Capítulo 1. Psicología – Artículo I
La Psicología es una rama de la Filosofía, que tiene por objeto el estudio del alma humana.
El alma humana es una substancia simple, activa, idéntica, espiritual e inmortal.
Le damos el nombre de substancia, porque tiene en sí misma todas las condiciones necesarias para su propia existencia.
Es simple, porque carece de partes y por lo tanto de composición.
Es activa, porque en ella reside la singular virtud de producir actos.
Idéntica, porque permanece siempre la misma.
Espiritual, porque posee dos altas facultades inorgánicas, que se llaman entendimiento y voluntad.
Finalmente, es inmortal porque permanece sin fin en la vida. En el transcurso de nuestro estudio iremos acreditando todos estos extremos.
La más ligera observación dirigida sobre nosotros mismos, basta para descubrir que en larga serie se producen en nuestro ser multitud de fenómenos, actos y operaciones, marcados con tan diferentes y aún opuestos caracteres, con notas tan distintas y especiales, que prontamente entendemos la diversidad de origen y de causa de donde aquellos proceden. Todos los fenómenos correspondientes al elemento físico, al cuerpo, convienen entre sí en un mismo carácter y como sello fundamental, que visto en el fenómeno basta para revelar la naturaleza de la causa productora. En cambio existen y se manifiestan otros muchos, tan singulares y extraños, que no se avienen ni concuerdan con los que se derivan de aquel principio de naturaleza material. Los actos, por ejemplo, de querer, entender, recordar, discurrir, dan a conocer por ellos mismos la existencia de otro origen más noble y excelente, de un principio de acción más elevado, de una causa, en fin, que trasmite al efecto el reflejo y como el sello de una superior naturaleza.
La conciencia, ese admirable instrumento cuyo ejercicio nos proporciona el conocimiento de lo que en nosotros mismos acontece, nos enseña cuántas y cuales son las profundas diferencias que separan las dos principales especies de los fenómenos observados, pues mientras los unos, los orgánicos, se efectúan con independencia de la voluntad y tiene que emplear el sujeto de la observación instrumentos adecuados, los otros se efectúan sin tales requisitos y no caen bajo el dominio de los sentidos, acusando un distinto origen y la existencia de un principio, de una actividad especial y fecunda, propia de una substancia esencialmente distinta del cuerpo. A esta nobilísima substancia es a la que llamamos alma.
Aunque el alma es distinta del cuerpo, unida a él se encuentra con muy estrecho y armónico vínculo, sin el cual no resultaría la unidad humana. Para hacer el estudio del alma sola, hemos de prescindir del cuerpo, en cuanto sea posible, y no en absoluto, si hemos de entender cómo obran ciertas facultades, que al trasmitir la actividad del alma, lo han de hacer valiéndose, necesariamente, de determinadas partes del cuerpo.
Sabido ya cuál sea el objeto que nos proponemos conocer, fácil es apreciar el valor, importancia y utilidad de su estudio.
El alma es, con efecto, una substancia nobilísima, a la cual se debe la alta categoría que el hombre disfruta entre todos los seres de la creación. Por su origen, naturaleza y destino, ella difiere esencialmente del otro elemento a quién por voluntad soberana se halla unida; y muy digna es de la atención del sujeto que la posee y de que éste la conozca y admire, empleando todos aquellos medios conducentes a su desarrollo y perfección graduales.
Y bastará, seguramente, para movernos en sentido del conocimiento propuesto; la comparación, siquiera sea ligera, de los dos elementos constitutivos de nuestro ser. Mientras el cuerpo es mi todo material formado por la agregación de partes, de idéntica naturaleza, el alma es une substancia simple, que carece de composición. El cuerpo se encuentra estrechamente ligado al mundo físico, del cual forma parte, y el alma tiende a lo semejante, que es el mundo espiritual. El cuerpo está sometido a las llamadas leyes físicas, ciegamente obedecidas por todos los seres materiales. Está el alma regida por leyes especiales, a las que no siempre da cumplimiento la voluntad del hombre.
Las partes del cuerpo, las moléculas que le constituyen, están sujetas a un movimiento y evolución constantes, en virtud de los cuales se eliminan y renuevan incesantemente, hasta el punto de que, en relativo breve espacio de tiempo, se efectúe la renovación total. El alma por el contrario, es idéntica, lo cual significa que no hay alteración en lo que constituye su ser propio, permaneciendo, constantemente la misma.
El cuerpo crece y se desarrolla por la asimilación de moléculas o partes materiales. El alma, en cambio, se perfecciona por el ordenado ejercicio de sus facultades y medios de acción, aumentando en afectos y en ideas pero nunca en lo que forma su naturaleza invariable.
Finalmente, el cuerpo tiene su principio en las funciones orgánico-fisiológicas de la generación y el alma en el acto sublime de la creación. El cuerpo perece y acaba, cesando la unión de sus partes, descomponiéndose y mezclándose sus elementos constitutivos con los semejantes del mundo físico, mientras el alma, roto su lazo de unión con la materia, vuela a la región altísima, en cumplimiento de su noble destino.
Digno de admiración es, sin embargo, que la íntima, substancial y personal unión, dé por resultado la existencia de un solo ser, que se denomina filosóficamente el yo. Este yo es el hombre sujeto de actos y funciones diversas, que indistintamente corresponden a las dos substancias que concurren a su formación.
Pasemos ya a la división de la interesante materia, objeto de nuestro estudio.