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Voltaire – Diccionario Filosófico |
ANTIGÜEDAD
Habréis visto algunas veces en una aldea a un rústico y a su mujer empeñarse en ir en la procesión precediendo a sus vecinos, alegando para esto tener perfecto derecho, y diciéndoles: «Nuestros abuelos repicaban ya las campanas antes que los que nos codean hoy día llegasen a ser propietarios de un mal establo.» La vanidad del rústico, de su mujer y de los vecinos, no alcanza más, pero cuestionan, como si se tratase de un punto de honor, sobre el que no tienen más pruebas. Un sabio que cantaba en el facistol, descubre un día una antiquísima caldera oxidada, que tiene por marca una A, la primera letra del apellido del calderero que la construyó, y el rústico se convenció de que esa caldera era un casco de sus antepasados. De este modo César descendía de un héroe y de la diosa Venus. Ésta es la primitiva historia de todas las naciones, y poco más o menos ése es el conocimiento que tenemos de la más remota antigüedad
Los sabios de Armenia «demuestran» que en su país existió el Paraíso terrenal. Los suecos «demuestran» que existió hacia el lago Vener; los españoles «demuestran» que estuvo en Castilla, y los japoneses, los chinos, los tártaros, los indios, los africanos y los americanos, son tan desgraciados, que no supieron nunca que existió en otros tiempos un paraíso terrestre en los manantiales del Fisón, del Gehón, del Tigris y del Eufrates, o en los manantiales del Guadalquivir, del Guadiana, del Duero o del Ebro; porque de Fisón se forma con facilidad la palabra Fætis y de Fætis se forma la palabra Bætis, que significa Guadalquivir. El Gehón es indudablemente el Guadiana, que empieza por una G. El Ebro está en Cataluña, y es indudablemente el Eufrates, porque la E es su letra inicial.
Entablada esta cuestión, se presenta un escocés a demostrar que el jardín del Edén estuvo situado en Edimburgo, porque aún conserva su primitivo nombre. Es de creer que esta opinión haga fortuna dentro de algunos siglos.
«En tiempos antiguos se incendió todo el globo —dice un hombre versado en la historia antigua y moderna—, porque he leído en un diario que se ha encontrado en Alemania madera carbonizada a cien pies de profundidad y entre montañas, y hasta se sospecha que en aquella parte debió haber carboneros.» La aventura de Faetón prueba que hirvió toda la tierra hasta el fondo del mar. El azufre que encierra el monte Vesubio prueba indudablemente que las riberas del Rhin, del Danubio, del Ganges, del Nilo y del gran río Amarillo, son de azufre y de nitro y están esperando el momento de la explosión para reducir el mundo a cenizas, como ya lo estuvo otra vez. La arena sobre la que caminamos es una prueba evidente de que el universo se ha vitrificado y que el globo es realmente una bola de vidrio, lo mismo que nuestras ideas.
Pero si el fuego cambió el globo, el agua produjo mayores revoluciones: el mar, cuyas mareas ascienden hasta veinte pies de altura en los climas meridionales, produjo las montañas que se elevan desde su nivel a diez y seis o a diez y siete mil pies. Esto es tan cierto, que algunos sabios que no han estado nunca en Suiza encontraron un inmenso buque, con todos sus aparejos, petrificado en el monte de San Gotardo, o en el fondo de un precipicio, o no saben bien dónde, pero lo cierto es que estaba allí. Luego originariamente los hombres han sido peces.
