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Torre de Babel Ediciones

CÁLIZ cristiano -arqueología- Diccionario Enciclopédico Hispano-Americano

CÁLIZ: el cáliz pagano y el cáliz cristiano. Simbología del cáliz cristiano (arqueología y liturgia)

Índice

CÁLIZ

(Del lat. călix): Arqueología y Liturgia. La palabra cáliz tiene dos acepciones: en la primera es la copa por lo común muy abierta y con dos asas, usada para beber en la antigüedad clásica, y que los romanos designaron con el nombre de călix; en su segunda acepción es el vaso sagrado en que los sacerdotes católicos hacen la consagración del agua y del vino. Estas dos acepciones corresponden a las dos grandes épocas históricas en que el cáliz se ha usado, que son la antigüedad pagana y la antigüedad cristiana, y de ellas debe tratarse separadamente. El cáliz cristiano tomó su origen, como su nombre, del cáliz pagano, pues en un cáliz o copa hizo el Salvador la consagración de su sangre después de celebrar la cena con sus discípulos. Entre uno y otro existen, sin embargo, diferencias esenciales de materia y de forma, que sólo pueden apreciarse repasando la historia de tan importante objeto, cuyos ejemplares abundan en Museos y colecciones.

I.El cáliz pagano

Dejando a un lado las copas prehistóricas, de las cuales se han recogido varios ejemplares en España, especialmente en la provincia de Granada, y que sólo las citamos por su semejanza de forma con el antiguo cáliz griego; no ocupándonos tampoco de los platos de metal historiados que impropiamente se llaman copas asirias, debemos creer que el cáliz, y así lo patentizan recientes descubrimientos, aparece por primera vez en Grecia, en Asia Menor y en Italia, figurando entre las variedades más antiguas de productos cerámicos. Con efecto, entre los vasos griegos que Collignon denomina de ornamentación geométrica, en su mayor parte procedentes de Atenas, figuran unas copas de borde casi recto, con pie formado por un cono truncado y dos cintas onduladas que sirven de asas. Corresponden al siglo X antes de J. C. La ornamentación consiste en meandros, líneas onduladas en compartimientos cuadrados y zonas trazadas exteriormente con color pardo oscuro sobre el fondo amarillo claro de la arcilla. Nuestro Museo Arqueológico Nacional posee un precioso ejemplar de estos kylis, que son, como queda indicado, los más antiguos que se conocen.

A continuación deben ponerse los de estilo corintio o asiático fabricados por los siglos VII, VI y principios del V, que ya muestran una hechura más graciosa y elegante que la que acabamos de describir, y sus asas tienen la forma de anillas que el cáliz había de conservar en lo sucesivo; el cuerpo del vaso participa ya de la forma hemisférica, y el pie, aunque de poca altura, es delgado. También en el Museo Arqueológico hay un cáliz corintio, adornado al exterior con unos patos, pintados de colores pardo y rojizo, sobre el fondo claro de la arcilla, y contorneados a punzón. En las dos épocas siguientes, que se distinguen en la producción de los vasos pintados, la primera por las figuras negras y la segunda por las figuras rojas, el cáliz presenta los mismos contornos más o menos elegantes, más o menos acentuados, que indicados quedan con respecto del cáliz corintio; la diferencia más característica es que el cáliz de estas dos épocas posteriores tiene el pie delgado y alto, y que en la época de las figuras rojas el cuerpo del vaso está por lo común muy extendido, de modo que tiene todo el aspecto de un plato. Es una forma tan graciosa como original, que los distingue de los cálices anteriores, y más aún del cáliz cristiano, pues en éste predomina la profundidad, mientras que en los cálices paganos a que nos referimos hay una diferencia notable entre esta profundidad, que en algunos es muy pequeña, y la abertura. Hay que distinguir el kylis argio del ático: el primero presenta en la boca una periferia menor que la de la panza. El cáliz pertenece a la familia de los vasos para beber, que comprende el kymbion, el skyfos, el fiale, el kántaros, el cotylo y el karquesion. Con efecto, el cáliz era esencialmente un vaso para beber. Según las mismas pinturas de los vasos griegos, se ve a las personas que están comiendo, tendidas en el triclinio, con sus correspondientes cálices asidos por un asa. Tanto el nombre griego kylis, como el latín călix, convenía, como genérico, a toda suerte de vasos para beber. Pero los cálices adornados con figuras, y que miden ciertas dimensiones, no pudieron, en manera alguna, utilizarse para beber; eran objetos artísticos de lujo que se ofrecían como premio en los concursos, o que tenían otras aplicaciones semejantes. El señor Rada y Delgado entiende que debió servir de premio panatenaico un magnífico cáliz que posee nuestro Museo Arqueológico Nacional, y que ofrece en interesante compendio las hazañas de Teseo, representadas en la zona exterior y en la medalla interior. Por tratarse de una obra de arte, que por la depurada corrección de su dibujo y por la belleza de sus composiciones se puede contar entre las obras maestras del arte griego, nos permitiremos describir el asunto que le decora.

