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ARARAT y el arca de Noé – Voltaire – Diccionario Filosófico

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VOLTAIRE – DICCIONARIO FILOSÓFICO 

Índice) (B-C) (D-F) (G-N) (O-Z

Voltaire es un precursor. Es el portaantorcha
del siglo XVIII, que precede y anuncia la Revolución.
Es la estrella de ese gran mañana. Los sacerdotes
tienen razón para llamarle Lucifer.

         VÍCTOR HUGO

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ARARAT

Monte Ararat - Diccionario Filosófico de VoltaireMontaña situada en la Armenia, sobre la que se detuvo el arca de Noé. Se ha agitado durante mucho tiempo la cuestión de si fue o no fue universal el diluvio, sobre si inundó toda la tierra sin excepción ninguna, o sólo la tierra conocida entonces. Los que creen que sólo se inundaron las poblaciones existentes en aquella época, se fundan para creerlo así en la inutilidad de inundar las tierras no pobladas, y esta razón es bastante plausible. Pero nosotros vamos a referirnos a Beroso, antiguo autor caldeo, del que conservó algunos fragmentos Abidine, fragmentos que cita Eusebio y refiere palabra por palabra Jorge Syncelle.

Por estos fragmentos se comprende que los orientales que vivían en las costas del Ponto Euxino hacían antiguamente de la Armenia la morada de los dioses. En esto les imitaron los griegos, colocando a sus dioses en el monte Olimpo. Los hombres aplicaron siempre las cosas humanas a las cosas divinas. Los príncipes edificaban las ciudades sobre las montañas; luego los dioses debían morar en éstas. Y por tanto, fueron sagradas para los antiguos. Las nieblas tapan a nuestra vista la cumbre del monte Ararat; luego los dioses se ocultaban entre las nieblas y se dignaban algunas veces aparecer ante los mortales cuando hacía buen tiempo.

Un dios de aquel país, que se supone fuera Saturno, se apareció un día a Xixutre, décimo rey de Caldea, siguiendo el cómputo de Africano, de Abydeno y de Apolodoro. Ese dios le dijo: «El 15 del mes de Oesi el género humano será destruido por un diluvio. Encerrad bien todos vuestros escritos en Sipara, la ciudad del sol, para que vuestras memorias no se pierdan. Construid un barco; entrad en él con vuestros padres y con vuestros amigos; llevad con vosotros pájaros, cuadrúpedos y provisiones; y cuando os pregunten: «¿Dónde vais con vuestro barco?», responded: «Adonde están los dioses, para suplicarles que se apiaden del género humano.»

Xixutre construyó el barco, que tenía dos estadios de anchura y cinco de longitud. Quiero decir que su anchura era de doscientos cincuenta pasos geométricos y su longitud de seiscientos veinticinco. Era poco velero ese barco para navegar en el mar Negro. Sobrevino el diluvio, y en cuanto cesó, Xixutre echó a volar algunos de los pájaros que llevaba; pero éstos, no encontrando nada que comer, regresaron al barco. Algunos días después los volvió a soltar, y volvieron con las patas llenas de barro; la tercera vez que los soltó ya no volvieron. Xixutre hizo lo mismo: salió del buque, que estaba parado en una montaña de la Armenia, y ya no lo volvieron a ver: los dioses se lo llevaron.

Probablemente en esta anécdota existe algún dato histórico. El Ponto Euxino rebasó sus límites, inundando algunos terrenos, y el rey de Caldea se apresuró a reparar esa avería. Rabelais escribió cuentos tan ridículos como éste, sacados de algunas verdades; la mayoría de los historiadores antiguos son Rabelais serios.

Respecto al monte Ararat, créese que era una de las montañas de la Frigia, que se llamó de ese modo porque esa palabra significa «arca» y porque la rodeaban tres ríos. Hay opiniones distintas respecto a esa montaña, y es muy difícil deslindar cuál es la verdadera. La montaña que los monjes armenios llaman hoy Ararat era, en opinión de éstos, uno de los lindes del paraíso terrestre, de cuyo paraíso no quedan vestigios. La componen una serie de peñascos y de precipicios cubiertos de eternas nieves. Tournefort llegó hasta allí buscando plantas por mandato de Luis XIV, y dijo «que todas sus cercanías son horribles, y la montaña más horrible que sus alrededores; que allí encontró la nieve espesa de cuatro pies de altura y enteramente cristalizada y que por todas partes vio hondos precipicios tallados a pico.»

El viajero Juan Struys dice que también estuvo en dicha montaña. Si hemos de darle crédito, subió hasta la cumbre para curar a un ermitaño que estaba enfermo de una caída. «El ermitaño estaba tan alto, que nos costó siete días llegar adonde estaba, y cada día andábamos cinco leguas.» Si hubiera hecho ese viaje ascendiendo siempre, el monte de Ararat debía tener treinta y cinco leguas de altura. En la época de la guerra de los gigantes, poniendo unos Ararats sobre otros, fácilmente se hubiera podido llegar hasta la luna. Juan Struys asegura también que curó al ermitaño, que, en agradecimiento, le regaló una cruz hecha de madera del arca de Noé. Tournefort no tuvo tanta suerte.

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