Para descender de la primitiva antigüedad a otra menos remota, hemos de ocuparnos de los tiempos en que la mayor parte de las naciones bárbaras salieron de sus países para ir a buscar otros que valían menos. Es verdad (si algo sabemos verdadero de la historia antigua) que existieron bandidos galos que fueron a saquear a Roma en la época de Camilo, y que otros bandidos galos pasaron por la Iliria para ir a alquilar sus servicios de asesinos a otros asesinos en Toracia, donde cambiaron su sangre por pan, estableciéndose luego en Galatia. ¿Mas quiénes eran esos galos? Sin duda fueron los que los romanos bautizaron con el nombre de cisalpinos, y que nosotros llamamos trasalpinos, montañeses hambrientos que moraban cerca de los Alpes y del Apenino. Los galos del Sena y del Marne no sabían entonces que Roma existía, y no podían aventurarse a pasar el monte Cenis, como lo hizo después Aníbal, para robar el guardarropa de los senadores romanos, que entonces tenían únicamente por trajes y adornos una vestidura de pésimo paño gris, orlada con una banda de color de sangre de toro; dos pequeños pomos de marfil, o mejor dicho, de huesos de perro, colocados en los brazos de una silla de madera, y en sus cocinas, por toda vianda, un pedazo de tocino rancio.
Los galos, que se morían de hambre, no encontrando qué comer en Roma, se fueron más lejos a buscar fortuna, como luego hicieron los mismos romanos destruyendo y conquistando muchísimos países, y como más tarde hicieron los pueblos del Norte, cuando aniquilaron al Imperio romano.
Si nos hemos enterado de esas terribles emigraciones fue por algunos párrafos que por casualidad escribieron los mismos romanos. Porque los celtas y los galos, lo mismo que los bardos (1), en aquella época no sabían leer ni escribir.
Inferir de lo que llevamos dicho que los galos o los celtas, que fueron conquistados por algunas legiones de César y en seguida por una horda de godos, luego por otra horda de borgoñones, y por fin por otra horda de sicambros, habían anteriormente subyugado al mundo entero y dictado sus leyes en el Asia, me parece una exageración y una inverosimilitud. No es un hecho matemáticamente imposible; por lo tanto, cuando me lo demuestren lo creeré.
II – De la antigüedad de las costumbres
¿Quiénes fueron los primeros locos que existieron antiguamente en Egipto, en Siria o en otros pueblos? ¿Qué significaba el muérdago de la encina? ¿Quién fue el primero que veneró un gato? ¿Qué nación fue la primera que bailó en honor de los dioses debajo del ramaje de los árboles? ¿Qué pueblo fue el primero que organizó las procesiones y llevó delante de ellas locos con campanillas? ¿Quién ideó pasear por las calles un príapo, y después clavarlo en las puertas a guisa de aldaba? ¿Qué árabe inventó colgar los calzones blancos de su mujer en la ventana de la casa al día siguiente de su boda?
Las antiguas naciones tenían la costumbre de bailar a la luz de la luna nueva. ¿Es que se dieron esa consigna? No; como no se la dieron para regocijarse por el nacimiento de un hijo ni para llorar por la muerte del padre. Los hombres se alegran siempre de volver a disfrutar de la luz de la luna después que pasan algunas noches a oscuras. Hay muchísimos usos que son tan naturales en todos los hombres, que no se puede decir que los vascos los han enseñado a los frigios ni que los frigios los han enseñado a los vascos.
La costumbre de usar el agua y el fuego en los templos se introdujo por sí misma. Los sacerdotes no quieren tener siempre las manos sucias, y necesitaban tener fuego para cocer la carne inmolada, como necesitaron quemar astillas de madera resinosa para que el aroma de éstas destruyese el hedor de la sacra carnicería. Pero las ceremonias misteriosas, que son dificilísimas de interpretar, los usos que la Naturaleza no enseña, ¿en qué sitio, cuándo y por qué se han inventado? ¿Qué pueblo los comunicó a otro pueblo?
No es verosímil que les haya ocurrido al mismo tiempo a un árabe y a un egipcio cortar a sus hijos el extremo del prepucio, ni que un chino ni un persa pensaran a un mismo tiempo en castrar a los jóvenes al llegar a la pubertad. No se les hubiera ocurrido nunca al mismo tiempo a dos padres de diferentes regiones la idea de degollar a sus hijos por complacer a Dios. Para esto es indudablemente preciso que unas naciones comuniquen a otras sus locuras serias, ridículas o bárbaras, y en la más remota antigüedad es donde se debe husmear para descubrir, si podemos, el primer insensato y el primer malvado que ha pervertido al género humano.
