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Torre de Babel Ediciones

Biografía de Pirrón – Diógenes Laercio – Vidas de los filósofos ilustres

Diógenes Laercio – Vidas, opiniones y sentencias de los filósofos más ilustres                               PIRRÓN – Libro Noveno

BIOGRAFÍA DE PIRRÓN

1. Pirrón Eliense fue hijo de Plistarco; lo que también escribe Diocles, como dice Apolodoro en sus Crónicas. Primero fue pintor, y luego se hizo discípulo de Drusón (669), hijo de Estilpón, según Alejandro en las Sucesiones. Después lo fue de Anaxarco, y siempre tan unido a él que anduvo en su compañía a los gimnosofistas de la India, y aun a los magos. Parece, pues, que Pirrón filosofó nobilísimamente, introduciendo cierta especie de incomprensibilidad e irresolución en las cosas, como dice Arcanio Abderita. Decía que «no hay cosa alguna honesta ni torpe, justa o injusta». Asimismo decidía acerca de todo lo demás; v.gr., que «nada hay realmente cierto, sino que los hombres hacen todas las cosas por ley o por costumbre; y que no hay más ni menos en una cosa que en otra». Su vida era consiguiente a esto, no rehusando nada, ni nada abrazando; v.gr., si ocurrían carros, precipicios, perros y cosas semejantes; no fiando cosa alguna a los sentidos; pero de todo esto lo libraban sus amigos que le seguían, como dice Antígono Caristio. No obstante, dice Enesidemo que Pirrón filosofó según su sistema de irresolución e incertidumbre, pero que no hizo todas las cosas inconsideradamente. Vivió hasta noventa años.

2. Antígono Caristio en la Vida de Pirrón dice de él: «Que al principio fue desconocido, pobre y pintor, y que en el gimnasio de Élide se conservan de él los Lamparistas (670), pintura de un mérito mediano. Que unas veces iba divagando, y otras se estaba solo, dejándose ver apenas ni aun de sus domésticos. Que hacía esto por haber oído a un indio que acusaba a Anaxarco de que a nadie enseñaba a ser bueno, siendo así que andaba siempre en los palacios reales. Que siempre estaba de un mismo semblante, de manera que si uno se lo dejaba en mitad de alguna razón, él, no obstante, la concluía; y esto aun durante su juventud, en que era más vivo. Muchas veces, prosigue, emprendía viajes sin decirlo a nadie, acompañándose de quien quería. Que habiendo una vez Anaxarco caído en un cenagal, pasó adelante Pirrón sin socorrerlo. Culpáronlo muchos de ello; pero el mismo Anaxarco lo alabó como a un hombre indiferente y sin afectos».

3. Hallado en cierta ocasión hablando consigo mismo, y preguntándole la causa, dijo: «Estoy meditando el ser bueno». Nadie se fastidiaba de él en las cuestiones o preguntas, por más que se alargase en digresiones acerca de lo preguntado (671), por lo cual se le unió Nausifanes, siendo todavía joven; y decía que «convenía seguir a Pirrón en las disposiciones, pero a él en las palabras»; añadiendo que, admirado Epicuro de la conversación de Pirrón, le preguntaba de él a menudo. Teníalo su patria en tanto, que lo hizo sumo sacerdote, y por su respeto dio decreto de inmunidad a los filósofos. Tuvo muchos imitadores en aquella su negligencia de las cosas. Así, Timón en su Pitón (672) y en sus Sátiras habla de él en esta forma:

¿Cómo, dime, pudiste, anciano Pirro,

librarte del obsequio y servidumbre

de tantas opiniones de sofistas,

llenas de vanidad y falsa ciencia?

¿Cómo cortar el lazo

de toda persuasión y engaño todo?

No fue, no, tu cuidado

las auras indagar que Grecia espira;

ni menos cómo o dónde

en otra se convierta cada cosa.

Y en sus Imágenes

¡Saber, oh Pirro, mi ánimo quisiera

cómo, siendo aún mortal, de esa manera

con tal tranquilidad vivir supiste,

que sólo dios entre los hombres fuiste!

Honraron a éste los atenienses haciéndolo su ciudadano, como dice Diocles, por haber quitado la vida a Cotis de Tracia (673).

4. Vivió tan pacífica y amorosamente con su hermana, que era obstetriz, según dice Eratóstenes en su libro De la riqueza y pobreza, que él mismo solía llevar a vender a la plaza los pollos, y aun lechoncillos, si se ofrecía, y en casa cuidaba indiferentemente de la limpieza. Dicen que con esta misma indiferencia se ponía a lavar un lechón. Estando una vez airado con su hermana (se llamaba Filista), a uno que lo cogió acerca de su indiferencia, le dijo que «no se había de buscar en una mujercilla el testimonio de su indiferencia». Otra vez que fue acometido de un perro, como se sobresaltase y lo repeliese, a uno que lo motejaba por esto, le respondió que «era cosa difícil desnudarse enteramente de hombre; y que se ha de combatir lo posible contra las cosas, primeramente con obras, y si no, con la razón».

