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APÓSTATA, el emperador Juliano – Voltaire – Diccionario Filosófico

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Voltaire – Diccionario Filosófico  

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APÓSTATA

Juliano el Apóstata - Diccionario Filosófico de VoltaireTodavía cuestionan los sabios si el emperador Juliano fue verdaderamente apóstata o si no fue nunca verdadero cristiano.

Tenía seis años cuando el emperador Constancio, más bárbaro aún que Constantino, mandó degollar a su padre, a su hermano y a siete primos suyos. A duras penas él y su hermano Galo pudieron librarse de la tal carnicería; pero siempre Constancio le trató con rudeza, le amenazó con quitarle la vida, y no tardó mucho tiempo en ver que por orden del tirano asesinaron al último hermano que le quedaba. Los sultanes turcos más bárbaros no sobrepujaron nunca en bellaquerías y crueldades a la familia de Constantino. El estudio fue el único consuelo de Juliano desde su más tierna juventud. Secretamente conversaba con los filósofos más ilustres que profesaban la antigua religión de Roma, y es más que probable que siguiera la de su tío Constancio, o sea el cristianismo, por temor a que le asesinase.

Juliano se vio obligado a ocultar sus opiniones, como lo hizo Bruto en el reinado de Tarquino. Debió tener poca afición al cristianismo, porque su tío le obligó a ser fraile y a desempeñar en la Iglesia las funciones de lector. Es difícil profesar la religión del que nos persigue, sobre todo cuando trata de dominar nuestra conciencia.

Otra probabilidad de lo que estoy afirmando es que ninguno de sus actos demuestra que fue cristiano. Nunca pide perdón a los pontífices de la antigua religión, y les habla en sus cartas como si siempre hubiera estado afiliado al culto que observaba el Senado.

No hay pruebas de que practicase las ceremonias del Tauróbolo, que consistían en sacrificar un toro a Cibeles, y que se consideraban como expiación. Tampoco hay pruebas de que lavasen con sangre del toro lo que él llama «la tacha de su bautismo». Esta devoción pagana, por otra parte, no probaría más que pudiera probar la asociación de los misterios de Cibeles. En una palabra, ni sus amigos ni sus enemigos refieren ningún hecho probando que creyese alguna vez en el cristianismo y que sinceramente abandonara esta creencia para afiliarse a la de los dioses del Imperio. Si esto es así, tienen razón los que no le creen apóstata

Generalmente se reconoce en la actualidad que el emperador Juliano fue un héroe y un sabio, un estoico que igualó a Marco Aurelio. Todo el mundo opina hoy como Prudencio, poeta contemporáneo suyo, que le dedicó un himno en el que dice de Juliano:

Famoso por sus virtudes,
por sus leyes, por la guerra;
si a Dios servir no le plugo,
sirvió muy bien a la tierra.

Sus detractores se vieron reducidos a ponerle en ridículo por pequeñeces; pero tuvo más talento que los que se burlaban de él. El abad de La Blettiére le critica en su historia por «llevar la barba demasiado larga, mover demasiado la cabeza y andar precipitadamente». Otros escritores le censuran cosas parecidas, tan importantes como ésa. Dejemos que el ex jesuita Patouillet y el ex jesuita Nonotte llamen apóstata al emperador Juliano. En cambio, su sucesor el cristiano Jovieno le llamará divus Julianus

Tratemos a ese emperador como él trató a los cristianos. Magnánimamente decía de ellos: «No debemos odiarles, debemos compadecerles; bastante desgraciados son con equivocarse respecto al asunto más importante.»

Administraba rectamente justicia a sus vasallos; tributémosla, pues, nosotros a su memoria. He aquí un hecho de su historia. Varios habitantes de Alejandría se encolerizaron con un obispo cristiano, que era un hombre malvado, cobarde, feroz, y además supersticioso. Por calumniador y por sedicioso le detestaban todos los partidos, y los habitantes de Alejandría que acabamos de referir lo mataron a palos. He aquí la carta que el emperador Juliano escribió a los ciudadanos de Alejandría, con motivo de esa conmoción popular, en la que les habla como padre y como juez:

«En vez de dejar a mi cargo el castigo de los ultrajes que os infirieron, os habéis entregado a los arrebatos de la cólera. Habéis cometido los mismos excesos que reprocháis a vuestros enemigos. El obispo Jorge Biordos merecía tratarse como le habéis tratado, pero no debíais vosotros ser los ejecutores del castigo. Rigiendo leyes justas, debíais haberme pedido que las aplicara.»

Los enemigos de Juliano se atrevieron a llamarle infame, porque le creyeron apóstata; pero no le han podido llamar intolerante ni perseguidor, porque quiso extirpar la persecución y la intolerancia. Leed atentamente su carta 52, y respetad su memoria. ¿No fue bastante desgraciado por no haber sido católico, y tener que abrasarse en el infierno con el número inmenso de los que no son católicos, que aún insultamos su memoria hasta el extremo inicuo de acusarle de haber sido intolerante?