Pero ¿cómo es posible saber si en Fenicia fue Jehud el inventor de los sacrificios de sangre humana al inmolar a su hijo? ¿Cómo estar seguros de que Lycaón fue el primero que comió carne humana, cuando no sabemos quién fue el primero que comió pollos?
También se ha buscado el origen de las antiguas fiestas, y creemos que la más antigua y la más agradable y útil es la de los emperadores de la China, que labran y siembran con los primeros mandarines (2). La segunda es la de las fiestas de Ceres, que se celebraba en Atenas. Festejar al mismo tiempo la agricultura y la justicia, demostrando a los hombres que una y otra son necesarias, unir el freno de las leyes al provecho de las artes prácticas, manantial de la riqueza, es costumbre sabia y útil al mismo tiempo.
Antiguamente se celebraban fiestas alegóricas en todas partes al renovarse las estaciones. No fue necesario que una nación viniera de lejos a enseñar a otra que debían darse muestras de amistad y regocijo a los conocidos el primer día del año. Esta costumbre la tuvieron todos los pueblos. Las Saturnales de los romanos las conocemos, pero son desconocidas para nosotros las de los allobroges y de los pictos. Esto es porque nos quedan muchísimos escritos de los romanos, y no los tenemos de los otros pueblos de la Europa occidental. La fiesta de Saturno se reducía a festejar al Tiempo, al que dotaron de cuatro alas, para indicar su velocidad. Le atribuían además dos rostros, con los que indudablemente querían representar el año concluido y el año empezado. Los griegos decían que Saturno se había comido a su padre y que se comía a sus hijos, dando a entender con esta alegoría que el Tiempo se tragó el pasado, y se traga el presente y se tragará el porvenir.
¿Por qué hemos de buscar inútiles y tristes explicaciones de fiesta tan universal, tan alegre y tan conocida? Examinando la antigüedad, no veo en ella ninguna fiesta anual que sea triste; hasta la que empieza por lamentaciones, termina bebiendo, riendo y bailando. En la fiesta para llorar la muerte de Adoni o Adonai, que nosotros llamamos Adonis, éste resucita en seguida, y los asistentes a la fiesta se regocijan al ver su resurrección. Lo mismo sucede en las fiestas de Isis, de Osiris y de Horus, y en las que los griegos celebraban en honor de Ceres y de Proserpina. |
No encuentro ni una sola conmemoración general de un acontecimiento infausto. Los que instituyeron las fiestas no hubieran tenido sentido común caso de instituir en Atenas la celebración de la batalla que la ciudad perdió en Queronea, y en Roma la conmemoración de la batalla que ésta perdió en Cañas. Perpetuaron el recuerdo que podía animar el valor de los hombres y no el recuerdo de lo que podía inspirarles cobardía o desesperación. Esto es tan cierto, que hasta inventaron fábulas por el gusto de instituir fiestas. Cástor y Pólux no pelearon combatiendo en pro de los romanos en las orillas del lago Regilo; pero los sacerdotes lo hicieron creer así en Roma trescientos o cuatrocientos años después, y el pueblo bailaba en honor de ellos. Hércules tampoco libró a Grecia de la hidra de siete cabezas que la amenazaba; pero el pueblo cantó a Hércules y a la hidra.
III – Fiestas instituidas sobre quimeras
No creo que en toda la antigüedad se celebrara fiesta alguna sobre hechos comprobados. Es ridiculez en los sofistas que nos digan magistralmente: «He aquí el antiguo himno que se cantó a Apolo cuando visitó a Claros; luego Apolo fue a Claros. Se edificó una capilla en honor de Perseo; luego él libertó a Andrómaca.» Estas son las consecuencias que sacan. Si así no lo hicieran, ¿qué quedaría de la sabia antigüedad que precedió a las olimpiadas? Se convertiría en lo que debe ser, en época desconocida, de alegorías y de mentiras, en una época que desprecian los sabios y discuten profundamente los tontos, los cuales se complacen en nadar en el vacío, como los átomos de Epicuro.
