J. Moreno Castelló – Psicología Elemental 1ª parte – Psicología empírica – Cap. X – Praxología. De la voluntad
Artículo II. De algunas pruebas que acreditan
la existencia de la libertad humana
No basta la afirmación absoluta de la libertad de albedrío. Tan grande e interesante es este privilegio que enaltece al hombre, que es necesario acreditar su existencia, demostrándola con numerosas y elocuentes pruebas. Vamos a formular las principales
1ª La prueba, basada en el testimonio de la conciencia psicológica.
La observación interna nos da por resultado el conocimiento de un hecho real y constante, que repetidamente se ofrece a nuestra atención reflexiva. Consiste el hecho en que la actividad del alma se manifiesta de diversos modos, aún tratándose del mismo objeto, y que la voluntad, sin ser movida por fuerza alguna que la determine, ejecuta o no el acto correspondiente. Y no solo lo realiza o no, a su antojo, sino que por el mismo innegable testimonio de la conciencia, sabemos que somos dueños de la actividad voluntaria, hasta el punto de producir, suspender, aplazar el acto y llegar, si así nos place, a la ejecución de otro, completamente distinto y diametralmente opuesto al que por primera vez nos propusimos.
Sabemos, ciertamente, que dado todo cuanto se necesita para la ejecución del acto, la voluntad se determina o no se determina, porque ella es causa natural y completa del acto, y puede, por consiguiente, producirlo o modificarlo a su antojo.
Así testifica la conciencia; y es claro que si existiera alguna fuerza, influencia o poder que en nosotros obrara, interviniendo de algún modo en la producción de nuestros actos llamados voluntarios, la mirada del alma sobre sí misma nos lo daría a conocer de igual modo.
Todo hombre tiene conciencia de ser dueño de sus propias determinaciones. Todo hombre acepta como legítimo y verdadero el testimonio de esa voz interna, que le cuenta lo que en él acontece, luego el testimonio de la conciencia psicológica es prueba de la existencia de la libertad.
2ª prueba, derivada de la conciencia moral.
No es posible desconocer que, como consecuencia de nuestras acciones morales, se producen en nuestra alma dos estados diferentes, entre sí opuestos y que no podemos ni negar ni confundir. El uno es de bienestar, alegría, satisfacción. El otro es de inquietud, remordimiento y malestar.
Con efecto, cuando el hombre obra voluntariamente en contra de su deber, oye dentro de sí la acusación de su propia conciencia, que le reprende por la falta cometida; y si ejecuta una acción idéntica, movido por alguna fuerza extraña, no le inquieta entonces el severo juez interno, que en el primer caso le mortifica, y el sujeto no se considera responsable de la acción.
Por el extremo contrario, el agente moral saborea, por decirlo así, el bienestar de su alma, cuando sus actos guardaron conformidad con el orden y con la ley, considerándose a sí mismo como causa de aquellas determinaciones, que después le proporcionan el apacible estado de su espiritual complacencia.
Ni la una ni la otra situación podrían, en justicia, convenir a un agente que no hubiera producido libremente sus acciones, a un sujeto que no estuviera dotado de libertad. Esto sería contrario a la sabiduría y bondad infinitas: el hombre experimenta frecuentemente uno y otro estado, como consecuencia de sus actos, luego el hombre es un agente dotado de libertad.
3ª prueba, basada en que el entendimiento no debería existir sin una voluntad libre.
Tan estrecho y armónico es el enlace que une a las dos facultades espirituales, entendimiento y voluntad libre, que ambas se completan y se suponen recíprocamente.
Así es en efecto. La inteligencia humana conoce el orden y disposición de las cosas; entiende las relaciones que las unen y las que enlazan al hombre con la Creación y con la causa primera de todo cuanto existe; afirma la existencia del bien y del mal, de la virtud y el vicio, y distingue sus caracteres diferenciales; penetra en el fondo de las cosas; pronuncia sus juicios en conformidad con la realidad que conoce; y ¿de qué le serviría al alma facultad tan poderosa, si no estuviera secundada por una actividad voluntaria y libre?
Si el impulso incontrastable de una fuerza extraña le obligase a ejecutar sus acciones; si de un estado se derivase otro; si conociendo el bien no pudiera seguirle y en la vista o previsión del mal no pudiera evitarlo. ¿qué significaría su razón sino una facultad contraria y perjudicial al hombre mismo? Es así que la razón existe, luego existe la voluntad libre.
4ª prueba, apoyada en el consentimiento universal de los hombres.
No por expresa declaración o testimonio, pero sí por las costumbres, ceremonias, leyes, monumentos e historia del linaje humano, entendemos claramente que siempre el hombre abrigó la creencia de su libertad.
Con efecto, el premio y el castigo, el aplauso y la censura, la amenaza y el consejo, la mudanza de conducta en el hombre, el cumplimiento del deber, el sacrificio de la vida en la empresa generosa, el propósito para el porvenir y hasta el modo de obrar de los escasos pueblos que han profesado la doctrina fatalista, vienen a comprobar la existencia, de la libertad.
La opinión uniformé y constante de todas las gentes, acerca de una misma cosa, tiene, según dice Cicerón, valor equivalente al da una ley natural; es así que la creencia de que la libertad existe es de todos los tiempos, universal y constante, luego tiene idéntico valor al de una ley de la naturaleza. |