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CALENDARIO -cronología- Diccionario Enciclopédico Hispano-Americano

CALENDARIO, concepto y tipos principales: egipcio, griego, romano, árabe, gregoriano, republicano… (cronología)

Índice

CALENDARIO

(Del lat. calendārium): Cronología. Genéricamente, esta palabra designa el modo o procedimiento con que cada pueblo computa o ha computado las divisiones artificiales del año civil, y éste mismo con el año solar para la concordancia de ambos. Así se dice: Calendario Juliano, Gregoriano, Israelita, Musulmán, etc., por la diferencia de raza, región o creencia con que en el lenguaje se diferencian, pero refiriéndose, desde el punto de vista cronológico, a los fundamentos que para la computación del tiempo ha adoptado cada pueblo. Los antiguos egipcios, y con ellos casi todos los pueblos del Oriente, por sugestiones de la observación inmediata, tomaron como base o fundamento de su cronología las fases de la Luna, y de aquí la división del tiempo en semanas y meses lunares. Pero como esta división, si bien era aceptable para ciertos usos civiles, era insuficiente para señalar los cambios de las estaciones y otros fenómenos en conexión íntima con las faenas agrícolas y aun con ciertas prácticas religiosas, se estableció como unidad fundamental de tiempo el año solar o fracciones determinadas del año. Fácil fue reconocer que durante el año común la tierra presenta 365 intervalos de día y noche, y por esto, aspirando a la uniformidad, dividieron el año en 12 meses de a 30 días cada mes; y aspirando a la mayor concordancia, agregaron al fin de cada año cinco días llamados suplementarios o epagómenas. Tomada como exacta esta división, se fundaron en ella una multitud de reglas para la celebración de fiestas y ceremonias sagradas; y aunque (según vehementes indicios) llegaron a conocer que el año solar o tiempo de la revolución aparente del Sol en la eclíptica equivale a 365 1/4 días, el respeto a aquéllas, las costumbres y la influencia sacerdotal, se opondrían tenazmente a toda reforma.

De esta falta de concordancia entre el año solar y el año civil egipcio, llamado vago por los cronologistas, el primer día de cada año egipcio no correspondía con el paso del Sol por el equinoccio y retrogradaba anualmente casi la cuarta parte de un día; a los cuatro años el error era de un día, y este error llegó a ser de un año al cabo de cuatro veces 365, o sea 1.460 años. Los árabes, que habían tomado del Egipto toda su ciencia, sin las trabas que a éstos imponían las creencias y las prácticas religiosas, introdujeron el día intercalar cada cuatro años, y de aquí resultó una falta de conformidad en las fechas contadas por aquellos pueblos, análoga a la que hay actualmente entre la cronología rusa y la de todos los pueblos que aceptaron la reforma gregoriana. Quisieron también los egipcios establecer la concordancia entre las cronologías solar y lunar, y para ello formaron un ciclo de veinticinco años; fundándose en este período hay trescientas nueve lunaciones; y como cada lunación es de 29d5 305 086, resultan muy aproximadamente 9.125 días, que es también el número de días que comprenden los veinticinco años del ciclo. Para que hubiese el acuerdo deseado, establecieron diez años lunares de 355 días; los quince siguientes de 354 días, y las nueve lunaciones que aún quedan para completar el ciclo, las dividieron en cinco de veintinueve días y cuatro de treinta.

Los atenienses y la mayor parte de los pueblos de Grecia establecieron como base de su cronología el año luni-solar, con que trataron de dar concordancia entre las revoluciones del Sol y de la Luna. El año empezaba siempre con el novilunio inmediato al solsticio de verano; y como cada doce lunaciones hacen 354d,367 063, esto es, cerca de once días menos que el año solar, al cabo de ocho años esta diferencia se elevaba a ochenta y siete días; idearon, pues, un décimo-tercero mes de veintinueve días, que intercalaban ordenadamente tres veces en el intervalo citado, y llamaron embolísmicos a estos años de trece meses. Más adelante el astrónomo Méton propuso el cielo de diecinueve años solares, llamado de Méton o áureo-número, durante el cual se cuentan 235 lunaciones; y como 228 meses solares comprenden 242 lunaciones, bastó agregar siete meses a 228 lunaciones para componer diecinueve años solares. La reforma para la nueva concordancia se hizo agregando un mes a los años segundo, quinto, octavo, undécimo, decimotercero, decimosexto y decimonono de cada ciclo. La admiración que la reforma de Méton produjo en el pueblo ateniense fue tal, que el cálculo se inscribió con letras de oro en los muros del templo de Minerva.