5. Se dice que en una llaga que tuvo sufrió los medicamentos supurantes, los cortes y las ustiones sin hacer siquiera un movimiento de cejas. Timón manifiesta su disposición de ánimo en sus Disertaciones a Pitón (674). Filón Ateniense, amigo (675) suyo, decía que se acordaba mucho de Demócrito, como también de Homero con gran maravilla, repitiendo muchas veces:

Como la de las hojas

es la naturaleza de los hombres (676).

y agradándose mucho de que comparase los hombres a las moscas y aves. Recitaba también estos versos:

Mas muere tú también, amigo mío.

¿Por qué lloras así? Murió Patroclo,

que era mejor que tú de todos modos (677).

y todas las expresiones acerca de la debilidad, vanos cuidados y puerilidades de los hombres.

6. Posidonio cuenta de él que, como en una navegación estuviesen todos amedrentados de una borrasca, él se estaba tranquilo de ánimo, y mostrando un lechoncito que allí estaba comiendo, dijo: «conviene que el sabio permanezca en tal sosiego». Numenio sólo dice que también estableció dogmas. Entre sus discípulos hubo algunos célebres, uno de los cuales es Euríloco. De éste se refiere el defecto que a veces se tomaba tanto de la ira, que hubo vez en que, cogiendo un asador con carne y todo, siguió con él al cocinero hasta la plaza; y en Élide, fatigado ya de las muchas preguntas que en la conversación se le hacían, arrojando el palio, se echó al río Alfeo y lo pasó a nado. Era muy enemigo de los sofistas, como dicen lo fue Timón; pero Filón raciocinaba más (678). Así, Timón dice de él:

O ya bien retirado de los hombres,

o ya bien meditando,

o ya hablando también consigo mismo,

hallaréis a Filón, sin que lo capten

la gloria ni el amor de la disputa.

7. Además de éstos, oyeron también a Pirrón Hecateo Abderita, Timón Fliasio, poeta satírico de quien trataremos adelante, y Nausifanes Teyo, cuyo discípulo fue Epicuro, como algunos dicen. Todos éstos se llamaron pirrónicos por el nombre del maestro, y por el dogma aporéticos, escépticos, efécticos y zetéticos. La filosofía zetética se llamó así porque siempre va en busca de la verdad. La escéptica, porque siempre la busca y nunca la halla. La eféctica, porque después de haber buscado queda sin deliberación alguna. Y la aporética, porque sus secuaces lo dudan todo (679).

8. Teodosio, en sus Capítulos escépticos, dice: «Que la secta pirrónica no debe llamarse escéptica, porque si la agitación del entendimiento a una y otra parte es incomprensible, tampoco sabremos la disposición o habitud de Pirrón: no sabiéndola, de ningún modo nos llamaremos pirrónicos. Además, que ni Pirrón fue el inventor del escepticismo, ni éste tiene dogma alguno. Así, que mejor se podría llamar secta parecida al pirronismo. En efecto, algunos hacen su inventor a Homero, pues éste habla con más variedad que ningún otro acerca de unas cosas mismas, y nada resuelve definitivamente. También los siete sabios usaron el escepticismo, de los cuales son las sentencias: No hagan exceso en nada, y Haz fianza, cerca está el daño; con lo cual se expresa que quien asegura o sale cara por alguno, luego le sobreviene el daño. Aun Arquíloco y Eurípides fueron escépticos. Arquíloco cuando dijo:

Tal es, oh Glauco de Leptinas hijo,

la mente de los hombres,

cual el día que Jove nos dispensa (680);

y Eurípides, diciendo:

¿Y qué cosa es, en suma,

lo que saben los míseros mortales?

De ti solo pendemos;

y aquello que tú quieres sólo hacemos (681).

9. No menos, según los referidos, son escépticos Jenófanes, Zenón Eleate y Demócrito, pues Jenófanes dice:

Nadie hay que algo sepa

con toda perfección, ni lo habrá nunca.

Zenón niega el movimiento, diciendo: Lo que se mueve, ni se mueve en el lugar en que está ni en aquél en que no está. Demócrito, excluyendo las cualidades, cuando dice: Por ley frígido, por ley cálido; pero en la realidad los átomos y el vacuo. Y después: Nada sabemos de cierto, pues la verdad está en lo profundo. Platón atribuye el saber la verdad a los dioses y a los hijos de los dioses; pero él indaga sólo la razón probable. Eurípides dice:

¿Quién sabe acaso si esta vida es muerte,

o si es morir seguro

esto que los morta1es vivir llaman? (682).

