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OPINIÓN y creencia racional – Voltaire-Diccionario Filosófico

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OPINIÓN

Opinión - Diccionario Filosófico de Voltaire¿Qué opinión tienen las naciones del Norte de América y las que costean el estrecho de la Sonda sobre el mejor de los gobiernos, sobre la mejor religión, sobre el derecho público eclesiástico, sobre el modo de escribir historia, sobre la naturaleza de la tragedia, de la comedia, de la ópera, de la égloga, del poema épico, sobre las ideas innatas, la gracia concomitante y los milagros del diácono Paris? Claro es que ninguno de esos pueblos tienen opinión alguna sobre cosas de las que no tienen idea. Tienen un conocimiento confuso de sus costumbres, y no van más allá de esa especie de instinto. Así son todos los pueblos que habitan las costas del mar Glacial en una extensión de quinientas leguas; así son los habitantes de las tres cuartas partes de África, casi todos los de las islas del Asia, veinte hordas de tártaros, y todos los hombres que se ocupan únicamente del trabajo penoso y siempre renaciente de proporcionarse la subsistencia.

Cuando una nación empieza a civilizarse, empieza a tener algunas opiniones, pero casi todas falsas: cree en los aparecidos, en los hechiceros, en el encantamiento de las serpientes, en la inmortalidad de éstas, en los poseídos del diablo, en los exorcismos y en los arúspices. Cree además que los granos han de pudrirse en la tierra para germinar y que los cuartos de la luna son la causa de los accesos de la fiebre.

El talapuino persuade a sus devotos de que el dios Sammonocodom estuvo viviendo algún tiempo en Siam y que taló todos los árboles de un bosque porque le impedían jugar bien al volante, que era su juego favorito. Esta opinión va arraigando en todos los cerebros de tal modo, que si andando el tiempo hubiera algún habitante del país que se atreviera a dudar de la referida aventura de Sammonocodom se arriesgaría a que le apedrearan. Se necesita el transcurso de siglos para destruir una opinión popular.

Llaman a la opinión «reina del mundo», y lo es de tal modo, que cuando la razón pelea contra ella para destruirla, la razón queda sentenciada a muerte: necesita renacer veinte veces de sus propias cenizas para expulsar blandamente a la usurpadora.

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