El cálculo de Méton se fundaba en la equivalencia exacta entre los diecinueve años solares y las 235 lunaciones; pero como no es así y hay una diferencia de 2h4m, Calippo, un siglo después, propuso y obtuvo que se disminuyese un día a la computación lunar cada cuatro ciclos.

En el calendario primitivo de los romanos, atribuido a Rómulo, el año solar se dividió en diez meses de veinte y cincuenta y cinco días, división extraña que sólo se explica por la conveniencia en algunas faenas agrícolas o por las ideas religiosas que allí dominaban. Más tarde ideóse la división del año en doce meses con denominaciones que se han transmitido y aún subsisten en los pueblos donde imperaron triunfantes las águilas y la civilización romana. Numa, que estableció el año luni-solar, formó un calendario complicadísimo y perturbador; el desorden subsistió hasta Julio César, que en el año 45 (a. de J. C.), auxiliado por Sosigeno, astrónomo egipcio, introdujo la reforma y el calendarioJuliano

Julio César decretó la intercalación de un día cada cuatro años, de manera que a cada tres años de 365 días o comunes siguiese un año de 366 días.

      Este día intercalar se agrega al mes de febrero, que entonces es de veintinueve días. La circunstancia de que el número de orden del año en que se hizo la reforma a partir de la era cristiana en sentido negativo era divisible por cuatro, permite reconocer si un año es o no bisiesto por esta sencilla regla. Es bisiesto todo año no secular cuyo número de orden sea divisible por 4, y será bisiesto todo año secular cuyo número de centenas sea divisible por 4.

Así, fue bisiesto el año 1880; no lo será el 1890, y, por ser secular, el año 1900 no será bisiesto, aunque es divisible por 4, y el año 2000 será bisiesto aunque es secular.

El cómputo o calendario de los israelitas es exclusivamente lunar. El año común se compone de doce meses lunares, y el embolísmico se compone de trece. El año común puede tener 353,354 o 355 días, y por esto se dividen en defectivos, regulares y abundantes. Los años comunes y embolísmicos están ordenados con el fin de que cada diecinueve años el origen o principio del año lunar coincida con el del solar. Los años embolísmicos son los tercero, sexto, octavo, undécimo, decimocuarto, decimoséptimo y decimonono de cada ciclo. El mes que se agrega al año embolísmico, es llamado Veadar; otro Adar o Adar repetido. El día, entre los israelitas, comienza a las seis de la tarde del día civil precedente.

El calendario de los árabes musulmanes es lunar. El año, que empieza con novilunio, se divide en 12 meses de 30 y 29 días alternativamente. Pero por cuanto cada lunación tiene 29 1/2 días, se agrega por períodos determinados un día al último mes del año. Los años son de 354 o de 355 días: estos últimos se llaman Kebias, y son los 2º, 5º, 7º, 10º, 13º, 16º, 18º, 21º, 24º, 26º y 29º en períodos de treinta años. Por este procedimiento se intercalan 11 días, y los 30 años lunares comprenden 10.631 días, número casi igual al que comprenden 360 lunaciones. La pequeña diferencia que hay se va acumulando, y dentro de cinco o seis siglos exigirá corrección para restablecer la concordancia.

La intercalación de un día cada cuatro años ideada por Sosigeno y decretada por Julio César, presupone que el año trópico es de 365 1/4 días exactamente, y en esto se comete un error por exceso de 11m 12s, 3 cada año, error que, acumulado, al cabo de 1.414 años hizo muy sensible la falta de concordancia entre el año civil y solar. El Pontífice Gregorio XIII, asesorado de varios astrónomos, ideó plantear la reforma, tanto por las necesidades del ritual, cuanto por el inconveniente que aquella discordancia presentaba para utilizar inmediatamente en la práctica de la navegación los datos y resultados de la ciencia astronómica.

El concilio de Nicea, que se celebró en esta ciudad 325 años después de J. C., y que fue el primero que verificó la Iglesia, tuvo, entre otros objetos, el de evitar la discordancia en que se hallaban las Iglesias, con respecto a la fecha en que debía conmemorarse la Pascua. Sostenían las Iglesias asiáticas que, a imitación de los judíos, debía celebrarse dicha fiesta en la luna inmediata posterior al 14 de marzo, y las restantes pretendían que la fecha más propicia para la celebración de la Pascua debía ser el Domingo próximo venidero después de dicha luna. El concilio ordenó de acuerdo con este último parecer.