Empédocles dice que muchas cosas ni las ven los hombres, ni las oyen, ni las comprenden con su entendimiento. Y antes había dicho que sólo persuade aquello que uno ve y toca. Y Heráclito, que de las cosas grandes nada se ha de resolver temerariamente. Y por último, Hipócrates habla siempre dudosamente y como hombre; y antes que él, Homero así:

La lengua de los hombres

es muy voluble y de palabras llena.

Por una y otra parte

el campo de palabras es inmenso.

Tal palabra oirás cual la dijeres.

Significando por esto la ambigüedad y contrariedad de las palabras.

 

10. Los escépticos, pues, procuran aniquilar todos los dogmas de las demás sectas, y no definir ellos dogmáticamente cosa alguna. Sin embargo de que proferían y publicaban los dogmas de los otros, nada definían, ni aun esto mismo; como que quitaban todo cuanto fuese definir; v.gr.: Nada definimos (pues en tal caso definieran algo). Decían, pues: Pronunciamos las opiniones o pareceres en las cosas, indicando la irresolución o la ninguna propensión en ellas, como si concediendo esto admitiese ya la explicación. Por las palabras, pues, nada definimos se expresa la pasión del ánimo, llamada άρρεψία (arrepsía)(683). Y lo mismo por las expresiones: No esto mas que aquello, A toda razón se opone otra, y demás semejantes. Dícese el No esto más que aquello también positivamente, como de algunos semejantes; v.gr.: No es más pernicioso el pirata que el mentiroso. Pero los escépticos no lo dicen positivamente, sino negativa o destructivamente y como quien reprueba, diciendo: No existió más Escila que la Quimera. El mismo más se pronuncia algunas veces comparativamente, como cuando decimos: Más dulce es la miel que las pasas. Positiva, y aun negativamente, como cuando decimos: La virtud aprovecha más que daña, pues significamos que la virtud aprovecha y no daña. Pero los escépticos quitan hasta la misma expresión No esto más que aquello, pues como no hay más providencia que deja de haberla, así también el No esto más que aquello no más es que deja de ser. Significa, pues, esta frase (como dice Timón en su Pitón) (684) no (685) el definir nada, sino el quedar ambiguo.

11. Asimismo la frase A toda razón, etc., induce también indeliberación, porque si en las cosas discrepantes tienen igual fuerza las razones, se sigue la ignorancia de la verdad. Aun a esta razón hay otra opuesta, la cual, después de destruir otras, se pervierte y destruye ella misma, al modo de los purgantes, que arrojando primero la materia, son también ellos arrojados y destruidos. A esto dicen los dogmáticos que no es esto quitar la razón, sino confundirla. Usaban, pues, de las razones sólo como de ministros, pues no era dable que una razón no destruyese a otra, al modo que cuando decimos no hay lugar, es forzoso decir lugar; pero no dogmática, sino demostrativamente. Y lo mismo cuando decimos nada se hace por necesidad o necesariamente, es fuerza poner la voz necesidad. Este es el modo que usaban en las interpretaciones: Que las cosas no son tales cuales aparecen, sino que sólo parecen. Decían que inquirían, no las cosas que entendían (pues lo que se entiende ya consta), sino las que percibían los sentidos. Así, que la razón pirrónica es una significación de las cosas que aparecen o que de uno u otro modo se perciben, según la cual todas las cosas se comparan con todas las cosas mismas, y ya comparadas, hallamos que tienen muchísima inutilidad y confusión. Así se explica Enesidemo en su Bosquejo, o Aparato al pirronismo

12. En cuanto a las antítesis o contrariedades que hay en las especulaciones, preindicando los modos de persuadir las cosas, quitan por ellos mismos la creencia en ellas; pues persuaden las cosas que según los sentidos son cónsonas entre sí, y las que nunca o raras veces degeneran o disienten; las acostumbradas, las dispuestas por las leyes, las que deleitan y las que admiran. Demostraban, pues, que en las cosas contrarias por persuasiones de la razón, estas persuasiones son iguales. Las ambigüedades que enseñaban en las concordancias de las cosas aparentes o concebidas por el entendimiento son de diez modos, según los cuales parecen diferentes los sujetos. El primero de estos modos es el de la diferencia de los animales para el deleite, el dolor, el daño, el provecho. Colígese de aquí que estos mismos no nos producen unas mismas fantasías o imaginaciones, y que la indeliberación es secuela de esta pugna o combate; pues de los animales, unos son engendrados sin unión de sexos, como los que viven en el fuego, el fénix árabe y los gusanillos de la putrefacción. Otros, por dicha unión, como los hombres, etc.; de manera que unos son concretados o compuestos de un modo, otros de otro. Por lo cual difieren aun en los sentidos; v.gr., el gavilán, agudísimo de vista, y el perro, de olfato. Así, es conforme a razón que las cosas diferentes a la vista nos produzcan también fantasías diferentes; pues los tallos y renuevos del olivo son pábulo a la cabra, y para el hombre son amargos; la cicuta alimenta a la codorniz, y al hombre lo mata; el cerdo come excremento humano, y el caballo no lo come.

