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Biografía de Aristipo – Diógenes Laercio – Vidas de los filósofos ilustres

Diógenes Laercio – Vidas, opiniones y sentencias de los filósofos más ilustres                        ARISTIPO – Libro Segundo

BIOGRAFÍA DE ARISTIPO

1. Aristipo fue natural de Cirene, de donde pasó a Atenas llevado de la fama de Sócrates, como dice Esquines. Fue el primer discípulo de Sócrates que enseñó la filosofía por estipendio, y con él socorría a su maestro, según escribe Fanias Eresio, filósofo peripatético. Habiéndole enviado una vez veinte minas (118), se las devolvió Sócrates diciendo que «su genio (119) no le permitía recibirlas». Desagradaba esto mucho a Sócrates. Jenofonte fue su contrario, por cuya razón publicó un escrito contra él condenando el deleite que Aristipo patrocinaba, poniendo a Sócrates por árbitro de la disputa. También lo maltrata Teodoro en el libro De las sectas, y Platón hace lo mismo en el libro Del alma, como dijimos en otros escritos. Su genio se acomodaba al lugar, al tiempo y a las personas, y sabía simular toda razón de conveniencia. Por esta causa daba a Dionisio más gusto que los otros, y porque en todas ocurrencias disponía bien las cosas; pues así como sabía disfrutar de las comodidades que se ofrecían, así también se privaba sin pena de las que no se ofrecían. Por esto Diógenes lo llama perro real, y Timón lo moteja (120) de afeminado por el lujo, diciendo:

Cual la naturaleza de Aristipo,

blanda y afeminada,

que sólo con el tacto

conoce lo que es falso o verdadero.

2. Dicen que en una ocasión pagó cincuenta dracmas por una perdiz; y a uno que lo murmuraba, respondió: «¿Tú no la comprarías por un óbolo?» Y como dijese que sí, repuso: «Pues eso valen para mí cincuenta dracmas». Mandó Dionisio llevar a su cuarto tres hermosas meretrices para que eligiese la que gustase; pero las despidió todas tres, diciendo: «Ni aun Paris es seguro haber preferido a una». Dícese que las sacó hasta el vestíbulo y las despidió: tanta era su facilidad en recibir o no recibir las cosas. Por esta causa Estratón o, según otros, Platón, le dijo: «A ti solo te es dado llevar clámide o palio roto». Habiéndole Dionisio escupido encima, lo sufrió sin dificultad; y a uno que se admiraba de ello, le dijo: «Los pescadores se mojan en el mar por coger un gobio, ¿y yo no me dejaré salpicar de saliva por coger una ballena?» (121).

3. Pasaba en cierta ocasión por donde Diógenes estaba lavando unas hierbas, y le dijo éste: «Si hubieses aprendido a prepararte esta comida, no solicitarías los palacios de los tiranos». A lo que respondió Aristipo: «Y si tú supieras tratar con los hombres, no estarías lavando hierbas» (122). Preguntado qué era lo que había sacado de la filosofía, respondió: «El poder conversar con todos sin miedo». Como le vituperasen una vez su vida suntuosa, respondió: «Si esto fuese vicioso, ciertamente no se practicaría en las festividades de los dioses». Siendo preguntado en otra ocasión qué tienen los filósofos más que los otros hombres, respondió: «Que aunque todas las leyes perezcan, no obstante viviremos de la misma suerte». Habiéndole preguntado Dionisio por qué los filósofos van a visitar a los ricos y éstos no visitan a los filósofos, le respondió: «Porque los filósofos saben lo que les falta, pero los ricos no lo saben». Afeándole Platón el que viviese con tanto lujo, le dijo: «¿Tienes tú por bueno a Dionisio?» Y como Platón respondiese que sí, prosiguió: «Él vive con mucho mayor lujo que yo: luego nada impide que uno viva regaladamente y juntamente bien». Preguntado una vez en qué se diferencian los doctos de los indoctos, respondió: «En lo mismo que los caballos domados de los indómitos».

