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Los ángeles AROT Y MAROT – Voltaire – Diccionario Filosófico

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AROT Y MAROT

Ángeles Arot y Marot - Diccionario Filosófico de VoltaireArot y Marot son los nombres de dos ángeles que Mahoma dijo que eran emisarios de Dios en el mundo para enseñar a los hombres y mandarles que se abstuvieran de jurar en falso, de tener vicios y cometer delitos. El falso profeta añade que, habiendo invitado a comer una mujer muy hermosa a los dos ángeles, les hizo beber mucho vino, los embriagó, y ebrios solicitaron su amor. Ella fingió consentir en la pasión que inspiraba, con la condición de que antes le habían de enseñar las palabras por medio de las que, según ellos decían, se podía ascender al cielo fácilmente. Pero en cuanto la mujer hermosa supo lo que deseaba saber, no quiso cumplir su promesa. Entonces fue trasportada al cielo, donde después de referir a Dios lo que le había sucedido, quedó convertida en la estrella de la mañana que se llama Lucifer o Aurora, y los dos ángeles fueron castigados severamente. De este suceso, según dice Mahoma, tomó pie Dios para prohibir que bebieran vino los hombres.

Léase todo el Corán y en ninguna parte de él se encuentra una sola palabra de cuento tan absurdo, que dicen dio motivo a Mahoma para prohibir el vino a sus sectarios. Mahoma sólo prohíbe el uso del vino en el segundo y en el quinto capítulo de su libro: «Te preguntarán sobre el vino y sobre los licores fuertes, y tú contestarás que beberlos es un gran pecado.» No debe imputarse a los justos que creen y practican buenas obras haber bebido vino y haber jugado a juegos de azar antes que esos juegos fuesen prohibidos.

Es creencia de todos los mahometanos que su profeta sólo prohibió el vino y los licores como medida para conservar la salud y evitar pendencias. En el clima ardiente de la Arabia, los licores fermentados se suben a la cabeza con facilidad y trastornan la salud y el juicio.

La fábula de Arot y de Marot, que descendieron del cielo y se empeñaron en cohabitar con una mujer árabe después de beber vino con ella, no se encuentra en ningún autor mahometano; sólo la insertan algunos autores cristianos impostores, que escribieron sus obras para combatir la religión musulmana, con un celo religioso y contrario a los principios de la ciencia. Los nombres de Arot y de Marot ni siquiera constan en el Corán; un escritor que se llamaba Silburgio fue el primero que dijo, en un libro antiquísimo que nadie lee, que en aquél se anatematiza a los ángeles Arot y Marot, Safa y Merwa.

Fíjense nuestros lectores en que Safa y Merwa son dos pequeños montículos que existen cerca de la Meca, y en que el doctor Silburgio ha tomado dos colinas por dos ángeles. De un modo parecido proceden todos los que entre nosotros han escrito sobre el mahometismo, hasta la época en que el sabio Relad nos ha comunicado ideas exactas de la creencia musulmana, y el sabio Sale, después de vivir veinticuatro años en Arabia, nos ha ilustrado sobre ese punto con su traducción del Corán y su instructivo prefacio.

El mismo Gagnier, a pesar de ser profesor de la lengua oriental en Oxford, en su Vida de Mahoma ha divulgado algunas falsedades relativas a ese profeta, como si tuviéramos necesidad de valernos de mentiras para sostener la verdad de nuestra religión. Dicho autor describe detalladamente el viaje de Mahoma a los siete cielos, cabalgando sobre el jumento Alborac, y se atreve a citar el sura o el capítulo LIII; pero ni en este capítulo ni en ningún otro del Corán se trata del supuesto viaje al cielo.

Sólo Abulfeda, setecientos años después de la muerte de Mahoma, refiere esa extraña historia, que está sacada, según dice, de manuscritos antiguos que corrieron en la época del Profeta; pero es evidente que no son de Mahoma, porque así que éste murió, Abubeker recogió las hojas del Corán en presencia de todos los jefes de las tribus, y al coleccionarlas sólo insertaron lo que creyeron auténtico. Además de que el capítulo concerniente al viaje al cielo no existe en el Corán. Está escrito en estilo diferente, y es cinco veces más largo que los demás capítulos de la obra. Compárense con éste y se encontrará en él prodigiosa diferencia. Empieza de este modo:

«Me quedé dormido una noche entre las dos colinas de Safa y de Merwa. Era una noche oscurísima, pero tan tranquila, que ni ladraban los perros ni cantaban los gallos. De repente, el ángel Gabriel se presentó ante mí bajo la forma con que el Dios altísimo le creó. Su tez era blanca como la nieve; sus cabellos blondos, trenzados de una manera admirable, le caían en bucles hacia la espalda; su frente era majestuosa, clara y serena; sus dientes hermosos y brillantes; sus piernas estaban teñidas de un amarillo de zafir, y sus vestiduras eran de tisú, de perlas y de hilo de oro. Llevaba en la frente una lámina que tenía escritas dos líneas lucientes y luminosas; la primera decía: «No hay más dios que Dios»; y la segunda: «Mahoma es el profeta de Dios.» Al ver la aparición, quedé sorprendido y confuso; percibí alrededor de ella setenta mil braserillos o pequeñas bolsas llenas de almizcle y de azafrán. El ángel tenía ciento cincuenta pares de alas, y de una ala a otra había la distancia de quinientos años de camino.

