APOLO, dios griego (mitología griega)
APOLO
Mitología. Uno de los grandes dioses de la Grecia, de los más conocidos y populares en los tiempos modernos. Personificaba al Sol.
I. Mito de Apolo. –
El himno homérico a Apolo Deliano contiene el relato más antiguo del nacimiento del dios, fruto de la unión de Júpiter con Latona, personificación de la noche. El alumbramiento de ésta tuvo lugar en Delos, en presencia de todos los inmortales a excepción de la celosa Juno; las diosas recibieron al dios con un grito general de alegría, le lavaron en agua limpia y pura y le envolvieron en un velo blanco y ligero ciñéndosele con un cinturón dorado. Fue amamantado por Themis.
Tal era la leyenda jonia cuyos detalles han interpretado los filólogos y mitólogos: las mantillas vaporosas del recién nacido son una imagen de los vapores blanquecinos a cuyo través se abre paso la luz del día; según el himno homérico, apenas se despojó Apolo de sus mantillas, pidió arco y flecha y se puso en marcha inundando de oro la isla de Delos, avanzando primeramente por los picos del monte Cynthos, porque el Sol ilumina antes las cumbres de las montañas que los valles. Según otra tradición menos popular, Apolo y su hermana Diana nacieron en el bosque sagrado de Ortigia. Apolo se enamoró de Dafne, ninfa profética que interpretaba el oráculo de Gea, quién habiendo escuchado sus gritos cuando Apolo iba a triunfar de ella, la ocultó en su seno naciendo del sitio por donde desapareció el rosal preferido de Febos.
La mitología comparada reconoce en la joven Dafne a la Aurora que huye del Sol levante, el cual, con sus brillantes rayos, le causa la muerte; según la expresión de un poeta védico es «la Aurora que expira cuando el Sol poderoso que ilumina el cielo comienza a respirar.» La lucha de la luz con las tinieblas simbolizada por la victoria de un dios o de una serpiente en todas las mitologías arias, lo está en la griega por el triunfo de Apolo sobre la serpiente Pitón, la primera de sus hazañas. Pitón era un monstruo enviado por Juno para matar a Latona en venganza de la infidelidad de Júpiter, la cual ocurrió cuatro días después del nacimiento de Apolo, quien con las flechas que le había forjado Vulcano, venció a la serpiente en el valle Crissa al pie del Parnaso; tal es la fábula del Apolo Pitio. Luego que hubo causado esa muerte huyó a purificarse al valle de Tempe, entrando al servicio del rey tesaliano Admeto, penitencia que según otra tradición impuso Júpiter a su hijo, por haber dado muerte a los cíclopes que habían forjado el rayo con que el padre de los dioses hirió mortalmente a Esculapio. Esa esclavitud parece referirse al proceso del Sol, que después de manifestarse resplandeciente a los ojos de los hombres en el verano, se obscurece en el invierno.
El mismo sentido tiene la fábula del Apolo Hiperbóreo o sea el dios viajero que visitaba anualmente una región lejana y misteriosa que había en las inmediaciones de la Escitia o en las márgenes del Danubio, más allá del reino de Bóreas, dios del invierno y de los huracanes, enclavado en la cadena de los montes Rífeos, donde el Sol lucía de continuo. Al llegar la primavera Apolo regresaba a Delfos en un carro aéreo, arrastrado por blancos cisnes, símbolos de la pureza de la luz, o por los grifos que guardaban el oro, otro símbolo de la brillantez de los rayos lumíneos de las regiones boreales. El carácter mítico de Apolo Citaredo o Musageta, dios de la armonía, se refiere al himno del estío que según Alceo entonaba al volver del Hiperbóreo para saludar a la naturaleza. Otra variante de la misma leyenda es la del Apolo Ilicio, quien pasaba el estío en Delos y el invierno en el cálido país de Ilicia, estándole dedicado el lobo, que en otra versión es el destructor de los ganados protegidos por Apolo Nonios. Las Caritas estaban asociadas al dios, porque personificaban los rayos deslumbradores del sol naciente.
II. Culto de Apolo. –
Afectó diversas formas relacionadas con la variedad de los caracteres y emblemas del dios. Éste tenía suma importancia en el calendario griego, pues era el renovador de los meses, cuyos comienzos le estaban consagrados, como también el número siete, por ser el autor de la semana. Mediante su influjo, germinaban, crecían y se desecaban las plantas. De aquí que recibiese acciones de gracias por la madurez de los frutos y plegarias para que no los destruyese en las fiestas targelias que se celebraban a mediados de mayo o mes targelión; y de que al propio tiempo, en Delfos, se ofreciesen al dios Targelios las espigas de oro enviadas por muchas ciudades. Para ahuyentar ciertos enemigos naturales de las cosechas, los labradores imploraban a Apolo Parnopios.