4. Habiendo una vez entrado en casa de una meretriz, como se avergonzase uno de los jóvenes que iban con él, dijo: «No es pernicioso el entrar, sino el no poder salir». Habiéndole uno propuesto un enigma, como le hiciese instancia por la solución, le dijo: «¿Cómo quieres, oh necio, que desate una cosa que aun atada nos da en qué entender?» Decía que «era mejor ser mendigo que ignorante; pues aquél está falto de dinero, pero éste de humanidad» (123). Persiguiéndolo uno cierta vez con dicterios y malas palabras, se iba de allí; y como el malediciente le fuese detrás y le dijese que por qué huía, respondió: «Porque tú tienes poder para hablar mal, y yo no lo tengo para oírlo». Diciendo uno que siempre veía a los filósofos a la puerta de los ricos, respondió: «También los médicos frecuentan las casas de los enfermos; pero no por eso habrá quien antes quiera estar enfermo que ser curado».

5. Navegaba una vez para Corinto, y como lo conturbase una borrasca y uno le dijese: «¿Nosotros idiotas no tenemos miedo, y vosotros filósofos tembláis?», respondió: «No se trata de la pérdida de una misma vida entre nosotros y vosotros». A uno que se gloriaba de haber aprendido muchas cosas, le dijo: «Así como no tiene más salud quien come mucho y mucho se ejercita que quien come lo preciso, así tampoco debe tenerse por erudito quien estudia muchas cosas, sino quien estudiar las cosas útiles». Defendiólo cierto orador en un pleito que ganó, y como le dijese: «¿De qué te ha servido Sócrates, oh Aristipo?», respondió: «De que todo cuanto tú has dicho en bien mío sea verdadero». Instruía a su hija Areta con excelentes máximas, acostumbrándola a despreciar todo lo superfluo. Preguntándole uno en qué cosa sería mejor su hijo si estudiaba, respondió: «Aunque no saque más que no ser en el teatro una piedra sentada sobre otra, es bastante» (124). Habiéndole uno encargado la instrucción de su hijo, el filósofo le pidió por ello 500 dracmas; y diciendo aquél que con tal cantidad podía comprar un esclavo, le respondió Aristipo: «Cómpralo y tendrás dos».

6. Decía que «recibía el dinero que sus amigos le daban no para su provecho, sino para que viesen éstos cómo conviene emplearlo». Notándole uno en cierta ocasión el que en su pleito hubiese buscado defensor a su costa, respondió: «También busco a mi costa un cocinero cuando tengo que hacer algún banquete». Instándole una vez Dionisio a que dijese algo acerca de la filosofía, respondió: «Es cosa ridícula que pidiéndome que hable, me prescribáis ahora el tiempo en que he de hablar». Indignado Dionisio de la respuesta, le mandó ocupar el último lugar en el triclinio; pero él ocurrió, diciendo: «Ya veo quisiste sea éste el puesto de más honor». Jactábase uno de que sabía nadar, a que respondió: «¿No te avergüenzas de jactarte de una cosa que hacen también los delfines?». Preguntado sobre qué diferencia hay entre el sabio y el ignorante, respondió: «Envíalos a ambos desnudos a tierras extrañas y lo sabrás». A uno que se gloriaba de no embriagarse aunque bebiese mucho, le dijo: «Otro tanto hace un mulo».

7. Afeándole uno que cohabitase con una meretriz, le respondió: «Dime, ¿es cosa de importancia tomar una casa en que vivieron muchos en otro tiempo, o bien una en que no habitó nadie?» Y respondiendo que no, prosiguió: «¿Y qué diferencia hallas entre navegar en una embarcación en que han navegado muchos y una en que nadie?» Diciéndole que ninguna, concluyó Aristipo: «Luego nada importa usar de una mujer haya servido a muchos o a nadie». Culpándole algunos el que siendo discípulo de Sócrates recibiese dinero, respondió: «Y con razón lo hago; pues Sócrates siempre retenía alguna porción del grano y vino que algunos le enviaban, remitiéndoles lo restante. Además, que sus despenseros eran los más poderosos de Atenas; pero yo no tengo otro despensero que Eutiques, esclavo comprado». Tenía comercio con la meretriz Laida, como dice Soción en el libro segundo de las Sucesiones; y a los que lo acusaban de ello, respondió: «Yo poseo a Laida, pero no ella a mí; pues el contenerse y no dejarse arrastrar de los deleites es laudable, mas no el privarse de ellos absolutamente» (125). A uno que le notaba lo suntuoso de sus comidas, le respondió: «¿Tú no comprarías todo esto por tres óbolos?» Y diciendo que sí, repuso: «Luego ya no soy yo tan amante del regalo como tú del dinero».

