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Torre de Babel Ediciones

CARTESIANISMO, escuela filosófica -filosofía – Diccionario Enciclopédico H-A

DICCIONARIO ENCICLOPÉDICO HISPANO-AMERICANO(1887-1910)

Índice

CARTESIANISMO, escuela filosófica de Descartes  (filosofía)

CARTESIANISMO

(De Cartesius, n. latinizado de Descartes): m. Filosofía. Movimiento filosófico que se inició en el siglo XVII bajo la influencia de Descartes, y que ha llegado hasta nuestros días en la escuela denominada Espiritualismo francés. Los últimos representantes del cartesianismo han sido Huet y Lemoine en Francia; Hanegraft y Estapers en Bélgica, y Martín Mateos en España (V. Martín Mateos, Cartas filosóficas a D.R. de Campoamor; Béjar, 1866).

La revolución filosófica iniciada por Descartes abraza todas las ciencias, y además señala un período de completa renovación del sentido crítico. Con razón se llama a Descartes el Sócrates moderno y padre de la filosofía moderna. Para encontrar otro pensador que haya ejercido en su tiempo, y en los filósofos que le han sucedido, influencia semejante a la ejercida por Descartes, hay que llegar a Kant, fundador de la filosofía novísima, padre de ella, Vater, como respetuosamente le llaman los alemanes. Cuantos elementos fermentaban, oponiéndose al exclusivo imperio del formalismo escolástico y de su sentido autoritario con protestas selladas por el sacrificio de la vida (V. SAN BRUNO), se condensaron en el movimiento de independencia iniciado por Descartes y Bacon en el siglo XVII. Suele una crítica superficial estimar las direcciones de Descartes y Bacon más que como opuestas, cual radicalmente contradictorias, cuando constituyen movimientos concurrentes a un mismo fin, según ha comprobado la historia de la filosofía y está patentizando el estado actual del pensamiento contemporáneo. Ha acontecido algo semejante a este error crítico con aquel otro en que se incurrió, al poner en parangón la doctrina aristotélica con el platonismo, agotando los epítetos para calificar estas dos direcciones, hijas de la filosofía socrática, como contradictorias, y tener que reconocer más tarde que son factores comunes de un todo más general de una semi-identidad de sentido. Disponer las fuerzas del espíritu por obra de la reflexión para hallar un principio de certeza y de evidencia, es el problema que se propone la filosofía moderna (sin romper la continuidad con la antigua) que, iniciada con igual sentido y dirección por Bacon en las observaciones naturales, y por Descartes en las investigaciones del espíritu, llega hasta nosotros en los días presentes, agitando con más fuerza que nunca dicho problema, y mostrando, con las incertidumbres del espíritu descontentadizo e inquieto de estos tiempos, los dolores y males sociales que no encuentran lenitivo en eclecticismos parciales como el ideado por Leibniz.

La complejidad de la filosofía moderna va precedida en su aparición de un período preparatorio (siglos XV y XIV). (V. L. Liard: La Methode et la Mathématique universelle de Descartes, Revue Philosophique, tom. X) correspondiente al conocido en la historia general con el nombre de Renacimiento. La gradual emancipación del pensamiento de las trabas dogmáticas, consecuencia de la protesta formulada por los nominalistas; la creciente admiración a los sistemas filosóficos de la antigüedad y la aspiración nunca interrumpida a templar las soluciones extremas de los sistemas filosóficos ya producidos, son los caracteres predominantes en dicho período. Obra, más que de producción espontánea, de reaparición semierudita de los sistemas filosóficos antiguos, ni halla ni sistematiza la reflexión en este período nuevas verdades que iluminen el fondo todavía indeterminado de la conciencia humana. Como dice Cousin (Véase su Historia de la Filosofía en el siglo XVIII), la filosofía de los siglos XV y XVI educa el pensamiento moderno por medio del pensamiento antiguo. Provisto el espíritu humano mediante este período preparatorio de una libre espontaneidad en su reflexión; emancipado por completo de toda influencia extraña, y secularizada en el siglo XVII la obra emprendida, se comienza por indagar antes que nada un método para el conocimiento y un principio de certeza para la verdad. Con semejante propósito, que late en las obras de todos los pensadores, pierde la reflexión filosófica la indeterminación de otros tiempos, logra simplificar y clasificar las funciones intelectuales, asentando desde sus comienzos lo que llegó a ser el resultado final de toda la filosofía griega, a saber: el problema del conocimiento ha de hallar su solución o en las ideas racionales o en los hechos sensibles, o en algo intermediario y copartícipe de ambos. Es este período importantísimo en la historia del pensamiento, tanto por los puntos de contacto entre sus distintas direcciones, cuyo entronque común es el cartesianismo, cuanto porque da carácter definitivo (crítico) a la filosofía moderna, y sobre todo porque facilita la empresa de Kant que recoge con gran agudeza de ingenio los términos del problema filosófico, hasta el extremo de ser hoy su doctrina punto de partida obligado para todos los pensadores. Se debe principalmente este fundamental progreso al cartesianismo. De él y de la obra fundamental de Descartes (Discurso del método) dice Huxley: (Véase Huxley: Sur le Discours de la Methode): «La proposición fundamental de este discurso es que debe existir un camino que nos lleve a la verdad… y para ello hay una regla: la de no admitir otras proposiciones que aquéllas cuya verdad es tan clara que no es posible dudar de ellas. Desde este momento Descartes consagra la duda; pero la llamada por Goethe escepticismo activo, cuyo único fin consiste en conquistarse a sí mismo, y no la duda procedente de la ligereza y de la ignorancia que trata de perpetuarse para servir de disculpa a la pereza y a la indiferencia… Descartes encontró sólo la certeza en la conciencia, y el resultado de su manera de ver es el idealismo, que nos lleva directamente al idealismo crítico de su gran sucesor Kant.