13. El segundo modo es el de la naturaleza de los hombres, según la variedad de cosas y temperamentos. Demofón, repostero de Alejandro, tenía calor a la sombra, y al sol frío. Andrón Argivo (como dice Aristóteles) viajaba sin beber en los áridos países de Egipto. Más: uno es aficionado a la medicina, otro a la agricultura, otro a la mercancía, y aun estas mismas cosas a unos dañan y a otros aprovechan. Así, se debe contener el asenso. El tercer modo es el de la diversidad de poros en los sentidos; v.gr., una manzana a la vista es amarilla, al gusto es dulce y al olfato grata por su fragancia. Aun una misma figura se mira diversa según la variedad de espejos. De lo cual se sigue que no es más lo que aparece que otra cosa diversa de lo que aparece.

14. El cuarto modo se acerca de las disposiciones o afectos, y en común acerca de las mudanzas; v.gr., la sanidad, la enfermedad, el sueño, la vigilia o el despertarse, el gozo, el dolor, la tristeza, la juventud, la vejez, la audacia, el miedo, la indigencia, la abundancia, ,el odio, la amistad, el calor, el frío; ora se respire, ora se supriman los poros. Así, que aparecen diversas las cosas que se nos presentan a causa de ciertas particulares disposiciones. En efecto, los furiosos no están fuera de la naturaleza; pues ¿qué cosa tienen ellos más que nosotros? El sol lo vemos como si estuviese parado. Teón Titoreo, estoico, solía caminar durmiendo, y también un esclavo de Pericles andaba por lo más alto del tejado.

15. El quinto modo es acerca de la educación, leyes, creencia de fábulas, convenciones artificiales y opiniones dogmáticas. En este modo se contienen las cosas controvertidas acerca de lo honesto y torpe, de lo verdadero y falso, de lo bueno y malo, de los dioses, y de la generación y corrupción de todo lo visible. Una misma cosa entre unos es justa, entre otros injusta; para unos buena, para otros mala; pues los persas no tienen por absurdo o incongruo casarse con sus hijas; pero es cosa inicua entre los griegos. Entre los masagetas, como dice Eudoxo en el primer libro de su Período (686), las mujeres son comunes; entre los griegos no. En orden a los dioses, también cada cual tiene los suyos: uno dice que tienen providencia, otro que no. Los egipcios entierran sus muertos embalsamándolos (687), los romanos quemándolos, y de los peonios echándolos a las lagunas. Así, que respecto a la verdad se debe suspender la resolución.

16. El sexto modo es acerca de las mezclas y confusiones de unas cosas con otras; según el cual nada se ve absolutamente simple y sincero, sino mezclado con el aire, luz, líquido, sólido, cálido, frígido, movimiento, evaporaciones y otras potestades. La púrpura muestra diverso color a la luz del sol, a la de la luna y a la artificial. Asimismo, nuestro color de un estado aparece al Mediodía, y de otro al Ocaso. Una piedra que en el aire requiere dos hombres para ser transportada, se transporta en el agua fácilmente; ya sea esto por que siendo grave el agua la aligera, ya que siendo ligera, el aire la agrava. Así, que ignoramos cuál sea cada cosa de por sí, como el aceite mezclado con ungüento.

17. El séptimo modo es acerca de las sustancias (688) de algunas posiciones, lugares y cosas que hay en ellos. Por este modo las cosas que creemos grandes aparecen pequeñas, las cuadradas cilíndricas (689), las llanas con eminencias (690), las rectas quebradas (691,) y de otro color las amarillas. El sol, pues, por su mucha distancia aparece de magnitud moderada (692). Los montes apartados se dejan ver caliginosos y sin aspereza; de cerca son ásperos. Más: el sol cuando sale aparece de una manera; al medio del cielo ya no aparece de la misma. Un mismo cuerpo puesto en un bosque parece una cosa, en campo abierto parece otra (693). Las imágenes colocadas en cierta posición también parecen otra cosa (694), y con el movimiento aparece vario el cuello de la paloma. Así, por cuanto estas cosas no pueden considerarse fuera de su lugar y estado, se ignora su naturaleza.