8. Simo, tesorero de Dionisio, le enseñaba una vez su palacio, construido suntuosamente con el pavimento enlosado. (Era frigio de nación y perversísimo.) Escupióle Aristipo en el rostro; y encolerizándose de ello Simo, le respondió: «No hallé lugar más a propósito». A Carondas (o a Fedón, como quieren algunos), que le preguntaba quién usaba ungüentos olorosos, respondió: «Yo, que soy un vicioso en esto, y el rey de Persia, que lo es más que yo. Pero advierte que así como los demás animales nada pierden aunque sean ungidos con ungüentos, tampoco el hombre. Así, ¡que sean malditos los bardajes que nos murmuran por esta causa!» Preguntado cómo había muerto Sócrates, respondió: «Como yo deseo morir». Habiendo en una ocasión entrado en su casa Políxeno, sofista, como viese muchas mujeres y un magnífico banquete, lo censuró por ello. Contúvose por un poco Aristipo; pero luego le dijo: «¿Puedes quedarte hoy con nosotros?», y respondiendo que sí, replicó: «¿Pues por qué me censurabas?» En un viaje iba un esclavo suyo muy cargado de dinero; y como le agobiase el peso, le dijo: «Arroja lo que no puedas llevar, y lleva lo que puedas». Así lo refiere Bión en sus Ejercitaciones

9. Navegando en cierta ocasión, como supiese que la nave era de piratas, sacó el dinero que llevaba y empezó a contarlo. Luego lo dejó caer al mar, aparentando con lamentos que se le había caído por desgracia. Añaden algunos que dijo para sí: «Mejor es que Aristipo pierda el dinero, que no que el dinero pierda a Aristipo». Preguntándole Dionisio a qué había venido, respondió: «A dar lo que tengo y a recibir lo que no tengo». Otros cuentan que respondió: «Cuando necesitaba de sabiduría, me fui a buscar a Sócrates; ahora que necesito dinero, vengo a ti». Condenaba el que «los hombres miren y remiren tanto las alhajas que compran, y examinen tan poco sus vidas». Algunos atribuyen esto a Diógenes.

10. Habiendo Dionisio, en un refresco que dio, mandado saliesen a danzar de uno en uno con vestidos de púrpura, Platón no lo quiso ejecutar, diciendo:

No visto yo ropajes femeniles.

Pero Aristipo, tomando aquella ropa, se la puso, y antes de empezar la danza, dijo prontamente:

Ni de Libero-Padre en los festejos,

se deja corromper el que es templado (126)

Intercedía una vez con Dionisio por un amigo, y no obteniendo lo que pedía, se arrojó a sus pies. Como alguno afease esta acción, respondió: «No soy yo el culpable en esto, sino Dionisio, que tiene los oídos en los pies». Hallándose en Asia, lo aprisionó Artafernes Sátrapa; y como uno le preguntase si creía estar allí seguro, respondió: «¿Y cuándo, oh necio, debo estar más seguro que ahora que he de hablar con Artafernes?» Decía que «los instruidos en la disciplina encíclica (127), si carecen de la filosofía, son como los que solicitaban a Penélope, los cuales antes poseían a Melanto, a Polidora y demás criadas, que no la esperanza de poder casarse con el ama». Semejante a esto es lo que dijo a Aristón, esto es, que «cuando Ulises bajó al infierno, vio y habló con casi todos los muertos; pero a la reina ni aun llegó a verla».

11. Preguntado Aristipo qué es lo que conviene aprendan los muchachos ingenuos, respondió: «Lo que les haya de ser útil cuando sean hombres». A uno que le preguntaba por qué de Sócrates se había ido a Dionisio, dijo: «A Sócrates me fui necesitando ciencia; a Dionisio necesitando recreo» (128). Habiendo recogido mucho dinero en sus discursos, como Sócrates le preguntase de dónde había sacado tanto, respondió: «De donde tú sacaste tan poco». Diciéndole una meretriz que de él estaba encinta, le respondió: «Tanto sabes tú eso como cuál es la espina que te ha punzado caminando por un campo lleno de ellas». Culpándolo uno de que exponía un hijo como si no lo hubiese él engendrado, le respondió: «También se crían de nosotros la pituita y los piojos, y los arrojamos lo más lejos que podemos». Habiendo recibido de Dionisio una porción de dinero, y Platón contentándose con un libro, a uno que se lo notaba, respondió: «Yo necesito dineros; Platón necesita libros». A otro que le preguntaba por qué razón lo reprendía tanto Dionisio, le respondió: «Por la misma que los demás».

