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CRÉDITO – Vocabulario de la economía

Crédito

Significa, en general, ascenso, confianza que se concede o se inspira a los demás, y económicamente consiste en el reconocimiento de valor a una promesa de pago.

La existencia del crédito, de esas relaciones económicas fundadas en la confianza, da lugar a una forma de cambio —el préstamo— en que sólo una de las partes entrega un valor actual y efectivo, y la otra no hace más que adquirir el compromiso del reintegro al cabo de cierto plazo. En los contratos en que interviene el crédito, los productos se cambian por promesas, y de aquí que algunos le hayan llamado cambio de futuro, atendiendo a que no se consuma de presente, y no hay, por el momento, reciprocidad ni equivalencia.

El uso del crédito es un gran elemento de riqueza. Por su medio, los cambios se verifican sin necesidad de la moneda, y puede suprimirse, en parte al menos, este intermediario costoso, que no se maneja ni trasporta sin graves dificultades. Las promesas de pago, cualquiera que sea la forma en que se consignen, son casi gratuitas y se transmiten con mucha más celeridad que en el numerario o los productos que representan.

Pero esa economía y esa rapidez que el crédito introduce en la circulación, son pequeñas ventajas comparadas con los beneficios que directamente reporta a la producción, multiplicando los capitales. Algunos economistas se niegan a reconocer en el crédito la virtud de aumentar los capitales; pero tal es, realmente, la principal de las funciones que desempeña. Por de pronto, si el crédito facilita la adquisición y el empleo del capital, es indudable que le hace tomar parte en mayor número de operaciones productivas, y multiplica, por tanto, sus servicios. Además el crédito, acumulando los frutos del ahorro, lleva a la industria sumas considerables que la desconfianza tenía alejadas de ella, y hace también que el capitalista ocioso o incapaz para los negocios entregue los recursos de que dispone al hombre emprendedor o inteligente, que los aplica a la producción: de suerte que el crédito pone en actividad los capitales inactivos, que para el aumento de la riqueza es como si no existieran. Pero es que la mediación del crédito da vida a muchos capitales, porque eleva a esa condición meros productos, algunos antes de que estén formados por completo: la máquina en el almacén del constructor, la cosecha pendiente en el campo no son, seguramente, capitales; merced al crédito, un industrial adquiere la máquina y la pone en movimiento, y el labrador, con la garantía de los frutos próximos, levanta fondos para extender su cultivo. He aquí unas riquezas que el crédito ha hecho productivas; he aquí capitales creados por el crédito.

Los efectos del crédito no pueden explicarse desconociendo que multiplica positivamente los capitales. ¿De qué procede, si no —dice a este propósito un distinguido economista (1)— la baja del interés en un país donde reina el crédito? De que los capitales abundan; de que se ofrecen en mayor cantidad a los trabajadores, de que se aumenta su oferta con relación a la de manda.

El crédito puede revestir formas diversas: es personal, cuando se obtiene el anticipo de los productos a cambio de una sencilla promesa de pago; y real, si además de la promesa media la garantía de un valor determinado; el crédito real es mobiliario o territorial, según que la garantía se constituye en prenda, por ser un bien mueble, o da lugar a la hipoteca por ser de naturaleza inmueble. La forma más perfecta, el verdadero crédito y el que más fácilmente se desarrolla es el personal, porque la garantía supone falta de confianza, hace muy gravoso el empleo del crédito y es un obstáculo para la transmisión de las promesas.

Divídese también el crédito en público y privado, porque se valen de él los gobiernos y los particulares. La única diferencia importante que media entre uno y otro está en que la personalidad del individuo es limitada y transitoria, mientras que el crédito público descansa sobre la responsabilidad permanente e indefinida de las naciones. (V. Deuda pública).

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(1) Carreras y González: Tratado didáctico de Economía política, tercera edición, pág. 246.