Felipe II, en carta dirigida al arzobispo de Toledo, en 4 de septiembre de 1582, le participó haber recibido del Santo Pontífice un calendario reformado, en el que se observaba lo prescripto por el concilio de Nicea, y se alteraba en otros puntos, según decisión pontificia, que lleva el nombre de su autor y es conocida por esta causa con la calificación de corrección gregoriana. El defecto que halló Gregorio XIII en el antiguo calendario y le obligó a proponer y realizar su reforma, fue el de contar como tiempo del año 365 días y seis horas, cuando no es más que el de 365 días, cinco horas, y 49 minutos. Este error produjo el año 1580 una equivocación, según la cual el equinoccio de primavera no caía en el 21 de marzo, como en el tiempo en que se celebró el concilio de Nicea, sino en el 11 del mismo mes. A fin de salvar este error, Gregorio XIII mandó que se descontasen diez días al mes de octubre de 1582, y ordenó, para impedir su repetición sucesiva, que cada cuatrocientos años no fueran bisiestos los últimos de los tres siglos primeros, como quería Julio César, y sólo lo fuese el último año del cuarto siglo, lo cual ha sucedido ya en 1700 y 1800, y está prevenido por los cánones para 1900. Éste es todo el cambio, hecho por el Pontífice antedicho, en el antiguo calendario romano

El calendario eclesiástico se distingue, entre otras cosas, por las letras dominicales, que son siete: A, B, C, D, E, E y , que marcan los siete días de la semana. Si el primer día del año fue domingo, se señala con la letra A, y todos los días del año que la tengan antepuesta serán domingos. Lo propio sucede con la B o con la C, si el segundo o tercer día del mes de enero cae en domingo. El año común concluye en el mismo día de la semana en que empieza, y el bisiesto un día después, y por esta causa las letras dominicales que expresan los días de la semana varían, siguiendo un proceso retrospectivo, cada año.

Además de las letras dominicales, hay que notar en el calendario eclesiástico: los ciclos solar y lunar, las indicciones, la epacta, y el áureo-número

Ciclo solar. Es una revolución solar que emplea desde su momento inicial hasta su conclusión 28 años, y se repite después, y sucesivamente, en la misma forma y por igual tiempo. Desde la reforma gregoriana, el ciclo solar debería ser de 400 años, que son los precisos para que la letra dominical que señala vuelva precisamente al mismo punto en que estaba el primer año de este ciclo solar. Este ciclo empezó en 1600 y concluirá el año 2.000. Entre ambas fechas se incluyen naturalmente los años 1700, 1800 y 1900 que, no siendo bisiestos como lo han sido los cientos anteriores, perturban el orden antiguo de las letras dominicales. Según la costumbre antigua del ciclo solar, Jesucristo habría nacido el año noveno del ciclo corriente.

Ciclo lunar. Es enteramente inútil para los católicos desde la corrección gregoriana de 1582. Consistía antes en una revolución de 19 años solares, a cuya conclusión las lunas nuevas caían en los mismos días en que habían llegado 19 años antes. Los cismáticos y los protestantes no siguen el orden de esta reforma para la celebración de su Pascua.

Hay también que considerar en el calendario eclesiástico la indicción romana o pontificia, porque los Papas se sirven de ella desde San Gregorio VII. Antes usaban la indicción de Constantinopla (Mabillon, Diplomática, lib. 2, cap. 24, n. 3). La romana empieza en enero, como el año Juliano. Las indicciones sirven para conocer la autenticidad o la suplantación de las bulas emanadas de Roma, en todas las cuales se pone la indicción.

Epacta. Número de días durante los cuales precede la luna nueva al comienzo del año. Como el uso principal del calendario eclesiástico consiste en fijar el día de la Pascua, y mediante él las festividades y el Oficio divino, se consulta, a este efecto, la epacta del año y la letra dominical. Después se mira en el calendario cuál es el día correspondiente a la epacta, se añaden catorce días al total de los que transcurren hasta dicho día, y se deduce entonces que la luna llena pascual cae en el último de los días añadidos. Basta después averiguar cuál sea el domingo próximo inmediato a esta luna, y éste será el día de la Pascua.

El áureo-número es el guarismo que marca el año del ciclo solar. Cuando es mayor que XI, si el año tiene 25 de epacta, se usa en el calendario la cifra 25 para designar las lunas nuevas, por cuya razón en el calendario gregoriano se ve siempre el número 25 marcado junto a XXVI o XXV. Cuando el áureo-número es 21 y la epacta XIX, entonces hay dos lunas nuevas en diciembre: la primera el día 2, marcada por la epacta XIX, y la segunda el 31 del mismo mes, señalada con la misma epacta al lado de 20.

Para completar todo lo dicho hasta aquí respeto a Calendario, V. ALMANAQUE, AÑO, CRONOLOGÍA, CICLO y EPACTA.

