CATEGORÍA (filosofía: metafísica y lógica)
CATEGORÍA
– CATEGORÍA (del gr. χατ γορία; de χτά, en, άγορά, sitio público): f. Filosofía. En la lógica aristotélica, cada una de las diez nociones abstractas y generales siguientes: sustancia, cantidad, calidad, relación, acción, pasión, lugar, tiempo, situación y hábito
– CATEGORÍA: En la Crítica de Kant, cada una de las formas del entendimiento o del pensar, a saber: espacio y tiempo
– CATEGORÍA: En los sistemas panteísticos, cada uno de los conceptos puros o nociones a priori con valor transcendental al par lógico y antológico.
– CATEGORÍA:Filosofía. Esta palabra significó en un principio acusación, sentido que explicó el primero Aristóteles, y que después se ha conservado en la filosofía como atribución, si bien late en dicha palabra la idea de orden jerárquico para expresar a la vez los atributos primeros o superiores que se aplican a las cosas cognoscibles. Esta significación lógica y en cierto modo formalista, por la exageración de las interpretaciones escolásticas, adquirió más tarde transcendencia en el sistema de Kant. Conservando más menos fielmente este tecnicismo, pasó la palabra categoría al lenguaje ordinario, designando idea general, o lo superior que se concibe en los objetos. Compuestas ambas significaciones, por categorías se entiende las clases más altas o predicados más generales que se atribuyen a las ideas o seres reales, concebidos en su complejidad según un cierto orden de subordinación. Objetos reales, palabras, ideas, formas del pensamiento, o supuestos para su ejercicio, que se clasifican jerárquicamente, según términos comunes; tal es el sentido que tradicionalmente se viene aplicando a la palabra categoría. En ella se observa casi siempre confundido lo real u ontológico (metafísico) de los objetos cognoscibles con lo formal o lógico del pensamiento que concibe dichos objetos, conjunción que llegó a la famosa fórmula de identificar lo real con lo ideal, o la lógica con la metafísica en el hegelianismo (el ser es la idea).
La historia de las categorías equivale a la de toda la historia del pensamiento, pues no ha habido filósofo de algunas pretensiones que no haya sentido la exigencia (y empleado sus esfuerzos en satisfacerla) de exponer un cuadro general de categorías. Aunque son las de Aristóteles diez (sustancia, cantidad, cualidad, relación, posesión, lugar, tiempo, manera de ser, acción y pasión) y las de Kant catorce: (espacio y tiempo para la sensibilidad, y para el entendimiento, unidad, pluralidad, totalidad, afirmación, negación, limitación, sustancia, causalidad, comunidad, posibilidad, existencia y necesidad), las categorías que más influencia han ejercido en la historia y desarrollo de la lógica, no son éstas ni las únicas, ni siquiera las primeras. Ya en la filosofía india cita Colebrooke las de Kânada y las del Nyaya de Gotama, de donde se presume que están tomadas las de Aristóteles (V. Barthelemy Saint-Hilaire, Memoires de la Académie de Sciences morales et politiques, t. III, y Consin Curs. de l’histoire de la Philosophie). Anteriores a Aristóteles se citan las categorías de los pitagóricos y posteriores las de los estoicos (V. CANÓNICA) y las de Plotino (V. Vacherot, Histoire de l’école d’ Alexandrie, t. I, pág. 523). En la filosofía moderna se hallan las categorías de Descartes, las de la lógica de Port-Royal, y finalmente las de Kant, en parte corregidas por St. Mill Hamilton. (V. Bain, Logique deductive et inductive, t. I). No revelan estos estudios de las categorías, que cada filósofo expone desde su punto de vista especial, más parentesco que la concepción por todos ellos de la lógica como ciencia formal de las leyes del pensamiento, que prescinde de la materia del mismo. Contra este sentido abstracto, Hegel identifica materia y forma, la metafísica con la lógica, y deja iniciada la exigencia de un principio de unidad, que más que nexo de lo real con lo ideal sea germen del cual nacen y al cual revierten la idea y lo ideado. A esta tendencia, aunque con aspecto y tecnicismo empíricos, obedecen el principio de la relatividad universal de Bain, el postulado de lo indiscernible (ser inconcebible lo contrario de lo que se piensa) de Spencer, lo Inconsciente de Hartmann, el espíritu de libre síntesis de Lange y el Monismo de Haeckel, Wundt, Preyer y otros. Entre estos extremos, igualmente insolubles y de todo punto inconciliables, la historia de las categorías y del sentido y alcance específico que se les atribuye prueba cumplidamente que se desconoce su naturaleza como leyes objetivo-subjetivas del conocimiento, lo mismo cuando se las considera formas abstractas del pensamiento que cuando se las estima como propiedades de la realidad pensada. Se ofrece todo objeto de conocimiento, sea el que quiera, presente ante el que conoce, prima facie, de una vez en lo que es y contiene, aunque sin desplegarse en su complejidad, cual si por virtud mágica se adelantara a los deseos que emanan de nuestro insaciable instinto de curiosidad. Esta unidad, implícita o explícita, latente o expresa, que constituye el substratum o sostén de todo lo que podemos conocer del objeto, se impone como ley y a la vez como postulado, no sólo a la cognoscibilidad de lo real, sino al ejercicio activo de nuestra inteligencia y aun a su expresión en el lenguaje; pues necesitamos comenzar por nombrar o designar la cosa cognoscible o conocida. La solidaridad con que se hallan los objetos engranados en la realidad, mediante la cual decimos, por ejemplo, que «por el hilo se saca el ovillo», es una de tantas manifestaciones y pruebas de esta primera y fundamental manera ser presente todo lo real en cuanto cognoscible. Bajo este primer supuesto ofrece distinta y discretamente el objeto ante la contemplación del que conoce cuanto tiene de individual y particular, en relativa oposición y contrariedad a lo general y común con otros objetos igualmente cognoscibles.
