COMPENDIO DE LA HISTORIA DE LA CHINA Su gobierno, leyes, ciencias, artes, industria, comercio, navegación, usos y costumbres Traducido del francés por Mariano de Castro y Duque – 1862
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Capítulo X. Relaciones entre chinos y europeos. Motivos de la última guerra con los ingleses. Operaciones militares .Tratado de comercio.Los portugueses fueron los primeros que arribaron a Canton el año de 1517. La expedición, compuesta de muchos buques, fue mandada por Fernando de Andrada; le acompañaba Tomás Pereira, revestido con el título de Embajador del Rey de Portugal cerca del Emperador de la China. Andrada fue muy feliz o muy diestro para captarse la benevolencia del Virrey de Canton, y estipuló con él las bases de un tratado de comercio, y Pereira obtuvo la autorización de trasladarse a Pe-King. Desgraciadamente Andrada había dejado dos de sus buques en la embocadura del río de Canton, y la tripulación que los montaba, en lugar de conducirse como su jefe con moderación, dulzura y buena fe, trataron a los chinos con la mayor brutalidad y engañándolos en sus tratos; de modo, que estos se exasperaron, corrieron a las armas, y obligaron a los portugueses a reembarcarse y ganar precipitadamente la mar. Andrada no dudó que por la amistad y estimación que tenía con el Virrey, se retiraría de Canton sano y salvo con sus fuerzas y buques; pero el desgraciado Pereira, que se encontraba cerca de Pe-King cuando pasaban estos tristes acontecimientos, fue muy mal recibido del Monarca, quien, contra el derecho de gentes, le hizo cargar de cadenas y meterle en un calabozo, donde murió. Algunos años después, un Vicealmirante portugués ofreció al Gobierno chino limpiar sus costas de una nube de piratas que interceptaban toda comunicación marítima, y devastaban el litoral desde la isla de Hai-Nan hasta la embocadura del Kiang; este ofrecimiento se hizo tan a propósito, que fue recibido con gusto, porque en aquella ocasión los atrevidos aventureros tenían mejor organización, y disponían de mayor número de barcos que el Emperador; así, que los buques portugueses batieron a los piratas de bahía en bahía en el periodo de un año, y concluyeron por disolver y aniquilar esta poderosa compañía de salteadores. El Emperador autorizó al almirante para que fundase una ciudad cerca de Macao, en premio de los buenos servicios que le había prestado, en donde los portugueses se mantienen hasta hoy, a pesar de las frecuentes interrupciones en el comercio, y de las muchas alternativas de buena o mala inteligencia. En 1623 un buque holandés, volviendo del Japón, fue arrojado por una tempestad sobre la Isla Formosa, y un navío japonés le había precedido; cuyo Comandante, encontrando este país a propósito, resolvió establecer una colonia; los holandeses fueron de la misma idea, y para ganar tiempo, pidieron entonces a los japoneses permiso para reparar su embarcación y después el de construir un fuerte, dándole el nombre de Castel-Zelanda. En 1660 uno de los partidarios chinos, después de haber hecho esfuerzos inauditos para resistir a la invasión tártara, no queriendo a ningún precio someterse a los conquistadores de su patria y mantenerse independiente, se vio obligado a refugiarse en Formosa con el resto de sus tropas. Como la vecindad de los holandeses contrariaba sus miras, intimó al Gobernador de Castel-Zelanda para que le entregase la plaza, permitiéndole llevar armas, municiones, mercancías y aun ayudarle con su flota para efectuar su salida, pero amenazándole con las armas en caso de resistencia; por fin, después de inútiles conferencias vinieron a las armas, y los holandeses fueron rechazados de todas partes y obligados a reembarcarse con pérdidas considerables. En 1668 los negociantes ingleses, que no habían hecho antes ninguna tentativa formal para dar a sus relaciones comerciales con los chinos una base sólida, pensaron entonces en el inmenso desarrollo que éstas podrían tomar un día. El Gobierno inglés secundó hábilmente los esfuerzos de los armadores, quienes por su parte trataron con mucho concierto el negocio, recogiendo bien pronto el fruto de su trabajo y perseverancia; hasta que en 1727 se hizo entre los traficantes, poco escrupulosos en la elección de los medios para estancar los mercados chinos, una guerra encarnizada, cuya relación tiene algo de repugnante, tomando también una parte activa en estos manejos los representantes oficiales de diversas