12. Pedía una vez dinero a Dionisio, y objetándole éste haber dicho que el sabio no necesita, respondió: «Dame el dinero, y luego entraremos en esa cuestión». Dióselo Dionisio, y al momento dijo el filósofo: «¿Ves cómo no necesito?» Diciéndole Dionisio:

Aquel que va a vivir con un tirano,

se hace su esclavo aunque libre sea,

repuso:

No le es esclavo, si es que libre vino.

Refiere esto Diocles en su libro De las vidas de los filósofos; otros lo atribuyen a Platón. Estando airado contra Esquines, dijo después de una breve pausa: «¿No nos reconciliaremos? ¿No cesaremos de delirar? ¿Esperas que algún truhán nos reconcilie en la taberna?» A lo cual respondió Esquines: «De buena gana». «Acuérdate, pues, dijo Aristipo, que siendo de más edad que tú, te busqué primero». A esto dijo Esquines: «Por Juno, que tienes razón, y que realmente eres mucho mejor que yo. Yo fui el principio de la enemistad: tú de la amistad». Esto es cuanto se refiere de Aristipo

13. Hubo cuatro Aristipos: el primero éste de que tratamos; el segundo el que escribió la Historia de Arcadia; el tercero el llamado Metrodidacto (129), que fue hijo de una hija del primero (130), y el cuarto fue académico de la Academia nueva

14. Los escritos que corren de Aristipo son tres libros de la Historia Líbica que envió a Dionisio; un libro que contiene veinticinco Diálogos, escritos unos en dialecto ático y otros en el dórico; son estos: Artabazo, A los náufragos, A los fugitivos, Al mendigo, A Layda, A Poro, A Layda acerca del espejo, Hermias, El sueño, El copero, Filomelo, A los domésticos, A los que lo motejaban de que usaba vino viejo y meretrices, A los que le notaban lo suntuoso de su mesa, Carta a su hija Areta, A uno que sólo se ejercitaba en Olimpia, La interrogación, Otra interrogación, tres libros de Críos (131), uno A Dionisio, otro De la imagen, otro De la hija de Dionisio, A uno que se creía menospreciado y A uno que quería dar consejos

15. Algunos aseguran que escribió seis libros de Ejercitaciones; otros niegan que los escribiese, de los cuales uno es Sosícrates Rodio. Según Soción (en el libro segundo) y Panecio refieren, los libros de Aristipo son éstos: De la enseñanza, De la virtud, Exhortación, Artabazo, Los náufragos, Los fugitivos, seis libros de Ejercitaciones, tres libros de Críos, A Layda, A Poro, A Sócrates y De la fortuna. Aristipo establecía por último fin del hombre el deleite, y lo definía como: «Un blando movimiento comunicado a los sentidos».

(discípulos de Aristipo, la filosofía cirenaica)

16. Habiendo, pues, ya nosotros descrito su Vida, trataremos ahora de los que fueron de su secta, llamada cirenaica. De éstos, unos se apellidaron ellos mismos hegesianos; otros annicerianos; y otros teodorios. A éstos añadiremos los que salieron de la escuela de Fedón, de los cuales fueron celebérrimos los eretrienses. Su orden es este: Aristipo tuvo por discípulos a su hija Areta, a Etíope, natural de Ptolemayda y a Antípatro Cireneo. Areta tuvo por discípulo a Aristipo el llamado Metrodidacto; éste a Teodoro, llamado Ateo y después Dios. Epitimedes Cireneo fue discípulo de Antípatro, y de Epiménides lo fue Parebates. De Parebates lo fueron Hegesias, apodado Pisitanato, y Anníceres el que rescató a Platón (132).

17. Los que siguen los dogmas de Aristipo, apellidados cireneos, tienen las opiniones siguientes: Establecen dos pasiones (133), el dolor y el deleite, llamando al deleite «movimiento suave» y al dolor «movimiento áspero». «Que no hay diferencia entre un deleite y otro, ni es una cosa más deleitable que otra. Que todos los animales apetecen el deleite y huyen del dolor». Panecio en el libro De las sectas dice que por deleite entienden el corporal, al cual hacen último fin del hombre, mas no el que consiste en la constitución (134) del cuerpo mismo y carencia del dolor, y como que nos remueve de todas las turbaciones, al cual abrazó Epicuro y lo llamó último fin. Son del parecer estos filósofos que este fin se diferencia de la vida feliz, pues dicen que «el fin es un deleite particular, pero la vida feliz es un agregado de deleites particulares pasados y futuros. Que los deleites particulares se deben apetecer por sí mismos; pero la vida feliz no por sí misma, sino por los deleites particulares. De que debemos tener – dicen – el deleite por último fin puede servir de testimonio el que desde muchachos y sin uso de razón se nos adapta, y cuando lo disfrutamos, no buscamos otra cosa, ni la hay que naturalmente más huyamos que el dolor. Que el deleite es bueno aunque proceda de las cosas más indecorosas – según refiere Hipoboto en el libro De las sectas -; pues aunque la acción sea indecente, se disfruta su deleite, que es bueno».

