best microsoft windows 10 home license key key windows 10 professional key windows 11 key windows 10 activate windows 10 windows 10 pro product key AI trading Best automated trading strategies Algorithmic Trading Protocol change crypto crypto swap exchange crypto mcafee anti-virus norton antivirus Nest Camera Best Wireless Home Security Systems norton antivirus Cloud file storage Online data storage
tes

Torre de Babel Ediciones

PEDRO EL GRANDE Y ROUSSEAU – Voltaire – Diccionario Filosófico

Pedro  ◄ Voltaire – Diccionario Filosófico ► Perro

PEDRO EL GRANDE y J. J. ROUSSEAU

Pedro el Grande y J. J. Rousseau - Diccionario Filosófico de Voltaire

«El zar Pedro no estaba dotado del verdadero genio, que es el que crea y lo hace todo de nada. Algunas de las cosas que hizo estaban bien, pero muchas de ellas eran extemporáneas. Conoció que su pueblo era bárbaro, pero no conoció que no estaba maduro para educarlo, y quiso civilizarle, cuando únicamente lo había de haber aguerrido. Quiso que sus súbditos fueran alemanes o ingleses, cuando debía haber empezado por hacerlos rusos; impidió que fueran nunca lo que podían ser, convenciéndolos de que eran lo que no son. De ese modo el preceptor francés educa a su discípulo para que brille un momento durante la infancia y para que más tarde no sea nada. El Imperio de Rusia querrá subyugar la Europa, y será él el subyugado. Los tártaros, sus vasallos o sus vecinos, llegarán a ser sus señores y los nuestros; esa revolución me parece infalible, y todos los reyes de Europa trabajan de común acuerdo para acelerarla.» (El contrato social, libro II, cap. VIII.)

Las anteriores palabras las copiamos de El contrato social o insocial, del poco sociable Juan Jacobo Rousseau. No debe sorprendernos que, haciendo milagros en Venecia, haga profecías sobre Moscou; pero como él sabe que pasó el tiempo de los milagros y de las profecías, debe también persuadirse de que lo que predice a Rusia no es tan infalible como le pareció en su primer acceso. Es agradable anunciar la caída de los grandes Imperios, porque esto parece que nos consuele de nuestra pequeñez. Será una gran victoria para la filosofía llegar a ver que los tártaros de Nogais, que pueden poner en pie de guerra hasta doce mil hombres, subyuguen la Rusia, la Alemania, la Italia y la Francia. Aunque sospecho que el emperador de la China no lo ha de consentir, está por conseguir la paz perpetua, y como ya no tiene jesuitas en su Imperio, no perturbará la Europa. Juan Jacobo, que sin duda está dotado del verdadero genio, cree que no lo tenía Pedro el Grande.

«Los rusos —dice Juan Jacobo— no estarán nunca civilizados»; pero yo he tratado a muchos que lo estaban, que tenían ingenio agradable, justo y cultivado, lo que a Juan Jacobo le parecerá muy extraordinario. Como es muy galante, no dejará de contestar que se habrán formado en la corte de la emperatriz Catalina, cuyo ejemplo ha influido en ello; pero esto no impide que él tenga razón y que dicho Imperio quedará destruido dentro de poco.

El buen hombre nos asegura en una de sus modestas obras que deben erigirle una estatua, pero no será probablemente en Moscou ni en San Petersburgo donde esculpirán a Juan Jacobo.

Hablando en tesis general, quisiera que el que juzga a las naciones desde la ventana de su granero fuera más honrado y más circunspecto al emitir su juicio. Cualquier pobre diablo puede decir lo que le parezca de los atenienses, de los romanos y de los antiguos persas; puede equivocarse impunemente ocupándose de los tribunos, de los comicios y de la dictadura; puede gobernar en su imaginación dos o tres mil leguas de territorio, siendo incapaz de gobernar a una criada. Puede en una novela recibir un beso de su Julia y aconsejar a un príncipe que se case con la hija del verdugo. Estas son tonterías sin consecuencias, pero hay otras que pueden traerlas muy graves.