naciones. Los chinos, en medio de un conflicto perpetuo de acusaciones, concluyeron por creer que había algo de verdad en el fondo de este cúmulo de calumnias, y crearon una compañía de comerciantes Hongs, cuyos miembros están autorizados solamente para comprar y vender a los europeos. Este privilegio de comprar y vender a su gusto los da grandes provechos, sobre los que el Gobierno chino saca la mejor parte; y los Hongs, tiranizados de todos modos, se vengan en el comercio extranjero. De aquí resultan contestaciones sin fin, que dan mucho que hacer al Virrey y a los magistrados de Cantón. MOTIVOS DE LA GUERRAParece increíble que un Gobierno haya publicado la pretensión de obligar a una Monarquía independiente a que sancione la introducción en sus estados de una enorme cantidad de opio, cuya droga perniciosa diezma las poblaciones. Si la Inglaterra lo hubiese hecho con sus producciones naturales o manufacturas, cometía uno de estos abusos de fuerza, muy conocidos en la historia; pero el crimen es mayor protegiendo a cañonazos este tráfico inicuo; en vano el Gobierno inglés ha tratado de encubrir el verdadero motivo de la guerra, la discusión sobre los negocios de la China ha manifestado la causa a todo el mundo en pleno Parlamento. La guerra se resolvió tan pronto como el Gobierno se hubo apercibido que el Emperador de la China tomaba medidas eficaces para detener la importación del opio. Después de diez años, el cultivo del opio era un manantial de riquezas para la India inglesa; ninguna producción entre el Ganges y el Indo es tan lucrativa y fácil, pues el valor de la cantidad de opio importada en la China el año de 1839, ascendía a 425.600,000 reales; y rehusando en 1840 admitir esta droga, dejí plantados a los negociantes anglo-indos con su género, que valía lo menos 570.000,000. El arrendamiento de la compañía de las Indias acababa de espirar, y la compañía se disolvía; el temor de perder las inmensas ventajas que la ofrecían sus operaciones con la China hizo emplear todos los medios, evitando siempre el herir abiertamente la susceptibilidad de las autoridades chinas. Por otra parte, ella imponía un freno a la codicia de los negociantes, trazando un cierto límite a los abusos, y si el contrabando se hacia a presencia de todos, era con las precauciones y miramientos que permitían a los mandarines chinos cerrar los ojos para no ver. Pero cuando el comercio quedó libre; cuando a los agentes de la compañía de Indias sucedieron los agentes oficiales, en el mismo tiempo que las contestaciones entre las autoridades inglesa y china eran más ruidosas y graves, los negociantes, poco recelosos del porvenir, no pensaban sino en enriquecerse en una sola operación, de la cual podía resultar el aniquilamiento del comercio inglés en China. He aquí cómo se trataban los negocios del opio en esta época: dos navíos trasformados en almacenes flotantes estaban anclados en el río de Canton, a cierta distancia; según se vendía el opio por muestra, los comerciantes chinos enviaban barcos largos, estrechos y montados por 20, 30, y hasta 50 remeros, que iban en día claro a tomar el cargamento de la mercancía vendida, y escapaban por su celeridad de los cruceros chinos y de las lanchas de la aduana; en vano el Gobierno lanzaba edictos terribles contra los navíos-almacenes que, protegidos por el pabellón inglés, despreciaban las amenazas. Al fin el Emperador mandó a Canton un hombre enérgico con plenos poderes para cortar el mal de raíz; el que advirtió al Comandante de las fuerzas inglesas en los mares de China, que si en un tiempo dado los extranjeros no habían exportado de las factorías de Canton todo el opio que se encontraba, él le haría sacar y echar a la mar. Esta notificación se llevó a efecto, y los ingleses pretextaron que aquella determinación era ilegal y contra el derecho de gentes. Por su parte el Gobernador chino sentó por principio que tenia el derecho de arreglar los negocios interiores del país, y por consecuencia de prohibir o permitir la introducción en sus puertos de cualquiera mercadería; y que en el caso presente, se consideraba exento de todo cargo, porque había prevenido en tiempo útil a los ingleses su resolución, y no podían alegar ignorancia. Vencidos los ingleses en el terreno de la razón, apelaron a sus cañones, y empezaron las hostilidades sin ninguna de las formalidades usadas entre naciones civilizadas; los ingleses residentes en Canton levantaron sus casas, y se embarcaron