todavía la mayor parte de los fusiles son de mecha y con horquilla como nuestros antiguos arcabuces. Está prohibido absolutamente tener armas en sus casas, y muchas veces los Gobernadores practican visitas domiciliarias para asegurarse si sus subordinados poseen fusiles o pistolas; igualmente los arcabuceros no pueden fabricarlas ni venderlas clandestinamente.

La pólvora ha sido ensayada por el inglés M. Wilkinson, y resulta que su composición se aproxima mucho a la inglesa, pero no es tan inflamable ni fuerte, sin duda por la poca pureza de los ingredientes que los chinos emplean, y que no saben refinada.

CIENCIAS

De todas las ciencias propiamente dichas, la astronomía es la única que cultivan de tiempo inmemorial. Parece imposible que un pueblo, que conocía mucho antes de la era vulgar la situación de los polos, calculado con precisión la duración de las revoluciones solares y lunares, y anunciado los eclipses, haya quedado ahí. Verdad es que los chinos son esencialmente prácticos y positivos, no contemplan más que lo inmediatamente útil, ni se ocupan sino de lo que es aplicable; tienen necesidad de observar los astros para ajustar su calendario, subdividir el año, los días y las noches y erigir cuadrantes; no teniendo que aprender en el firmamento cosa que de ella puedan sacar partido para su bienestar material, han dejado desdeñosamente rodar los astros en el espacio, sin cuidarse de las leyes admirables que presiden a sus movimientos. Por otra parte, teniendo el privilegio de las observaciones los miembros del Tribunal de astronomía, sus decisiones son obligatorias y sin apelación, y en lugar de buscar el adelanto por nuevos procederes y descubrimientos, apartando los obstáculos a la ciencia, se han esforzado en detener su progreso. Enemigos de todo lo que pueda aumentar sus ocupaciones y responsabilidad sin ganar en sueldos y consideración, han luchado contra el mismo Emperador Khang-Hi, cuando quiso reemplazar sus instrumentos pesados, defectuosos e incómodos, por los llevados de Europa infinitamente mejores.

En química, física y medicina están muy atrasados, a pesar de los voluminosos tratados que poseen sobre las propiedades y composición de los cuerpos; sus nociones son totalmente vagas e incoherentes, y con la mejor voluntad del mundo les es imposible ver otra cosa más que hojarascas absurdas. Los médicos chinos no entienden el tratamiento de las enfermedades graves complicadas u orgánicas; tienen para ciertas indisposiciones recetas excelentes, tanto, que los europeos residentes en Canton prefieren los médicos chinos a los doctores ingleses, cuando se trata de fiebres, intermitentes o disenterías rebeldes; fuera de estos casos no saben apenas hoy si el corazón está a la izquierda o el pulmón más alto que el estómago, y lo mas extraño es que sus libros, bien antiguos, dan conocimiento antes que los nuestros de la circulación de la sangre, y distinguen la venosa de la arterial; en estas mismas obras se encuentran buenos preceptos de higiene y reglas muy sabias que no desmerecen a las de nuestros mejores fisiologistas; pero desgraciadamente estos preceptos, tan razonables y juiciosos en su fondo, están apoyados sobre consideraciones pueriles y ridículas, sacadas de la influencia de los astros, de los malos destinos o malas miradas. Por una contradicción inexplicable, tan cuidadosos como son de su salud y descanso, tratan en general a sus médicos muy descortésmente y sin ninguna consideración, debido sin duda a la ignorancia de éstos, que se encuentran reducidos muchas veces a repetir su adagio favorito: « El médico puede vencer la enfermedad, pero no la suerte.» Así es como ellos se consuelan de sus numerosos defectos, aunque no por esto emplean poca astucia para sacar los cuartos a los enfermos.

Casi todos sus médicos se mezclan más o menos en la astrología, y se ocupan del famoso brebaje de la inmortalidad, cuya preocupación ha sido, y es todavía, la piedra filosofal en la China. Su historia no hace mención de ninguna escuela pública destinada a la enseñanza de la medicina y cirugía, pero en cambio de esto, tienen la ventaja de que ciertas enfermedades, como la gota, piedra y la ciática, son casi desconocidas allí; se cree que el mucho consumo que se hace del té, sea un verdadero preservativo contra estas crueles afecciones.