En todas las naciones hubo días marcados de penitencia y de expiación en los templos; pero esos días no se llamaron nunca con un nombre equivalente al de las fiestas. Las fiestas se consagraban siempre a la diversión. Tan cierto es esto, que los sacerdotes egipcios ayunaban la víspera para comer mejor al día siguiente, costumbre excelente que han conservado los frailes. Indudablemente existieron ceremonias lúgubres, pero no bailaban la danza griega titulada branle cuando iban a enterrar o llevaban a la hoguera a un hijo o a una hija. Esto era una ceremonia pública, pero no era una fiesta.
IV – De la antigüedad de las fiestas que suponen fueron lúgubres
Hombres ingeniosos y profundos, rebuscadores de antigüedades y capaces de saber cómo estuvo constituido el mundo cien mil años atrás, si alguien pudiera saberlo, suponen que los hombres que quedaron reducidos a escaso número en ambos continentes, consternados por las numerosas revoluciones que había sufrido el globo, perpetuaron el recuerdo de tantos infortunios por medio de conmemoraciones funestas y lúgubres. «Todas las fiestas —dicen— marcan un día de horror y se han instituido para recordar a los hombres cómo destruyeron a sus padres el fuego que se escapó de los volcanes, las rocas que cayeron de las montañas, las irrupciones de los mares, los dientes y las garras de las fieras, el hambre, la peste y las guerras.»
Siendo esto así, nosotros no nos parecemos a los hombres de la antigüedad. Nunca se divirtieron tanto en Londres como después que pasó la peste y el incendio de la ciudad, durante el reinado de Carlos II. Los franceses entonaron canciones antes de terminar las matanzas de Saint-Barthelemy, y todavía se conservan los pasquines que se pusieron al día siguiente del asesinato del almirante Coligny. Estaban impresos los pasquines en París y decían: «Passio domini nostri Gaspar di Coligny secundum Bartholomæum.»
Muchas veces, el sultán que reina en Constantinopla hizo bailar a sus eunucos y a sus odaliscas en los salones bañados con la sangre fresca de sus hermanos y de visires. ¿Qué hace el público en París el día que se recibe la noticia de la pérdida de una batalla y de la muerte de muchos oficiales bravos? Asistir a la Opera o la Comedia. ¿Qué hizo cuando inmoló a la mariscala D’Ancre en la plaza de la Gréve la barbarie de sus perseguidores? ¿Qué hizo el público cuando en una carreta arrastraron al suplicio al mariscal Marillac, en virtud de una orden que firmaron los dependientes del cardenal Richelieu? ¿Qué hizo cuando el teniente general de los ejércitos, el conde de Lally, que había vertido su sangre por el Estado, y al que condenaron a muerte sus enemigos, fue llevado al cadalso en el carro de la basura con una mordaza en la boca? ¿Qué hizo cuando el caballero de La Barre, a los diez y nueve años de edad, candoroso, bravo y modesto, pero muy imprudente, fue entregado a los más horribles suplicios? ¿Sabéis lo que hizo el público de París? Cantar coplas de vaudeville. Así es el hombre, por lo menos el hombre que vive a orillas del Sena; y así lo fue en todos los tiempos, por la misma razón que los conejos siempre tienen pelo y las alondras plumas.
V – Del origen de las artes
Pretendemos conocer a fondo la teología de Thaut, de Zerdust, de Sanchoniathon y de los primeros brahmanes, y no sabemos quién inventó la lanzadera. El primer tejedor, el primer albañil y el primer forjador, indudablemente fueron grandes genios, pero nadie se acuerda de ellos. ¿Por qué? Porque ninguno de ellos inventó un arte perfeccionado. El que derribó una encina para que le sirviera de puerta o de puente para atravesar un río, no construyó galeras; los que arrancaron en la montaña grandes piedras con traviesas de madera, no idearon la edificación de las pirámides. En todo se adelanta gradualmente y la gloria no corresponde a nadie.
