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MÉDICOS, profesión médica – Voltaire-Diccionario Filosófico

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MÉDICOS

Médicos- Diccionario Filosófico de Voltaire

No cabe duda de que observar un buen régimen es preferible a necesitar la medicina. No cabe duda de que durante mucho tiempo hubo por cada cien médicos noventa y ocho charlatanes. No cabe duda de que Molière tuvo mucha razón para burlarse de ellos. No cabe duda de que es ridículo que muchas mujeres y muchos hombres, después de comer, de beber y de gozar con exceso, por dolerles la cabeza llaman a un médico, le invocan como a un dios, le piden que haga el milagro de que puedan subsistir juntas la intemperancia y la salud, y para conseguirlo dan un escudo a ese dios, que se ríe de su necia credulidad.

Pero no es menos cierto que el buen médico puede salvarnos la vida en muchas ocasiones, y que nos devuelva el movimiento de los miembros. Al enfermo que tiene un ataque de apoplejía no le pueden curar ni un capitán ni un consejero. Si en mis ojos se forman cataratas, mi vecina no me las arrancará. En estas comparaciones no distingo al médico del cirujano; esas dos profesiones fueron por mucho tiempo inseparables. Si existieran hombres que se ocuparan de restituir la salud a los enfermos por los únicos principios de humanidad y beneficencia, serían superiores a todos los grandes del mundo, tendrían algo de la Divinidad.

El pueblo romano pasó más de quinientos años sin tener médicos. Ese pueblo sólo se ocupaba entonces en matar, y no en conservar la vida. ¿Qué hacían, pues, en Roma cuando padecían una fiebre pútrida, cuando tenían una fístula en el ano o una fluxión en el pecho? Se morían. El reducido número de médicos griegos que se introdujeron en Roma, todo se componía de esclavos; pero llegó una época en que tener un médico fue para los señores romanos un objeto de lujo, como tener cocinero. Todos los ricos tenían en su casa perfumistas, bañeros, mancebillos y médicos. El célebre Musa, médico de Augusto, era esclavo; lo manumitió dicho emperador y lo hizo caballero romano; desde entonces los médicos se convirtieron en importantes personajes.

Cuando el cristianismo quedó arraigado y tuvimos la dicha de tener frailes, muchos concilios les prohibieron ejercer la medicina, y era precisamente lo contrario de lo que debieron hacer, si deseaban que fueran útiles para el género humano. Hubiera sido una felicidad para los hombres haber obligado a los frailes a que estudiaran medicina y que curaran las enfermedades por amor de Dios. No pudiendo ganar mas que el cielo, no hubieran sido nunca charlatanes, y recíprocamente se hubieran enseñado unos a otros a conocer las enfermedades y los remedios. Se nos objetará que hubieran podido envenenar a los impíos, pero esto hubiera sido ventajoso para la Iglesia. Admitida esa hipótesis, Lutero no hubiera escamoteado la mitad de la Europa católica al Padre Santo, porque la primera vez que el célebre agustino se viera acometido de una fiebre maligna, un fraile dominico le podía recetar píldoras y hacérselas tomar. Me objetaréis que no las hubiera tomado; pero con habilidad y mala intención es fácil que hubiera caído en el garlito. Basta de digresión y continuemos.

Apareció en el año 1517 un ciudadano que se llamaba Juan, dotado de caritativo celo; no trato de referirme a Juan Calvino, sino a otro Juan que tenía el sobrenombre de Dios y que instituyó los hermanos de la caridad. Estos y los religiosos de la redención de los cautivos son los únicos frailes útiles. Por eso no están incluidos en ninguna de las órdenes. Los dominicos, los franciscanos y los benedictinos, no reconocen a los hermanos de la caridad. Ni siquiera se habla de ellos en la continuación de la Historia eclesiástica de Fleury. Os diré por qué: porque hicieron curaciones, pero no hicieron milagros; sirvieron a Dios y no intrigaron; curaron a mujeres pobres y no las gobernaron ni las sedujeron; en una palabra, como los instituyó la caridad, era natural que los despreciaran los demás frailes.

Como la medicina ha sido y es una profesión necesaria en el mundo, está sujeta a extraños abusos; ¿pero puede haber hombre más estimado en el mundo que el médico bueno, que en su juventud estudió la Naturaleza, conoció detalladamente el cuerpo humano, los males que le atormentan, los remedios que pueden aliviarle, y ejerce su ciencia desconfiando de sí mismo, cuidando igualmente a los pobres que a los ricos, que sólo recibe sus honorarios con pesar y los emplea en socorrer al indigente? ¿El hombree de esa índole no es superior al general de los capuchinos, por respetable que sea ese general?

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