E. Crosa, Dib. y Lit. –El Emperador Khang-Hi visita la iglesia de los Jesuitas

E. Crosa - El Emperador Khang-Hi visita la iglesia de los Jesuitas - Compendio de historia ChinaTampoco parece que se ocupen mucho de álgebra ni geometría; lo que hoy saben se lo deben en gran parta a los Misioneros. En 1700, bajo el reinado de Khang-Hi, los Misioneros hicieron nuevos mapas del Imperio, y para auxiliar a los trabajos, dio orden el Monarca que se pusiese a disposición de estos las cartas y tratados de geografía del reino, que remontan a más de diez siglos antes de la era cristiana; son muy detallados y parecidos a nuestros grandes planos topográficos, y sólo servían a los mandarines para probar si los propietarios usurpaban terrenos a sus vecinos; marcan exactamente los límites de territorio de ciudades, distritos y provincias.

Aman mucho la música, y se sirven de un número considerable de instrumentos de cuerda y de viento; pero ignoran la existencia de medio-tono, y no tienen idea de contrapunto; de modo, que cuando muchos instrumentos ejecutan a la vez un pasaje, ordinariamente remedan todos al unísono sin ninguna especie de acompañamiento. De poco tiempo a esta parte algunos filarmónicos de las inmediaciones de Canton, han introducido en muchas orquestas una perfección evidente copiada de lo que han oído en casa de los residentes ingleses.

Como pintores y dibujantes, ningún conocimiento tienen de sombras ni de claro-oscuro; parece que ignoran las primeras reglas de la perspectiva; los retratos y cuadros europeos, los miran con desprecio; toman la sombra de la nariz por una falta sobre el lienzo, o por un defecto de conformación en la figura del modelo; otras veces se imaginan que las personas representadas tienen el rostro de diferentes colores; pero ejecutan con rara fortuna los dibujos, y tienen en muchos libros retratos con el vigor, limpieza y movimiento que distingue el lápiz de nuestros grandes maestros. En todas las pinturas chinas no se ve mas que la cabeza y manos, porque consideran muy indecente dejar descubierta cualquiera otra parte del cuerpo. Cuando el catolicismo fue públicamente tolerado en China, por decreto de 20 de Marzo de 1692, los Misioneros se vieron obligados a renunciar a decorar sus iglesias con la mayor parte de los cuadros y estatuas que recibían de España y Francia.

Con la muerte del Emperador Khang-Hi, perdieron los Misioneros toda la protección, pues su sucesor empezó por privar el culto católico, y en 1724 concluyó mandando derribar sus iglesias, y dio amplias facultades a los Virreyes para que los expulsasen de la nación, como así se verificó.

INDUSTRIA

Los chinos conservan recetas industriales muy importantes; los primeros hornos para la fabricación de porcelana fueron establecidos a principios del quinto siglo; posteriormente se han aumentado mucho en la provincia de Kiang-Si, en donde se han reconcentrado principalmente en la ciudad de King-Te-Tching de las mas grandes del mundo, que contiene cerca de un millón de habitantes; la fabricación de porcelana ocupa casi toda esta población, y tiene tres mil hornos, donde hombres, mujeres y niños encuentran trabajo proporcionado a sus fuerzas e inteligencia.

La porcelana se compone de dos clases de pasta; la una se llama petun-tse y la otra kao-lin. La petun-tse está formada de una piedra reducida a polvo por medio de un gran pilón de hierro, movido ya por molinos de viento, ya por ruedas hidráulicas, y desleído en seguida en cierta cantidad de agua.

La kao-lin, menos dura que la otra piedra, se encuentra en forma de cuajaron en unas minas muy profundas; se reduce también a polvo muy fino con mucho cuidado, y después se amasa en pequeñas porciones en forma de ladrillos; antes de emplear estos ladrillos se reducen de nuevo a pasta, quitando cuidadosamente todo cuerpo extraño.

Para las porcelanas finas se pone igual cantidad de ambas pastas; para las medianas cuatro décimas partes de kao-lin y seis décimas partes de petun-tse, y para las comunes una tercera parte de kao-lin y dos de la otra.