18. «No tienen por deleite la privación de dolor como Epicuro, ni tienen por dolor la privación del deleite». Dicen que «ambas pasiones estriban en el movimiento, y sin embargo no es movimiento la privación del dolor ni la del deleite, sino un estado como el de quien duerme. Que algunos pueden no apetecer el deleite por tener trastornado el juicio. Que no todos los deleites o dolores del ánimo provienen de los dolores o deleites del cuerpo, pues nace también la alegría de cualquier corta prosperidad de la patria o propia». Pero dicen que «ni la memoria ni la esperanza de los bienes pueden ser deleite»; lo cual es también de Epicuro; pues el movimiento del ánimo se extingue con el tiempo. Dicen asimismo que «de la simple vista u oído no nacen deleites, pues oímos sin pena a los que imitan ayes y lamentos, pero con disgusto a los que realmente se lamentan». Al estado medio entre el deleite y el dolor llamaban «privación del deleite» e «indolencia». «Que los deleites del cuerpo son muy superiores a los del ánimo, y muy inferiores las aflicciones del cuerpo a las del ánimo, por cuya causa son castigados en él los delincuentes». Dicen que «se acomoda más a nuestra naturaleza el deleite que el dolor, y por esto tenemos más cuidado del uno que del otro (135). Y así, aunque el deleite se ha de elegir por sí mismo, no obstante huimos de algunas cosas que lo producen por ser molestas; de manera que tienen por muy difícil aquel complejo de deleites que constituyen la vida feliz».

19. Son de la opinión que «ni el sabio vive siempre en el deleite, ni el ignorante en el dolor; pero sí la mayor parte del tiempo, bien que les basta uno u otro deleite para restablecerse a la felicidad». Dicen que «la prudencia es un bien que no se elige por sí mismo, sino por lo que de él nos proviene. Que el hacerse amigos ha de ser por utilidad propia, así como halagamos los miembros del cuerpo mientras los tenemos. Que en los ignorantes se hallan también algunas virtudes. Que la ejercitación del cuerpo conduce para recobrar la virtud. Que el sabio no está sujeto a la envidia (136), a deseos desordenados ni a supersticiones, pues estas cosas nacen de vanagloria; pero siente el dolor y el temor, como que son pasiones naturales. Que las riquezas no se han de apetecer por sí mismas, sino porque son productivas de los deleites». Decían que «las pasiones pueden comprenderse, sí, pero no sus causas. No se ocupaban en indagar las cosas naturales, porque demostraban ser incomprensibles. Estudiaban la lógica por ser su uso frecuentísimo».

20. Meleagro en el libro II De las opiniones, y Clitómaco en el primero De las sectas, dicen que «tenían por inútiles la física y la dialéctica, porque quien haya aprendido a conocer lo bueno y lo malo puede muy bien hablar con elegancia, estar libre de supersticiones y evitar el miedo de la muerte. Que nada hay justo, bueno o malo por naturaleza, sino por ley o costumbre; sin embargo, el hombre de bien nada ejecuta contra razón porque le amenacen daños imprevistos o por gloria suya (137), y esto constituye el varón sabio. Concédenle asimismo el progreso en la filosofía y otras ciencias». Dicen que «el dolor aflige más a unos que a otros, y que muchas veces engañan los sentidos« (138).