Examinemos la zona exterior. Partiendo del lado derecho de la medalla, hallase primeramente al héroe, con la inscripción ΘΗΕΥΣ, que se repite en sus imágenes restantes, triunfando en el itsmo de Corinto del bandido ΣΙΝΙΣ (Sinus: el destructor), al cual, que se ampara de un pino doblado, coge violentamente por el cabello. Viene luego el vencimiento del jabalí de Crommyon por Teseo, a la manera que Hércules venció al de Erymanto. Seguidamente, el cruel ΚΙΡΩ (Sciron), que, nueva personificación del Viento, despojaba de ropas a los extranjeros en Megarida y los arrojaba desde elevadas rocas al mar, sucumbe a los esfuerzos del valeroso héroe. A continuación se le ve luchando cuerpo a cuerpo, cual Hércules con Anteo, con el arcadiano ΚΕΚΕ… Cereyon. Y por último, termina la serie con el lecho de Procusto: a orillas del Cefiso ático halló al gigante Polypemon o Procusto ΓΡΟΚΟ, como Cereyon, monstruo de la tempestad, al cual obligó a tenderse en un lecho de menor longitud que una persona, y después cortó la parte del cuerpo que pasaba la longitud del lecho. En la medalla central está representado, como digna apoteosis de Teseo, el momento en que trae al Minotauro vencido para sacrificarle ante el ara de Apolo Délfico.

Teseo hállase en medio de la composición, desnudo, cual correspondía a los héroes, con una espada en la diestra; con la izquierda tiene asido por un cuerno al Minotauro, al cual saca con violencia de un pórtico jónico, con el fin de presentársele a Minerva, la divinidad superior en Atenas, cuya figura, con chuitón, casco de cimera redonda, peplos con la cabeza de Medusa en el centro, y lanza en la mano, aparece, digna y severa, a la derecha de Teseo. El Minotauro hallase representado en una figura humana con cabeza de toro.

Hay una variedad de forma, que es el cáliz sin pie, especie de escudilla con asa, semejante al fiale. De este género debían ser unos cálices profundos y con cuatro asas que se fabricaban en Neucratis, cuyos alfareros, según Ateneo, sabían platear la arcilla para que los vasos tuvieran todo el aspecto de vasos de metal. Los romanos se sirvieron igualmente de cálices para la preparación y conservación de ciertos manjares. En la antigüedad no sólo se fabricaron cálices de barro, sino también de madera, de oro y de plata; éstos enriquecidos a veces con piedras preciosas. Los hay ha de vidrio, entre los cuales se distinguían unos sencillos, de poco precio, y otros adornados con vivos colores. Atenas, Argos, Lacedemonia, Quíos, y Teios gozaron reputación por los cálices que producían y que debían distinguirse por algunas particularidades. El poeta Marcial habla de los de Torrento y Sagunto y de los cálices vatiniani (nombre que venía de Vatinius, zapatero que había sido bufón del emperador Nerón) nombre con que se designaba los de poco precio. En los últimos tiempos de la antigüedad se daba el nombre de cáliz a un vaso profundo, con o sin asa, y de pie alto y ancho.