»De ese modo el ángel Gabriel se presentó a mi vista. Me tocó y me dijo: «Levántate, hombre dormido.» Temblando de espanto me incorporé, y le pregunté sobresaltado: «¿Quien eres?» «Dios quiere ser misericordioso contigo. Soy tu hermano Gabriel», me respondió. «¡Oh, mi querido Gabriel! ¿Desciendes del cielo para hacerme alguna revelación, o vienes a anunciarme alguna desgracia?» «Vengo a participarte algo nuevo —repuso—; levántate, ponte el manto en la espalda, porque lo necesitarás; vas a visitar a tu Señor esta noche.» Al mismo tiempo Gabriel me cogió la mano, ayudó a que me levantara, me hizo montar sobre el jumento Alborac, y él mismo lo condujo de la brida.»

Es indudable para los musulmanes que ese capítulo, que no es auténtico, lo escribió Abu-Horaira, que fue contemporáneo del Profeta. ¿Qué diríamos a un turco si viniera hoy a insultar nuestra religión diciéndonos que contamos entre los libros sagrados Las cartas de San Pablo a Séneca, Las cartas de Séneca a San Pablo, Las actas de Pilatos, La vida de la mujer de Pilatos, Las predicciones de las Sibilas, El testamento de los doce patriarcas y otros muchos libros de esa clase? Le contestaríamos a ese turco que estaba mal enterado y que no consideramos auténtica ninguna de las obras que cita. Pues ese turco nos respondería eso mismo, si para confundirle le rechazáramos el viaje de Mahoma a los cielos. Nos contestaría que eso es un fraude de los últimos tiempos, y que ese viaje no existe en el Corán. No trato de comparar en este caso la verdad con el error, el cristianismo con el mahometismo, ni el Evangelio con el Corán, sino de comparar una tradición falsa con otra tradición falsa, y un abuso con otro abuso.

¿Cuántas veces no se ha dicho que Mahoma había acostumbrado a un pichón a que fuera a comer granos en su oreja y que hizo creer a sus sectarios que ese pichón iba a hablarle de parte de Dios? ¿No es suficiente estar convencidos de la falsedad de esa secta, que aún nos empeñamos en perder el tiempo calumniando a los mahometanos, que están establecidos desde el monte Cáucaso hasta el monte Atlas, y desde los confines de Epiro hasta las extremidades de la India? Escribimos sin cesar libros malos contra ellos, y ellos no lo saben. Decimos a gritos que han abrazado su religión muchos pueblos porque su religión halaga los sentidos; pero eso es falso. ¿Es acaso sensualidad mandar la abstinencia de vino y de licores, de los que tanto abusamos nosotros, ordenar que se de a los pobres el dos y medio por ciento de la renta, ayunar con rigor, sufrir al llegar a la pubertad una operación dolorosa, caminar por desiertos de arena, peregrinando, quinientas leguas algunas veces, y rezar a Dios cinco veces cada día aun en tiempo de guerra?

A todo esto se nos objeta que su religión les permite tener cuatro esposas en este mundo y en el otro mujeres celestes. Sobre esto dice Grocio: «Se necesita ser muy aturdidos para admitir esos delirios tan groseros como obscenos.» Convenimos con Grocio en que los mahometanos abusan de sus fantasías. El hombre que recibía continuamente los capítulos del Corán de las manos del ángel Gabriel, más que delirante era un impostor, cuya bravura sostenía sus fantasías; pero ciertamente no hay aturdimiento ni obscenidad en reducir a cuatro el número indeterminado de mujeres que los príncipes, los sátrapas y los nababs podían alimentar en sus serrallos. También se ha dicho que Salomón tuvo setecientas mujeres y trescientas concubinas. Los árabes y los judíos podían casarse con dos hermanas, y Mahoma prohibió esa clase de casamientos en el capítulo IV del Corán. ¿Qué obscenidad hay en todo esto, amigo Grocio?

Podría formarse un libro muy voluminoso reuniendo las imputaciones injustas que se han escrito contra los mahometanos.

Consiguieron subyugar una de las partes más hermosas y más grandes del mundo, y hubiera sido más meritorio en nosotros expulsarlos de ella que colmarlos de injurias. La emperatriz de Rusia nos da el ejemplo. Les quita Azof y Taganrog, la Moldavia, la Valaquia y la Georgia; lleva sus conquistas hasta las murallas de Erzerum; envía contra ellos flotas que parten desde el fondo del mar Báltico y otras flotas que abrazan el Ponto Euxino; pero no dice en sus manifiestos que un pichón iba a hablar al oído de Mahoma.