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Artículo VI – De la memoria intelectiva PSICOLOGÍA ELEMENTAL José Moreno Castelló

Artículo VI – De la memoria intelectiva

Ya sabemos que existen en el alma dos facultades cognoscitivas, en correspondencia con las dos clases únicas de objetos que pueden ser conocidos. Debernos advertir, además, que cada facultad tiene su esfera propia, donde se marca el límite infranqueable de su acción.

Tienen las facultades todas su asiento en la substancia de la cual son instrumentos, y en muchas ocasiones funcionan dos o más, simultáneamente, dando esto lugar a que, algunas veces, las confundamos en su ejercicio. Actuando, por ejemplo, la inteligencia sobre una cosa material, si bien considerándola bajo un nuevo aspecto vedado a la sensibilidad, creemos, acaso, que esta última facultad pueda proporcionar un superior conocimiento, que en realidad solo es debido al ejercicio de la inteligencia.

Con los antecedentes expuestos, comprenderemos mejor la doctrina referente a la memoria llamada intelectiva.

Cuando en páginas anteriores estudiamos la memoria, como una de las facultades de nuestra alma, dijimos que era una facultad sensitiva y orgánica, y por lo tanto que correspondía a la categoría inferior, como todas las comprendidas en la esfera de la sensibilidad.

El término de la acción de la memoria sensitiva se halla siempre en lo material o sensible; y como su ejercicio consiste en la reproducción de los conocimientos pasados, claro es que por la naturaleza de la facultad, ésta no podrá reproducir sino aquellos conocimientos que se refieran a cosas materiales.

Hasta aquí la teoría de la memoria, propiamente dicha. Ahora bien, el entendimiento, a su vez, conoce, retiene y reproduce las representaciones de las cosas inteligibles, y esta virtud no puede, en modo alguno, ser propia de una potencia orgánica, como seguramente lo es la memoria sensitiva. Todo lo inteligible tiene que ser objeto del entendimiento; luego el conocimiento y representación o reproducción de las cosas inteligibles ha de corresponder, necesariamente, a esta facultad.

El mismo entendimiento toma, pues, el nombre de memoria intelectiva, en cuanto retiene y reproduce el conocimiento de las cosas u objetos inteligibles, anteriormente adquirido.

Hablando con propiedad y en rigor psicológico, la memoria intelectiva, más que una facultad es un acto, y este acto corresponde al entendimiento. Por él sabe el alma que ha conocido antes lo que actualmente reproduce la memoria intelectiva; y al aparecer de nuevo este conocimiento, necesariamente hay que su poner la permanencia de él en el alma, y en ésta el poder de reconocer el conocimiento mismo, como alcanzado por vez primera en tiempo anterior.

El objeto de esta función del entendimiento es lo pasado, conviniendo bajo este aspecto con el objeto de la memoria sensitiva. La diferencia consiste en la naturaleza del objeto conocido. El de la facultad siempre ofrece el carácter sensible. El de la función el de inteligible.

Es de grande utilidad e importancia el ordenado ejercicio del entendimiento, considerado bajo esta nueva forma. Necesitamos, con frecuencia, reproducir los conocimientos pasados, y a veces ellos reaparecen espontáneamente en nuestra mente.

Para auxiliar el ejercicio de esta especie de memoria, podemos emplear con fruto los recursos indicados al tratar de la memoria sensitiva. La intelectiva no está ligada, sino indirectamente, al organismo, por la estrecha relación que guarda con la fantasía, cuyo ejercicio precede al del entendimiento.