Pero el discurso nos indica otro camino bien diferente en apariencia (nueva confirmación de que Bacon y Descartes coinciden, a pesar de su aparente oposición) y que nos obliga a reconocer la correlación de todos los fenómenos del universo, con la materia y el movimiento (el automatismo y la máquina corpórea); esta doctrina es el punto esencial del pensamiento físico moderno, que la mayor parte de los hombres llaman materialismo

Abre, pues, el Discurso del Método dos vías: con Berkeley y Hume nos conduce la primera a Kant y al idealismo; con Lamettrie y Priestley llega la segunda a la fisiología y al materialismo. Nuestro tronco se divide, pues, en dos grandes ramas; su fecundidad ha de depender de que se acerquen. Así, las diferencias entre la metafísica y la física son complementarias, no contrarias, y el pensamiento humano no quedará realmente fecundado sino cuando se hayan reunido.» No es sólo Huxley, sino otro escritor también inglés (autoridades que no admiten tacha de parciales), el que fija de modo definitivo la influencia del cartesianismo en la filosofía moderna y en la reforma de las ciencias contra los que pretenden atribuir este mérito a Bacon. Dice Mahaffy (V.  J. P. Mahaffy: Descartes, Edimburgo y Londres, 1880): «Nula y casi imperceptible fue la influencia de la espléndida retórica de Bacon en las reformas de las ciencias. Sus métodos de indagación consisten únicamente en una sagacidad bien ordenada, fundada en el desprecio de las autoridades de la Edad Media, sin que se note la creación de una nueva escuela que influya en la historia del pensamiento. Bien diferente es la obra de Descartes. Su método, acompañado de descubrimientos matemáticos, implica la solución de los más altos problemas, y aun cuando algunas de sus teorías sean falsas, indican el criterio para corregirlas. Creó una escuela definida, y el siglo siguiente se dividió en cartesianos y anticartesianos.»

La obra del cartesianismo es sumamente extensa: abraza las matemáticas, las ciencias naturales, la del hombre y la de Dios. El germen de toda ella se halla en el método: no admitir como verdadero sino lo evidente, evitando cuidadosamente la precipitación y la prevención, no aceptando más que aquello que no es susceptible de duda. El cartesianismo da el tono y carácter a todas las doctrinas filosóficas del siglo XVII, igualmente independiente frente a la escolástica y a la antigüedad, como fruto de indagación y método personales. Aunque el pensamiento de las antiguas escuelas subsiste en lo que tiene de sólido y verdadero, y el comercio con ellas será siempre fecundo, su influencia queda anulada desde que, con la aparición del cartesianismo, el espíritu humano examina los mismos problemas con método distinto y con formas diferentes.

El examen detallado de la doctrina cartesiana y la influencia eficacísima que ejerció en los grandes pensadores que siguieron a Descartes, lo mismo que la exposición de las consecuencias que de él dedujeran sus más preclaros discípulos, tendrán su lugar adecuado cuando tratemos de Descartes, Malebranche, Spinoza, etc. La historia del cartesianismo y la de sus vicisitudes hasta nuestros días se halla expuesta en las siguientes obras: Baile, Recueil de pièces curieuses concernant la philosophie de Descartes (Amsterdam, 1684); Huet, Mémoire pour servir l’histoire du Cartesianisme (París, 1693); Baillet, Vie de Mr. Descartes (París, 1691); Cousin, Mémoires sur la persécution du Cartesianisme, Fragments philosophiques et Fragments de philosophie cartesienne; Bordas-Demoulins, Le Cartesianisme ou la véritable rénovation des Sciences (París, 1843), y Bouillier, Histoire et critique de la révolution Cartesiaenne (París, 1842). En nuestro país, además de las cartas filosóficas del discípulo de Bordas-Demoulins, Martín Mateos, se ha publicado una traducción de las obras de Descartes con un estudio preliminar sobre el pensador francés, del malogrado Revilla.

Diccionario Enciclopédico Hispano-Americano (vol. 4, págs. 831-832)           CARTESIANISMO, escuela filosófica  de Descartes  (filosofía)

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