18. El octavo modo es acerca de las cantidades de las cosas, calores, frialdades, velocidades, lentitudes, amarilleces y otra variedad de colores. Así, el vino tomado con modo concilia fuerzas; con exceso las quita. Lo mismo es de la comida y otras cosas. El modo noveno es acerca de lo peregrino y raro que continuamente ocurre. Los terremotos, donde los hay con frecuencia, no causan susto; ni el sol nos admira, porque cada día lo vemos. (Este modo noveno Favorino lo hace octavo, y Sexto y Enesidemo lo hacen décimo, poniendo Enesidemo el décimo en lugar del octavo, y Favorino en lugar del noveno). El modo décimo, pues, versa sobre la mutua comparación de las cosas entre sí; a saber, lo leve con lo grave, lo fuerte con lo flaco, lo mayor con lo menor, lo superior con lo inferior. Así, el lado derecho no es derecho por naturaleza, sino que se toma por tal comparado con el izquierdo; quítese éste, no habrá lado derecho. Asimismo, las voces padre, hermano hacen relación a otro; día la hace, v.gr., al sol; y todas las cosas la hacen a la mente. Por tanto, se ignora lo que es relativo a algo, igualmente que lo que es de por sí.

19. Hasta aquí los diez modos; pero Agripa añadió otros cinco, a saber: el que procede de la discordancia, el de la progresión o proceso en infinito, el relativo a otro (695), el nacido de suposición y el que es por reciprocidad. El de discordancia es aquel por el cual se demuestra llena de perturbación y discordia cualquiera cuestión propuesta entre los filósofos, o bien las que ellos suelen tener. El modo procedente en infinito es el que no permite se afirme el cuesito, por razón de que una cosa recibe la fe de otra; y así infinitamente. El modo relativo a otra cosa (696) dice que nada se recibe por sí, sino con otro; y así todo vienen a ser incógnito. El modo que consta de suposiciones es cuando algunos establecen que deben admitirse en sí mismos ciertos principios de las cosas como fieles y seguros, y no inquirir más. Lo cual es una necedad, pues cualquiera opondrá lo contrario. Y el modo llamado por reciprocidad es cuando aquello que ha de dar firmeza a la cosa cuestionada, ello mismo tiene necesidad de que la tal cosa cuestionada lo corrobore y acredite; v.gr., si uno afirma que hay poros porque hay sudor, toma esto mismo para probarlo, esto es, que hay sudor.

20. Niegan también estos filósofos toda demostración, criterio, signo, causa, movimiento, disciplina (697), generación y que haya cosa alguna buena y mala por naturaleza. Toda demostración, dicen, o consta de cosas demostradas o no demostradas: si de cosas demostradas, aun éstas necesitarán de alguna demostración, y así en infinito; si constan de cosas indemostradas, y todas, algunas, o una sola discuerda, ya todo carece de demostración. Si pareciere a algunos, dicen, que hay cosas que no necesitan demostración, son éstos admirables en su sentencia, no viendo que el que de estas cosas reciban otras la creencia es lo primero que necesita probarse; pues no hemos de probar que los elementos son cuatro, porque son cuatro los elementos. Además, si son inciertas las demostraciones particulares, también lo será la demostración general. Para saber, pues, que hay demostración es menester criterio, y para saber que hay criterio es menester demostración. Así, que remitiéndose o refiriéndose mutuamente una a otra, ambas son incomprensibles. Pues ¿de qué modo se comprenderán las cosas inciertas ignorando la demostración? No se inquiere si aparecen tales, sino si son tales esencialmente.

21. Tratan de necios a los dogmáticos; pues lo que se concluye de una hipótesis no tiene razón de investigación, sino de posición. Por esta regla también sería dado el disputar de imposibles. Acerca de lo que opinan que no se debe juzgar la verdad por las circunstancias, ni establecer leyes por las cosas conformes o según la naturaleza, dicen que determinan medidas para todo, no haciéndose cargo de que todo lo que aparece aparece según la antiperístasis y disposición. Así, o se ha de decir que todas las cosas son verdaderas, o todas falsas; porque si hay algunas verdaderas, ¿cómo las discerniremos? No por el sentido discerniremos las que le son conformes, pues a éste todas le parecen iguales; ni tampoco por la mente, por la misma causa. Excluso, pues, todo esto, no se ve ya vía alguna para juzgar. Aquel, dicen, que resuelve de una cosa, sea sensible o intelectual, debe lo primero establecer las opiniones que hay acerca de ella, pues unos quitaron unas cosas y otros otras. Es preciso juzgar por los sentidos o por el entendimiento; y de ambas es la ambigüedad y controversia. Así, que no es posible juzgar las opiniones de las cosas sensibles e intelectuales; y por la contención que hay en las inteligencias es menester negarlo todo y quitar la medida con que parece se juzgan todas las cosas, y se tendrán todas por iguales.

