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Demóstenes – Historia de los hombres célebres de Grecia

Hipócrates  ◄

 

  

Historia de los hombres célebres de Grecia – Capítulo XXIV – Demóstenes

Os he hablado, niños míos, de los sabios, de los legisladores, de los filósofos, poetas, guerreros, escritores, etcétera, principales de la Grecia; ahora os hablaré de su primer orador, el que, cual los otros, pasa aún hoy día como el tipo de la perfección en los respectivos géneros en que sobresalían.

Demóstenes fue tenido por el príncipe de los oradores, rango que le concedía su mismo competidor Cicerón. Nació en Atenas; no fue hijo de un herrero, como se ha dicho, sino de un hombre que tenía herrerías, que murió cuando su hijo sólo contaba siete años. Sus tutores le usurparon casi todos sus heredados bienes, y a los diecisiete años pleiteó y habló en el tribunal para defender sus derechos, obligando a sus contrarios a devolverle gran parte de sus bienes. Tenía un defecto de pronunciación, que corrigió con hablar con chinitas en la boca, lo que puso su lengua expedita. Para acostumbrarse a hablar sin que el ruido ni los murmullos le perturbasen, iba a la playa en días de borrasca, y pronunciaba un discurso entre el bramido de las olas y del huracán. De noche se encerraba en un sótano con una lamparilla o candil encendido para componer sus arengas, por lo cual decían sus contrarios «que olían a aceite». Después de haber defendido varias causas particulares, tomó cartas en los negocios públicos. Habló contra Filipo, rey de Macedonia, y aun salió a batirse en la batalla de Cheronea, dada 328 años antes de la Era cristiana; pero como hablar no es lo mismo que batirse, echó a correr. Después de muerto Filipo, habló con la misma vehemencia en contra de su hijo Alejandro el Grande; pero habiéndole Alejandro ganado a sí, regalándole una copa de oro, esto se supo, y tuvo que expatriarse.

Después de la muerte de Alejandro regresó a Atenas, donde volvió a hacer arengas contra los macedonios. Su rey Antípatro exigió de los atenienses que le fuesen entregados los oradores que clamaban contra él, lo que, sabido por Demóstenes, huyó; pero perseguido por los soldados macedonios, y a tiempo de caer en sus manos, tomó un sutil veneno que llevaba en el cañón de una pluma. Los atenienses le erigieron una estatua de bronce con esta inscripción: «Demóstenes; si hubiese tenido tanta fuerza como elocuencia, nunca el Marte macedonio hubiese triunfado de Grecia».