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APOLO Bellas Artes – DICCIONARIO ENCICLOPÉDICO HISPANO-AMERICANO

APOLO, en la pintura y la escultura (bellas artes)

Índice

APOLO

Bellas Artes. En los tiempos primitivos del arte helénico, las representaciones iconográficas del dios «siempre joven, vencedor de las tinieblas,» fueron muy rudas, tanto que en Amiklae se le figuró por medio de una columna con cabeza, pies y brazos. Los escultores dorios de mitad del siglo VI a. de J. C. comenzaron a fijar el tipo de Apolo, dándole la apariencia de un atleta. Los escritores greco-romanos nos han conservado los nombres de muchos artistas de este período y de los siguientes, que esculpieron estatuas y bajos relieves alusivos a Apolo; pero mejor que por descripciones de obras que no existen, puede juzgarse por las estatuas arcaicas de  Thera y Orchomeno existentes en el Museo de Atenas y la de Actium en el Louvre; cual era el ideal dorio rudo y vigoroso, personificación de la fuerza material. Muy semejante a éstas debió ser la estatua célebre de Canacus, representada en las monedas de Mileto y de la cual se creen copias los bronces de la Scala Nova y el Piombino en el Louvre y el de Payne Knight en Londres, los cuales representan al dios desnudo, llevando el pelo trenzado, el arco en una mano y un pavo real en la otra. Los predecesores de Fidias introdujeron la novedad de vestir a Apolo con los trajes griegos, caracterizando su fisonomía por la belleza y la serenidad, preparando así el camino a las escuelas del siglo IV, cuyos maestros Escopas, Praxíteles y Fidias con sus estatuas de Apolo Musageta, Samoctono y Paronopios, fijan definitivamente el tipo del dios en el arte clásico, adoptado no sólo por los griegos, sino también por los romanos y luego por los artistas del Renacimiento.

Los pintores no quedaron atrás en la afición a reproducir la imagen y los diversos episodios de la vida del dios sol, y si la tarea de enumerar las estatuas, bajos relieves, monedas, camafeos y entabladuras que existen en los Museos y colecciones particulares sería interminable, no fuera menas corta la de indicar las pinturas que adornan los vasos italo-griegos y las que se han descubierto en Pompeya, Herculano y en diversos puntos de Europa.

Llegando ya a los tiempos modernos, pues en la Edad Media sólo encontraremos algunas miniaturas de códices, recuerdo más o menos desfigurado del arte antiguo, mencionaremos entre las infinitas obras referentes a Apolo las más culminantes, a saber: los frescos de Rafael en la Ciudad eterna titulados Apolo en el Parnaso, los de Mengs sobre el mismo asunto en la villa Albani y las inmensas composiciones decorativas ejecutadas por P. Cornelius en la Gliptoteca de Munich, que reproducen todo el mito del hijo de Latona. Entre los cuadros deben citarse uno del Guerchino en Florencia, otro de Aníbal Carracci en la National Gallery, varios de Albano, Van Loo y E. Delacroix en el Louvre y tres de Rubens en las galerías de la Colección Lichtenstein en Viena y en otras de Alemania. En el Museo de Madrid se conservan, aparte del cuadro de Velázquez, que representa a Apolo en la herrería de Vulcano y que describiremos bajo su título usual de Las Fraguas de Vulcano, tres lienzos, números 1636, 1637 y 1642, clasificados los dos primeros como copias de Rubens y el último como obra de su escuela, y dos cuadros notables de Cornelio de Vos y Poussin, números 1793 y 2043.

No menos extensa podría ser la enumeración de grabados, bajos relieves y estatuas antiguas y modernas que podríamos hacer, pero como por separado describimos las obras plásticas o gráficas de fama universal, aquí nos limitaremos a hacer notar que no hay museo de escultura, por escasa que sea su importancia, que no posea algún busto, cuando menos, del dios protector de las ciencias y las artes, no estando menos provistas de imágenes suyas las colecciones de estampas, en las que abundan los grabados de Falcone-Van Orley, Goltrins, M. Antonio, Audrán, Ponce, Lenine, Filipart, etc.
 

Apolo y Marsias. –

Pintura sobre tabla, atribuida a Rafael. Colección de M. Morris Moore.

Sentado sobre una piedra, Marsias toca la flauta mientras Apolo, apoyado en un bastón, le escucha sonriendo con aire despreciativo. Ambos personajes están desnudos, sin duda porque el artista quiso expresar por medio del dibujo la diferente naturaleza del dios y del sátiro; así mientras el cuerpo del primero ofrece unas formas elegantes y perfectas, dignas de una estatua de Praxíteles, el segundo no es más que un estudio concienzudo y perfecto del natural. Un paisaje admirable con figurillas microscópicas completa la escena, iluminada por una luz dulce y suave.

Cuando esta tabla se expuso en París en 1859 excitó en alto grado la admiración de los inteligentes, que desconcertados por la superioridad de las cualidades que atesora, la atribuyeron a diferentes maestros, si bien la mayoría se inclinó a ver en ella una obra de Rafael. Hoy, después de haberla comparado con un cartón indubitado del Señorío que existe en la Academia de Bellas Artes de Venecia, no puede caber duda sobre la paternidad de la composición.
 