Los bufones que tenían los reyes eran locos muy sensatos, no insultaban mas que a los débiles y respetaban a los poderosos; los locos de las aldeas son hoy mucho más atrevidos. Se me contestará que toleraban a Diógenes y al Aretino, estamos de acuerdo; pero viendo la mosca un día a una golondrina que, volando, llevaba una tela de araña, quiso hacer lo mismo, y en ella se quedó presa la pobre mosca (1).

II

Puede decirse de esos legisladores que dirigen el universo cobrando diez céntimos por hoja y que desde su desván dictan leyes a los monarcas, lo que Homero dice de Calcas: «Conoce el pasado, el presente y el porvenir.» Es lástima que el autor del párrafo que hemos copiado no conociera ninguno de los tres tiempos que cita Homero.

De Pedro el Grande dice: «No estaba dotado del genio que lo hace todo de nada.» Lo creo sin gran esfuerzo, porque sólo Dios tiene la prerrogativa de hacer algo de la nada. «No conoció que su pueblo no estaba maduro para ilustrarse.» En ese caso debemos admirar al zar, que consiguió madurarlo. Me parece que Juan Jacobo es el que no conoció que necesitaba el emperador valerse de alemanes y de ingleses para proporcionarse rusos.

«Impidió que sus vasallos llegaran a ser todo lo que podían.» Esto no obstante, los rusos vencieron a los turcos y a los tártaros, fueron los conquistadores y los legisladores de la Crimea y de otros varios pueblos, y su soberano dictó leyes a naciones que la Europa ignoraba que existieran.

Respecto a la profecía de Juan Jacobo, diré que puede ser que haya exaltado su alma hasta el punto de poder leer en el porvenir; tiene todo lo que se necesita para ser profeta; pero respecto al pasado y respecto al presente, hay que confesar que no entiende una palabra. Creo que en la antigüedad no hay nada comparable al atrevimiento de enviar cuatro escuadras desde el fondo del mar Báltico hasta los mares de Grecia, de dominar al mismo tiempo en el Egeo y en el Ponto Euxino, de aterrorizar la Cólquide y los Dardanelos, de subyugar la Táuride y de obligar al visir Azem a huir desde las orillas del Danubio hasta el puerto de Andrinópolis.

Si Juan Jacobo cree que son insignificantes esas hazañas que sorprendieron al mundo, debe conceder al menos que fue muy generoso el conde de Orloff, que después de apoderarse de un buque que conducía a la familia del bajá y todos sus tesoros, envió a éste sus tesoros y su familia.

Si los rusos no estaban maduros para la civilización en la época de Pedro el Grande, convengamos en que están maduros hoy para tener grandeza de alma, y en que Juan Jacobo no está muy maduro para la verdad y para el raciocinio.

Respecto al porvenir, podríamos columbrarle si tuviéramos algún Ezequiel, algún Isaías o algún Abacuc; pero pasó el tiempo de los profetas, y me atrevo a decir que no es de temer que vuelva.

Confieso que las mentiras que se imprimen relativas al tiempo presente me sorprenden siempre que las leo. Si los que las escriben se toman esa libertad en un siglo en el que mil volúmenes, mil gacetas y mil diarios pueden continuamente desmentirles, ¿qué fe podemos tener en los historiadores de los tiempos antiguos, que recogían todas las voces vagas, que no consultaban archivos, escribían lo que en su infancia habían oído decir a sus abuelas, con la seguridad de que ningún crítico revelaría sus errores?

Durante mucho tiempo tuvimos nueve musas; la sana crítica, que es la décima, apareció muy tarde; no existía ni en los tiempos de Keops, del primer Baco, de Sanchoniaton, de Thaut, de Brahma, etc., etc. Entonces se escribía imprudentemente todo lo que se quería; hoy es preciso ser más prudentes.

__________

(1) Se escribió este artículo en 1765, cuando Voltaire acababa de reñir con Juan Jacobo; pero lo que sacó de sus casillas a Voltaire fue que al verse Rousseau perseguido y condenado por el Emilio, éste dijo que aquél era el autor del Sermón de los cincuenta, en la quinta carta que escribió desde la montaña. Esto equivalía a denunciarle. «Esto era decir —escribía Voltaire— que me quieren quemar; pues que le quemen también a él.»—.N. del T

tes