II.Cáliz cristiano

La forma acabada de indicar es la característica de los cálices cristianos más antiguos que se conservan, tanto, que se les supone obras del arte antiguo. Y así debió ser el cáliz en que J. C. consagró el vino en la cena con sus discípulos. En Cerdeña se ha conservado un vaso denominado Sacro catino por suponerle el usado por J. C. en casa de Nicodemus, quien lo llevó consigo a Cesárea cuando huía de sus perseguidores, de donde le tomaron como botín de guerra los genoveses en la primera cruzada, trayéndole a la iglesia de San Lorenzo en Génova; aquí se exponía a la veneración pública una vez al año el Sacro catino y estaba prohibido tocarlo. Es un vaso labrado de una sola esmeralda, de forma hexagonal, de un pie de diámetro y cinco pulgadas de profundidad. Dejando a un lado estas tradiciones y noticias que andan bastante acreditadas en más de un libro, el cáliz más antiguo de que se ocupan los arqueólogos es el de San Juan, que se conserva en la basílica de Letrán, en Roma. Consiste en una especie de taza de jaspe amarillo y es igual a uno de vidrio, agallonado, que hay en la iglesia de Maestricht, que se atribuye a un santo obispo de Tongres, muerto en 384. En un principio los cálices eran de madera o de vidrio adornados con pinturas, y, por excepción, de oro o de plata. De vidrio blanco opalino y con relieves es un cáliz que forma parte del tesoro de la Basílica de San Anastasio en Roma, y que, según tradición, fue traído de Palestina por San Jerónimo en los primeros años del siglo V. Martigny, sin negar la antigüedad de este cáliz, que, según dice, tiene el pie de cobre, niega que San jerónimo hubiese celebrado los misterios, pues lo rehusó por humildad. De vidrio azul es otro cáliz de la misma época que figura en el tesoro de la catedral de Maguncia. Entre los donativos que la reina Teodelinda hizo a esta iglesia, y que se ven representados en las esculturas que adornan la portada de la misma, figuran dos cálices, uno de ellos adornado con pedrería y con asas, que debe considerarse como de los primeros años del siglo VII. Antes de pasar adelante conviene advertir con respecto de los primeros tiempos de la época cristiana y de los cálices de vidrio, que, como dice muy bien Martigny, si se han de considerar como cálices la mayor parte de los vasos historiados que proceden de las catacumbas, hay que suponer con el padre Pechi que cada fiel tenía el suyo donde el diácono le vertía la preciosa sangre de Cristo, de un gran cáliz de los llamados ministeriales. En cuanto a las denominaciones dadas a los cálices cristianos, los Apóstoles parece que les daban las de vas dominicum, poculum mysticum o vas mysticum. Llamábanse cálices lignei o diatreti a los de madera, que se usaron hasta el pontificado de San Ceferino, época en que se empezaron a usar de vidrio. Aparte de todas estas denominaciones, recibieron otras con respecto a su uso, en la antigüedad cristiana: ministeriales eran aquéllos en que el diácono repartía la sangre del Salvador a los fieles; offertorii eran, según Du Cange, aquéllos en que los fieles ofrecían el vino en la misa, después de leído el Evangelio; majores o ansati, eran los que contenían el vino que se vertía en los ministeriales para hacer la indicada repartición; y minores, calicelli y caliculi, los que llevaban los fieles cuando éstos comulgaban bajo la especie del vino. En las iglesias más frecuentadas solían ponerse sobre el altar cuando se iba a dar la comunión hasta siete cálices ministeriales. Hasta tiempos recientes, ha poseído la citada catedral de Maguncia un cálizministerial de plata de un metro de altura, que estaba provisto de dos asas y sólo podía levantarse con mucho trabajo. El cáliz cristiano en su origen consistía en una copa más o menos alta y más o menos ancha, sostenida por un tronco o tallo con uno o varios nudos que arrancaban del centro de un pie hemisférico, cónico o piramidal. Era frecuente que tuvieran asas según queda indicado, y debe advertirse que algunos de los cálices de materia preciosa y enriquecidos, que tienen un peso considerable, no debieron ser, a lo que parece, objetos del culto, sino de ofrendas, a cuyo fin se suspendían de las asas, appensorii, por cadenillas, con ocasión de algunas solemnidades religiosas, o simplemente se exponía sobre el altar. Según M. Gay, del estudio comparativo de los objetos, como de las noticias que se hallan en los autores de los cinco primeros siglos de nuestra era, puede sacarse la conclusión de que, durante este período, el cáliz, para cuya confección se toleraba toda clase de materias, era un vaso sin pie y que no afectó forma especial; pero a partir del siglo VI, se elevó sobre un pie más o menos rico, y pasó su fabricación exclusivamente al dominio de la orfebrería, empleándose en su confección metales preciosos. M. Viollet le