Todo se hizo a tientas, hasta que los filósofos, con la ayuda de la geometría, enseñaron a los hombres a proceder con exactitud y seguridad. Fue preciso que Pitágoras, al regresar de sus viajes, enseñara a los obreros el modo de hacer una escuadra perfectamente exacta. Tomó tres reglas, una de tres pies, otra de cuatro, otra de cinco, y con ellas formó un triángulo rectángulo. Además, el lado quinto alcanzaba un cuadrado precisamente doble que los cuadrados de los lados tercero y cuarto, método importante para la simetría de las obras. Ese famoso teorema lo trajo de la India, y como ya dijimos en otra parte, fue conocido mucho tiempo antes en la China, según refiere el emperador Kang-hi.
Arquitas y Eratóstenes inventaron un método para doblar el cubo, lo que era impracticable según la geometría ordinaria.
Arquímedes encontró el modo de calcular con exactitud la liga que tenía mezclada el oro, y trabajaban ese dichoso metal muchísimo tiempo antes de que pudiera descubrirse el fraude que cometían los obreros. La bribonería se conoció también muchísimo tiempo antes que las matemáticas. Las pirámides se construyeron a escuadra, correspondiendo con exactitud a los cuatro puntos cardinales, y eso prueba que en Egipto, desde tiempo inmemorial, se conoció la geometría.
Sin el conocimiento de la filosofía, no seríamos superiores a los animales que cavan y elevan sus habitaciones, que preparan en ellas sus alimentos y cuidan y nutren a sus pequeñuelos, y resultan superiores a nosotros al nacer vestidos.
Vitrubio, que viajó por la Galia y por España, refiere que todavía en su época se edificaban las casas con argamasa compuesta de barro y paja, y tapaban los techos con rastrojos o bálago, desconociendo aún el uso de las tejas. Y Vitrubio vivió en la época de Augusto. Las artes apenas eran conocidas entre los españoles, que poseían minas de oro y de plata, y entre los galos, que habían peleado diez años contra César. El mismo Vitrubio nos dice que en la opulenta e ingeniosa Marsella, que comerciaba con muchas naciones, los techos eran de arcilla petrificada y de paja. Nos dicen también que los frigios profundizaban bajo tierra las habitaciones: fijaban estacas alrededor del foso y las juntaban en forma de punta; después rellenaban de tierra todo el sitio que aquéllas ocupaban. Los hurones y los olbouquines tenían mejores habitaciones. El estado en que se encontraba la arquitectura en tiempos de Vitrubio puede darnos la idea de lo que sería mucho antes la ciudad de Troya, que edificaron los dioses, y el magnífico palacio de Príamo.
Los modernos poseemos nuestras artes y la antigüedad poseyó las suyas. En la actualidad no sabríamos construir una trirreme, pero construimos buques dotados de cien cañones. No sabemos elevar obeliscos de cien pies de altura construidos de una sola pieza, pero poseemos meridianos exactos. Desconocemos el viso, pero las sedas de Lyón valen más que el viso. El Capitolio es notable, pero la iglesia de San Pedro es mucho mayor y más admirable. El Louvre es una obra magistral comparada con el palacio de Persépolis, cuya situación y cuyas ruinas nos dan a entender que fue el vasto monumento de la barbarie rica. La música de Rameau equivaldrá probablemente a la de Timoteo, y cualquier cuadro que se presente hoy en París en el Salón de Apolo es superior a las pinturas que hemos desenterrado en Herculano.
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(1) Bardos; bardi; recitantes camina bardi; eran los poetas y los filósofos de los welches.
(2) Véase el artículo Agricultura