21. Los llamados hegesíacos son de la misma opinión en orden al deleite y al dolor. Dicen que «ni el favor, ni la amistad, ni la beneficencia son en sí cosas de importancia, pues no las apetecemos por sí mismas, sino por el provecho y uso de ellas; lo cual si falta, tampoco ellas subsisten. Que una vida del todo feliz es imposible, pues el cuerpo es combatido de muchas pasiones (139), y el alma padece con él y con él se perturba; como también porque la fortuna impide muchas cosas que esperamos. Esta es la razón de no ser dable la vida feliz, y tanto, que la muerte es preferible a tal vida (140). Nada tenían por suave o no suave por naturaleza, sino que unos se alegran y otros se afligen por la rareza, la novedad o la saciedad de las cosas. Que la pobreza o la riqueza nada importan a la esencia del deleite, pues éste no es más intenso en los ricos que en los pobres. Que para el grado del deleite nada se diferencian el esclavo y el ingenuo, el noble y el innoble, el honrado y el deshonrado. Que al ignorante le es útil la vida; al sabio le es indiferente. Que cuanto hace el sabio es por sí mismo, no creyendo a nadie tan digno de él, pues aunque parezca haber recibido de alguno grandes favores, sin embargo no son iguales a su merecimiento».

22. «Tampoco admitían los sentidos, porque no nos dan seguro conocimiento de las cosas, sino que debemos obrar aquello que nos parezca conforme a razón». Decían que «los errores de los hombres son dignos de venia, pues no los cometen voluntariamente, sino coartados de alguna pasión. Que no se han de aborrecer las personas, sino instruirlas. Que el sabio no tanto solicita la adquisición de los bienes cuanto la fuga de los males, poniendo su fin en vivir sin trabajo y sin dolor, lo cual consiguen aquellos que toman con indiferencia las cosas productivas del deleite».

23. Los annicerios convienen con éstos en todo; pero «cultivan las amistades, el favor, el honor a los padres y dejan algún servicio hecho a la patria. Por lo cual, aunque el sabio padezca molestias, vivirá sin embargo felizmente, aunque consiga poco deleite. Que la felicidad del amigo no se ha de desear por sí misma, puesto que ni está sujeta a los sentidos del prójimo, ni hay bastante razón para confiar en ella y salir vencedores por opinión de muchos. Que debemos ejercitarnos en cosas buenas, por los grandes afectos viciosos que nos son connaturales. Que no se ha de recibir al amigo sólo por la utilidad (pues aunque ésta falte, no se ha de abandonar aquél), sino por la benevolencia ya tomada; y por ella aún se han de sufrir trabajos, aunque uno tenga por fin el deleite y sienta dolor privándose de él». Quieren, pues, que «se deben tomar trabajos voluntarios por los amigos, a causa del amor y benevolencia».

24. Los nombrados teodorios se apellidaron así del arriba citado Teodoro, cuyos dogmas siguieron. Este Teodoro quitó todas las opiniones acerca de los dioses; y yo he visto un libro suyo nada despreciable, titulado De los dioses, del cual dicen tomó Epicuro muchas cosas. Fue Teodoro discípulo de Anniceris y de Dionisio el Dialéctico, según Antístenes en las Sucesiones de los filósofos. Dijo que «el fin es el gozo y el dolor: que aquél dimana de la sabiduría; éste de la ignorancia. Que son verdaderos bienes la prudencia y la justicia: seguros males las costumbres contrarias; y que el deleite y el dolor tienen un estado medio». Quitó la amistad, por razón que «ni se halla en los ignorantes ni en los sabios: en los primeros, quitado el útil se acaba también la amistad; y los sabios, bastándose a sí propios, no necesitan amigos». Decía ser muy conforme a razón que el sabio no se sacrifique por la patria; pues no ha de ser imprudente por la comodidad de los ignorantes. Que la patria es el mundo. Que dada ocasión se puede cometer un robo, un adulterio, un sacrilegio; pues ninguna de estas cosas es intrínsecamente mala, si de ella se quita aquella vulgar opinión introducida para contener a los ignorantes (141). Que el sabio puede sin pudor alguno usar en público de las prostitutas; y para cohonestarlo hacía estas preguntillas: «La mujer instruida en letras, ¿no es útil por lo mismo de estar instruida?» Cierto. «Y el muchacho y mancebo, ¿no serán útiles estando también instruidos?» Así es. Mas «la mujer es ciertamente útil sólo por ser hermosa, y lo mismo el muchacho y mancebo hermosos. Luego el muchacho y mancebo hermosos, ¿serán útiles al fin para el que son hermosos?» Sin duda. «Luego, ¿será útil su uso?» Concedido todo lo cual, infería: «Luego no pecará quien use de ellos si le es útil; ni menos quien así use de la belleza». Con estas y semejantes preguntas persuadía a las gentes.

