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Voltaire – Diccionario Filosófico |
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ABUSO DE LAS PALABRAS
Las conversaciones y los libros raras veces nos dan ideas precisas. Es muy común leer mucho de sobra y conversar inútilmente. Es oportuno repetir en esto lo que Locke recomienda: «Definid los términos.»
Una dama que come demasiado y no hace ejercicio, cae enferma. El médico le dice que domina en ella un humor pecante, impurezas, obstrucciones, vapores, y le prescribe un medicamento que le purificará la sangre. ¿Qué idea exacta puede tenerse de todas esas palabras? La enferma y la familia que las oyen no las comprenden, ni el médico tampoco. Antiguamente el facultativo ordenaba buenamente un cocimiento de hierbas calientes o frías.
Un jurisconsulto, en el ejercicio de su profesión, anuncia que no observar las fiestas y los domingos es cometer el crimen de lesa majestad divina en la persona del segundo jefe. Desde luego, la frase «majestad divina» nos da la idea del más enorme de los crímenes y del más espantoso de los castigos. Pero, ¿a propósito de qué la pronunció el jurisconsulto? Por no haber asistido a las vísperas, lo que puede suceder al hombre más honrado del mundo.
En todas las controversias que se entablan sobre la libertad, uno de los argumentadores entiende casi siempre una cosa y su adversario otra. Luego se presenta un tercero en discordia, que no entiende al primero ni al segundo, pero que tampoco lo entienden a él. En las disputas sobre la libertad, uno tiene el pensamiento de la potencia de imaginar, otro el de la potencia de querer y el tercero el deseo de ejecutar; corren los tres, cada uno dentro de su círculo, y no se encuentran nunca. Lo mismo sucede en las quejas sobre la gracia. ¿Quién puede comprender su naturaleza, sus operaciones, y la suficiente que no basta y la eficaz a la que nos resistimos? Hace dos mil años que se pronuncia la frase «forma substancial», sin tener la menor noción de ella; esta frase se ha sustituido por la de «naturaleza plástica», sin ganar nada en el cambio.
Se detiene un viajero ante un torrente y pregunta a un labriego que ve de lejos, frente a él, por dónde está el vado. «Id hacia la derecha», contesta el campesino. El viajero toma la derecha y se ahoga. El campesino va corriendo hacia él y le grita: «No os dije que avanzarais hacia vuestra mano derecha, sino hacia la mía.» El mundo está lleno de estas equivocaciones.
Al leer un noruego esta fórmula que usa el Papa: «Servidor de los servidores de Dios», ¿cómo ha de discurrir que el que la dice es el obispo de los obispos y el rey de los reyes?
En la época en que los fragmentos de Petronio tenían gran fama en la literatura, Meibomins, sabio de Lubeck, leyó en una carta que imprimió otro sabio de Bolonia lo siguiente: «Aquí tenemos un Petronio completo; yo lo he visto y lo he admirado.» En seguida Meibomins parte para Italia, se dirige a Bolonia, busca al bibliotecario Capponi y le pregunta si es verdad que tiene allí a Petronio completo. Capponi le responde que es público y notorio. Meibomins le suplica que se lo enseñe. Capponi le conduce a la Iglesia donde descansa el cuerpo de San Petronio. Meibomins toma el correo y huye.
Si el jesuita Daniel tomó a un abad guerrero, materialem abbatem, por el abad Marcial, cien historiadores han incurrido en mayores errores. El jesuita Dorleans, en su obra Revoluciones de Inglaterra, habla indiferentemente de Northampton y de Southampton, no equivocándose mas que de Norte a Sur.
Frases metafóricas, tomadas en un sentido propio, han decidido muchas veces la opinión de muchas naciones. Conocida es la metáfora de Isaías: «¿Cómo caíste del cielo, estrella brillante que apareces al rayar la mañana?» Supusieron que en esa imagen se aludía al diablo, y como la palabra hebrea que corresponde a la estrella de Venus se tradujo en latín por la palabra «Lucifer», desde entonces se ha llamado siempre Lucifer al diablo.
El ejemplo más singular del abuso de las palabras, de los equívocos voluntarios y de los errores que han producido más trastornos nos lo ofrece el King-Tien de la China. Varios misioneros de Europa disputaron acaloradamente sobre la significación de esa palabra. La corte de Roma envió un francés llamado Maigrot, nombrándole obispo imaginario de una provincia de la China, para que decidiera el sentido de la indicada palabra. Maigrot no sabía una palabra del idioma chino. El emperador se dignó explicarle lo que en su lengua significaba King-Tien; Maigrot no lo quiso creer, y consiguió que Roma excomulgase al emperador de la China.
No acabaríamos nunca si hubiéramos de referir todos los abusos de palabras que nos acuden a la imaginación.