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AGRICULTURA
Apenas es hoy concebible que los antiguos, que cultivaban la tierra tan bien como nosotros, pudieran creer que los granos que sembraban debían necesariamente morir y pudrirse antes de nacer y de producir. Si hubieran sacado de la tierra el grano al cabo de dos o tres días, le hubieran visto muy sano, un poco hinchado, con la nariz hacia abajo y la cabeza hacia arriba. Pasado algún tiempo, si hubieran hecho la misma operación, hubieran distinguido el germen del grano del trigo, los pequeños hilos blancos de las raíces, la materia lechosa que forma la harina, sus dos envolturas y sus hojas. Bastó que algún filósofo griego o bárbaro les enseñara que toda generación nace de la corrupción para que todo el mundo lo creyera; y este error, que es el mayor y el más estúpido de todos los errores, porque es opuesto a las leyes de la Naturaleza, se difundió en los libros que se escribían para instrucción del género humano.
Los filósofos modernos, más audaces porque son mucho más ilustrados, han abusado de su ilustración para reprochar duramente a Jesús, salvador del mundo, y a San Pablo, que fue su perseguidor y luego se convirtió en su apóstol; han reprochado, repito, que muriera para renacer, diciendo que era el colmo del absurdo querer probar por segunda vez el nuevo dogma de la resurrección por medio de una comparación tan falsa y tan ridícula. Se han atrevido a decir en la Historia crítica de Jesucristo (1) que tan grandes ignorantes no habían nacido para enseñar a los hombres, y que los libros que escribieron, desconocidos durante mucho tiempo, no debían haberse conocido nunca.
Los autores de esas blasfemias no pensaron que Jesucristo y San Pablo no se dignaban hablar la lengua admitida, que pudiendo enseñar las verdades de la física, sólo enseñaban las del Génesis. Efectivamente, en el Génesis el Espíritu Santo está siempre acorde con las ideas más groseras que admitía el más grosero populacho. La sabiduría eterna no descendía a la tierra para instituir las academias de la ciencia. Esto es lo que respondemos siempre a los que reprochan los errores físicos de todos los profetas, y sobre todo lo que escribieron los judíos. Sabido es que un tratado de religión no es un tratado de filosofía.
Por otra parte, las tres cuartas partes de los habitantes de la tierra lo pasan bien sin conocer el trigo, mientras nosotros pretendemos que no se puede vivir sin él. Los que viven voluptuosamente en las ciudades se asombrarían si supieran el trabajo que cuesta proporcionarles el pan.
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(1) La Historia crítica de Jesucristo o análisis razonado de los Evangelios, atribuida al barón d’Holbach, se imprimió en el año 1770.