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GENERACIÓN
Explicaré cómo se verifica la generación cuando sepa cómo Dios concibió la creación. Me decís que en la antigüedad los filósofos y los cosmogonitas también lo ignoraron, porque hacer algo de la nada pareció siempre una contradicción a los pensadores antiguos. El axioma «nada no produce nada» fue el fundamento de toda la filosofía; y nosotros preguntamos, por el contrario: ¿cómo una cosa puede producir otra? Yo os contesto que me es tan imposible comprender cómo un ser proviene de otro, como comprender cómo nace de la nada. Observo que una planta, un animal, engendra a su semejante; pero es tal la fatalidad humana, que sabemos perfectamente cómo se mata a un hombre, e ignoramos cómo se le hace nacer. Ni el animal ni el vegetal pueden formarse sin germen; si así no fuera, una carpa podría nacer debajo de un árbol y un conejo en el fondo de un río. Tomad una bellota, arrojadla en la tierra, y llegará a convertirse en encina; pero ¿comprendéis lo que se necesita saber para averiguar cómo ese germen se desenvuelve y se convierte en árbol? Para saberlo se necesita ser Dios.
Tratáis de averiguar el misterio de la generación del hombre; explicadme siquiera si podéis el misterio que le hace tener cabello y uñas; decidme por qué menea el dedo meñique cuando quiere. Atacáis mi sistema, diciéndome que es el sistema de los ignorantes, convengo en ello; pero os contestaré repitiendo las palabras que dijo el obispo D’Aire Montmorin a algunos de sus cofrades. Dicho obispo tuvo dos hijos, porque fue casado antes de recibir las primeras órdenes, y presentó sus dos hijos a sus compañeros, que se sonrieron al verlos. El obispo contestó a la sonrisa irónica de sus colegas lo siguiente: «Señores, la única diferencia que hay entre nosotros consiste en que yo declaro los hijos que son míos.»