con sus familias sin llevar casi provisiones y en el mayor desorden. Por una imprudencia inconcebible, un solo buque de línea se encontraba en los mares de China. Su Comandante Lord Elliot nada pudo emprender sin haber recibido antes refuerzos; el único hecho de armas importante que tuvo lugar el año de 1839, fue el combate entre el Brick-Volage y 29 barcos chinos. El mandarín que dirigía esta flota hizo los mayores esfuerzos para apoderarse del brick, pero éste destruyó casi impunemente a los miserables barcos, pues él no perdió un hombre y mató más de 500 chinos. A mediados de 1840 apareció la escuadra inglesa, compuesta de tres navíos de línea, dos fragatas y cuatro vapores, acompañados de diez y ocho trasportes que conducían tres regimientos y un fuerte destacamento de cipayos, en número total de 3.500 hombres. El Comandante de la flota puso en estado de bloqueo la ría de Canton; esta medida produjo complicaciones muy graves entre ingleses, portugueses y americanos, porque era matar de hambre a los habitantes de Macao, cuyo territorio nada produce; y Lord Elliot reconoció el derecho de neutralidad, y tuvo que dejar pasar los barcos chinos que llevan víveres a esta ciudad. E1 4 de Julio algunos buques atacaron la Isla de Chusan, y después de un corto cañoneo se enarboló al siguiente día el pabellón inglés en la capital de la Isla, cuyos habitantes se habían escapado a la aproximación del enemigo. La toma de Chusan fue considerada como la primera base de la guerra contra los chinos; unos y otros no pensaban hasta entonces que las cosas vendrían a este extremo; los agresores por su parte, viendo con la facilidad que había caído en su poder una parte del imperio, creyeron que no tendrían mas que presentarse para someter todo el país; pero se llevaron chasco, pues el Gobernador chino, desesperado, decretó la exterminación de los bárbaros, y puso en precio las cabezas de los Oficiales ingleses. Con la incontestable superioridad de sus buques, de su artillería y de su táctica, los fuertes se desplomaron al fuego de su artillería, y las ciudades reputadas inexpugnables apenas resistieron algunas horas; Canton amenazada a la vez por mar y tierra, se rindió para librarse de los horrores de un bombardeo; en seguida la flota inglesa remontó hacia el Norte y tomó el 26 de Agosto a Amoi, después de dos días de resistencia; a continuación una parte de la escuadra empeñó un combate que duró dos horas en el punto del Kiang, confluencia del Wo Seng y de este río, donde por la primera vez los chinos sostuvieron resueltamente el choque, dejándose hacer pedazos sobre sus piezas de artillería primero que retroceder; los ingleses al cabo forzaron el paso y avanzaron hacia la ciudad de Chin-Hae, uno de los primeros puertos de la China. Mientras tanto la otra parte de la flota se apoderaba sin riesgo de Ning-Po, y amenazaba a Nan-King. El Emperador, que no había conseguido ventaja alguna para fundar esperanzas, reconoció su impotencia y renunció prolongar una lucha cuyo suceso podía ser dudoso. Entabló negociaciones, y los chinos, que habían sido tan inferiores en los campos de batalla, se mostraron hábiles diplomáticos. El Plenipotenciario de S. M. británica se encontró bien pronto en el mayor embarazo; cada día perdía terreno, y los residentes de Macao, en posición solo de seguir la marcha de los acontecimientos y apreciarlos, se apercibían no sin sorpresa, que al cabo de tres meses de conferencias, el Plenipotenciario chino Keschen había eludido establecer la discusión sobre las primitivas bases, de suerte, que después de todas sus victorias, los ingleses estaban en el mismo estado que la víspera de las hostilidades. Entonces Lord Elliot cambió de sistema y formuló un ultimátum sobre el cual rehusaba abrir toda discusión, este era, tomar o dejar. Los chinos, ¿qué podían hacer en vista de su incapacidad militar, cuando era necesario o admitir un tratado lleno de injusticia y violencia, o empezar una nueva guerra? Nada: únicamente Keschen pudo lograr introducir en el ultimátum cláusulas muy insignificantes en la apariencia, pero que ofrecen un día al Celeste Imperio los medios de anularle. Hoy, que una ruda y sangrienta lección les ha abierto los ojos, un monarca que preside a los destinos de un imperio el más floreciente y extenso del universo ¿consentirá en lo sucesivo estar a merced de algunos regimientos ingleses o franceses? Esta guerra es un acontecimiento político de la mayor importancia.