Duc entiende que el cáliz con asas, de la primitiva Iglesia, que nosotros no vacilamos en comparar con el vaso de la antigüedad llamado cantharus, por la singular analogía de forma que guardan, fue sustituido por la copa, cuya forma, queda descrita, y que en el siglo XV se modificó afectando la de tulipán que aún conserva. Pero aunque todo esto pueda darse como regla general, el cáliz sufrió transformaciones sucesivas en su forma, según puede apreciarse al hacer un estudio comparativo de los ejemplares mas característicos de las diferentes épocas a que nos referimos. Dejando a un lado los citados más arriba como ejemplares más antiguos, nos ocuparemos en primer término de uno del siglo VIII que perteneció a San Crodegando, obispo de Seez, y que forma parte de la colección Basilewski: tiene forma de cupulino peraltado e invertido; su pie es un cono truncado y está unido al recipiente por un nudo; lleva adornos e inscripciones. La misma forma afecta otro cáliz de fines de la misma centuria mandado hacer por Tassilo, duque de Baviera, que figuró en la Exposición de Viena en 1861: es de cobre dorado, lleno de profusa y rica ornamentación grabada, y realzado con las figuras de Cristo y de los cuatro símbolos de los Evangelistas; en plata nielada, dentro de unos medallones; es una hermosa pieza de la orfebrería románico-bizantina. El recipiente adoptó después forma hemisférica más o menos pronunciada, y de ello pueden citarse como ejemplo los varios cálices de los siglos XI, XII y XIII, de oro o de plata dorada, prolijamente ornamentados, que se conservan en varias iglesias. Del siglo XI es el hermoso cáliz de la Abadía de Santo Domingo de Silos, de trabajo español de filigrana y de estilo latino-bizantino; tanto el pie como la copa son hemisféricos y el nudo tiene forma ovoidal; estas tres partes están adornadas, las dos primeras con arcadas en plena cintra y el nudo con adornos dispuestos en zonas. En la Exposición retrospectiva de arte ornamental, celebrada en Lisboa en 1882, figuraron hasta seis de este género, sobresaliendo entre ellos uno de la Sede de Coimbra, que lleva grabadas en el recipiente las figuras de los Apóstoles, en una arcada, y en el pie los emblemas de los cuatro Evangelistas en medallones circulares, y el nudo de filigrana; según declara una inscripción que corre por el borde inferior, fue hecho por Geda Menendiz en 1190. También es de citar entre este género de cálices el del siglo XIII, de plata, que posee el arzobispo de Toledo, en que el recipiente y el pie están lisos y el nudo en cambio está hecho de prolija ornamentación cincelada; la patena correspondiente lleva grabada la imagen del Cordero Pascual. No debe pasarse en silencio como cáliz notable del siglo XIII uno de estilo románico, francés, de plata dorada, lleno de figuras y adornos repujados, que es una obra de arte muy estimable y que posee en Madrid el coleccionador D. Mariano Díaz del Moral. Entre los cálices de la Exposición de Lisboa antes citados, figuró uno del siglo XIII, cuyo recipiente tenía forma de cono invertido. Los cálices de la época en que imperaba el gusto ojival se distinguen, aparte del carácter de sus exornos, en que el recipiente tiene la forma de tulipán más o menos acentuada, que se perpetuó en la época del Renacimiento y se ha conservado hasta el presente, y además en que el tallo es más alto y esbelto. Generalmente el pie de los cálices de gusto gótico del siglo XV tiene forma hexagonal u octógona, a veces de planta lobulada. En la citada Exposición de Lisboa figuraron numerosos ejemplares de la misma época, con lindos y profusos adornos cincelados e imágenes icónicas de relieve. Es de notar que el nudo de este género de cálices suele estar formado por una construcción ojival llena de pináculos, botareles, arcadas, cresterías y grumos de prodigiosa riqueza. Esta ornamentación afiligranada quizá no se distinguió en ninguna parte como en Portugal; y ya que a los cálices portugueses nos referimos, debemos decir que suele caracterizar a los del siglo XV y a los de transición, o sea de gusto manuelino, la particularidad de que llevan pendientes de la parte inferior del recipiente unas campanillitas. En los cálices del siglo XVI se advierte que los adornos del recipiente sólo ocupan la parte inferior y semicircular del mismo, y que el nudo tiene forma poligonal y es bastante alto. Como ejemplar notable citaremos uno de oro repujado, cincelado y esmaltado de gusto alemán del siglo XVI presentado en el Certamen lisbonense por la Sede de Evora; en los medallones del pie se ven los cuatro Evangelistas, San Pedro y San Pablo, y en las seis caras del nudo asuntos de la Pasión, todo ello finamente cincelado y repujado. Este cáliz es de los que se desarman, o cálices de piezas, de que se hace mención en algunos inventarios de capillas portátiles.

