Artículo II – De los actos del entendimiento. De la idea y de la percepción
Es evidente el hecho del conocimiento. La conciencia lo atestigua repetidamente, y al examinar el hecho, pronto encontrarnos tres elementos o términos necesarios, a saber: un sujeto que conoce, un objeto cognoscible y una relación entre ambos, para que lo cognoscible pase a ser conocido.
Tan cierta es la necesidad de los tres términos mencionados, en todo acto de conocer, que hasta cuando el alma se conoce a sí misma, no podernos dejar de considerarla como sujeto y como objeto, relacionados entre sí.
Existen en todo conocimiento diversos elementos combinados, que, al ser objeto de nuestro análisis, se descomponen y van resolviendo hasta llegar a los elementos simples e indescomponibles. Éstos, que ya no admiten descomposición, por su propia simplicidad, son las ideas; con ellas se forman los juicios y con los juicios los raciocinios.
El raciocinio es una operación formada por la concurrencia de diversas partes o elementos. Es un todo mental, que, analizado, descubre la presencia de los juicios y en estos, a su vez, descubre el análisis la presencia necesaria de las ideas. El acto interno por el cual nos hacemos cargo del objeto, una vez representado por la idea, se llama percepción, que vale tanto como visión del objeto. (1)
La idea, que antes designamos con el nombre de especie inteligible, ha sido llamada de muy diversas maneras. La noción intelectual, la simple aprehensión, el concepto, no son más que otras tantas denominaciones de la idea, pues todas significan un fenómeno representativo, efectuado en el alma.
La idea, pues, tornada su significación en su más lato sentido, es la representación interior de un objeto.
No son términos idénticos imagen y representación. Con este último nombre, damos a entender un fenómeno que nos hace conocer la cosa. A ese fenómeno, sea lo que fuere, por cuyo medio conocemos, se le puede llamar representación, porque presenta a nuestra inteligencia la cosa conocida. (2)
La idea es a la vez objetiva y subjetiva. Le conviene la primera denominación, porque representa objeto o cosa distinta de sí misma. Le cuadra la segunda, por ser un fenómeno que tiene lugar en el alma, sujeto del conocimiento.
Que existe la representación en el alma, sin la cual no podría tener lugar el conocimiento del objeto, es un hecho innegable. Más, ¿de donde procede esta representación? ¿Como se origina? Muchos son los pareceres de los filósofos, y ya que no debamos detenernos en su examen, expondremos brevemente la teoría que juzgamos verdadera.
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(1) Balmes Metaf.- p. 81.
(2) Ibid.