II

De los globos de fuego que se supone salieron de la tierra para impedir la reedificación del templo de Jerusalén, en el reinado del emperador Juliano.

Es probable que cuando el emperador Juliano resolvió llevar la guerra a la Persia necesitara dinero. Es probable también que los judíos se lo facilitaran con la condición de obtener permiso para reedificar su templo, que destruyó Tito, del que sólo quedaron los cimientos, una muralla y una torre. Pero ¿es posible que salieran del fondo de los cimientos globos de fuego que destruyeran las obras y los obreros, y que éstos tuvieran que suspender sus trabajos? ¿No hay visible contradicción en lo que refieren los historiadores respecto a esto?

¿Es posible que empezaran los judíos por destruir los cimientos del templo, tratando como trataban de reconstruirlo en el mismo sitio? El templo debió existir necesariamente en el monte Moria. Allí lo construyó Salomón; allí lo reedificó con mayor solidez y magnificencia Herodes, después de edificar un hermoso teatro en Jerusalén y un templo dedicado a Augusto en Cesárea. Las moles de piedra que se emplearon cuando se fundó ese templo tenían hasta veinticinco pies de longitud, según refiere Flavio Josefo. ¿Es posible que fueran tan insensatos los judíos de la época de Juliano que arrancaran esas piedras, que eran a propósito para sostener el peso del edificio, y sobre las que más tarde los mahometanos construyeron su mezquita? Que obraran de ese modo, como suponen algunos historiadores, es de todo punto increíble.

¿Cómo pudieron salir del interior de esas piedras manojos de llamas? Pudo haber algunos temblores de tierra cerca de allí, porque son frecuentes en la Siria; pero que enormes moles de piedra vomiten torbellinos de fuego es una fábula que merece colocarse entre las que inventó la antigüedad más remota.
 

 

 

Si hubiera acaecido el terremoto que suponen, el emperador Juliano lo habría mencionado en la carta en que manifiesta el designio de reedificar el templo. Entonces su testimonio hubiera sido auténtico. Es también probable que dejara de tener ese designio. En la referida carta dice lo siguiente: «¿Qué pensarán los judíos de su templo, que quedó destruido tres veces, al ver que todavía no está reedificado? No digo esto como reproche, ya que hasta yo mismo quise reconstruirlo. Lo digo para poner de manifiesto la extravagancia de sus profetas, que consiguieron engañar a las viejas imbéciles.»

 

¿No parece probable que habiendo fijado el emperador su atención en las profecías judías, que aseguraban que el templo se había de reedificar con mayor magnificencia que tuvo cuando se fundó, creyera que le convenía revocar el permiso de reedificar dicho templo? La probabilidad histórica apoya las palabras que pronunció el emperador, que, como despreciaba los libros judíos y los cristianos, quiso desmentir a los profetas judíos.

El abad de La Blettiére, historiador del emperador Juliano, dice que no cree que quedara destruido tres veces el templo de Jerusalén. Eso es querer negar la evidencia. El templo que fundó Salomón y reconstruyó Zorobabel lo destruyó completamente Herodes, y luego el mismo Herodes lo reconstruyó con mayor magnificencia, y por fin lo arruinó completamente Tito. Sufrió, pues, tres destrucciones, y no hay ningún motivo para que el citado historiador calumnie a Juliano. Ya le calumnia demasiado cuando dice de él que poseía «virtudes aparentes y vicios reales». El emperador Juliano no fue hipócrita, avaro, mentiroso, ingrato, cobarde, borracho, disoluto, perezoso ni vengativo. ¿Qué vicios poseía, pues?…

El único motivo que hay para creer que los globos de fuego nacieron de los piedras consiste en que Amiano Marcelino, autor pagano que no es sospechoso, lo dijo así. Verdad es que lo dijo, pero también dijo que cuando el emperador quiso sacrificar diez bueyes a los dioses, en agradecimiento de haber conseguido sobre los persas la primera victoria, derribó nueve en tierra antes de que los presentaran en el altar. Además, dicho autor refiere un sinnúmero de predicciones y de prodigios. ¿Debemos creerle en todo? ¿Debemos creer también los ridículos milagros que refiere Tito Livio? ¿No es posible también que hayan falsificado el texto de Amiano Marcelino? ¿Sería ésta la primera vez que se hubiera usado semejante superchería?

Me sorprende que ese autor no hable de las pequeñas cruces de fuego que los operarios del templo encontraron en su cuerpo cuando se desnudaron para ir a acostarse. Este detalle acompañaría perfectamente a los globos de fuego que salieron de las piedras.

La verdad es que el templo de los judíos no se reedificó, y es probable que no se reedifique nunca. Contentémonos con saber esto y no hagamos caso de prodigios inútiles, sabiendo como sabernos que no pueden salir globos de fuego ni de la tierra ni de las piedras. Amiano y los que lo citan no sabían una palabra de física. Si el abad de La Blettiére observó con atención el fuego de la víspera de San Juan, vería que las llamas ascienden en figura de punta o en figura de ola, y que nunca adquieren la figura de globo. Por lo demás, es poco importante y no interesa a la fe ni a las costumbres.

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