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AMOR PROPIO – Voltaire – Diccionario Filosófico

Diccionario Enciclopédico Hispano-Americano

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Sencilla exposición de la mitología griega, historia de los héroes, semidioses y hombres célebres griegos. Por Fernán Caballero.

 

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VOLTAIRE – DICCIONARIO FILOSÓFICO 

Índice) (B-C) (D-F) (G-N) (O-Z

Voltaire es un precursor. Es el portaantorcha
del siglo XVIII, que precede y anuncia la Revolución.
Es la estrella de ese gran mañana. Los sacerdotes
tienen razón para llamarle Lucifer.

         VÍCTOR HUGO

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Voltaire – Diccionario Filosófico  

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AMOR PROPIO

Amor propio - Diccionario Filosófico de VoltaireNicole, en sus Ensayos de moral, escritos después que se habían publicado dos o tres mil volúmenes de la misma materia, dice que «por medio de ruedas y de patíbulos establecidos en común, deben reprimirse los pensamientos y los designios tiránicos del amor propio de cada particular».

No examinaré si se pueden tener patíbulos en común, como se tienen prados y bosques, ni si con ruedas se pueden reprimir los pensamientos; pero sí que diré que es hecho muy extraño que Nicole tome por cosa equivalente el robo en camino real y el asesinato por amor propio. Es preciso distinguir mejor unas cosas de otras. El que dijera que Nerón hizo asesinar a su madre por amor propio y que el ladrón Cartouche estaba dotado de amor propio excesivo se expresaría incorrectamente. El amor propio no es una maldad, es un sentimiento natural en todos los hombres, y está más cerca de la vanidad que del crimen.

Un pordiosero que se situaba en los alrededores de Madrid pedía limosna con altivez. Un transeúnte le preguntó: «¿No os da vergüenza ser un vago, pudiendo, como podéis, trabajar?» «Señor —le respondió el mendigo—, os pido dinero y no consejos.» Y dicho esto, le volvió la espalda, conservando toda la dignidad castellana. Era un mendigo más orgulloso que el señor, cuya vanidad se ofendió sin motivo. Pedía limosna por amor a sí mismo, y no consentía que le reprimiera otro amor propio

Un misionero que viajaba por la India se encontró con un fakir que estaba cargado de cadenas, desnudo como un mono, acostado boca abajo, recibiendo latigazos por los pecados que cometieron sus compatriotas los indios, y a cambio éstos le daban algunos ochavos. «¡Qué manera de renunciar a su amor propio!», exclamó uno de los espectadores. «No renuncio a mi amor propio —replicó el fakir—; sabed que si me dejo azotar en este mundo es para devolveros los azotes en el otro, cuando vosotros seáis caballos y yo jinete.»

Los que creen que el amor propio es la base de los sentimientos y de las acciones de los hombres tienen razón en España, en la India y en todo el mundo habitable. Y así como nadie escribe para probar que tiene rostro, tampoco se necesita escribir para probar que se tiene amor propio, instrumento de la propia conservación y semejante al instrumento de la perpetuidad de la especie. Como éste nos es necesario, nos es querido, nos causa placer, y por esto lo ocultamos.

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