25. Parece se llamaba dios, porque habiéndole preguntado Estilpón así: «¿Crees, oh Teodoro, ser lo que tu nombre significa?» Y diciendo que sí, respondió: «Pues tu nombre dice que eres dios». Concediéndolo el, dijo Estilpón: «¿Luego lo eres?» Como oyese esto con gusto, respondió Estilpón, riendo: «¡Oh miserable!, ¿no ves que por esa razón podrías confesarte también corneja y otras mil cosas?» Estando una vez sentado junto a Euriclides Hierofanta (142), le dijo: «Decidme, Euriclides: ¿quiénes son impíos acerca de los misterios de la religión?» Respondiendo aquél que eran los que los manifestaban a los iniciados, dijo: «Impío, pues, eres tú que así lo ejecutas».

26. Hubiera sido llevado al Areópago de no haberlo librado Demetrio Falereo (143). Y aun Anficrates dice en el libro De los hombres ilustres que fue condenado a beber la cicuta. Mientras estuvo con Tolomeo, hijo de Lago, éste lo envió como embajador a Lisímaco, y como le hablase con mucha libertad, le dijo Lisímaco: «Dime, Teodoro, ¿tú no estás desterrado de Atenas?» A que respondió: «Es cierto; pues no pudiendo los atenienses sufrirme, como Semele a Baco, me echaron de la ciudad». Diciéndole además Lisímaco: «Guárdate de volver a mí otra vez», respondió: «No volveré más, a no ser que Tolomeo me envíe». Hallábase presente Mitro, tesorero (144) de Lisímaco; y diciéndole: «¿Parece que tú ni conoces a los dioses ni a los reyes?», respondió: «¿Cómo puedo no conocer a los dioses cuando te tengo a ti por su enemigo?»

27. Dicen que hallándose una vez en Corinto y siendo acompañado de una multitud de discípulos, como Metrocles Cínico estuviese levantando unas hierbas silvestres (145), y le dijese: «Oh tú, sofista, no necesitarías de tantos discípulos si lavases hierbas», respondió: «Y si tú supieras tratar con los hombres, cierto no necesitarías esas hierbas». Semejante a esto es lo que se cuenta de Diógenes y Aristipo, según dijimos arriba. Tal fue este Teodoro y su doctrina. Finalmente, partió a Cirene donde vivió con Mario, y fue muy honrado de todos; pero desterrándole después, se refiere que dijo con gracejo: «Mal hacéis, oh cireneos, desterrándome de Libia a Grecia».

28. Hubo veinte Teodoros. El primero fue samio, hijo de Rheco (146), el cual aconsejó se echase carbón en las zanjas del templo de Éfeso por razón que siendo aquel paraje pantanoso, decía que el carbón, dejada ya la naturaleza lígnea, resistía invenciblemente a la humedad. El segundo fue cireneo y geómetra, cuyo discípulo fue Platón. El tercero este filósofo de que tratamos. El cuarto es el autor de un buen librito acerca del ejercicio de la voz (147). El quinto uno que escribió de las reglas musicales, empezando de Terpandro. El sexto fue estoico. El séptimo escribió de historia romana. El octavo fue siracusano y escribió de Táctica. El noveno fue bizantino, versado en negocios políticos; y lo mismo el décimo, de que hace mención Aristóteles en el Epítome de los oradores. El undécimo fue un escultor tebano. El duodécimo un pintor de quien Polemón hace memoria, El decimotercero fue ateniense, también pintor, de quien escribe Menodoto. El decimocuarto fue asimismo pintor, natural de Éfeso, del cual hace memoria Teófanes en el libro De la pintura. El decimoquinto fue poeta epigramático. El decimosexto, uno que escribió De los poetas. El decimoséptimo fue médico, discípulo de Ateneo. El decimoctavo fue filósofo estoico, natural de Quío. El decimonono fue milesio, también estoico. Y el vigésimo, poeta trágico.

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(118) La mina o mna era una moneda imaginaria de los áticos, que valía 100 dracmas, esto es, unos 200 reales vellón. Aunque había otra mina menor que sólo valía 75 dracmas.

(119) Es sabido lo del espíritu familiar, genio o demonio, Δαιμάνιον, que Sócrates decía tener, como cuenta Platón en diversos lugares, Jenofonte, Elíano, Apuleyo, Plutarco y otros muchos.

(120) Παρέφαγεν

(121) Con alguna diversidad lo cuenta Ateneo, 12, 169.