REGLAMENTO GENERAL PARA EL COMERCIOENTRE LA INGLATERRA Y LA CHINAen los cinco puertos de Canton, Amoi, Fout-Chou, Ning-Po y Shang-Hai.Artículo primero. Los pilotos chinos entrarán y sacarán los buques del comercio inglés, y su remuneración será exactamente fijada por el Cónsul inglés de cada puerto. 2.º El Superintendente chino de la Aduana confiará a dos Oficiales la vigilancia en el interior del tesoro de cada buque de comercio inglés. Estos Oficiales serán pagados por la Aduana. 3.º Los Capitanes de buques del comercio inglés deberán presentar todos sus papeles de bordo al Cónsul, bajo pena de doscientos dollards. La presentación de una falsedad manifiesta incurrirá en la pena de quinientos dollards y confiscación de la mercancía desembarcada. La licencia será concertada después de la comunicación con el Superintendente de la Aduana, de las toneladas del buque y de los detalles de su cargamento. 4.º La responsabilidad de la fianza de los mercaderes Hongs por las deudas contratadas con los comerciantes ingleses, queda abolida por su monopolio; los mercaderes ingleses no tienen que ejercer más recursos que entre ellos mismos; pero las autoridades chinas cuidarán de poner en manos de la justicia al mercader chino que haya extraviado fraudulentamente o contratado deudas que no pueda pagar. 5.º El derecho de tonelada es de cinco marcs; los anteriores de entrada y salida quedan abolidos. 6.º Una tarifa fija será establecida para la importación. Los derechos deberán ser pagados totalmente antes de la salida, y sobre la presentación de la carta de pago, el cónsul volverá los papeles de bordo y permitirá la salida del puerto. 7.º Los cargamentos de embarque y desembarco serán visitados por un agente de la Aduana, bajo la vigilancia de una persona debidamente calificada para defender los intereses de los mercaderes ingleses, que, sin esta precaución no será admitido nada. En caso de discusión sobre la tarifa de un derecho ad valorem el precio mas elevado, ofrecido por uno de los mercaderes expertos llamados por cada una de las partes, servirá de base para el establecimiento del derecho. Para determinar la tasa sobre las mercancías en arca, en caso de contestación, cada una de las dos partes tomará un cierto número de arcas, y reunidas se verificará la tara, cuya término medio determinará la de todas. Si no se pudiese ajustar sobre otros puntos, el mercader inglés llamará a su cónsul, el cual se entenderá con el Superintendente de la Aduana, a fin de que sea decidido amigablemente. 8.º Los cambiantes o banqueros escogidos por el Superintendente, y de un caudal reconocido, estarán autorizados para recibir los derechos pagados por los mercaderes ingleses, y el saldo de estos equivaldrá a una carta de pago del Gobierno. Los Cónsules ingleses se entenderán con el Superintendente para determinar las monedas extranjeras, y fijar el tanto por ciento necesario para establecer la igualdad con la plata pura, sayci 9.° Los pesos y medidas modelos, semejantes a los usados hasta hoy en Canton y con el sello, serán depositados en poder del Superintendente, para que sirvan de reguladores en las transacciones. 10.º El arrendamiento de las barcas o lanchas de carga será convencional entre el mercader inglés y los barqueros, sin ninguna intervención del Gobierno, que no responde de la infidelidad de estos. 11.º Ningún trasbordo de mercancías puede hacerse sin autorización. En caso de urgencia, el Cónsul librará un certificado con el cual el Superintendente enviará un Oficial especialmente encargado de presenciarle. 12.º En los cinco puertos; un Oficial dependiente del Cónsul, estará encargado de evitar todas las querellas que puedan suscitarse entre los marineros ingleses y chinos. Este Oficial acompañará a los ingleses en sus paseos; no se impedirá que los chinos vayan a bordo, para vender los objetos necesarios a los marineros. 13.º Cuando un inglés tenga razón para quejarse de un chino, irá sobre la marcha a dar conocimiento de sus agravios al Cónsul, el que procurará que termine amigablemente la diferencia, según las circunstancias del hecho. Si la querella es de imposible arreglo, la zanjará la autoridad china. Los ingleses no podrán ser castigados sino por el Cónsul, y conforme a las leyes de su país. Igualmente sucederá a los chinos. 14.º Un guarda-costas del Gobierno inglés, estará estacionado en cada uno de los cinco puertos, a la disposición del Cónsul. Estos, no llevando mercancías, estarán exentos de todas las obligaciones impuestas a los buques de comercio. 15.º Quedan abolidas las fianzas para los mercaderes Hongs; los Cónsules ingleses serán responsables de todos los buques que frecuenten los cinco puertos abiertos al comercio.
FIN |
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