De esta clase de masa mezclada, y así preparada, se tira en diferentes pedazos que se extienden sobre largas pizarras; allí se les amasa de nuevo y revuelve en todos sentidos, a fin de volver a poner la pasta perfectamente compacta, porque si se omite algo de la labor necesaria, o se deja la menor paja, la porcelana se casca y se alabea al cocerla: para dar a la pasta la forma que se desea, usan sucesivamente de la rueda o del molde. El aceite o barniz que sirve para esmaltarla, es una mezcla de dos cuerpos glutinosos extraídos el uno del petun-tse, y el otro de las cenizas de helecho (planta), quemados cinco o seis veces seguidas, sobre una cama de cal, y sostenido en estado líquido por medio de una adición de alumbre. Se aplica este barniz a los objetos de porcelana por inmersión o a pincel, siempre después del primer cocimiento para las piezas que no van más que una vez al horno; en cuanto a otras piezas destinadas a ser recocidas, se las esmalta muchas veces. El color ordinariamente empleado es el azul vivo sobre fondo blanco; pero hay piezas enteramente rojas con arabescos de oro en la porcelana negra que es la más estimada, como también en la amarilla, destinada únicamente al Emperador; y en la delgada y bordada de molduras opacas que no alteran su bruñido, de manera que parecen haber sido aplicadas antes del esmaltado, y encerradas en las paredes del vaso, jarrón o taza, entre el esmalte exterior y el interior. Cada pieza concluida de porcelana ha pasado por mas de 70 personas entre obreros y pintores.

La seda viene a ocupar el segundo lugar de la industria chinesca. Los chinos de la clase acomodada se visten casi únicamente de seda, y en lugar de lienzo blanco para el interior del cuerpo, usan tafetán de una flexibilidad tal, que no se arruga; se lava muy bien y dura mucho tiempo; este genero y el crespón son inimitables; los terciopelos, damascos y rasos, aunque muy superiores, ya compiten hoy con ellos los de Lyon (Francia). Apenas fabrican telas ordinarias como paños gergás y estameñas de lana, inferiores a las de Europa, como los lienzos de lino, que en general son crudos y ordinarios; pero todo lo contrario es en los tejidos de algodón, que superan a los nuestros en solidez y finura.

El papel se empezó a fabricar en la época del imperio de Hiao-Ping-Ti, primer siglo de la era cristiana, entonces se hacia de algodón, hoy se fabrica de una película, que se encuentra debajo de la primera corteza del bambú o de la segunda corteza de las ramas delgadas de la morera; en general es más igual y mucho más delgado que el nuestro, pero menos sólido y no aguanta humedad alguna. Los coreos siempre que pagan en papel el tributo que deben al Emperador, le fabrican excelente y tan fuerte y compacto, que los chinos le guardan para guarnecer los huecos de las ventanas, y envolver los trajes; además, tiene dos propiedades singulares, frotándole con las manos se pone tan suave y manejable como la tela más fina sin tomar arrugas, se puede hacer el uso que se quiera de él; y dejándole mojado se desdobla dos y tres veces con la mayor facilidad.

La tinta de china, conocida con este nombre, solo se gasta en el Imperio; se compone del humo producido en un pequeño aparato por una lámpara alimentada con grasa de cerdo, que recogiéndole con ciertas precauciones forma la base de la tinta imperial.

Los marcos, mesas, anaquelerías y puertas reciben una mano o dos de un barniz tan claro, que sin cubrir las vetas y color de la madera, la da un hermoso brillo, y tiene la propiedad de conservarla e impedir que la ataque la polilla. A los muebles de lujo se los da tantas manos como sean necesarias, mezclando una ligera dosis de pintura de color rojo o azul que sirve de fondo para los dibujos de colores que se agregan en seguida. Estos colores son con aceite, o a la aguada. Después se vuelve a cubrir con tres o cuatro manos de barniz de una transparencia tan singular, que además de realzar los colores, los hace inalterables. Un velador preparado así, tiene una apariencia metálica que refleja a la luz como el mejor espejo. El citado barniz es una goma que destila un árbol, pero la preparación que recibe antes la madera es el verdadero secreto de los chinos.

Otro procedimiento existe tomado del Japón, cuyas gomas no tienen rival, y es del modo siguiente: en lugar de dar el barniz a la madera, se encola un cartón, y se alterna dándole una mano de pintura y otra de barniz, pero este método es de mucha paciencia, porque entre la aplicación de cada mano es necesario dejar un intervalo de muchos días, y veinte manos no son bastantes para obtener un fondo de una perfecta homogeneidad; otro inconveniente es, que con el mas ligero descuido, pierde el artista el fruto de su trabajo, si emplea el barniz muy claro o espeso, o si no le distribuye con una rigorosa igualdad.

Las herramientas que usan los chinos son tan buenas como las de Europa. Sus sierras, martillos, tijeras para cortar metales, hachas y navajas de afeitar, tienen un temple tan excelente, que igualan a la mejor fabricación inglesa.

