Alcorán o Corán ◄ | Voltaire – Diccionario Filosófico | ► Alejandría |
ALEGORÍAS
Un día, Júpiter, Neptuno y Mercurio, viajando por Francia, entraron en casa de un rey que se llamaba Hyvilus, que les dio para comer exquisita carne. En cuanto los tres dioses terminaron la comida, le dijeron que podía pedirles lo que quisiera y ellos se lo concederían de buena voluntad. El buen hombre, que estaba en la edad de no tener hijos, les contestó que deseaba ser padre. Los tres dioses se orinaron en una piel de buey fresca, acabada de arrancar, y de ella nació Orión, que dio nombre a una constelación de la más remota antigüedad. La constelación de Orión la conocieron los antiguos caldeos, y el libro de Job habla de ella en el capítulo IX; pero a pesar de esto es incomprensible que los orines de tres dioses puedan producir un joven. No comprendo que Dacier y Saumaise encuentren en esa historia una alegoría razonable, como no deduzcan de ella que nada es imposible para los dioses.
Había en Grecia dos jóvenes bribones, a los que un oráculo predijo que se debían guardar de melampigé. Un día los cogió Hércules y los ató por los pies al extremo de su maza, suspendiéndolos boca abajo y llevándolos como se lleva un par de conejos. En cierta ocasión le vieron el culo a Hércules, y exclamaron: «¡Ya se ha cumplido el oráculo; ya hemos visto el culo negro!» La palabra griega melamipigé significa culo negro. Hércules se echó a reír y los soltó.
Entre los que crearon la mitología, hubo algunos que sólo tuvieron imaginación, pero la mayoría de ellos estuvo dotada de gran ingenio. Ni nuestros académicos ni los compositores de divisas y de leyendas encontrarán quizás nunca alegorías tan exactas, tan agradables y tan ingeniosas como las nueve Musas, la de Venus, la de las Gracias, la del Amor y otras varias, que deleitan e instruyen a todos los siglos.
La antigüedad era muy propensa a expresarse por medio de alegorías. Los primeros Padres de la Iglesia, que casi todos eran platónicos, imitaron este método de su maestro Platón, y hay que criticarles porque algunas veces abusan de las alegorías y de las alusiones.
San Justino dice en su Apologético que el signo de la cruz está marcado en los miembros del hombre; que cuando éste extiende los brazos forma una cruz perfecta, y que la nariz forma una cruz en la cara.
Según Orígenes dice en la explicación del Levítico, la grasa de las víctimas significa iglesia y la cola el signo de la perseverancia.
San Agustín, en su sermón sobre la diferencia y la armonía de dos genealogías, explica a sus oyentes por qué San Mateo, al contar cuarenta y dos generaciones, no refiere sin embargo mas que cuarenta y una. Esto sucede, según dice él, porque es preciso contar dos veces a Jechonías, porque Jechonías fue de Jerusalén a Babilonia. Luego ese viaje es la piedra angular, y si la piedra angular es la primera de la parte de una pared, lo es también la primera de la otra parte de la pared, y se puede contar dos veces esa misma piedra; así se puede contar dos veces a Jechonías. Añade que debemos pararnos al contar el número cuarenta en las cuarenta y dos generaciones, porque el número cuarenta significa vida. El número diez representa la bienaventuranza, y diez multiplicado por cuatro, que representa los cuatro elementos y las cuatro estaciones, produce cuarenta.
Las dimensiones de la materia (en su sermón 54) tienen sorprendentes propiedades. La latitud es la dilatación del corazón; la longitud la longanimidad; la altura la esperanza; la profundidad la fe. De modo que por no interrumpir la alegoría, para San Agustín las dimensiones de la materia son cuatro en vez de ser tres.
«Es claro e indudable —dice en su sermón sobre el salmo 6— que el número cuatro figura el cuerpo humano por causa de los cuatro elementos y de las cuatro cualidades: calor, frío, sequedad y humedad; y así como esas cuatro cualidades se refieren al cuerpo, tres se refieren al alma, porque es preciso amar a Dios con un triple amor: con nuestro corazón, con nuestra alma y con nuestro espíritu. Las cuatro cualidades se refieren al Antiguo Testamento, y las tres al Nuevo; cuatro y tres suman el número de siete días, y el octavo es el día del juicio final.»
No puede negarse que sobresale en dichas alegorías una afectación que se opone a la verdadera elocuencia. Los Padres que empleaban tales figuras escribieron en unos tiempos y en unos países en los que todas las artes habían degenerado, y su genio y erudición se plegaban a las imperfecciones de su siglo.
Esos defectos no desfiguran en la actualidad los sermones de nuestros predicadores. No por eso debe preferírseles a los santos Padres; pero el siglo XVIII es preferible a los siglos en que los santos Padres escribieron. La elocuencia, que de día en día se corrompió más y no brilló hasta la época que acabamos de indicar, llegó al mayor ridículo en todos los pueblos bárbaros hasta el siglo de Luis XIV. Todos los antiguos sermones están muy por debajo de las obras dramáticas sobre la Pasión que se representaron en el palacio de Borgoña. En todos ellos se encuentra el abuso de la alegoría. El famoso Menot, que vivía en la época de Francisco I, en uno de sus sermones dijo lo siguiente: «Los representantes de la justicia se parecen al gato, al que hubieran encargado la custodia de un queso por miedo de que lo royeran los ratones; una sola dentellada del gato causaría más daño al queso que veinte ratones pudieran causarle.»
He aquí otros curiosos rasgos: «Los leñadores cortan en el bosque ramas grandes y pequeñas y con ellas forman haces; de ese modo nuestros eclesiásticos, con las dispensas de Roma, amontonan beneficios pequeños y grandes. El capelo de cardenal está relleno de obispados; los obispados están rellenos de abadías y de prioratos, y todo ese conjunto está relleno de diablos. Es preciso que todos los bienes de la Iglesia pasen por los tres cordones del Ave María, porque el benedicta tu se refiere a las productivas abadías que poseen los benedictinos; in mulieribus, a señor y a señora, y el fructus ventris, a los banquetes y a las glotonerías.»
Los sermones de Barlette y de Maillard están trazados sobre ese mismo modelo, y los pronunciaban la mitad en mal latín y la otra mitad en mal francés. Los sermones de Italia participaban de este gusto depravado, y los de Alemania aún eran peores. De esa mezcla monstruosa nació el estilo macarrónico, que fue la obra maestra de la barbarie. Semejante elocuencia, digna de los iroqueses, se mantuvo hasta la época de Luis XIII. El jesuita Garase fue uno de los hombres que más se distinguieron entre los enemigos del sentido común.