Y no queda después, dentro de estos modos totales de ser presente la cognoscibilidad de los objetos, sino establecer, en completa adaptación y conformidad de nuestros medios activos con la realidad por conocer, la conexión y enlace de aquellos dos aspectos entre sí opuestos, y en la unidad primitiva unidos para constituir la complejidad sintética de lo real, que el análisis del sujeto discierne y distingue, pero que el objeto jamás ofrece separados. |
Constituyen estos aspectos las cualidades o predicados generales, en cuyo supuesto percibimos todo objeto cognoscible o las categorías (expresión de la analogía universal, que ha seducido a todos los espíritus filosóficos) que equivalen a los tópicos lógicos (como los había oratorios en las antiguas retóricas) o lugares comunes de la filosofía. Son, pues, las categorías, junta e indivisamente, leyes de la realidad y moldes de la actividad lógica. Si su realidad incide en la de los objetos cognoscibles, no son las categorías producto exclusivo de nuestra inteligencia (error del aristotelismo y del kantismo) ni aposiciones intelectuales que el sujeto idea y combina a capricho: antes bien, lleva o debe llevar siempre por delante el que conoce la realidad del objeto conocido para comprobar la verdad de sus asertos. No es posible que sin la causa ocasional que la presencia del objeto ofrece, cual excitante de nuestra actividad, entrara en juego ni aun la manifestación rudimentaria de nuestro instinto de curiosidad, que no encuentra nunca el conocimiento ya formado. Ni aun los que entienden que sólo conocemos por medio de la sensación, estiman que el conocimiento quede formado sólo con la impresión de lo que nos afecta, pues, como dice Delboeuf, el sujeto que siente no es simplemente pasivo, sino que actúa y puede llegar a tener sensaciones consecutivas (calor y frío en la fiebre, ruido de oídos, etc.) Sin esta condición fuera el sujeto simple recolector de datos, cuyo orden, discreción y racionalidad (que es lo que principalmente constituye la ciencia), semejarían ciencia infusa o revelada, tan contraria a lo que la experiencia enseña. Podemos, pues, afirmar, contra empíricos e idealistas, que la naturaleza de las categorías es empírico-ideal o compuesta, es decir, que las categoríasimplícitas en la realidad de los objetos se han de convertir en explícitas mediante la actividad del que conoce, o que la síntesis de la realidad se percibe en el análisis propio de la ciencia. De esta suerte no suplanta la libre y fantástica idealidad del sujeto (como quiere Hegel) la realidad de lo cognoscible, de la cual deduce y saca aquél las categorías. Además, resulta que la experiencia no es el principio y fin de todo conocimiento, pues éste requiere discreción, orden y racionalidad para entender la complejidad de los elementos cognoscibles. Con este sentido conforma la doctrina lógica de Wundt, cuando dice: «el pensamiento ejercita funciones lógicas, en virtud de las cuales surgen principios al contacto de la experiencia,» sin que semejante condición suprima el carácter a priori de las leyes del pensamiento. Actividad ordenadora y reguladora la de nuestro pensamiento, que establece el orden en vista de la realidad cognoscible, precisa ante todo como categoría fundamental la de la unidad del objeto (implícita o explícita, latente o expresa, conocida o supuesta) que persiste a través de todas sus manifestaciones. En cuanto la unidad persiste por todo el decurso del tiempo y por cima de sus cambios, se llama identidad. La categoría o principio de identidad (V. IDENTIDAD), cual substratum o supuesto de todo cognoscible, implica la afirmación primera e insustituible de la existencia de la cosa por conocer. Declarada semejante existencia, surge cual necesidad impuesta a la vez a la complejidad de lo conocido y a la discreción de nuestra inteligencia, la distinción del objeto frente a los demás, que es a lo que se refiere el principio o la categoría de la contradicción V. CONTRADICCIÓN.
No es ésta ni concebible siquiera, sino en supuesto de la identidad, que queda mediante aquélla confirmada hasta el extremo de que algunos lógicos (V. Bain, ob. cit., y Varona, Conferencias filosóficas) han considerado los principios de identidad y contradicción como uno solo referido a la índole de nuestra inteligencia en sus dos momentos indivisibles de asemejar y distinguir, que suponen necesariamente como base de comparación la unidad persistente de cada uno de los objetos que asemejamos y diferenciamos, es decir, la identidad. Percibidas, muchas o pocas, algunas de las múltiples manifestaciones que el objeto (por ser dentro de su límite prisma de infinitas cosas) ofrece en su cognoscibilidad, se necesita establecer la dependencia de unos conceptos respecto a otros y la conexión inteligible de las ideas entre sí, a cuya exigencia se refiere la categoría de la continuidad o principio de razón, llamado por algunos de razón suficiente. Algunos lógicos añaden a estas tres categorías el principio de exclusión del término medio, pero basta enunciarle «toda cosa debe poseer un atributo dado o no poseerlo,» para convencerse de que es una consecuencia del principio de contradicción (V. Hartsen, Principes de Logique). Otros pensadores, los partidarios de la asociación y enemigos de las causas finales, convierten esta categoría del principio de razón en blanco de sus iras, y pretenden sustituirla por un orden abstracto y serial de conexiones formalistas o sucesivas en el tiempo. Basta aquí recordarles el aforismo general de que «comparar no es razonar.» Finalmente, otros explican estas categorías con sentido semejante aunque con nombre distinto, la de la identidad por la tesis, la de la contradicción por la antítesis, y la de razón por la síntesis (V. Tiberghien, Logique, t. I).