Los cálices de estaño son los más usados en iglesias pobres, y tuvieron además otro empleo, que fue el colocarlos en las sepulturas episcopales o sacerdotales como emblema.

III.Simbolismo del cáliz cristiano

En los libros sagrados se designa al cáliz en sentido figurado. Un salmo dice: «El fuego, el azufre, los vientos tenebrosos, serán la porción del cáliz de los impíos.» Aquí se expresa la bebida buena o mala, o sea la recompensa y el castigo, y, como antiguamente era costumbre servirse de una copa para poner las bolitas con que se echaban suertes, esa frase pudo indicar la porción de herencia de la suerte que está reservada a cada criatura. A la misma idea de la recompensa o castigo responden las expresiones de cáliz de la cólera del Señor, cáliz del vino con hiel que los pecadores beberán hasta las heces. La costumbre antigua de pasar una copa a la redonda después de los festines para brindar a la salud del huésped dio pie a las frases cáliz de la salud, (călix salutaris), cáliz de bendición, cáliz embriagador (călix inebrians). La consagración del cáliz, que es muy antigua y se hace ordinariamente al mismo tiempo que la de la patena, fue primero determinada por la costumbre de la sinagoga y por el deseo de la Iglesia de que fuera para los fieles el verdadero călix salutaris. En la Iglesia de Oriente se practica también la consagración del cáliz; en las de Occidente la hace el obispo diciendo dos oraciones y ungiéndole después interiormente con el pulgar de la mano derecha que impregna al efecto en el Santo Crisma. Hace esta unción de un borde a otro, trazando la figura de la cruz, y luego consagra el fondo de la copa, dice una oración y rocía el cáliz con agua bendita. La Iglesia ha prohibido que se emplee un cáliz no consagrado para el santo sacrificio de la misa. Cualquier sacerdote, en caso de duda, debe consagrar el cáliz antes de usarle, aunque algunos teólogos entienden que simplemente con el uso queda consagrado. Cuando un cáliz consagrado sufre deterioro o pierde su primitiva forma deja de estar consagrado, y se dice que está profanado. Hay distintas opiniones con respecto a si el cáliz queda profanado cuando se le dora de nuevo, pero no debe considerarse profanado por la simple percusión del platero o por la pérdida del dorado o por la separación del pie, a menos que el cáliz sea todo de una pieza. En rigor, la Iglesia no consiente que los cálices se hagan de otras materias que de oro o plata, estando el recipiente dorado por dentro, y sólo la pobreza puede autorizar la inobservancia de esta regla.

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