Francia, en los días de la Revolución, quiso establecer una nueva división del tiempo, un nuevo calendario que, además de corregir los errores del gregoriano, señalase la era de libertad en que había entrado la nación. Este calendario, que había de ser exclusivamente civil, independiente de todo culto, ofrecería la ventaja de convenir igualmente a todos. Comenzó a regir el 22 de septiembre de 1792, fecha de la proclamación de la República, y por él se contó el tiempo hasta el 1º de enero de 1806, en que fue oficialmente restablecido el gregoriano. El calendario francés dividía el año en doce meses de treinta días cada uno, habiendo además, para completar el tiempo de la revolución terrestre, cinco días epagómenas (seis en los años llamados sextiles). Desaparecía la división en semanas, y cada mes comprendía tres décadas o fracciones de diez días. El día a su vez se dividía en diez partes y cada parte en otras diez, con lo que se buscaba la concordancia entre el calendario republicano y el sistema de numeración decimal; pero esta última división, que sustituía a la antigua de veinticuatro horas, no se aplicó nunca en la práctica. Aunque el nuevo calendario fue aprobado en 5 de octubre de 1793, se acordó que la era que debía inaugurar comenzase en la fecha de la proclamación de la República, o sea el 22 de septiembre de 1792; mas como este acuerdo revocaba otro anterior por el que se disponía que el segundo año republicano comenzase en 1º de enero de 1793, fue preciso entonces decidir que las actas ya firmadas y comprendidas entre el 1º de enero y el 22 de septiembre de 1793, se incluyesen entre las del año primero de la República. Es preciso, por tanto, no olvidar esta circunstancia para interpretar bien las fechas de los acontecimientos históricos de aquel período. En un principio los meses, como los días, recibieron los nombres de primero, segundo, etc.; pero como el sistema resultó confuso, pues se daba el caso de decir: el primer día de la primera década del primer mes del primer año, se prefirieron nombres simbólicos y poéticos, sin alterar el sistema aceptado. Entonces los meses se llamaron: vendimiario (de vendimiae, vendimias); brumario (tiempo de las brumas bajas en la región media de Francia); frimario (de los fríos o frimas); nivoso (de nix, nivis, nieve); pluvioso (de pluie, lluvia); ventoso, o época de los vientos; germinal, o tiempo de la germinación de las semillas; floreal (de flos, floris, flor); pradial, o prairial en francés (de prairie, pradera); messidor (de messis, cosecha); termidor, o tiempo del calor y de los baños, y fructidor (de fructus, fruto). Los días de la década se expresaban por las palabras primidi, duodi, tridi, cuartidi, quintidi, sextidi, septidi, octidi, nonidi, decadi. Estas denominaciones ofrecían la ventaja de que se podía hallar fácilmente el día del mes. En efecto: si el día que se trataba de referir al mes era quintidi, es evidente que no podía ser más que día 5, 15 o 25; y como se sabía si el mes estaba en sus comienzos, a mediados o a fines, la determinación era fácil. Cada uno de los días del año, en vez de estar dedicado a uno de los santos del calendario romano, recibía el nombre de una de las producciones de la tierra, de los instrumentos agrícolas o de los animales domésticos, nombres todos aplicados con relativa aproximación a los días en que los productos se recogían, o en que los instrumentos o los animales eran utilizados por los agricultores.

A cada quintidi o semidécada correspondía el nombre de un animal doméstico, y a cada década un instrumento. El mes nivoso, en que la vegetación es nula, daba a sus días nombres de las sustancias del reino mineral o de los animales útiles a la agricultura. Los días complementarios eran llamados sans-culottides, a fin de honrar el nombre de sans-culotte que la aristocracia había dado a los republicanos para injuriarlos. Estos días complementarios, que, como se han dicho, eran cinco, formaban una semidécada y estaban consagrados, como fiestas nacionales, a la Virtud, el Genio, el Trabajo, la Opinión y las Recompensas. El periodo de cuatro años que comprende uno de los llamados sextiles o bisiestos, se llamaba una franciada, y el día epagómeno que entonces se agregaba a los cinco de los años ordinarios, era el sans-culottide por excelencia, y en él se celebraban juegos en honor de la Revolución. La correspondencia entre los calendarios republicano francés y gregoriano puede verse en el siguiente cuadro, en el que sólo se expresa el primer día de cada mes republicano durante los trece años, tres meses y ocho días que se usó aquel calendario. Con este punto de partida será fácil hallar la correspondencia del día que se busque en cualquier año. El cuadro va dividido en dos partes, porque un año republicano se compone de 12 meses que pertenecían a dos años distintos del calendario gregoriano. El año republicano, en efecto, comprende próximamente los cuatro últimos meses del gregoriano y los ocho primeros del año siguiente, excepción hecha de un corto número de días, como se verá en el cuadro: