Era necesario que el hombre poseyera, además del instinto y como complemento suyo, otra fuerza capaz de moverle, ya en dirección del objeto apetecido instintivamente, ya en la opuesta, para alejarse del que le fuera contrario y perjudicial. Tal fuerza existe y es la que se llama motriz, y también lleva los nombres de locomotriz o locomotiva, porque su misión es la de mover al cuerpo de uno a otro lugar.
Este principio de acción no debía faltar en los animales, puesto que ellos habían de tender, por el orden de su naturaleza, a apropiarse o unirse a lo provechoso y a rechazar o a huir de lo que les fuera nocivo; y mal podrían conseguir el resultado conveniente sin poseer una fuerza capaz de acercarlos o alejarlos de los objetos, según el efecto que ellos producen en el agente.
Una fácil observación acredita que los animales verifican movimientos, y lo mismo sucede en el hombre; y basta el dato de la experiencia, para acreditar la existencia de esta nueva facultad.
No debe confundirse la fuerza motriz ni con el instinto, ni, mucho menos, con el gran principio de acción llamado voluntad. La serie de actos que proceden de aquella fuerza está lo bastante caracterizada para revelar que corresponden a un origen especial, y a veces en desacuerdo y hasta oposición con los que se originan inmediatamente de otras facultades. Los actos de querer y de moverse son esencialmente distintos; no pueden confundirse.
El impulso propio del instinto no se ve secundado en muchas ocasiones por el movimiento del cuerpo; y en otras le es contrario. Tal fenómeno no podría acontecer si los actos provinieran de un solo principio, de una misma facultad.
En cuanto a la misión e importancia de la fuerza motriz, fácil es apreciarla y estimar los singulares y frecuentes beneficios que alcanza el ser que la posee. Resta añadir que aunque el cuerpo es el movido, no arranca de él el singular poder que le mueve, y que para hacerlo, se vale de partes del cuerpo mismo, en quien termina la acción, cuyo legítimo origen hemos de hallarle en la substancia, principio simple y activo, cuyas propiedades son opuestas a las de la materia.
Teniendo presente qué clase de actos desempeña y sabido que esta fuerza obra en el animal en correspondencia con los sentidos, que son medios de que se vale una facilitad cognoscitiva, bien podremos concluir afirmando que la fuerza motriz tiene su raíz y fundamento en el alma, por cuya presencia y virtud llamamos vivas a las partes del cuerpo y al cuerpo todo.
Pertenece la fuerza motriz al grupo de las facultades sensitivas y orgánicas. Andan en desacuerdo los filósofos y fisiólogos en cuanto a designar el órgano propio de esta facultad. Quede la solución de este problema encomendada a la Fisiología, bastando a nuestro propósito la afirmación acreditada de que ella pertenece al alma