La escultura en madera, marfil y cuerno, tiende a su perfección, pues no solamente ejecutan una obra con prontitud sino que está bien acabada, y con las figurillas y adornos mas delicados; verdad es que esto depende principalmente de la multitud de pobres obreros, que la competencia los obliga a trabajar pronto y barato; y que entre estos hombres aventajados para adornar un mueble y sembrarle de los mas delicados bordados, no hay uno que se eleve realmente al arte de escultor. Testimonio de esto son los museos tanto públicos como particulares, que no poseen ninguna representación de la figura humana en estado de formar paralelo con las de Europa. La excesiva división del trabajo, la separación de las fábricas y todo grande establecimiento industrial, han contribuido poderosamente a este estado de parálisis; y con su actual organización, costumbres y carácter nacional, será difícil que encuentren acogida nuestros aparatos mecánicos.

El oro, plata, cobre, hierro, plomo y mercurio que explotan de sus minas, se vende al comercio en barra, con la proporción respectiva de precios.

En la provincia de Sse-Tchuen, se encuentran pozos de fuego y otros de sal; estos últimos se explotan por algunos particulares ricos de un modo extraño. Si la superficie es tierra de tres o cuatro pies de profundidad, se planta un tubo de madera poniéndole encima una piedra del corte que tiene el orificio deseado de cinco o seis pulgadas; en seguida se hace jugar un ariete de acero de 300 o 400 libras sobre este tubo que se guarnece en círculo un poco cóncavo por encima, en medio y debajo; un hombre fuerte, vestido a la ligera, monta sobre esta andamiada y danza toda la mañana sobre una báscula que levanta este espolón a dos pies de alto, y le deja caer con su peso: se echa de tiempo en tiempo algunos cubos de agua en el agujero para amasar las partículas de peña y reducirlas a puche. El ariete está suspendido por una buena cuerda de junco del grueso de un dedo y fijada en la báscula; se ata un madero en triángulo, y otro hombre tiene cogida la punta de la cuerda; según se eleva la báscula, toma el triángulo y hace un semicírculo para que el espolón caiga en sentido contrario al mismo tiempo que monta sobre la andamiada, releva por la tarde a su compañero, reemplazándose por la noche otros dos hombres. Cuando se han ahondado tres pulgadas, se quita el espolón, con todas las materias de que está sobrecargado, por medio de un gran cilindro que sirve para girar la cuerda; de modo que estos pequeños pozos están muy perpendiculares y brillantes como si fueran de hielo. Alguna vez no es todo roca hasta el fin, y entonces la operación es mas difícil e infructuosa, porque los materiales no ofrecen una resistencia igual y el pozo pierde su perpendicular; otras veces el grueso anillo de hierro que suspende el ariete se rompe, y se necesitan cinco o seis meses para poder con otros arietes moler el primero y reducirle a polvo. Cuando la roca es muy buena, se avanza dos pies en cada veinte y cuatro horas, y para ahondar un pozo se emplean lo menos tres años. Para quitar el agua se mete en el pozo un tubo de bambú de 24 pies de largo, con una válvula en la parte inferior, y un hombre se sienta sobre la cuerda y da sacudidas para que vaya tomando agua el tubo; cuando está lleno, un gran cilindro en forma de devanadera, de 50 pies de circunferencia, sobre el cual gira la cuerda, está dando vueltas por medio de tres o cuatro búfalos y sube el tubo. Si tuviesen máquinas de vapor, harían estos trabajos con menos dispendio, pero moriría de hambre mucha gente. El agua es muy salobre, da en la evaporación una cuarta o quinta parte de sal, y contiene mucho nitro. Los que no fuman pierden pronto la dentadura; hay muchos ciegos y sordos que se atribuye a esta sal; también ataca a la garganta, de lo que proviene una enfermedad; entonces es necesario servirse de la sal del mar que viene de Canton o de Tong-King.