(122) Horacio, I, Epíst. 17. Val. Máx., 4, 3, in ext

(123) Quiere decir que no es hombre, sino bestia, hablando hiperbólicamente.

(124) El ignorante que va al teatro no puede divertir el espíritu, sí sólo el cuerpo con las bufonadas de los que llaman graciosos. Así que, no penetrando las sutilezas y primores de los buenos dramas (como fueron los de los griegos), viene a ser una estatua sentada en una grada; esto es, piedra sentada sobre piedra. Los teatros antiguos eran todos de piedras y mármoles.

(125) Es un error gravísimo este de Aristipo, al no hacer diferencia entre los deleites honestos y torpes. Lactancio, lib. III. De falsa sapient., cap. XV.

(126) Versos de Eurípides in Bacc

(127) Τούς τών εγχυχλίων παιδευμάτων πεϊασχόθας. Por disciplina encíclica se entiende doctrina circular, o sea un conocimiento general de las ciencias, aunque no sea profundo ni perfecto en cada una, como explica Vitrubio, lib. I, capitulo I.

(128) Δεόμενος παιδείας… χαί παιδιάς. Usa de un juego de palabras poco distintas en la pronunciación y muy diversas en el significado.

(129) Significa instruido por su madre

(130) Llamada Areta, discípula de su padre.

(131) El texto griego es: Χρεία πρόσΔιονύσιον, ΄Άλλη επί τής έιχόνος,  ΄Άλλη έπί τής Διονυσίου θυγχτρός. Crías o críos eran sentencias y dichos graves, provechosos a la vida humana. Aristipo compuso tres libros de estas sentencias, como consta del párrafo siguiente, uno De críos en general, dedicado a Dionisio; otro De críos en particular, acerca de alguna imagen o retrato , y otro acerca de los mismos críos, a la hija de Dionisio. Siguiendo esta explicación, he traducido el texto literalmente, añadiendo la voz tres

(132) El Anniceris que rescató a Platón, como se dice en su vida, parece no pudo ser este discípulo de Parebates; pues siendo Parebates discípulo de Epiménides, Epiménides discípulo de Antípatro, y éste discípulo de Aristipo, condiscípulo de Platón, debió sin duda de pasar mucho tiempo hasta los discípulos de Parebates. Reinesio pone por lo menos ochenta años. Así, o Laercio confundió el Anniceris, fundador de la secta anniceriana, con otro Anniceris más antiguo, redentor de Platón, o los libros metieron en el texto alguna nota marginal puesta por algún semidocto.

(133) Δύο πάθη.

(134) ού τήν χαταστηματιχήν ήδονήν: otros traducen, no el deleite permanente. Creo que el adjetivo  χαταστηματιχήν quiere algo más.

(135) Merico Casaubono, conociendo lo frívolo y vulgar de esta sentencia, desea corregir el texto, mudando la voz ήδεσθχι deleitarse, en άχθεσθαι, entristecerse, sacando esta sentencia: «Que los cirenaicos tenían más cuidado del cuerpo que del ánimo, por ser mayores los dolores y deleites del primero que los del segundo.»

(136) Esto es, no tendrá envidia de nadie

(137) χαίδόξας. El intérprete latino traduce opiniones siniestras

(138) Que los sentidos no siempre nos anuncian la verdad lo dijeron y dicen infinitos; pero más que todos lo disputaron los pirrónicos, como veremos en la vida de Pirrón.

(139) παθημάτών.

(140) En la traducción de este pasaje sigo parte de la corrección de Mer. Casaubono, no dudando de que el texto ha padecido alteración.

(141) Sin embargo de este desatino, San Clemente Alejandrino, en su Amonestación a los gentiles, pone a este Teodoro entre los filósofos que vivieron honesta y moderadamente.

(142) Era el maestro y presidente de los ritos y ceremonias en los templos gentílicos.

(143) El Areópago fue un tribunal de justicia de los atenienses, cuyos jueces se llamaban areopagitas.

(144) διοιχητοϋ.

(145) σχάνδιχαςπλύονϊα, scandices larantem. Ignoro a qué hierba o raíz corresponde la scandix. Véase Plin., 21, 15; y 22, cap. XXII y XXIV.

(146) Reco fue un célebre arquitecto de Samos, que floreció unos 700 años antes de Jesucristo. También Teodoro fue arquitecto y ayudó a su padre en la reedificación del templo de Juno Samia. – Herodoto, Vitrubio.

(147) Φωναστιχόν  βι βλίον.