22. Además, dicen, o lo que aparece es o no probable al que disputa con nosotros; si le es probable, nada podrá decir contra él aquél que siente lo contrario; porque si es fidedigno quien afirma que la cosa es evidente, lo es también el que lo contradice; y si no es fidedigno, tampoco se dará crédito a quien dice es evidente. Lo que sólo persuade no se ha de tener por cierto, pues de una misma cosa ni se persuaden todos, ni siempre. La persuasión se hace por cosos extrínsecas; v.gr., la celeridad de quien persuade, o por su solicitud y diligencia, o por su gracia en el decir, o por la costumbre, o finalmente porque agrada. Quitaban el criterio con esta argumentación: «O el criterio está ya juzgado, o no: si no está juzgado, ningún crédito se le debe, y peca tanto en verdadero como en falso; si está juzgado, será una de las cosas juzgadas por partes o en parte. Y así, una misma cosa será la que juzga y la juzgada: el juez del criterio será juzgado por el otro; éste, por otro, y así en infinito. Además, que hay discrepancia acerca del criterio, diciendo unos que es el hombre, otros que los sentidos, otros que la razón y otros que la fantasía o imaginación comprensiva o perceptiva. Pero el hombre discuerda, ya de sí mismo, ya de los otros hombres, como consta de la diversidad de leyes y costumbres: los sentidos engañan; la razón discuerda; la fantasía perceptiva es juzgada por el entendimiento, y finalmente, el entendimiento es vario y mudable. Así que es incógnito el criterio, y por lo mismo lo es la verdad.»

23. Niegan también todo signo; porque si hay signo, dicen, o es sensible o intelectual; no es sensible porque lo sensible es común y el signo es propio. Más: lo sensible se considera según la diferencia, y el signo según la relación a otra cosa. Tampoco es intelectual, pues lo intelectual lo es, o patente de patente, u oculto de oculto, u oculto de patente, o patente de oculto. Nada de esto es: luego no hay signo. No es patente de patente, porque lo patente no necesita de signo. No es oculto de oculto, porque lo que se manifiesta, por alguno se ha de manifestar. Signo oculto de cosa patente no es posible, pues lo que da a otro facultad de manifestarse debe estar manifiesto. Y signo patente de cosa oculta tampoco lo hay, porque el signo, siendo relativo a otra cosa, debe comprenderse junto con la cosa misma de quien es signo. Nada hay de todo esto: luego ninguna cosa no evidente puede ser comprendida y, por consiguiente, se engañan los que dicen que las cosas ocultas pueden comprenderse por medio de los signos.

24. La causa la quitan así: la causa es cosa relativa a algo; v.gr., a la causa misma; la relación a otro es cosa sólo intelectual, no real o existente: luego la causa solamente se entiende o comprende. Porque si es causa, debe tener aquello de quien se llama causa; de otra forma, no lo será. Y así como el padre, no habiendo nadie de quien padre se diga, no es padre; lo mismo es de la causa. No aparece de quién la causa se entienda o a quien se refiera (ni por generación, ni por corrupción, ni por otro modo): luego no es causa. Más: si es causa, o ésta es cuerpo de causa de otro cuerpo, o incorpóreo causa de incorpóreo; nada de esto es: luego no hay tal causa. En efecto, el cuerpo no es causa del cuerpo, porque así ambos tendrían una misma naturaleza; y si uno de ellos se llama causa en cuanto tal cuerpo, siéndolo también el otro se hará igualmente causa: siendo causa ambos en común, ninguno será paciente. Por la misma razón tampoco lo incorpóreo es causa de lo incorpóreo. Ni lo incorpóreo es causa de cuerpo alguno, pues ningún incorpóreo produce cuerpo. Ni menos el cuerpo es causa de lo incorpóreo, porque lo que se hace debe hacerse de la materia paciente, y ningún incorpóreo es paciente, ni menos es hecho por otro: luego no es causa. De lo cual se colige que no son subsistentes los principios de cosas, pues siempre debe ser algo quien hace y opera.