Hay minas de carbón de diferentes clases, y su filón suele ser de una pulgada a cinco de espesor; el camino subterráneo es algunas veces tan rápido, que ponen escalas de bmbú, por las que marcha un obrero para suicidarse en compañía de diez o doce más desgraciados que le siguen si cae de lo alto de dicha escala. La mayor parte de estas minas contienen un aire inflamable, y los mineros no pueden alumbrarse con luces, sino con una mezcla de serrín de madera y resina que brilla sin llama y no se extiende. Trabajando los pozos de sal a 500 o 600 pies de profundidad, se encuentran capas muy espesas de carbón, pero no se atreven a explotar estas grandes minas, porque ni saben servirse de la pólvora para este uso, y temen encontrarse con agua en cantidad; lo que hacen es recoger un aceite bituminoso que se manifiesta a cierta profundidad que arde en el agua; este aceite es muy fétido, y sirve para dar alguna claridad a los almacenes de materiales sacados de los pozos, y a las calderas de sal. Los mandarines compran frecuentemente, por orden del Emperador, millares de cántaros de cien libras cada uno, para calcinar debajo del agua las rocas que impiden el curso de los ríos peligrosos; también se emplea cuándo un barco naufraga; se moja un guijarro en este aceite, se inflama y se le echa al agua, para que un buzo busque lo que haya mas precioso en la embarcación.

Entre las minas de carbón y los pozos de sal ocupan un inmenso pueblo; y hay particular rico que tiene hasta cien pozos de propiedad.

COMERCIO

Hasta nuestros días el comercio chino es principalmente interior; su exportación e importación no es tan grande, comparada con el inmenso movimiento de negocios que hay en el país mismo; su excesiva población y extensión, como la diversidad de producciones naturales o manufactureras y la facilidad de sus comunicaciones. El trasporte de mercancías y géneros se efectúa casi exclusivamente por agua, siendo admirable a la vista del extranjero las continuas flotas de barcos que embarazan los ríos y canales. El taél de plata sirve de base a las transacciones comerciales; equivale a 24 reales 75 céntimos de nuestra moneda, y el oro se considera como mercancía, que se vende y se compra como tal: cada taél vale en el Imperio mil dineros de cobre, los cuales tienen un agujero en medio, y los chinos los llevan engastados en un cordón, en manojos de cincuenta, ciento y quinientos.

NAVEGACIÓN

Será difícil que la náutica haga progresos entre un pueblo que tiene aversión a los viajes aventurados y que se basta a si mismo. Los chinos son los peores navegantes que se conocen, y con sus buques mal construidos y peor gobernados, cuando el monzón es favorable, se atreven a pasar hasta el Japón; emprender un viaje a Batavia, o al estrecho de Malaca, como una expedición de primer orden.

Los mayores buques, como los de guerra, no pasan de seis a ochocientas toneladas; pero ordinariamente los mercantes que frecuentan la mar tienen de ciento cincuenta a doscientas toneladas. Estas embarcaciones, de quilla casi plana, no tienen estrave, sino dos especies de aletas que se elevan por encima de la línea de agua; la popa está hendida por medio, y presenta un refuerzo de dos o tres metros, en el cual está colocado el timón, creyendo así ponerlas al abrigo de los golpes de mar; no calafatean con brea, sino con una goma que se incrusta en las uniones, dejándolas perfectamente restañadas; en lugar de anclas de hierro, son de madera, pero tan pesada y sólida que hace el mismo efecto; los cordajes empleados se componen de filamentos de coco, cáñamo y junco; no tienen generalmente más que dos palos y un mástil pequeño a popa destinado a enarbolar una vela y una retahíla de gallardetes y banderas; en los dos palos aparejan las velas bajas, y las gavias fabricadas de bambú cosidas y divididas por hojas como las mamparas; entre cada una de estas hojas hay un varal de bambú; dos vergas, una superior y otra inferior, sostienen las velas y tienen encima una gavia de tela de algodón.

Viento en popa no marcha mal una embarcación de éstas cuando la mar está buena; a un largo, su andadura empieza a aflojar; y si arrecia, no hace más que abatirse, y viene a caer de un costado si el viento y la marea la empujan.

El Gobierno sabe muy bien que en el momento en que el pabellón chino flotara sobre buques capaces de emprender largos viajes, la codicia de las riquezas produciría capitanes para todas partes del mundo; pero se opone a toda mudanza en la forma de embarcaciones, reanimando el sentimiento nacional y poniendo por delante las santas y venerables tradiciones de la antigüedad. Los Emperadores prefieren privarse de un grande elemento de fuerza, y proteger sus costas con miserables buques planos, antes que equiparse de naves buenas de comercio, las que harían bien pronto fuerte el cordón sanitario en que la China está envuelta.

Las nuevas relaciones comerciales establecidas con los europeos después de la última guerra, van modificando las ideas de Gobierno, y se dice que el Emperador hace construir grandes fragatas por el modelo de las nuestras.

 

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