Apolo del Belvedere. –

Estatua en mármol. Museo del Vaticano. Winckelmann, en su Historia del arte, la describe en estos términos:

«La estatura del dios está por cima de la del hombre, y su actitud respira majestad. Una primavera eterna, tal como la que reina en los campos afortunados del Eliseo, reviste de amable juventud las formas viriles de su cuerpo y brilla con dulzura sobre la fiera estructura de sus miembros… Ha perseguido a Pitón contra el cual ha disparado su arco temible y en su rápida carrera le ha alcanzado, dándole el golpe mortal. Lleno de alegría, su mirada augusta penetrando en el infinito se extiende hasta más allá del objeto de su victoria. El desdén se ve sobre sus labios, la indignación hincha sus narices, pero una paz inalterable brilla sobre su frente y su mirada está llena de dulzura, como si estuviera en medio de las musas, ansiosas de prodigarle sus caricias.»

Otros sabios arqueólogos contradicen esta opinión, afirmando que el Apolo del Belvedere es una copia romana de un original de Lisipo que representa al dios defendiendo su templo de Delfos de los ataques de los galos. Sea una cosa otra, el mármol del Vaticano ofrece un ejemplo de Apolo representado bajo su aspecto guerrero.

No entraremos a discutir si el Apolo de Belvedere es, como dicen Winckelmann v Mengs, la más bella escultura de la Grecia y el modelo completo de lo sublime o si, como opinan varios otros autores con Chateaubriand a la cabeza, se ha elogiado con demasía la estatua del Vaticano, porque esta cuestión nos separaría de nuestro objeto; sólo diremos, de acuerdo con críticos muy eminentes, que mereciendo este Apolo todos los elogios que de él se han hecho, sin embargo no se le debe anteponer a las Venus de Médicis y de Milo, a la Diana y el Gladiador del Louvre, al Fauno de Florencia, al Laocoonte de Roma y a otras estatuas de renombre tan justo como universal.

El Apolo del Vaticano fue  hallado a principios del siglo XVI en los baños de Nerón en Porto de Anzio, cerca de Ostia, y Miguel Ángel la colocó en el patio denominado el Belvedere de donde tomó su nombre. Las tropas francesas se incautaron de ella en tiempo de las guerras napoleónicas, pero tuvieron que devolverla en 1815 cuando las tropas aliadas impusieron a la nación vecina el reintegro de las obras de arte expoliadas a toda Europa.
 

Apolo Sauroctono. –

Con este nombre se conoce una obra maestra de Praxíteles cuyo original ha desaparecido, pero del cual se conservan tres copias que permiten reconstruir la obra del artista ateniense; el bronce de la Villa Albani y los mármoles del Louvre y el Vaticano. Esta estatua presenta al hijo de Júpiter y Latona bajo el aspecto de un joven casi niño de formas esbeltas y delicadas que, sonriendo maliciosamente, se apresta a herir con una flecha a un lagarto que sube por el tronco en que el dios se apoya. Según Max Collignon esta composición que hace alusión a un mito extranjero o a una leyenda siciliana es sin duda un hecho extraño en el ciclo figurado de Apolo. E. David quiso explicar la actitud del Sauroctono diciendo que el dios llegado a la pubertad es la imagen del sol en el equinoccio de la primavera, que reanima a todos los seres con sus rayos, predisponiéndoles a la reproducción. Lo indudable es que Praxíteles, con su estatua del matador de lagartos, (nombre con que se designaba ya en Roma esta obra famosa, según el testimonio de Plinio) hizo prevalecer en las representaciones del dios el carácter de juventud y gracia que se encuentra en estatuas de épocas posteriores.
 

Apolo y Musageta. –

Estatua en mármol. – Museo Pío Clementino del Vaticano. – Según la autorizada opinión de arqueólogos insignes, el Apolo Musageta (Director de las musas) del Vaticano es una reproducción del que Escopas ejecutó para los Ramnusienses y que, trasladado más tarde a Roma por el emperador Augusto, fue colocado en el Palatino después de la victoria de Actium. La estatua que nos ocupa representa al dios de los certámenes musicales vistiendo una larga túnica pítica ceñida a la cintura y flotando airosamente bajo el amplio manto. Una corona de laurel adorna la cabeza de Apolo, que con los ojos fijos en el cielo parece expresar el éxtasis que experimenta, en tanto que sus manos arrancan a la lira inspiradas notas.

El Apolo Musageta fue  hallado juntamente con las estatuas de las musas en los jardines de Tívoli en 1774, siendo adquirido por Pío VI.

En el Museo de Gli Studi de Nápoles y en la Gliptoteca de Munich se conservan otras dos estatuas antiguas denominadas Apolo Citarista que ofrecen grandes semejanzas con la del museo Pío Clementino: todas ellas son notables por la grandiosidad de la actitud, la severidad del estilo y la perfección con que están esculpidas, cualidades que revelan ser obra de un artista notable.
 

Apollino. –

Estatua en mármol. – Galería degl’Ufizzi. – Florencia. – Con este diminutivo italiano es conocida en el mundo artístico una representación de Apolo de dos tercios del tamaño natural, que por la belleza de su estilo se cree copia de una obra de Cleomane, el autor de la Venus de Médicis. Aparece el dios de las artes enteramente desnudo, ligeramente inclinado sobre la pierna izquierda y apoyando el brazo del mismo costado sobre el tronco de un árbol, del cual pende el carcax provisto de flechas; el otro brazo aparece replegado sobre la cabeza en actitud llena de abandono y desenvoltura. El movimiento gracioso y elegante del cuerpo, la expresión risueña de la fisonomía y lo perfecto de la ejecución, que hace el efecto de la carne más fina y delicada, todo concurre a justificar la aserción de A. R. Mengs, que dice que así como el Apolo del Belvedere es el modelo de lo sublime, el Apollino de Florencia es el modelo de lo gracioso.

Esta estatua figura en Galería degl’Ufizzi desde 1780.

Apolo (mitología)