25. Tampoco hay movimiento, pues lo que se mueve, o se mueve en donde está o en donde no está: en donde está no se mueve, ni menos se mueve en donde no está: luego no hay movimiento. Quitan igualmente las disciplinas diciendo: si se enseña algo, o lo que es se enseña porque es, o lo que no es porque no es: no se enseña lo que es porque es, pues la naturaleza de todas las cosas que son a todos está patente y todos la conocen; ni menos lo que no es porque no es, pues a quien no es nada le sobreviene, ni aun el ser enseñado. Dicen asimismo que no hay generación, pues no se engendra lo que es, puesto que ya es; ni lo que no es, puesto que no existe, y lo que no existe, ni es ni le aconteció el ser hecho. Que nada hay bueno o malo por naturaleza, porque si hubiese algo bueno o malo por naturaleza, debería ser bueno o malo para todos, como, por ejemplo, la nieve, fría para todos; ninguna cosa es buena o mala comúnmente para todos: luego no hay cosa buena o mala por naturaleza. Porque o se ha de llamar bueno todo lo que alguno juzga bueno, o no todo; es así que no todo se ha de llamar tal, pues una misma cosa es por alguno juzgada buena, v.gr., el deleite, que Epicuro lo tiene por bueno, y Antístenes por malo; luego sucedería que una misma cosa sería buena y mala. Si no todo lo que uno juzga bueno lo llamamos tal, será fuerza discernamos las opiniones; esto no es admisible, por causa de la igualdad de fuerza en las razones: luego se ignora qué cosa es buena por naturaleza.

26. Todo el modo u orden de las elecciones se puede ver en los escritos que han quedado, porque aunque Pirrón mismo no dejó obra alguna, sus discípulos Timón, Enesidemo, Numenio, Nausifanes y otros las dejaron. Contradicen a esto los dogmáticos diciendo que los tales comprenden o resuelven y tienen dogmas, pues sólo con que disputan consta que comprenden, y solamente con que afirman establecen dogmas. En efecto, cuando dicen que nada definen, y que para toda razón hay otra opuesta, ya definen esto mismo por lo menos, y lo establecen por dogma. Responden a éstos diciendo: «Acerca de las cosas que como hombres padecemos lo confesamos, pues que hay día, que vivimos, y muchas otras cosas a todos manifiestas, lo sabemos; pero acerca de las cosas que los dogmáticos establecen por raciocinio, diciendo que las comprenden, suspendemos el asenso como inciertas, y sólo admitimos las pasiones. Confesamos también que vemos, y conocemos que entendemos; pero cómo vemos o cómo entendemos, lo ignoramos. Que esto, v.gr., aparezca blanco, lo decimos narrativamente, mas no estableciendo que realmente lo sea. Acerca de la frase: Nada defino, y semejantes, decimos que por ellas no establecemos dogmas, no siendo lo mismo que decir: el mundo es esférico; pues esto es incierto, y aquéllas son admitidas y confesadas. Con decir, pues, no definir nada, tampoco definimos esto mismo.»

27. Dicen además los dogmáticos que los pirrónicos niegan también la vida con quitar todas las cosas de que la vida consta. Pero éstos les responden que mienten en ello; «pues nosotros, dicen, no quitamos, v.gr., la vista, sino que afirmamos se ignora cómo se hace la visión. Lo que aparece, lo establecemos; mas no que tal sea indubitablemente. Sentimos que el fuego quema, pero nos abstenemos de resolver si lo hace por naturaleza ustiva que tenga. Que las cosas se mueven y perecen, lo vemos; cómo se hagan estas cosas, no lo sabemos. Nosotros, dicen, sólo nos oponemos a las cosas inciertas que van entretejidas con las manifiestas; y cuando decimos que una pintura tiene relieve, exponemos lo que aparece, y cuando decimos que no lo tiene, ya no hablamos de lo que aparece, sino de otra cosa». Así, Timón dice en su Pitón (698) que Pirrón no se apartó de la costumbre. Y en sus Imágenes habla así:

Pero lo que aparece

siempre Pirro siguió con toda fuerza.

Y en el libro De los sentidos dice: «Que esto sea dulce, no lo resuelvo; pero confieso que lo parece.»

28. Enesidemo dice también en el libro primero De los raciocinios de Pirrón que éste nada define dogmáticamente por causa de la contrariedad de razones; pero sigue las apariencias. Lo mismo dice en el libro De la sabiduría, y aun en el De la cuestión. Zeuxis, igualmente familiar de Enesidemo, en el libro De las dobles razones, Antíoco de Laodicea, y Apellas en su Agripa sólo establecen las cosas como aparecen, o lo que aparece. Según los escépticos, pues, solamente lo que aparece es el criterio, como lo dice Enesidemo. Lo mismo afirma Epicuro; y Demócrito dice que ninguna cosa es lo que aparece, y que alguna de ellas ni aun existe.

29. Contra este criterio de las apariencias dicen los dogmáticos que cuando de ellas nos vienen diversas fantasías, v.gr., de una torre cilíndrica o cuadrada, si el escéptico no prefiere ninguna de ellas, no hace nada; pero cuando siga una, ya no da, dicen, igual valor a las apariencias. Respóndenles los escépticos que cuando inciden fantasías diversas, dicen que ambas aparecen; y que por eso establecen las cosas aparentes, porque aparecen.