Con análogo carácter se honraba al dios en las fiestas Hiacintias, referentes a los amores con el joven Hiacinto o Jacinto de cuyo nombre viene el de la flor así llamada; en el primer día de la fiesta se lloraba la muerte de Hyacinto y se le hacían ofrendas fúnebres, y al siguiente se cantaba su apoteosis e inmortalidad, expresando estos ritos la creencia en la renovación periódica de la naturaleza. Pero la más alta concepción de Apolo es la del arquero invencible de los gigantes Alcides y de Euritos; tal es el dios guerrero de la Ilíada, de terrible majestad y fuerza incomparable, y en estas ideas estaba inspirada su imagen adorada en Amicla y en Delfos.
De iguales conceptos nació el de Apolo como dios exterminador, cuyo arco siempre tendido, lanzaba flechas súbitamente sobre los mortales, sin distinción de edades; estando por lo mismo consideradas en Grecia como un beneficio las muertes repentinas; por eso también las Parcas reconocían a Apolo por guía.
Otras veces, la acción del sol, Apolo, era bienhechora, pues purificaba la atmósfera desecando el suelo y disipando los miasmas pútridos; como dios de la salud le levantaron una estatua los atenienses, después de la guerra del Peloponeso y los habitantes de Figalia le dedicaron un templo en Basa. Era el médico divino, padre de Esculapio, dios de la Medicina, y de quien les venía a los Asclepíades el arte de curar. En los gimnasios estaba la imagen de Apolo, dios de la salud y del vigor físico, junto a la de Mercurio. Sus rayos no sólo curaban los males físicos, sino que ahuyentaban los morales, resplandeciendo en el culto que se le prestaba la idea de la purificación, la cual informaba los sacrificios que le tributaban suplicantes doncellas en las fiestas de las Delfinias, y en otros sacrificios cruentos de dos criminales, un hombre y una mujer, que se inmolaban en la fiesta Targelia, costumbre que más tarde se dulcificó, y que respondía al fin de que las ciudades, como los individuos, se purgasen de sus impurezas.
La religión de la luz explica el concepto de Febo, dios de la armonía, cuyo coro le formaban las Horas, las Musas, las Caritas, Harmonía, Hebe y Venus; desde un principio figuró como Musageta o director del coro de las Musas. Decharme expresa la hipótesis de que quizá los antiguos pretendiesen ver en los rayos solares las cuerdas de la cítara, cuyos acentos modulaban el canto con que la naturaleza saluda al sol. Se le atribuía la invención de la cítara, diciendo otros que la recibió de Mercurio. Dado su carácter de dios musical, no se comprende por qué se le atribuyó antipatía por los instrumentos que no fuesen la lira, en lo cual se apoyaba la fábula de Marsyas, sátiro tañedor de flauta que osó rivalizar con la lira de Apolo, a la cual venció, pagando su audacia con la vida; el fin de esta fábula debió ser el de poner de relieve la inferioridad de la música frigia con respecto de la doria, lo que no impidió que Apolo llegara a ser el dios de los flautistas e inspirador de la poesía que se cantaba al son de la flauta. Delos y Delfos fueron centros de enseñanza del arte de la música y de famosos concursos musicales. La aptitud musical e inspiración apolinaria se consideró emanación divina, manifestándose en su mayor grado de sublimidad en el entusiasmo profético, pues Apolo descendía a ciertas almas privilegiadas de poetas o profetas, carácter que se explica por el carácter de dios de la verdad y del saber, que iba unido a su condición solar.
Los adivinos pretendían descender del dios, que estaba en relación con la Mántica. Las mujeres, más propensas que el hombre a las afecciones nerviosas, estaban mejor dispuestas para recibir las revelaciones apolinarias; las que ejercían la adivinación eran las Sibilas. Hubo en Grecia varios oráculos de Apolo, siendo el más famoso el establecido en Delfos, donde sentada en un trípode se hallaba la Pitia. El dios profeta era fundador de ciudades y legislador, llevando por símbolo un delfín, que le valió el epíteto de Delfiniano, porque ese animal sólo aparece sobre las ondas del Mediterráneo cuando alumbra el sol. Parece que el culto de Apolo siguió el curso de las expediciones de los dorios, quienes le adoraban como guía bajo el sobrenombre de Carneyos. También se le consideró como dios cazador.