30. Los escépticos dicen que el fin es la indeliberación, a quien la tranquilidad sigue como sombra, según dicen Timón y Enesidemo; «pues no elegimos estas cosas o evitamos aquellas que están en nosotros o que no están en nosotros, sino que vienen por necesidad, no podemos evitadas; v.gr., el hambre, la sed, el dolor; pues la razón no puede quitar estas cosas». Diciendo los dogmáticos que cómo puede vivir el escéptico cuando no rehúsa si le mandan matar a su padre, responden los escépticos: «¿Y cómo puede vivir el dogmático sin inquirir ni aun las cosas de la vida común y observables? Así que nosotros, dicen, elegimos las cosas y las evitamos según la costumbre, y usamos de las leyes.» Algunos afirman que los escépticos ponen por fin la tranquilidad de ánimo, y otros que la mansedumbre.

 

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(669) Δρύσωνος, Suidas pone Βρύσωνος.

(670) Λαμπαδιστάς. Debía de ser algún cuadro suyo, que representaría algunos artífices de lámparas, candiles, velones y otras cosas de esta clase.

(671) Λιά τό έξοδιχώς λεγειν χαί πρός έρώτησιν. Podría interpretarse: aunque respondiese fuera de lo preguntado

(672) Timón escribió algunas obras o Disertaciones a Pitón, έν οϊς πρός Πύθωα, como veremos en el pár. 5. Acaso debe aquí escribirse: εν τψ πρός Πύθωνα, esto es, en su libro titulado A Plinio.

(673) A quien honraron los atenienses por haber muerto a Cotis de Tracia no fue a Pirrón, sino a un tal Pitón Enio, discípulo de Platón, como escribe Plutarco en diferentes lugares, Demóstenes, Filóstrato y otros. El mismo Filóstrato dice fueron dos los matadores, Heráclides y dicho Pitón, y añade fueron académicos. – Véase Oleario en la nota 7 a la Vida de Apolonio Tianeo, lib. VII, cap. II.

(674) Véase la nota anterior.

(675) γνώριμος puede también ser discípulo.

(676) Es el verso 146 del libro VI de la Ilíada

(677) Versos 106 y 107 del libro XXI de la Ilíada

(678) τά πλεϊστα διελέγετο. Pudiera también traducirse: disputaba más cosas

(679) Aquí el texto añade Πυρρίώτειοι δέ, άπό Πίρρωνς, y pirrónicos, de Pirrón: lo cual es una repetición de lo dicho poco antes, y ciertamente cosa espuria.

(680) Versos 135 y siguientes del lib. VIII de la Odisea

(681) Versos 734 y siguientes de la ΄Ιχέτιδες de Eurípides.

(682) Se dice que son versos de la tragedia Hipólito; pero no hallándose en la que existe, parece fuerza decir que Eurípides tendría otra con el mismo título.

(683) Irresolución, indecisión

(684) Véase la nota 673.

(685) Añade aquí la partícula no, porque sin ella no creo pueda salvarse el concepto del pirronismo.

(686) Circuito de la tierra.

(687) ΤαριΧεύρντες.

(688) Παρά τός ύποσ τάσεις.

(689) Véase la nota 138 acerca de la falacia de los sentidos.

(690) Como las de las pinturas y escenas ópticas que dice Vitrubio, lib. VI, cap. II. Quemadmodum etiam in scenis pictis videntur columnarum projecturoe mutulorum ecphoroe, signorum figurae prominentes, cum sit tabula sine dubio ad regulam plana

(691) Vitrubio allí mismo: Similiter in navibus remi, cum sint sub aqua directi, tamen oculis infracti videntur

(692) El texto tiene ό γοϋν ήλιος παρά τό διάστημα πόρρωθεν φα νεται, cuya rigurosa traducción sería: Sol igitur, ob distantiam distans apparei. Es una tautología insufrible aun en el hombre más rudo, pues ¿qué cosa probaría para el intento de los pirrónicos y falacia de los sentidos el decir que el sol aparece distante porque lo está? Probaría todo lo contrario a sus opiniones. Así, yo no dudo que la voz πόρρωθεν es ilegítima; pero dudo mucho por cuál debe sustituirse. Por lo cual, mientras tanto que algún sabio más ilustrado que yo lo ejecuta, podríamos leer ποσσότεν, quantulum, modice magnum, etc. Siguiendo esta corrección traduzco el texto.

(693) Vltrubio, lib. IV, cap. IV, aplica a las columnas una regla semejante.

(694) Parece habla de los escorzos en la pintura y escultura.

(695) χαί τόν πρός τι.

(696) Es el de la nota antecedente

(697) μάθησιν.

(698) εν τψ Πύθωνι. 

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